Historias paralelas Wallmapu y Kurdistan

15/12/2014
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Introducción
 
Hoy, miércoles 10.12.2014, en San Martín de los Andes, se produjo un acontecimiento histórico. En estos momentos, en la plaza central del pueblo, flamea junto a la bandera Argentina, el wenufoye, emblema del pueblo-nación Mapuche. Desde lejos esto puede parecer un detalle pintoresco sin importancia, un adorno turístico, pero en realidad encierra un gran significado.
 
La Patagonia real no es una facultad de antropología. Acá los mapuches no son el amigo indio que todo progresista quiere tener sino un sujeto social discriminado, marginado y perseguido.  Acá reivindicar a los mapuches no es políticamente correcto. Esa reivindicación no es gratuita, tiene derivaciones bien concretas en la estructura de poder de la región, en la disputa por el territorio y los recursos naturales, en la lucha por la justicia y el cambio social. En la Patagonia, la fuerza social que puede cambiar una historia escrita por el poder oligárquico y el saqueo de las multinacionales es la alianza entre el pueblo mapuche y las organizaciones del pueblo pobre y trabajador. Hoy, esa alianza imprescindible metió un gol inolvidable.
 
Acá, donde un puñado de hoteleros, comerciantes y ruralistas monopolizan hasta la nieve, los lagos, los ríos, las montañas, la fauna silvestre, la leña… excluyendo a mapuches y criollos por igual del goce equitativo de los deportes invernales, la náutica, la pesca o una simple caminata, negando a los trabajadores un salario digno y registrado, acaparando las tierras y apropiándose de la identidad local; Acá donde las multinacionales saquen sin piedad por la madre tierra nuestros bienes comunes, nuestras minas, nuestro petróleo, nuestra biodiversidad; Acá, donde campea la discriminación racial más impúdica, la desigualdad más evidente y el clientelismo más descarado; Acá, en la más vanidosa localidad del Neuquén, el izamiento del wenufoye no es sólo una reivindicación cultural del Pueblo Mapuche sino una victoria popular contundente.
 
Este proceso que hoy alcanza un hito importante poco tiene que ver con modas posmodernas e imposturas culturales; su mérito no radica en la aceptación liviana de la superioridad de determinada cosmovisión originaria por sobre el pensamiento occidental, no es un simple ejercicio de la tolerancia de los que no defiende con el cuero lo que dice con el pico;  es la más genuina expresión local  de la lucha de los de abajo contra el capitalismo depredador y excluyente. Desde luego, esta lucha no está exenta de riesgos, sectarismos y desviaciones funcionales al poder, pero no hay mayor riesgo que no acompañarla. Por eso, saludo y acompaño el izamiento del wenufoye.
 
El contrabando ideológico
 
En nuestros días, globalizantes, excluyentes y virtualizantes, hay ciertas palabras que marcaron las luchas populares del siglo pasado cuyo significado debemos repactar, redefinir, actualizar. Patria, pueblo, estado, nación, cultura, ciudadanía, clase…  términos que tomados a la ligera, irreflexivamente, pueden llevarnos a errores teóricos con nefastas consecuencias en la práctica política y social. La aplicación acrítica de esas y otras nociones pueden trasmutar - manteniendo las formas- una línea popular y emancipatoria en su contrario. La lucha ideológica es compleja.
 
La mecánica de manipulación psicoemotiva e intelectual del Imperio tiene una flexibilidad tal que asimila fácilmente la amplia diversidad de opciones discursivas supuestamente refractarias. La matriz(x) de dominación político-cultural, en efecto, se alimenta del eclecticismo ideológico multiplicando caleidoscópicamente falsas representaciones de la realidad que, mal que nos pese, sigue siendo una. El Imperio promueve su propia disidencia, una disidencia controlada y controlable, infértil y fragmentaria, “grupos de control experimental” para el perfeccionamiento de su maquinaria. Nos manipula al servicio de su geopolítica colonizadora, su psicopolítica animalizante y su economía de exclusión.
 
