No es un presidente… la indignación nacional
- Opinión
Tal como habíamos escrito, el pueblo por sí mismo se ha auto convocado para salir a las calles en todo el territorio nacional con el fin de protestar contra el más escandaloso acto de corrupción que se haya observado en la última década de la historia política del país.
La oposición y la cúpula han sido rebasados completamente, y al parecer nuevos liderazgos están saliendo a flote, en cada una de las ciudades principales del país.
La marcha de las antorchas se ha convertido en el mecanismo más impactante de protesta y ya en casi todos los centros urbanos, cabeceras de los diez y ocho departamentos del país, tales marchas están programadas para su ejecución.
La consigna es que el presidente Juan Orlando Hernández renuncie, y que todos los culpables de esta debacle moral por la que nos ha encausado el Partido Nacional, sean enjuiciados y sometidos a la cárcel con el rigor que la ley plantea.
Ahora bien, si tales marchas no tienen un efecto pragmático político, todo quedará en una cívica protesta que será absorbida por el gobierno, usando todas las artimañas posibles para diluir la cólera ciudadana.
Los líderes de las cuatro fuerzas políticas deben realizar inmediatas reuniones de trabajo para establecer una agenda estratégica que, aprovechando la coyuntura de una movilización generalizada y enardecida, dé al traste con el control de la Corte Suprema de Justicia, la Fiscalía General, y todos los organismos en donde JOH metió sus manos para establecer un régimen dictatorial que propugna la impunidad para cometer los delitos de lesa humanidad y lesa patria, juntos ambos como plataformas para someter al pueblo hondureño a una férrea dictadura en donde el poder fáctico mediático prosiga su proyecto de desnacionalización de la soberanía nacional, el enriquecimiento público a costa de una desinstitucionalización de todo el régimen jurídico hondureño.
Es evidente que el pueblo se ha hastiado de tanta ignominia estatal, de tanta mentira gubernamental, de tanto cinismo político vernáculo, de tanta violación a los derechos humanos contra el pueblo, de tanto fraude en cada una de las actuaciones de quienes por ahora han asaltado como pandilla de delincuencia organizada gubernamentalmente, para desfalcar el erario público bajo el criterio de hacer lo que se deba hacer para mantenerse en el poder.
Una de las características de esta movilización es la retoma de los valores morales como plataforma de convicción ciudadana, valores que han sido tergiversados, transformados, desnaturalizados, adulterados, bajo máscaras y maquillajes torpes algunos, y otros sencillamente descarados.
La reserva moral del pueblo está incólume y no habrá de permitir que la dirección política de los partidos tradicionales o de nuevo cuño transite por estos senderos de desmedida o mediana corrupción del grupo político que ha asaltado el poder general de la nación mediante el fraude, la estafa y el dolo.
Aquí no cabe la corrupción ni la reelección por cuanto ambas caras de una misma moneda representan el engaño y la bribonada de un grupúsculo que se ha planteado proseguir por la senda de la delincuencia moral, la fechoría delictiva y sobre todo, el quiebre de la ley en toda su dimensión asquerosa para lograr propósitos de enriquecimiento, retención de un poder público malhadado, como si el poder absoluto fuese el instrumento político que coloque a los delincuentes como personas idóneas para la conducción del Estado.
Esta marcha de la dignidad, es una marcha moral, pero es además política, porque el pueblo no quiere ya más ver en el carromato del estado los rostros de los delincuentes disfrazados de jurisconsultos probos, enmascarados por la prepotencia, la soberbia y el cinismo.
La frase que determina la movilización política y moral de protesta en todo el país, se resume en la siguiente expresión: “No es un presidente, es un delincuente”.
A ver cuando la oposición de los partidos de este lado del río, se ponen serios y establecen la agenda política que corresponda a estas circunstancias. Si no actúan, no tendrán derecho a pedir el voto y la simpatía electoral. El pueblo los enterrará irremisiblemente.
Estamos en el filo de la historia.
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