Ante el fundamentalismo religioso

12/01/2015
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En la audiencia que el papa Francisco ofreciera recientemente al cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede, denunció nuevamente el tipo de cultura que rechaza al otro, que destruye los vínculos más íntimos y auténticos, que acaba por deshacer y disgregar a toda la sociedad y generar violencia y muerte. En ese sentido, recordó la trágica masacre ocurrida en París hace unos días. Los otros, explicó, “ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. Y el ser humano libre se convierte en esclavo, ya sea de las modas, del poder, del dinero, incluso a veces de formas tergiversadas de religión”. Alertó, además, sobre el peligro que representa el fundamentalismo religioso que, incluso antes de descartar a seres humanos perpetrando horrendas masacres, rechaza a Dios, relegándolo a mero pretexto ideológico. Estas declaraciones de Francisco nos han hecho recordar algunas de las ideas del obispo anglicano Desmond Tutu, recogidas de sus posiciones críticas contra la opresión, la injusticia y el fundamentalismo religioso. Enunciemos y expliquemos, brevemente, al menos siete de sus argumentos principales.
 
Las circunstancias de nacimiento y geografía determinan en gran medida la religión a la que pertenecemos. Según el obispo sudafricano, hay muchas posibilidades de que los nacidos en Pakistán sean musulmanes; los nacidos en la India, hindúes; sintoístas, los nacidos en Japón; y cristianos, los nacidos en Italia. Una consecuencia de este hecho es que no deberíamos sucumbir con facilidad a la tentación de exclusividad y a la pretensión dogmática de considerar a la propia religión con el monopolio de la verdad.
 
No hay que insultar a los seguidores de otras religiones. Hemos de reconocerlos por lo que son en toda su integridad, con sus creencias mantenidas conscientemente; hemos de acogerlos y respetarlos como lo que son y caminar reverentemente sobre lo que es su suelo sagrado, quitándonos los zapatos, metafórica y literalmente. Hemos de mantener tenazmente nuestras creencias particulares y peculiares sin pretender que todas las religiones son iguales, pues evidentemente no lo son.
 
Hay que reconocer con humildad y alegría la presencia de lo infinito en lo finito. Sabemos que la realidad sobrenatural y divina, que de una forma o de otra todos adoramos, trasciende todas nuestras categorías particulares de pensamiento. Y es así porque lo divino —como quiera que sea llamado, comprendido o concebido— es infinito y nosotros somos finitos; en consecuencia, nunca podemos comprenderlo por completo. Es interesante el hecho de que la mayoría de las religiones tengan un punto de referencia trascendente, un misterio que llega a ser conocido porque tiene a bien revelarse como una realidad compasiva a la humanidad.
 
Dios es mayor que el cristianismo. Reivindicar a Dios exclusivamente para los cristianos es empequeñecerlo en exceso. Dios es mayor que cualquier religión. No cuida solo de los cristianos, sino de todos los seres humanos. Ha estado presente desde antes de la creación. Si el amor de Dios se limitara a los cristianos, ¿cuál sería el destino de los seres humanos que existieron antes de Cristo? ¿Están condenados a la perdición eterna sin ser culpables? Si es así, nos encontraríamos en una situación insostenible, pues Dios podría ser culpable por imponer una justicia tan extraña.
 
Dios se alegra por el potencial de bondad y creatividad de todo ser humano. Dios no se siente receloso ante la posibilidad de que un no cristiano pueda descubrir una verdad religiosa profunda o hacer un descubrimiento científico decisivo. Dios se alegra cuando sus criaturas —sin distinción de raza, cultura, género o religión— consiguen avances estimulantes en la ciencia, el arte, la música, la ética, la filosofía y la ley, y captan con habilidad creciente la verdad, la belleza y la bondad que brotan de Él. También nosotros deberíamos unirnos al júbilo divino, alegrándonos porque han existido personas como Sócrates, Aristóteles, Heródoto, Hipócrates y Confucio.
 
No debemos cometer el error de juzgar a otras religiones por sus características o sus seguidores menos atrayentes. Nuestro deseo debería ser tratar con lo mejor y más sublime de las demás religiones, con aquello por lo que ellas mismas se definen, en vez de concentrarnos en las caricaturas que les construimos. Reconocer que otras religiones tienen que ser respetadas y que, evidentemente, proclaman profundas verdades religiosas no es lo mismo que decir que todas las religiones son iguales. Es evidente que no son iguales. Pero debemos admitir que los demás tienen el mismo derecho a elogiar su fe.
 
Si se es creyente, no se puede estar a favor de la injusticia. Donde hay opresión y muerte injusta, donde las personas son tratadas como si fueran menos de lo que son —seres creados a imagen de Dios—, las personas religiosas no tienen más opción que oponerse con vehemencia y con todas las fuerzas contra esa realidad. Si se es creyente, debe oponerse a la injusticia, da igual que uno sea musulmán, cristiano, hindú o budista. El cristianismo y el judaísmo dicen que los seres humanos son creados a imagen de Dios. El islam dice que son los abad, los esclavos de Dios, y que debemos someter nuestra voluntad a la voluntad de Alá. Así, cada una de estas religiones, por su naturaleza intrínseca, obliga a sus seguidores a luchar por la justicia, la paz y la bondad. Se hace un flaco favor a nuestras religiones, las despreciamos, si no defendemos la verdad, si no luchamos por la justicia, si no somos la voz de los sin voz, si no somos los defensores de aquellos que no se pueden defender por sí mismos.
 
Estos argumentos de Desmond Tutu nos recuerdan también la radicalidad de las palabras proféticas de monseñor Romero, cuando enfáticamente señaló que “la religión no consiste en mucho rezar, la religión consiste en esa garantía de tener a Dios cerca de mí, porque le hago bien a mis hermanos (…) La garantía de mi plegaria está muy fácil de conocer: ¿cómo me comporto con el pobre?, porque allí está Dios (…) Lo que a él haces, a Dios se lo haces; y la manera cómo lo mires a él, así estás mirando a Dios. Dios ha querido identificarse de tal manera que los méritos de cada uno y de cada civilización se medirán por el trato que tengamos para el necesitado y para el pobre”. En definitiva, de ambos obispos, Tutu y Romero, aprendemos que los peligros del fundamentalismo religioso se superan por la vía del compromiso con toda persona que sufre. En palabras del Apóstol Santiago, la verdadera religión no consiste solo en conservarse limpio, sino en visitar a viudas y huérfanos. Expresión bíblica que quiere decir ocuparse del necesitado. Y en formulación de la teología latinoamericana: hacer una opción por los pobres. Esta debería ser el antídoto para todo tipo de fundamentalismo. Esta es la mejor manera de reivindicar el carácter positivo de las religiones.
 
13/01/2015
 
- Carlos Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.
 
 
 
 
 
 
 
 
https://www.alainet.org/es/articulo/166767?language=es
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