La decadente democracia burguesa, el régimen político que garantiza a escala nacional una tiranía plutocrática ya global, hace agua por todos lados: está en crisis. Existe un malestar social generalizado, en todo el mundo, sobre todo entre los pobres y excluidos, pero también en la juventud de las clases medias sin futuro ni horizontes.  Esta farsa de democracia ya no contiene. Este sistema ya no se aguanta, apesta hipocresía e injusticia, y las fuerzas populares tenemos que superarlo. El riesgo de no construir una democracia social, participativa y protagónica que sea genuina expresión política de los pueblos no es sólo que la injusticia actual se entronice sino que incluso se profundice a través de formas más represivas, reaccionarias y desiguales.
 
En ese marco, la actualización teórica y doctrinaria del pensamiento popular, necesariamente revolucionario, es una tarea ineludible para la militancia. La reflexión rigurosa, creativa, basada en una observación atenta del proceso geopolítico y socioeconómico, siempre desde la realidad más cercana, las necesidades y aspiraciones de los Pueblos, pero intentando aprehender la totalidad, se torna esencial, obligatoria. Para recorrer el camino del cambio, necesitamos eso que Perón denominaba un “bastón para la acción”: una genuina teoría revolucionaria que ilumine la lucha por alternativas humanas al capitalismo destructor. En ese marco, la cuestión del estado, las nacionalidades y los pueblos originarios es un tema de cardinal importancia.
 
La crisis del estado-nación hoy estalla con furia en Medio Oriente catalizada por la ofensiva imperialista sobre esa región pero también se despliega en todo el mundo. Los conflictos religiosos, étnicos y migratorios que detonan cotidianamente o que germinan silenciosamente son expresiones del mismo proceso. Como toda crisis, representa una oportunidad y un riesgo. La oportunidad de transformar un sistema injusto por otro más humano; el riesgo de profundizar la barbarie. De nosotros depende.
 
Los nuevos micro-nacionalismos independentistas son, en general, armas en manos del enemigo, de los que apuestan a formas potenciadas y reforzadas de dominación global. Con la mística de las luchas antiimperialistas de liberación nacional (¡que siempre se dieron contra estados colonialistas, no contra estados colonizados!) hoy se insuflan conflictos étnico-religiosos en los países periféricos. El arsenal de lo que algunos llaman guerra de “cuarta generación” cuenta con esta poderosa tecnología sociocultural que se despliega, fundamentalmente, sobre la cuestión no resulta de los pueblos o naciones sin estado (“pueblos originarias”).
 
La promoción de estos conflictos forma parte de la ofensiva globalista contra los estados-nación que son para el Capital un residuo del mundo bipolar, un verdadero estorbo para la dominación imperial. Una ofensiva que abarca los frentes psicológico, cultural, económico y militar, se ejecuta en cuotas pero sistemáticamente. Cuanta con un amplio arsenal de nuevas tecnologías como el narcoterrorismo urbano, el neomaltusianismo ambiental, el fanatismo religioso y los micronacionalismos independentistas. Sus objetivos son el saqueo de los recursos naturales, la subordinación de los pueblos, la anulación de cualquier regulación económica, el control del territorio, es decir, la reproducción ampliada del sistema capitalista globalizante, excluyente, denigratorio, desigual y visceralmente injusto.
 
En ese contexto, la opresión que sufren diversos pueblos sin Estado, naciones sin territorio, culturas sin reconocimiento, religiones demonizadas; las heridas no cicatrizadas del proceso de homogenización violenta de la diversidad social propio de la constitución del Estado moderno; la rabia contenida de los invisibilizados; toda esa indignación ahogada en el pasado que las nuevas generaciones recuperan en el presente, ese grito de justicia, quiere ser canalizado por el Imperio para allanar su camino a la dominación mundial. Quien crea que se trata de una teoría conspirativa, no tiene más que seguir con atención los acontecimientos de Medio Oriente, la Amazonía o Ucrania.
 
