Bochornoso
- Opinión
Foto: OtraMirada
Las últimas denuncias sobre la primera dama por la compra de artículos de lujo, cuyo costo no puede justificar con sus ingresos, son un episodio más de un orden político que se desmorona corroído por la corrupción. ¡Qué diferencia entre el candidato Ollanta Humala y su mujer Nadine Heredia en las campañas del 2006 y el 2011 y el Presidente y la primera dama de la actualidad! De aquel militar retirado que expresaba austeridad y energía no queda sino un hombre tímido que no puede explicar los gastos de su mujer. La travesía de los Humala-Heredia no solo ha sido política sino también personal. Del programa de la Gran Transformación que planteaba cambiar el Perú parecen haber reducido sus objetivos a la movilidad familiar. Lo más grave es que insistan en utilizar la política para este objetivo.
Desde la izquierda que apoyó a Gana Perú la denuncia de esta metamorfosis ha sido relativamente temprana y data de la salida del gobierno del gabinete presidido por Salomón Lerner. De allí, hasta la fallida revocatoria a Susana Villarán fue un año de renuncias y alejamientos. Pero lo interesante es que la derecha, desde su poder político y mediático, aplaude el viraje de la pareja Humala-Heredia en términos programáticos pero no ceja en el ataque a su deriva personal. Esto a pesar de no tener en sus filas alternativas mejores. Fujimori, Toledo y García en cualquiera de sus versiones acumulan denuncias e incluso sentencias y Kuczynski sigue pareciendo lobista más que político. Los medios concentrados, sin embargo, tienen sus prioridades, primero liquidar a Humala, luego a Toledo y quedarse con Fujimori, García y eventualmente Kuczynski. Por supuesto que los dos primeros hacen méritos para estar en la lista y los tres últimos se esfuerzan por pasar sin que nadie se dé cuenta.
El problema es el grado de confianza que los poderes fácticos, económicos y de seguridad, tienen en los políticos que sirven sus intereses. En este ranking Fujimori, el segundo García y también Kuczynski le ganan a Toledo y sobre todo a Humala. Fujimori y el segundo García han hecho gobiernos que han coincidido plenamente con los intereses de estos poderes fácticos y Kuczynski es el poder fáctico mismo, mientras Toledo (el de la vincha) tuvo un corto período de radicalismo antifujimorista y Humala ha tenido dos campañas nacionalistas que por más actos de arrepentimiento realizados no han sido perdonadas. Ante un escenario económico y político en deterioro los poderes fácticos están decididos a asegurarse un sucesor de los suyos, por eso este orden de prioridades.
Ahora bien, ¿habrá Estado para soportar el deterioro? Esa es la gran pregunta y los sobrevivientes de la derecha apuestan a que así sea, aunque tengan que asustar con la carta del golpe de Estado. Sin embargo, el único momento de auge político del neoliberalismo ha sido en dictadura, luego de la derrota de la hiperinflación y la captura de Abimael Guzmán. En democracia su legitimidad siempre ha sido cuestionada, de lo contrario no se explican el contenido progresista de la transición y las formidables votaciones de Humala el 2006 y el 2011. Hoy con un deterioro económico que no existía en los momentos anteriores y varios movimientos en lucha, las posibilidades de crisis política son aun mayores. Si a esto agregamos la descomposición de los gobiernos que se repite con Humala, con el agravante de la desilusión producida, podríamos tener un escenario inédito.
Además, lo sucedido en los últimos meses con el movimiento juvenil, Tía María, Belaúnde Lossio y por último con las compras de Nadine, llevan al extremo la falta de legitimidad del poder de turno. Poder, me refiero, en el sentido amplio del término donde la corrosión política estaría infectando los otros poderes, económico y de seguridad. En estas condiciones la represión a los jóvenes, la violencia del Estado de Emergencia, la broma del prófugo que no parecía prófugo y el bochorno de los gastos que no se pueden justificar, insisten en terminar con esta institucionalidad precaria.
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