Cuba y Estado Unidos: Happy ever after?
- Opinión
Suele ocurrir que los presidentes estadunidenses que se reeligen para un segundo mandato, se toman algunas “libertades” en torno a temas de difícil gestión. A final de cuentas, después de su reelección, ya no podrán aspirar a la primera magistratura del vecino país del norte por tercera ocasión. Así que si hay “algo” que estaba en la agenda nacional e/o internacional, que requiere una inversión importante de capital político, generalmente se buscará desahogarlo en el segundo mandato. Así ocurrió, por ejemplo, durante el segundo período de William Clinton, quien, hacia el final de su gestión suscribió el Estatuto de Roma, tan sólo un día antes de entregar la estafeta a su sucesor George W. Bush –al final, Estados Unidos no ratificó, obviamente, ese instrumento jurídico internacional, pero esa simple acción del saliente presidente demócrata hizo ver a Clinton como un político progresista, preocupado por su legado.
En el caso de Barack Obama, sin duda que el tema de su legado debe ser una consideración importante. La crisis financiera que aqueja al país, más iniciativas como el Obamacare y la política migratoria, han demandado un esfuerzo político importante, que no ha dejado satisfechos a los estadunidenses, o al menos así parece a juzgar por los resultados de las elecciones legislativas que se llevaron a cabo en 2014 y en las que “los candidatos de Obama” perdieron dramáticamente en la contienda. Así, de 36 cargos para gobernador en disputa, 24 fueron para los republicanos (de 19 gobernadores republicanos que aspiraban a la reelección, 17 lo consiguieron), incluyendo las gubernaturas de estados “clave” para la elección presidencial como Florida, Michigan y Wisconsin. Incluso bastiones demócratas como Illinois (el estado del propio Obama), Arkansas, Maryland y Massachusetts, también sucumbieron a manos de los republicanos.
Por si fuera poco, en el Congreso los republicanos se posicionaron como el partido dominante, lo que los coloca en una situación muy favorable respecto a la que tuvieron durante el primer período de Obama. ¿Por qué los republicanos arrasaron de esa manera en los comicios de medio término? La clave fueron los compromisos en materia de políticas sociales, tema que el electorado apreció, por considerar que lo hecho por el Presidente Obama en la materia, deja mucho que desear. Recuérdese que en Estados Unidos, salvo contadísimas excepciones, no son los temas de la política exterior, sino los que afectan directamente al bolsillo del electorado, los que deciden el rumbo de una elección. Esa es la razón por la que George Bush padre no logró la reelección: puso tanto énfasis en el fin de la guerra fría y tan poca atención a la recesión económica interna, que su rival William Clinton no tuvo problema en derrotarlo en los comicios presidenciales. Irónicamente en 2014 la historia se repitió, ésta vez, en contra de los demócratas.
Por lo anterior, Obama está obligado no sólo a negociar con los republicanos para llevar a cabo la gestión política en los dos años que le restan al frente de la primera magistratura de la Unión Americana: el Presidente ahora requiere agendas que eviten que su gobierno caiga en la irrelevancia de cara a las elecciones de 2016 en las que, todo parece indicar, Hillary Clinton será la candidata presidencial de su partido.
¿Qué lugar ocupa Cuba en la construcción del “legado de Obama”? En política exterior existe una opinión generalizada, dentro de Estados Unidos, de que el actual Presidente ha sido incapaz de proyectar liderazgo y se considera que ha capitulado ante adversarios estratégicos como la República Popular China y Rusia. Esa crisis de liderazgo también se reproduce en temas torales de la política exterior, como la lucha contra el terrorismo. Sin ir más lejos, tras los ataques terroristas contra el semanario francés Charlie Hebdo del pasado 7 de enero, la respuesta estadunidense fue más bien marginal, pese a que Francia es un aliado de Washington, y que en ocasión de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra la Unión Americana, París cerró filas en la lucha contra el terrorismo. Como se recordará, el domingo 11 de enero del presente año, alrededor de 2 millones de personas, incluyendo a líderes de 40 países, marcharon por las calles de París y otros 3. 7 millones lo hicieron en el resto de Francia, evocando la unidad nacional. El gran ausente fue Estados Unidos. Vaya, ni siquiera el Secretario de Estado, John Kerry, estuvo presente, en lo que muchos interpretan como una incongruencia y desdén de Washington, hacia un país amigo.