Sobre Kurdistán
 
La situación actual de Medio Oriente es el más claro ejemplo de la promoción de fanatismos nacionalistas, en general con tintes religiosos, para propiciar la balcanización de los estados-nación existentes, es decir, su división en múltiples estados-nación más pequeños y débiles. El yihaidismo suní se utiliza como ideología nacional insurgente que permite la cohesión de un heterogéneo grupo, compuesto principalmente por combatientes jóvenes de origen europeo y mercenarios, que llamativamente se autodenomina “Estado Islámico”, una idea sincrética totalmente ajena a la tradición histórica musulmana.
 
El Imperio incita y explota las tensiones (1) entre cristianos, yezidies y musulmanes y (2) entre las fracciones suníes y chiíes dentro de la religión islámica (3) entre los pueblos-etnias turco, árabe, persa y kurdo (4) entre los estados-nación del Medio Oriente. Su objetivo es erosionar mediante ataques internos y externos la integridad territorial de, entre otros, los estados de Irak, Irán y Siria. Existen sólidas pruebas que demuestran que el EI fue creado, financiado y adiestrado por los EEUU y Turquía (primera y segunda potencia militar de la OTAN respectivamente), para que triunfe donde fracasó el denominado Ejército Libre Sirio: la desestabilización del régimen baazista sirio, el avance sobre Irán y la destrucción del movimiento nacional-popular kurdo.
 
La cuestión kurda, la menos conocida tal vez, es clave para entender lo que sucede en esas tierras lejanas y anticipar lo que puede suceder en nuestras latitudes. Los kurdos son la nación sin Estado más numerosa del mundo, con alrededor de 40 millones de miembros. Con sus propias tensiones sociales y una fracción tribal aliada de EEUU que gobierna la “región autónoma kurda” del Irak invadido, el pueblo kurdo cuenta también con un formidable movimiento popular compuesto de partidos, organizaciones sociales y milicias que confluyen en la Confederación Democrática de Kurdistán (KCK).
 
Las organizaciones del KCK tienen control territorial sobre una extensa zona de Turquía (gobierna más de 100 municipios a través de elecciones democráticas), Siria, Irak e Irán. En el norte de Siria, el KCK ha creado tres cantones autónomos socialistas (Kobani-Cizre-Efrin) que, en estos momentos, resisten heroicamente las bandas mercenarias del Estado Islámico que avanzan sobre sus posiciones con apoyo encubierto de la OTAN y armamento de última generación.
 
Sin lugar a duda, los kurdos están en condiciones de desarrollar una lucha por la “independencia nacional”. En efecto, los kurdos pro-imperialistas en alianza con el presidente turco Erdogán promueven esta “salida”. El KCK, sin embargo, pese a haber derramado la sangre de miles de sus combatientes por la independencia kurda, en la actualidad ¡rechaza la constitución de un Estado-Nación independiente! ¡Defienden la integridad territorial de los mismos Estados que los reprimen, persiguen y asesina! ¿Cómo se entiende esta aparente contradicción?
 
Durante décadas de experiencia de lucha en la montaña, con su líder principal preso en una celda de aislamiento en una remota isla turca, decenas de miles de presos políticos en cárceles comunes y un popularidad superior al 80% entre la población kurda de la región, el KCK abandonó su orientación marxista ortodoxa y adoptó una ideología “confederalista democrática” que amalgama el planteo económico socialista con elementos ecologistas, municipalista y de género, sumado a un respeto absoluto la libertad de culto.
 
Con ese bagaje teórico, (ni copia ni calco), el KCK trazó su hoja de ruta hacia la paz en medio oriente y concluyó que bregar por un Estado independiente era totalmente funcional al proyecto imperialista y, peor aún, claramente disfuncional al proceso de emancipación social, económica y cultural del pueblo kurdo. Hoy el KCK plantea como solución alternativa a la cuestión nacional kurda la transformación paulatina y progresiva de los estados-nación en los que habita (Irán, Irak, Siria, Turquía) en Estados plurinacionales, donde los municipios de mayoría kurda tengan un mayor nivel de autonomía para practicar el ideario confederalista democrático, un pensamiento construido por y para su pueblo, adaptado a la coyuntura geopolítica y al “estado del arte” de lo posible.
 
