Schafik Handal y el viraje del PCS hacia la lucha armada

03/06/2015
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En octubre de 1982 el dirigente revolucionario salvadoreño Schafik Handal, Comandante Simón,  realiza un balance de la experiencia militar acumulada como PCS en relación tanto con su concepción sobre la insurrección como en  su participación en la Guerra Popular Revolucionaria, iniciada en enero de 1981. 

 

El artículo, se titula “Consideraciones acerca del viraje del Partido Comunista de El Salvador hacia la lucha armada” y aparece en el número 5 de la revista del PCS, Fundamentos y Perspectivas, que esta vez es publicada por el Centro de Comunicaciones Liberación, con sede en Managua, Nicaragua.  Se presenta un resumen.

 

La primera parte trata sobre la condición principal y determinante que impulsó el viraje del Partido hacia la lucha armada: agotamiento objetivo de las posibilidades de la lucha electoral y el viraje de las grandes masas hacia el apoyo a la lucha armada.

 

Considera que “a partir de 1964, después de las reformas  a la Ley Electoral, que permitieron la representación de las minorías en la Asamblea Legislativa, se abrió un período continuado de sucesivas elecciones que duró 13 años. En el comienzo de ese período, la lucha electoral llegó a tener un atractivo fuerte para el pueblo salvadoreño, especialmente después de que diputados de la oposición pudieran llegar a la Asamblea Legislativa  y de que una cantidad considerable de Alcaldías y Concejos Municipales pasaron al control de la oposición por medio de las urnas.”

 

Informa que como PCS “nosotros entramos en 1966 al proceso electoral, ante todo y sobre todo, para impedir que las masas fueran influidas profundamente por la burguesía, y para abrirle espacio en el terreno legal a la divulgación de nuestra línea por la Revolución Democrática Antiimperialista. En 1966-67 postulamos un candidato presidencial junto con otras fuerzas que conformaban –no orgánicamente pero sí de hecho- un frente democrático progresista antiimperialista.”

 

Explica que “puesto que el PCS había sido condenado a la ilegalidad y la persecución desde 1932, para tomar parte en las elecciones nos cubrimos, por decirlo así, con la legalidad de un partido que tenía un registro antiguo…el Partido Acción Renovadora, PAR, y nos arropamos con su legalidad. Ese partido postuló como candidato presidencial al Dr. Fabio Castillo Figueroa, que hasta ese momento era Rector de la Universidad de El Salvador.”

 

Agrega que “inmediatamente después de aquellas elecciones presidenciales fue ilegalizado el PAR, pero nuestro Partido apoyándose en la voluntad de las masas congregadas por la  campaña electoral reciente, encontró la manera de quedar presente en el terreno de la política legal: no disolvió los comités del PAR que habían sido organizados en todo el país, mantuvo sus locales abiertos, siguió haciendo su trabajo e intentó varias veces legalizar otro partido.” Se refiere al PR9M.

 

Añade que “ en 1971 llegamos a un acuerdo con los dirigentes de un partido de nuevo registro llamado Unión Democrática Nacionalista (UDN) y volvimos a encontrar una envoltura legal, no solo para nosotros sino para también para algunos grupos y personalidades democráticas. A partir de allí fue posible la creación de la Unión Nacional Opositora (UNO) mediante un pacto político con el Partido Demócrata Cristiano y con el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR).”

 

Continúa Schafik afirmando que “la formación de la UNO le dio al movimiento electoral popular una enorme envergadura, alcanzó la mayoría ya en febrero de 1972 en su primera participación electoral (las elecciones presidenciales de ese año) pero vino un burdo fraude en el escrutinio de los votos, contestado por un levantamiento fallido de un grupo de militares demócratas (25 de marzo).Se decretó el Estado de Sitio y por medio de la represión fue impuesto por la fuerza el candidato oficial.”

 

Agrega que “la UNO decidió participar en las elecciones presidenciales de febrero de 1977; la campaña comenzó en los últimos meses de 1976 y esta vez su candidato fue un militar demócrata retirado. La UNO obtuvo una victoria más rotunda que la del año 72 y de nuevo la dictadura manoseó los resultados. Las elecciones de 1977 trajeron en efecto el agotamiento real de las posibilidades del proceso electoral para las masas; es decir para las grandes masas trabajadoras de la ciudad y del campo y amplio sector de las capas medias.”

