Feminicidios y descolonización de la familia

08/01/2015
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Los últimos meses ha aumentado el número de feminicidios en Bolivia. Casi a diario los informativos que se trasmiten a través de los medios de comunicación masiva, como la radio y la televisión, revelan un nuevo caso ya sea de maltrato brutal de un esposo o novio hacia su pareja, o, de feminicidio.
 
¿Por qué parecen estar aumentando los maltratos hacia las mujeres y los feminicidios si hoy más que antes hay leyes e instituciones que protegen a las mujeres, hay campañas de concientización, talleres, seminarios todo sobre lucha contra la violencia hacia las mujeres y por la despatriarcalización de la sociedad impulsadas por el Estado y por varias ONGs?
 
Sin embargo, esta ola racionalista y legalista de erradicar la violencia al parecer muy poco tiene que ver con el avance real del proceso de liberación de las mujeres que, por cierto y pese a todo, ha sido notable los últimos años. Hoy, hay mujeres que no se sienten inútiles frente a los hombres para soportar de ellos maltratos y deslealtades, son mujeres profesionales, otras dueñas de su propio negocio, y muchas que han alcanzado puestos de importancia en empresas e instituciones. Fue la fuerza de la necesidad ferviente de ser incorporadas al trabajo en buenas condiciones la que los ha liberado. En muchos casos, en esta autovaloración ha tenido que ver la condición de ser madre sola. La fuerza de las mujeres han sido sus hijos para salir adelante luego del atraso y el tormento que significaba el padre para toda su familia.
 
Quizá porque la mujer se libera porque su realidad de ser mujer así lo exige, este proceso no influye en el hombre en la mayoría de los casos; es decir, la mujer se libera y el hombre no logra aceptar del todo esta liberación aunque tome conciencia de ello. La explicación del aumento de los maltratos y de los feminicidios que se visibilizan actualmente, al parecer va por ahí.
 
Uno de los casos de feminicidio es aquel que el hombre comete en una situación de abandono por parte de la mujer, su pareja. Ante la impotencia de no poder cambiar su decisión la mata. Un segundo caso es aquel que se comete cuando el hombre se siente incapaz de retener “para él sólo” a una mujer, o lo que se denomina por celos, fundados o no. El tercer caso, es aquel en el que el hombre se siente incapaz de conquistar a una mujer, por eso la viola primero antes de matarla.
 
En estos tres casos la mujer se presenta con un alto grado de liberación y autovaloración; por el contrario, el hombre demuestra un nivel patológico de impotencia y falta de autovaloración. Esto parece indicar que el que necesita ayuda es el hombre.
 
Las leyes que protegen a la mujer lo hacen siempre castigando al hombre; los talleres, seminarios o campañas de concientización de lucha contra la violencia hacia las mujeres se basan en hacer conocer sus derechos a ellas para que denuncien a los hombres en caso de agresión. Las políticas en pro de las mujeres están dirigidas a corregir al hombre castigándolo u obligándolo a resarcirse, lo que en lugar de cambiar su actitud lo endurece; es decir, no están dirigidas a transformar su actitud frente a la mujer; y, por otro lado, sólo de un modo muy secundario están dirigidas a promover la autonomía de la mujer frente al hombre. Por todo esto, las políticas en pro de las mujeres no logran incluir al hombre en el proceso de liberación de la mujer, que podría ser también su propio proceso de liberación, sino, por el contrario, lo hacen adversario de este proceso.
 
Más allá, está la causa fundamental de este problema: los valores coloniales del patriarcado y del machismo con los cuales se sigue educando en las escuelas, los colegios, las familias, la iglesia, las calles y los medios de comunicación. Al final de cuentas, si observamos con calma, hay algo en común entre un anuncio publicitario donde se expone a una mujer semidesnuda y una procesión de la virgen María, ambas imágenes promueven la cosificación de la mujer, la primera incitando el apetito sexual del hombre y la segunda exponiendo un modelo femenino de puridad y pasividad que toda “buena” mujer debe adoptar frente a su pareja. Se expone a la mujer de dos formas separadas y contradictorias. La primera como cosa sexual y la segunda como cosa conyugal, pero al final ambas como cosas disponibles para el hombre que se encuentre en condiciones económicas o psicológicas de obtenerlas.
 
 Empero, es la segunda imagen la que provoca más daño a la mujer. Son los valores coloniales de la religión cristiana-católica que aún hoy predominan en la educación las que laceran la sociedad provocando violencia contra las mujeres. Más allá de la iglesia y la religión en sí, estos se han petrificado en todos los niveles de la vida social. Después de todo, una imagen suelta que intenta atrapar al consumidor masculino apelando a su “debilidad sexual” causaría menos daño si, por otro lado, no se presentaría frente a él esa exigencia social de tomar como esposa o novia a una mujer “pura”, pasiva, “sin pasado”, mejor si es virgen.
 
Veamos caso por caso los tipos de feminicidio que hemos mencionado.
 
El primer caso: La mujer intenta abandonar al hombre y éste lo mata. Ella ha tomado la determinación de abandonar a su pareja, eso en una mentalidad colonial significa una osadía imperdonable. La religión católica condena moralmente los divorcios. La mujer debe pertenecer por siempre a un solo hombre. Es más, la mujer desde el inicio de su matrimonio debe exponer su nivel de “pureza” y honrar de ese modo al marido. Por eso durante su casamiento demuestra su condición virginal (real o aparente) usando el vestido blanco, o, su arrepentimiento por sus “pecados pasados” usando el vestido color crema.
 