Sobre Wallmapu
 
Así como los kurdos denominan Kurdistán la región donde habitan históricamente y que abarca los territorios de cuatro estados (Irak, Irán, Siria y Turquía), los mapuches habitan una región por ellos conocida como Wallmapu que abarca el territorio de dos Estados (Chile y Argentina). No se trata de un pueblo tan numeroso como el kurdo ni habita en una región signada por la violencia fratricida a gran escala pero, tampoco en este caso, la cuestión nacional está resuelta correctamente.
 
La historia del Pueblo Mapuche, particularmente la antigüedad de su presencia en la Patagonia argentina, es materia de acalorada discusión antropológica. Existen diversas posiciones, sintéticamente, una que plantea que los mapuches penetraron la Patagonia argentina desde Chile desplazando a los Tehuelches (Rodolfo Casamiquela), otra que sostiene la preexistencia ancestral de los mapuches en territorio argentino desde antes de la colonización. Una amplia gama de teorías intermedias completan el panorama. Posiblemente entre estas últimas, particularmente las que atienden al carácter dinámico y entrelazado de las culturas, esté la más cercana a la realidad.
 
No soy antropólogo ni historiador, desconozco la solidez de cada teoría. La realidad actual, sin embargo, es fácil de comprender. La población que se reconoce mapuche y habita suelo argentino existe, asciende a 100.000 personas según el INDEC, (al doble o el triple según otros estudios). Son familias discriminadas, marginadas y mayoritariamente pobres. En Chile, donde no son menos de 1,5 millones, el hecho de que nadie discuta su preexistencia en el territorio no impide que el Estado chileno ejerza un nivel de persecución sistemático e incompatible con los DDHH. Esta fotografía de la actualidad mapuche sería suficiente para, desde una perspectiva humanista, plantar bandera junto a ellos por la defensa de su identidad y sus derechos. La dignidad humana no necesita ninguna legitimación historiográfica “objetiva”.
 
En efecto, ya es casi un consenso en las ciencias sociales que los estudios antropológicos no son objetivos. Esa disciplina particularmente “maldita”, creada por los ingleses como apoyatura de sus ambiciones coloniales, tiene poco de ciencia y mucho de política. Así, con prescindencia de la “verdad histórica”, los planteos antropológicos o etnográficos se utilizan muy a menudo para legitimar proyectos políticos. No es inusual, tampoco, que posiciones antropológicas contrarias sean igualmente funcionales a determinados intereses. En la cuestión mapuche como en la kurda, esto es del todo evidente. Los extremismos científicamente fundados son doblemente peligrosos para los pueblos y sus reivindicaciones.
 
Los ejemplos abundan. La posición de Casamiquela es utilizada incesantemente para deslegitimar la lucha social-territorial mapuche in memoriam del verdadero indio argentino: los Tehuelches. Está claro que poco provecho sacaron estos hermanos con el desplazamiento de los mapuches que sólo permitió el acaparamiento impune de tierras por parte de millonarios nacionales y extranjeros. Igualmente graves son las persistentes derivaciones racistas de esta posición. Como sabemos, el racismo y segregacionismo son sui generis un factor disolvente de la integridad de los territorios donde coexisten pueblos de culturas diferentes. Entre el segregacionismo del sector dominante y el separatismo del sector subalterno hay una relación lógica inocultable.
 