 

Sigue explicando que “tras este final del proceso electoral, tras este agotamiento, vino el viraje de las masas en gran escala al apoyo y la incorporación a la lucha armada. Digo el apoyo, porque desde 1970 ya existían algunas organizaciones armadas en el país; una más que las otras había logrado ir conformando un movimiento de masas que ya a la altura de 1977 era grande, pero en general el movimiento armado no era todavía el movimiento que conducía a las grandes masas del pueblo, la UNO seguía siendo el frente tras el cual marchaban las mayorías; fue en febrero de 1977, cuando se agotó el proceso electoral y vino el viraje en gran escala de las amplias masas hacia a lucha armada”

 

Y puntualiza que “en esas condiciones, la Comisión Política del PCS acordó realizar el viraje del Partido hacia la lucha armada. Esas fueron las condiciones en las que se produce el acuerdo, no durante el VII Congreso en 1979 sino en abril de 1977.”

 

La segunda parte del documento trata sobre la contradicción entre las grandes exigencias de la decisión del viraje, y las profundas debilidades ideológicas y orgánicas que lo retrasaron por dos valiosos años.

 

Sostiene que “la Comisión Política adoptó el acuerdo de realizar el viraje en aquel momento, después de los enfrentamientos de febrero y marzo de1977. Al hacerlo así, la Comisión Política estaba aplicando la línea general del Partido, aprobada por sucesivos Congresos, según la cual la toma del poder por la vía armada era la más probable en nuestro país. Sin embargo, no pudimos hacer ese viraje rápidamente; el esfuerzo para realizarlo nos costó dos años, dos años muy valiosos que retrasaron la incorporación práctica del Partido a la lucha armada y afectaron el desarrollo mismo del Partido.”

 

Reconoce que “tuvimos que enfrentar una serie de obstáculos; las decisiones de Dirección y el apoyo a esas decisiones fue unánime, absolutamente nadie les hizo oposición, todo mundo recibió con entusiasmo lo que se había acordado y a pesar de eso no podíamos hacerlo realidad. Existían causas no conocidas que era necesario descubrir y la Dirección del Partido, desde la segunda mitad de 1978 en el proceso de preparación del VII Congreso, realizó un gran esfuerzo por descubrirlas.”

 

Amplía que “en el curso de los 11 años de participación electoral, el Partido adquirió ciertos rasgos ideológicos, ciertos hábitos, incluso cierto estilo que retrasaban la posibilidad de un viraje como el que debíamos realizar. Entre estos rasgos ideológicos habían no pocos ingredientes de reformismo.”

 

Agrega que estos rasgos reformistas “se expresaron principalmente en el abandono durante esos 11 años, de los esfuerzos por parte de la Dirección del trabajo por desarrollar la violencia revolucionaria de las masas y en particular su autodefensa frente a la represión y la construcción de la fuerza armada del Partido. Esta conducta se trató de justificar con el argumento de la “prevención contra las provocaciones.”

 

Rescata Schafik la experiencia de años anteriores a la participación electoral  cuando “el Partido había realizado trabajo en el terreno militar; allá por los años 1961 a 1963 nos empeñamos en un esfuerzo notable por enrumbar hacia la lucha armada. Esa orientación contó con gran apoyo de masas, pero vino luego la corrección: el V Congreso del Partido, realizado en marzo de 1964, le puso fin a  aquella línea de preparación para la lucha armada, enarbolando  la bandera de que había de promover como prioritaria la “lucha de masas.”

 

Señala que “la verdad es que después del V Congreso vino un periodo de viraje hacia el economismo y el abandono de la lucha política en todas su formas durante casi cuatro años, hasta el inicio de nuestra participación electoral. Se priorizó casi absolutamente el enfrentamiento de clases en la esfera de las relaciones económicas obrero-patronales, el movimiento sindical pasó a ser el centro principal de nuestra actuación, con breves coyunturas en las que el movimiento por la reforma y la democratización de la Universidad le disputaba la prioridad.”

 

En la tercera parte se trata sobre los problemas teóricos y las formas prácticas adoptadas por el Partido para la organización de la lucha armada: de las primeras formas de la lucha armada a la construcción y organización de los organismos militares más desarrollados.

 

Comparte que “a partir del VII Congreso (celebrado en la clandestinidad en abril de 1979) que le dio cima a todo aquel esfuerzo autocritico y crítico y puso en marcha la corrección en el curso de dos años y medio, toda la Comisión Política y más de tres cuartas partes del Comité Central adquirieron un regular grado de conocimientos militares, unidos a una práctica creciente en la conducción de la guerra.”