Si a este abandono se suma la paranoia del marido, el desenlace posible es un feminicidio. Si por el contrario se trata de un hombre psicológicamente sano, este termina tras la separación o el divorcio detestando a su exesposa, más aún si ésta ha decidido rehacer su vida con otro hombre. El hombre devoto, casado por la iglesia católica, suele apropiarse de la mujer con tal fuerza que no acepta su liberación.
 
El segundo caso: feminicidio por celos. El hombre se siente inseguro de una mujer bella, de personalidad extrovertida, dinámica, decidida y de apariencia seductora. Las cualidades de la mujer que en un inicio lo atraían son, después de la consolidación de la relación, objeto de malestar para el hombre. Los celos lo devoran, entonces recurre a los golpes que tratan de “corregir” a la mujer, primero, y más tarde el feminicidio le pone fin a lo que siente es incorregible.
 
El tercer caso: el violador además mata a su víctima. El violador feminicida con un fuerte complejo de inferioridad no se muestra frente a su víctima como un peligro, sino como todo lo contrario: sumiso y reverente. Esconde sus verdaderos sentimientos hacia las mujeres, los cuales tienen su base en una asimilación patológicamente radical de los valores coloniales del machismo y el patriarcado, por eso viola y mata a la mujer más liberada que se le presenta frente a sus ojos. Es la mujer que no podrá obtener porque se ve a sí mismo como impotente de hacerlo. Se trata de la mujer que no sólo no es pasiva y “pura”, sino que es autónoma económicamente, y, por último, bella. Habrán otros más fuertes y predispuestos a conquistarla, pero él no. Se siente poco más que un gusano frente a ella. Entonces, toma violentamente por la fuerza lo que no puede de otros modos, y como anunciando al mundo que ninguna mujer debía cometer las osadías que ella comete termina matándola.
 
Está claro que es urgente cambiar los valores que hacen a nuestro modo de comportarnos, en este caso concretamente los valores coloniales que producen y reproducen en nuestras mentes un estereotipo del ser mujer que nos lleva a adoptar actitudes machistas y patriarcales y que derivan en violencia contra la mujer.
 
Si comparamos el pasado de la época de la colonia española con nuestros días, veremos que algunos hechos siguen sucediendo, sólo han cambiado de forma. El legado de Santo Tomás de Aquino y San Bernardino de Siena con respecto al trato que se les debe dar a las mujeres continúa vigente. Para el primero de estos renombrados teólogos de la iglesia católica la mujer es “inferior al hombre en dignidad” e “imperfecta en inocencia”, y el segundo justifica la violencia hacia las mujeres indicando que se las debe golpear “excepto cuando están embarazadas”[1]. Este tipo de percepciones parecen no haberse esfumado con el tiempo y se manifiestan constantemente hoy en día en nuestros actos más que en nuestras palabras. Por su parte, los feminicidios parecen haber desplazado a los suplicios vergonzosos que en el pasado, producto de la perversión colectiva, sufrieron mujeres osadas y liberadas como Bartolina Sisa o Micaela Bastidas, quienes fueron obligadas a exponer sus cuerpos desnudos públicamente al mismo momento que eran flageladas hasta morir.
 
No se puede parar la violencia contra las mujeres y los feminicidios solamente castigando a los hombres. La consigna errada de grupos feministas, ONGs e instituciones ha sido siempre denunciar, no callarse frente a la violencia de los hombres. Pero, para la mujer esposa y madre ¿cómo denunciar a un miembro de su familia?, ¿cómo hacer que extraños castiguen al padre de sus hijos? Además de eso, el hombre manipula los sentimientos de la mujer con facilidad y esto la enceguece.
 
Luchar contra la violencia hacia las mujeres denunciado al agresor, es una respuesta racional en una sociedad donde se supone que el hombre es lobo del hombre (y podemos agregar de la mujer), y los débiles tienen que recurrir siempre a las leyes del Estado para no ser devorados. Pero una relación de pareja donde de algún modo hay amor de por medio, no es una asociación donde priman intereses de todo tipo y la afectividad queda reducida al mínimo. Además de eso, de nada sirve castigar al hombre si se sigue educando en la familia, la escuela, el colegio, etc., con los valores coloniales del machismo y del patriarcado. Urge entonces un verdadero proceso de descolonización de las relaciones de pareja y la familia, basado en la definición de nuevos valores y la interiorización de los mismos en las personas, que transforme nuestro comportamiento. Un proceso que sea dirigido desde el Estado, en el cual se invierta ingentes recursos económicos y se extienda por todos los espacios por medio de los cuales se educa.
 
Es necesario iniciar este proceso, no sólo para evitar más muertes y maltratos, sino para garantizar una vida digna, sin traumas ni complejos a nuestras futuras generaciones.
 
Santa Cruz, 6 de enero de 2015


[1] Suárez Franceschi, Arsenio. “La mujer indígena en la época de la conquista”. Ponencia presentada en el VII Congreso Dominicano de Historia, 1995. Versión digital. Pág. 17.
 
https://www.alainet.org/es/articulo/166661?language=es
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