La posición antropológica contraria, más allá de su veracidad, está siendo utilizada para fomentar un planteo independentista radical absolutamente funcional a los intereses del Imperio en América Latina. Con premisas distintas, los que defienden un nacionalismo independentista mapuche (totalmente contrario a la cosmovisión de este noble pueblo y a las aspiraciones de la inmensa mayoría de las personas de este origen) llegan a las mismas conclusiones que los campeones de la argentinidad: mapuches y criollos no son compatriotas. Así, segregación y separatismo se convierten en los dos polos dialécticos de un espiral de antagonismo disolvente que amenaza la integridad territorial de los estados-nación involucrados.
 
Existen –en efecto- organizaciones internacionales que alimentan la idea de un Estado mapuche independiente, pretenden crear condiciones de inestabilidad que les permiten operar con mayor facilidad en una zona de importancia vital para sus intereses por la inmensa riqueza del subsuelo. Un ejemplo obvio es la “Mapuche International Link” con sede en… Bristol, Reino Unido. Existe una ridícula cantidad de ONGs norteamericanas y europeas preocupadísimas por la autonomía mapuche. En algunos casos, afortunadamente pocos, instigan con éxito la violencia armada. Desde el campo popular no debemos dejar de señalar y repudiar, por ejemplo, el encuentro entre líderes mapuches y el Secretario de Asuntos Políticos de la Embajada de los Estados Unidos en Chile, Arnaldo Arbesú, que ya anduvo por Ecuador haciendo tareas de inteligencia contra el gobierno de la Revolución Ciudadana.
 
Afortunadamente, al igual que en el caso de Kurdistán existe en nuestro país un núcleo de militantes (originarios y criollos) antiimperialistas y comprometidos con la lucha de los pueblos originarios, que ejerce el pensamiento propio y la acción política independiente de los esquemas de poder dominantes. Es paradójico que fue un obispo católico, Don Jaime de Nevares, uno de los más fervientes defensores de los mapuches, un reconocido promotor de la organización de las comunidades originarias y de la formación política de sus dirigentes. Debemos combatir a quienes quieren instrumentalizar su obra y la digna lucha mapuche para servir a los intereses del Imperio.
 
Así, desde una perspectiva popular de la cuestión mapuche, se elaboró el concepto de interculturalidad. Se trata de construir entre las culturas que coexisten en la Patagonia una suerte de protocolo de convivencia que reconozca mayores niveles de autonomía a las comunidades originarias sin por ello dejar de establecer reglas claras en torno a la utilización del territorio que sigue bajo la jurisdicción del Estado Argentino. Se trata de reconocer la identidad cultural de nuestros hermanos sin facilitar la penetración de intereses privados –nacionales o extranjeros- que aprovechen estos mayores niveles de autonomía para fines espurios como ocurrió, por ejemplo, en las reservas indígenas norteamericanos que terminaron siendo paraíso del juego, la explotación sexual y el narcotráfico.
 
No se puede dejar de mencionar la existencia de otra forma de utilización de la cuestión mapuche, un tanto más prosaica, bien argentina y de corto vuelo, pero muy generalizada y no menos repugnante: el clientelismo político descarado y la malversación constante de fondos de asistencia para las comunidades. Del primer punto se sabe bastante: la retención de documentos, las camionetas que vienen y van, la utilización de la miseria. Del segundo punto se conoce menos pero, puedo asegurarles, que de realizarse una auditoría sobre el monto total de los fondos destinados a las comunidades sería absolutamente inexplicable la pobreza lacerante de la mayoría de los peñi. Sucede, sin embargo, que la plata se van en gastos técnicos, de consultoría y administrativos. Es un tema extenso que espero podamos desarrollar. Me limito a decir que en Neuquén, por ejemplo, opera una fundación llamada “Cruzada Patagónica” que hasta hace poco tenía en su sede el retrato de Videla y malversa fondos multimillonarios so pretexto de promover la cultura mapuche.
 
Paralelismos y señales de alerta
 
Hace unos meses me tocó organizar una charla-debate entre representantes del pueblo mapuche y del pueblo kurdo en San Martín de los Andes.  Moderada por el director de la radio FM Pocahullo y gran promotor de la causa mapuche, el compañero Roberto Arias, la charla contó con la presencia del longko de la mayor comunidad mapuche del Neuquen, el currhuinca Ariel Epulef, del activista kurdo de ciudadanía turca Memet Dogán y de diversos militantes populares argentinos.
 