 

A la base de este esfuerzo estaba la idea que “la lucha armada es una expresión concreta de la violencia revolucionaria, la violencia revolucionaria es tal cuando es violencia de las masas mismas, dirigida contra los opresores y explotadores y en fin de cuentas, contra todo el sistema de la dominación imperialista sobre el país. La promoción, orientación y organización de la violencia de las masas es un asunto que corresponde al Partido en su conjunto, dese las células hasta la Dirección.”

 

Agrega que “para cumplir esta tarea el Partido se apoyó ante todo en sus células… Aprendiendo de la experiencia internacional, orientamos a organizar alrededor suyo grupos secretos, eso que nosotros llamamos los GAR (Grupos de Acción Revolucionaria) compuestos por los mejores elementos que se van destacando de las masas, los más resueltos, los más combativos, los más honestos, aunque no estén maduros para ingresar a las filas de nuestro Partido.”

 

Indica que “la célula organiza en su derredor cuantos GAR pueda dirigir y debe por consiguiente aprender a dirigirlos política y militarmente, para lo cual debe recibir el adiestramiento en el nivel necesario. La célula aprende así a dominar los conocimientos militares y a dirigir política y militarmente sin desnaturalizarse…El desarrollo de los acontecimientos conduce a la necesidad de ascender escalones superiores: surgen unidades guerrilleras y una retaguardia.”

 

Sobre la retaguardia apunta que “no puede existir si no es protegida por las masas, ni las guerrillas se pueden formar si no reciben el apoyo de las masas. Jamás tendrán suficientes combatiente si las masas no se los dan, no habrá reposición de los que caen si las masas no los aportan; las masas tienen que estar conscientes, convencidos de esta necesidad y estrechamente vinculados a esta tarea.”

 

 Reconoce que “nuestro Partido se incorporó a la lucha armada cuando esta se encontraba en el umbral del despliegue de la guerra propiamente tal y cuando otras organizaciones revolucionarias habían avanzado considerablemente en la construcción de sus fuerzas armadas. A causa de ello tuvimos que andar a pasos largos y no siempre nos fue posible formar a nuestros combatientes siguiendo, uno a uno, los escalones que se han descrito.”

 

Subraya que “no se trata de que la célula se transforme en unidad del ejército, ya que dejaría de cumplir las tareas partidarias vitales sino de conducirlas a cumplir su papel de vanguardia en la nueva situación, en el nuevo nivel de desarrollo de la lucha de clases. Puede verse con toda claridad, pues, que no hay contradicción entre la lucha de masas y la lucha armada, entre la lucha política y la guerra; todo lo contrario, no puede oponerse una  a la otra. En el momento que se oponga una a la otra…estaremos en presencia de la posibilidad de que surjan tendencias aventureras en el Partido.”

 

La cuarta parte trata sobre la combinación de la lucha armada de las masas y el ejército revolucionario: el ejército surge de las masas, es una organización de masas y mantiene estrechos y sólidos vínculos con ellas.

 

Subraya que “la autodefensa y las milicias, que es una organización de masas, no se clausura, no se suprime cuando surge el ejército revolucionario; al contrario, debe hacerse más amplia, continuar ensanchándose, porque de ello depende el crecimiento, la selectividad y eficacia del ejército. Esta sería,  digamos, la  primera forma de incorporación de las masas a la lucha armada.”

 

“La segunda forma de incorporación es el ejército mismo; nosotros creemos que el Ejército Revolucionario hay que verlo como una organización de masas, no solo hay que ver su aspecto militar, sino también el hecho de que allí se reúne un destacamento avanzado, consciente, de las masas y cuanto más grande es el ejército más adquiere ese carácter de una organización de masas.”

 

Señala que “las masas ayudan a su ejército y participan activamente en la guerra cumpliendo tareas logísticas diversas: transportación de medios de guerra, adquisición y transportación de otros materiales necesarios, alojamiento temporal de combatientes y cuadros, etc. Estas tareas de información y logística son tareas combativas de las masas no incluidas en las filas del ejército; pero ellas participan también en otras tareas de combate más directas.”

 

La quinta parte trata sobre la ley de construcción y desarrollo del ejército revolucionario en el curso de la guerra y la construcción de su retaguardia en las condiciones de El Salvador.

 

Asegura que “en cuento a la modalidad operativa que nosotros adoptamos ante los operativos de limpieza que el enemigo nos lanzaba inicialmente, han estado determinados por dos aspectos estratégicos: el primero de ellos tiene que ver con el hecho de si debemos o no aplicar una táctica operativa de la guerra de posiciones, si debemos a toda costa defender una posición en una etapa de la guerra en la cual el enemigo tiene superioridad sobre las fuerzas revolucionarias.”

