Fascismo y marcas del horror
18/02/2015
- Opinión
A pesar de los avances en las conversaciones de Paz, la estrategia de guerra sucia y baja intensidad con la lógica del enemigo interno y la seguridad democrática se mantiene contra civiles cuyo común denominador es el fin de la guerra y del desmonte de las maquinarias de exclusión y muerte y se despliega a través de marcas del horror como las Águilas Negras, que con logo y bandera del águila negra volando sobre una cruz encarna la esencia ideológica política y social totalitaria, militarista y antimarxista del fascismo. Las prácticas de odio y la separación entre buenos y malos se orientan a mantener el miedo en un país donde ser fascista le resulta fácil a los fascistas que ya no llevan una cruz gamada en la solapa o levantan la mano hacia el Furher, si no que tienen la actitud y aplican técnicas demenciales para negar al otro, eliminarlo, someterlo para adelantar su sueño de grandeza.
El panfleto con las señales del horror anuncia los nombres de sus próximas victimas a las que descalifica, desprestigia y acusa, por considerarlos un obstáculo a los propósitos de su particular modo de entender la democracia y los derechos humanos. La estrategia de horror, sus franquicias o suplantadores busca desmembrar la vida, el cuerpo, la mente, el tejido social, la dignidad. Las amenazas son parte de una política de terror programada para acrecentar el poder y la riqueza de pocos, garantizar despojos, fortalecer controles políticos, someter poblaciones y grupos y mantener el espíritu de guerra favorecido con el miedo colectivo que los fascistas saben administrar inclusive sin acudir a las armas, solo con el rumor, el chisme, la calumnia o con el simple recuerdo de sus hechos de crueldad pasada, aislando a sus víctimas para debilitarlas, acorralarlas.
Las marcas de horror tienen a su favor el aliento de voces institucionales, empresariales y políticas que justifican a cualquier precio la continuidad de la guerra, crean enemigos, sabiendo que los ríos de odio y sangre seguirá viniendo de la misma clase social que es convencida, seducida o sometida para asesinar y ser asesinada mientras la justicia permanece bloqueada y también amenazada. Aunque las amenazas no sean ejecutadas la situación de inseguridad y temor individual y colectivo que provocan los fascistas sirve para disolver la confianza de la convivencia humana en paz y mantenerle excusas al gobierno para que justifique los gastos de guerra, aumente el control vigilancia y represión con el pretexto de evitar el mal y dejar que estos mismos fascismos confundan con falsas denuncias, falsos testigos, falsas pruebas, espionajes y chantajes.
En los orígenes de las marcas de horror están los Chulavitas y los Pájaros, después los Macetos, los Justicieros, los Tiznados y otros por regiones hasta compactarse en la marca de las Águilas Negras, cuya extensa contabilidad de horror suma la eliminación de opositores políticos y sociales, defensores de derechos, líderes sociales, intelectuales y en general hombres y mujeres sentenciados en nombre de la moralización y defensa del orden establecido controlado por una elite indolente que se niega a separarse del poder y la riqueza que usan para ejercer la crueldad.
Los que planean, hacen y distribuyen las amenazas existen, son humanos, dejan huellas, tienen nombres, realizan actividades legales o ilegales, son asesinos sistemáticos en la práctica o en potencia. No imitan a los nazis, son nazis, no son monstruos con cuernos, son hombres comunes, tienen familias, van a misa, a fiestas y reuniones, coquetean gentilmente o asesinan sin pudor. Tienen la capacidad para cometer un acto atroz y quedarse para colaborarle a las víctimas, su cinismo no tiene límites. No se inmutan haciendo el panfleto amenazante, organizando la mentira, calcinando o desmembrando un cuerpo, saben convertir a sus víctimas en cenizas como en el exterminio nazi o en los hornos crematorios en las haciendas de paramilitares y sobre todo saben borrar el rastro legalmente, para ellos el horror les resulta normal, humano, sencillo y placentero.
Méngüele, el experto doctor de la muerte, era un hombre sociable y normal que fabricaba a sus víctimas para experimentar la máquina de terror, preparaba con delicadeza cada acción, cada movimiento, medía cada pulsación del cuerpo torturado para calcular su dolor y su angustia y oír sus estertores de muerte, le resultaba tan sencillo aplicar su reingeniería de crueldad como besar a un niño o ir al cine. Igual ocurría con Goebbels encargado de la manipulación y fabricación de las mentiras y perversidades despiadadas del régimen. Como en Buchenwald o Auswichtz, las marcas del horror actúan para conmocionar y mantener su vigencia, amenazando obligan a imaginar sus atrocidades, la inmensidad de su horror, el sufrimiento de la víctima, el olor a la muerte anunciada, la conexión entre lo real y lo posible de lo que son capaces solo para aumentar su demencial grandeza criminal. La marca genera terror por sí sola, sus creadores innovan, planifican con obsesión y egoísmo sus crímenes, llevan dobles vidas y se creen seleccionados por alguna extraña deidad para salvar al mundo, a la raza, a la moral, a la patria, a la democracia, a la ley, a las instituciones y son conscientes de sus actos esquizoides y paranoicos.
A medida que el acuerdo de paz entre Estado e insurgencia se profundice resulta urgente el compromiso del Estado para alinear sus voces en una sola voz y esfuerzo para develar y desmontar las estructuras del horror antes de cerrar el acuerdo final, a la vez que eliminar el acoso sobre los civiles sentenciados por la injusticia criminal como prueba de la voluntad de paz real.
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