Su presentación sobre la situación de Kurdistán, donde no faltaron fotos que grafican los niveles de crueldad y deshumanización alcanzados en la guerra que se ha desatado en medio oriente, nos dejó helados. Memet explicó con un fuerte fundamento documental, testimonial y audiovisual cómo la situación actual es el despliegue de un plan diseñado y ejecutado por el Estado norteamericano y sus aliados con el claro propósito de apropiarse de los recursos naturales de la región, fragmentando y desestabilizando a los estados-nación en aras de garantizarse el suministro permanente y exclusivo de los mismos.
 
La importancia estratégica del Neuquén, si se piensa en el mediano plazo, no es menor a la del Medio Oriente. Reservas petrolíferas, gasíferas y minerales enormes, un territorio inmenso presumiblemente cultivable con nuevas tecnologías, acceso a los dos océanos. Conociendo algo el territorio, puedo afirmar con preocupación que no sería difícil, con recursos suficientes, explotar las múltiples injusticias que existen en la zona para insuflar un fanatismo nacionalista vindicativo con aspiraciones independentistas. Los pseudonacionalistas argentinos deberían comprender que la única manera de defender nuestra integridad territorial es a través de la interculturalidad.
 
Ese día, me llamó la atención la reflexión del longko Ariel. Si no recuerdo mal sus palabras fueron “como van proyectando nuestro futuro y nosotros ni siquiera nos damos cuenta”. En ese momento, sentí que defender la Patria Grande es trabajar por el reconocimiento al de todos los pueblos que la integran, por pequeños que sean, porque es justo en sí y porque es la única forma de neutralizar los proyectos que pretenden sembrar la violencia en nuestro suelo.
 
Ese reconocimiento, esa unión respetuosa entre las múltiples culturas, requiere, sí, revisar nuestras ideas sobre el estado-nación para que su crisis, absolutamente evidente, no se resuelva para el lado de los que quieren derribar los muros no para tender puentes sino para saquear, violar y matar a los pueblos.
 
La crisis del estado-nación y la respuesta nacional-popular
 
Los estados-nación no existieron siempre. Su constitución y difusión como forma política hegemónica para la organización de un determinado territorio se remonta al siglo XVII y podríamos decir que nace con el Tratado de Westfalia. A partir de entonces, un Estado se define por constituir una unidad territorial claramente delimitada donde ejerce jurisdicción soberana, uniforme y exclusiva en forma más o menos centralizada. Desde luego, la efectiva soberanía política e independencia económica fue generalmente un privilegio exclusivo de los países ricos. Para nosotros, la soberanía es una lucha cotidiana, con sus victorias y derrotas.
 
La creación del estado-nación no es, tampoco, la cristalización de los sentimientos que espontáneamente brotaron mágicamente en todo el mundo. Es, claramente, una de las condiciones políticas para el florecimiento del capitalismo temprano, aunque tampoco sea únicamente eso. Superadora de la fragmentariedad arbitraria del mundo feudal que consagraba el inmovilismo oscurantista y el trabajo agrario servil como relación económica paradigmática, el estado-nación implicó necesariamente dos niveles de dominación. En primer lugar, una nueva dominación de clase: el Estado tiene que garantizar los intereses de la burguesía y la reproducción del sistema capitalista. En segundo lugar, la subordinación nacional, es decir, el Estado debe garantizar cierta uniformidad cultural y la hegemonía de una nacionalidad sobre sus vecinas coexistentes.
 