La crisis en Ucrania y los desplantes que el Presidente de Rusia, Vladímir Putin ha tenido hacia su contraparte estadunidense, abonan a la imagen de debilidad de Obama. Por si fuera poco, múltiples ciberataques, de la mano de Rusia, la República Popular China y hasta Corea del Norte, alientan una percepción de vulnerabilidad ante la que Washington, en la presente administración, no ha reaccionado como se debe –al decir de los republicanos. Súmese a lo anterior, el retiro de las tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –de la que es líder Estados Unidos- de Afganistán, más la multiplicación de las ejecuciones y otros atentados de parte del Estado Islámico, y ello sin dejar de lado que organizaciones terroristas como al-Qaeda, siguen activos.
Cuba entonces, se perfila como la esperanza del gobierno de Obama, por enmendar el camino. Las negociaciones para el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambas naciones, contaron inicialmente con la mediación de Canadá y del Vaticano. Hoy ya existe una línea directa de comunicación entre Washington y La Habana. El punto culminante de este encuentro, al menos hasta hoy, fue la reciente VII Cumbre de las Américas que se llevó a cabo en Panamá y en la que Raúl Castro y Barack Obama robaron cámara al saludarse y deshacerse en elogios mutuos. La imagen donde ambos coinciden bajo la mirada de complicidad del Secretario General de Naciones Unidas, Bank ki-Moon, pasará a la historia. Muchas generaciones de latinoamericanos estarán complacidas al ver que algo que parecía remoto, finalmente está ocurriendo.
La VII Cumbre de las Américas es un foro importante porque constituye un mecanismo de diálogo y gestión de Estados Unidos con las naciones del continente americano. A falta de opciones en el resto del mundo, no le queda de otra a Washington, que fortalecer y/o reconstruir los lazos con las naciones de su esfera natural de influencia, sobre todo porque también hay otros actores como la República Popular China y Rusia que merodean en la región. Hacerle ver a América Latina, el Caribe y Canadá que importan en la política exterior estadunidense, es importante. Los latinoamericanos acusan con frecuencia que Estados Unidos sólo se interesa en la región cuando así conviene a sus intereses. Y en tiempos en que otras regiones parecen estar poco preocupadas por lo que hace y dice la Unión Americana, la VII Cumbre de las Américas proporcionó una gran oportunidad a Washington para proyectarse ante el mundo, desde “su región-bastión.”
Todos, o la mayoría de los asistentes a la VII Cumbre de las Américas, se mostraron complacidos, en especial el Presidente de Panamá, el propio Obama y claro, Raúl Castro. Otros líderes pasaron de noche, por ejemplo, Nicolás Maduro, Presidente de Venezuela, país al que recientemente Washington identificó como “amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos.” Otro mandatario que tuvo poca visibilidad fue Enrique Peña Nieto, a quien no le quedó más que manifestar su beneplácito por el reencuentro entre Cuba y Estados Unidos. Así, la VII Cumbre de las Améri8cas se desarrolló entre actores protagónicos y otros más secundarios, pero que al final atestiguaron un suceso político de gran envergadura.
Dicho esto: ¿a dónde se dirigen las relaciones entre Cuba y Estados Unidos? Más allá de las fotos, conferencias de prensa e imágenes de diálogo y concertación que le han dado varias veces la vuelta al mundo, hay temas torales que deben resolver ambos países y que afectan no sólo sus intereses, sino los de terceros.