 

Explica que “los grandes cercos enemigos no se derrotaron manteniendo posiciones fijas, sino rompiéndolos, saliéndose de nuestro campamento, que destruyera nuestra infraestructura, sacando junto con nuestras fuerzas a la población que nos apoya, etc. Este último aspecto es una experiencia nuestra poco conocida, que está determinada por las características de nuestro país, por las fuertes vinculaciones de nuestras fuerzas armadas con la población, que son vinculaciones incluso familiares; por la densidad de población del país, por las condiciones geográficas, etc.”

 

Agrega que “en una primera etapa después que nosotros rompíamos el cerco, lo eludíamos, nos trasladábamos a otro punto, le dábamos la vuelta, le aplicábamos acciones de hostigamiento, lo emboscábamos, etc., entonces el enemigo trasladaba a los periodistas al lugar de los hechos a que constaran como habían “destruido” nuestros campamentos…. inmediatamente que el enemigo terminaba de retirarse, volvíamos a tomar posesión no solo del terreno, sino que retornábamos de nuevo con la población, se reconstruía todo, etc.”

 

Indica que “en el periodo inicial de la guerra, por las razones ya expuestas, el frente se confunde con la retaguardia, está allí mismo donde está la retaguardia y allí llega el enemigo a imponerle el combate a nuestras tropas y estas no pueden salir a buscarlo lejos, porque al retirarse de su base de apoyo no tienen comida, no tienen información, el territorio está dominado por unidades del enemigo que lo conocen mejor y que las pueden entrampar y aniquilar.”

 

Concluye que “la construcción de esas bases de apoyo, su ampliación y su multiplicación en el territorio nacional crea las condiciones para pasar a formar grandes unidades, ya no puramente guerrilleras, que pueden realizar una guerra móvil; ese ejército se puede mover de un punto a otro, ir a combatir lejos porque en todas partes donde llega hay comida, hay información, hay abastecimiento de todo tipo, hay sangre nueva de recambio, hay combatientes, etc.”

 

La sexta parte, trata sobre la organización partidaria en su Fuerza Armada: “El Partido dirige directa, total y absolutamente a su Fuerza Armada.”

 

Explica que “los combatientes de las FAL no son todos miembros del PCS, la mayoría no lo son y queremos que esta relación se acreciente; pero en cada pelotón hay una célula del Partido que orienta, recluta y contribuye a asegurar la dirección de este sobre su fuerza armada. Ha surgido así una nueva rama del PCS: la organización partidaria en su fuerza armada.”

 

Aclara que “lo anterior no quiere decir que la célula del Partido es la que dirige al jefe militar en cada nivel de la estructura del ejército. Eso no puede ser puesto que en el ejército hay una disciplina distinta  a la del Partido, en el Ejército hay Mando Único, individual y una disciplina vertical que no se puede romper sin afectar la naturaleza misma del ejército y su eficacia; pero no entra en contradicción una cosa con la otra.”

 

Amplía que “en la estructura de las FAL existen también los Comisarios Políticos a nivel de todas las unidades, de la más pequeña a la más grande. Los Comisarios pertenecen a la estructura militar y no a la del Partido; los Comisarios son miembros del Partido. El Comisario Político se apoya en la actividad de la célula, las células se apoyan en la actividad de los Comisarios y todos ellos aplican la línea y las orientaciones que traza el Partido.”

 

La séptima parte trata sobre el aspecto estratégico más fundamental de la Guerra Popular Revolucionaria: la combinación de la lucha armada y la lucha política o formas no armadas que se coordinan en el proceso único de la lucha por la revolución.

 

Enfatiza que “hay zonas donde el enemigo ejerce un fuerte control y allí la lucha no armada de las masas, sin matiz político hasta la lucha política propiamente tal, deben impulsarse prioritariamente, mientras la lucha armada tiene una cuota menor a cargo de unidades secretas de combate urbano; la organización del Partido debe ser muy clandestina y no hacer evidente su vinculación con las organizaciones de masas.”

 

Pero también hay “zonas donde dominamos nosotros, las masas participan de un modo más abierto, se incorporan a la creación y desarrollo de los órganos emergentes de Poder Popular; una vez destruido el viejo poder en esas áreas, aunque sean pequeñas, surgen tareas que nosotros tenemos que asumir con las masas: tiene que administrarse justicia, tiene que guardarse el orden público (la delincuencia tiende a crecer cuando hay vacío de poder); tiene que atenderse la educación y la cultura de las masas; se tiene que atender la salud pública. Y lo que es decisivo y principal, debe asegurarse la defensa de la zona.”