En Hispanoamérica, la colonización implicó, innegablemente, una subordinación cultural violenta de los pueblos originarios a la nacionalidad hispana. Mucho más que en Europa, incluso que en Estados Unidos, existían en nuestras tierras las condiciones culturales adecuadas para el florecimiento de un enorme y poderoso estado-nación sudamericano, una nueva potencia bioceánica que podría haber cambiado radicalmente la geopolítica mundial. Así lo señala, entre muchos otros, el escritor Abelardo Ramos en su Historia de la Nación Latinoamericana que detalla los rasgos culturales típicamente criollos que nos identificarían como nación. Es cierto: en nuestramérica hablamos el mismo idioma, practicamos mayoritariamente la religión católica, tenemos un tronco histórico común, se repite nuestro panteón de héroes, etc. Las condiciones subjetivas también existían pues nuestros libertadores San Martín y Bolívar compartían este ideario unionista y bregaron por la constitución de un solo Estado continental latinoamericano.
 
Sin embargo, nada de eso sucedió. Nos dividieron, nos mantienen divididos y quieren seguir dividiéndonos. La historia latinoamericana demuestra la enorme complejidad política, diplomática e ideológica del proceso de independencia y constitución de los actuales estados-nación. La lucha revolucionaria anticolonial estuvo signada por alianzas cambiantes y diplomacias maquiavélicas que incluyeron -en muchos casos- eventuales coincidencias entre los intereses patrióticos y los de alguna de las potencias imperialistas que operaban en este pedazo de mundo –por entonces eran varias. Tras la expulsión del tirano español, los latinoamericanos pagamos caro la penetración inglesa dentro de las filas de la joven argentina, su creciente influencia cultural y económica. La Patria Grande quedó fragmentada. Triunfó la política aislacionista primero de Inglaterra y luego de EEUU.
 
La cuestión de los pueblos originarios no fue menor en este proceso y su proyección actual de primera importancia. Su marginación violenta y genocida de la construcción de la américa independiente –contraria a los deseos de los grandes patriotas- es otro pecado original que nuestros pueblos pueden pagar caro si no saben purgar correctamente. Los estados-nación latinoamericanos, pedazos de la Patria Grande, albergan en su seno tensiones que pueden ser agudizadas con miras a una fragmentación aún mayor.
 
El proceso de construcción de la Patria Grande, este suerte de continentalismo que se nos presenta como una tarea ineludible para conquistar la verdadera independencia (y no perder la poca que tenemos), tiene entonces dos dimensiones: una interna y otra externa. La primera consiste en el reconocimiento del carácter plurinacional de nuestros estados. La segunda es la construcción de una federación plurinacional de estados fuertemente integrados. La lucha contra la dependencia, la lucha contra el coloniaje, la lucha por la liberación ya no es más nacional, es continental y plurinacional.  
 
El estado-nación no ha resuelto en sus 300 años de historia la crucial cuestión de las nacionalidades y pueblos sin Estado, cuestión que está siendo utilizada para ponerlos de rodillas frente al capitalismo neoliberal que quiere barrer con todas las ataduras, regulaciones y barreras comerciales. Esta peculiar crisis del estado-nación que ya no es útil ni para el Capital ni para los Pueblos puede resolverse para un lado o para el otro: de nosotros depende.
 
El ejemplo boliviano marca un camino de cambio, encuentro y justicia. Desde ya, el peso cualitativo y cuantitativo de los pueblos originarios en el proceso revolucionario boliviano fue determinante, pero si ellos lograron integrar simétricamente decenas de pueblos-naciones con identidades totalmente distintas en un Estado que –como un poliedro, para robar la expresión de Francisco- las reconoce a todas sin quitarles su individualidad, ¿Por qué no podrán lograrlo las nacionalidades, pueblos y religiones que conviven en el Kurdistán? ¿Por qué no podemos lograrlo en toda nuestramérica que quiere ser una y diversa, justa, libre y soberana?
 
Parafraseando a Evita: la Patria será Grande y plurinacional, o la bandera del Imperio flameará sobre sus ruinas.
10 de diciembre de 2014
 
 
- Juan Grabois; Municipio Intercultural de San Martín de los Andes Neuquén, Argentina.
https://www.alainet.org/es/articulo/166145
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