Actualmente Cuba y Estados Unidos desarrollan negociaciones para fijar las bases y las condiciones en que se restablecerán las relaciones diplomáticas. La lista de temas es larga e incluye, desde los más ásperos hasta los menos graves: Guantánamo, el embargo estadunidense, la inclusión de Cuba en la lista de países que promueven el terrorismo -éste último ya en vías de solución-, la despenalización de los estadunidenses que viajen a Cuba, la reintegración de La Habana a la Organización de los Estados Americanos, el restablecimiento de líneas telefónicas directas y de acceso a internet entre ambos país, la cuestión migratoria, el hoyo de dona, las expropiaciones realizadas por el régimen cubano al llegar al poder, la situación de las inversiones extranjeras en la isla, al igual que decenas de normas que la Unión Americana puso en marcha a lo largo de la guerra fría y que aún hoy se mantienen vigentes. Un tema relevante para un tercero, México, en este caso, es la suerte de la legislación conocida como Helms-Burton, la cual planteó sancionar a empresas de países que realizaran negocios con Cuba –y que llevó a que empresas como CEMEX cerraran sus plantas y cancelaran su presencia en la ínsula caribeña. De ahí que la normalización de las relaciones bilaterales sea un proceso lento, tortuoso y complicado. No ocurrirá de la noche a la mañana, pero cada avance que se logre en alguno de los temas mencionados acercará más el punto de encuentro mutuo, y claro, recibirá una gran cobertura mediática.
Cuba es un país con gran capacidad de gestión política en el mundo. Carente de grandes recursos financieros, ha mostrado solidaridad en distintas crisis al aportar recursos humanos y asesoría. La causa cubana es de gran arraigo cada año en la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde la condena al embargo estadounidense se ha convertido en una suerte de tradición. Lo que opina Cuba en Naciones Unidas pesa e importa mucho. Por lo tanto, si Estados Unidos aspira a promover sus intereses –o una parte de ellos- en el mundo a través de ese organismo internacional, el apoyo que pueda recibir de Cuba será, sin duda, de singular valor.
Cuba también goza de alta estima en América Latina y el Caribe. Es el símbolo de muchas cosas, entre otras, de la resistencia a los embates de Estados Unidos en la región. Para muchas generaciones más jóvenes, el tema puede parecer obsoleto, pero lo cierto es que Cuba ha logrado sobrevivir, a diferencia de la Unión Soviética, al fin de la guerra fría, y lo ha hecho con dignidad. El otrora Presidente venezolano Hugo Chávez, asumió, con los recursos generados por las exportaciones petroleras –cuando los precios de los hidrocarburos se dispararon-, un cierto liderazgo en América Latina, pero lo hizo generando fricciones con varios países –México incluido-, lo que naturalmente le restó margen de maniobra. Cuba, en cambio, fue más inteligente, e incluso cuando se topó con acciones muy desafortunadas como las del “comes y te vas”, siempre supo sacar provecho y mantener la sobriedad. Si bien en la guerra fría apoyó la insurgencia en América Latina y en otras regiones del mundo, en la posguerra fría se ha cuidado mucho de no incursionar en esferas que pudieran generarle problemas políticos. Lo que es más: cuando Estados Unidos fue atacado el 11 de septiembre de 2001, el mismísimo Fidel Castro salió a decir que condenaba “los cobardes ataques” contra el vecino país del norte, algo que elevó aún más la estatura moral de este legendario personaje, quien, de paso, colocó a La Habana, en automático, del lado de los países “amigos” de Estados Unidos –luego de aquél discurso en que George W. Bush fue enfático al señalar que quien no estaba con la Unión Americana, estaba contra ella.
Cuba entonces, tiene una de las dirigencias más pragmáticas y colmilludas de que se tenga memoria. Si de legados se trata, Fidel Castro (con 88 años a cuestas), quien ya figura en las páginas de la historia, será recordado también, por su gestión para lograr que Estados Unidos entrara en razón y entendiera que el mundo ha cambiado y que hay situaciones injustificables. Barack Obama (53 años de edad) nació en plena guerra fría (1961) y tenía un año cuando tuvo lugar la crisis de los misiles. Castro tenía para ese momento 36 años y una revolución a cuestas, lo cual no es poca cosa. ¿Quién le puede dar lecciones a quién? Los más escépticos dirán que Cuba ha traicionado a la revolución al sentarse a negociar con Estados Unidos. Sin embargo, el sentido de una revolución es cambiar, no para que todo siga igual, sino para avanzar. Eso lo tienen muy claro Fidel Castro y su hermano. En contraste, a Estados Unidos le ha tomado mucho tiempo digerirlo. Pero a final de cuentas, como lo dijo el propio Fidel Castro, “la historia me juzgará” y también a Barack Obama, aunque con parámetros distintos. ¿Y México ‘apá? Bueno, esa es otra historia.
http://www.etcetera.com.mx/articulo/cuba_y_estado_unidos_happy_ever__aft...
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