 

La octava y última parte trata sobre la dialéctica entre la Guerra Popular Revolucionaria e Insurrección General Armada como Vía Óptima de la Revolución.

 

Señala que “el movimiento comunista, particularmente el movimiento comunista latinoamericano ha sido insurreccionalista; casi todos los partidos que hemos definido la vía armada como vía de la revolución, hemos identificado esa orientación, con la insurrección armada general. En esto actúa la influencia por lo menos de dos factores: uno es el ejemplo de la Gran Revolución de Octubre…” y  otro “como una puerta abierta  a la participación de la clase obrera como tal, como clase.”

 

Aclara que “la proporción de los obreros en los frentes está determinada por el grado de influencia de las organizaciones revolucionarias en la clase obrera, y por otra parte, los obreros revolucionarios son por lo general, cuadros más desarrollados que los que proceden de las filas campesinas y pueden ejercer una influencia muy grande, aunque no sean la mayoría en las unidades militares.”

 

Sostiene que “en nuestro país el proletariado y los campesinos semi-proletarios son la inmensa mayoría de la población rural y ellos forman también la mayoría de los integrantes de las fuerzas armadas de las cinco organizaciones miembros del FMLN, incluida desde luego las FAL del PCS. Esta es una realidad  a la que no puede darse la espalda; en este país se desarrolla nuestra revolución y el papel dirigente del proletariado no puede afianzarse  sólo por los obreros de la industria, sino también, y sin falta, con la participación de las masas asalariadas del campo.”

 

Subraya que “los comunistas no debemos de perder de vista las posibilidades de desatar la insurrección y siempre que las condiciones objetivas se den, nuestro deber es organizarla y encabezarla…Hay casos como el de Nicaragua en el que en el curso del desarrollo de la guerra popular revolucionaria surgieron, y maduraron las condiciones para la insurrección  y se combinó la guerra con la insurrección de manera óptima.”

 

Añade que “este problema debe resolverse en concreta en cada caso, tomando rigurosamente en cuenta las condiciones en que una guerra popular se desarrolla, sin prejuicio ni dogmas de ninguna clase. Hay en efecto casos en que la guerra se desarrolla y llega  a la victoria sin que pueda combinarse con la insurrección. Nosotros apuntaríamos como ejemplo la Revolución Cubana, en donde la guerra triunfó sin que hubiera una insurrección armada.”

 

Apunta que “en El Salvador hay una situación revolucionaria, pero este aspecto suyo, el movimiento ascensional de las masas, entró en mengua, aunque ahora, como ya se dijo, comienza a reponerse. Hubo un momento en el que desde el punto de vista de la plena madurez de las condiciones objetivas, hubiera podido realizarse la insurrección. Esto ocurrió en los primeros meses de 1980, que fue cuando se produjeron las grandes manifestaciones de masas, los puntos pico del movimiento huelguístico de la clase obrera y los trabajadores del Estado en la capital y en las principales ciudades, que se combinaba con el punto pico del movimiento del proletariado agropecuario por reivindicaciones económico.-sociales  y políticas.”

 

Enfatiza que “está claro para nosotros que la guerra popular revolucionaria, que combina la lucha armada con la lucha política y la lucha diplomática, alcanzará la victoria; incluso si no surgiera la posibilidad de desatar la insurrección general la victoria se demoraría, pero sería alcanzada.”

 

Añade que “después de la experiencia de las elecciones de marzo de 1982 ha habido una reelaboración de todas las organizaciones del FMLN en distintos aspectos tácticos y estratégicos en el terreno militar y lo mismo en distintos otros aspectos de la concepción revolucionaria general y uno de los problemas sometidos a nuevo análisis en cada organización ha sido este del papel de la insurrección.”

 

Concluye que “toda la lucha por la revolución, vista de conjunto en su función histórica, es un proceso ofensivo en continuo ascenso, y la esencia de este proceso es el desarrollo de la violencia revolucionaria. La violencia revolucionaria ofensiva es el contenido de todos los pasos hacia la revolución, desde  las primeras reuniones pequeñas para fundar la vanguardia y las primeras organizaciones de masas bajo la conducción de esta, hasta las grandes acciones para tomar el poder por las fuerza revolucionarias, porque su objetivo es, en fin de cuentas, derribar el poder de los explotadores y el dominio del imperialismo y abrir paso al socialismo.”

 

3 de junio de 2015

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/170118?language=es
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