Por qué puede fracasar el plan antiarmas de Obama
19/01/2013
- Opinión
El presidente de la principal potencia armamentística del mundo dio una fuerte señal a su ciudadanía y al mundo al anunciar el primer plan nacional antiarmas en la historia de ese país.
Fue un mensaje potente y movilizador, pero a la vez la confesión de una debilidad mayúscula: Estados Unidos es una nación subdesarrollada en materia de prevención de la violencia armada.
Con la política estrechamente ligada a las factorías de armas y municiones, las políticas de un Estado manejado por esos políticos no podía ser otra cosa más que lo que han tenido: muertes hacia adentro y hacia afuera del país como producto de una monstruosa proliferación y disponibilidad de armas de fuego.
Antes que los 23 decretos firmados por Barack Obama para iniciar una lucha por la reversión de esta situación (que será extensa y llena de obstáculos, sin dudas) hubo una frase de su mensaje al país al que hay que prestarle atención. Fue cuando convocó a la sociedad norteamericana a salir a la calle a reclamar el fin del imperio de las armas.
Lo que hizo Obama con ese acto es pedir ayuda. Suena raro: el poderoso presidente de los Estados Unidos recurriendo a la movilización social para que su política de control de armas tenga éxito.
Y no solo parece raro, sino que lo es. El mandatario que puede hacer lo que se antoje en cualquier punto de la geografía, no tiene la certeza de poder evitar, con un conjunto de medidas, la continuidad de las matanzas dentro del territorio de su país.
Durante los últimos 15 años muchas organizaciones sociales vienen trabajando en torno a recomendaciones para avanzar en medidas de control y desarme. Lo han hecho enfrentando, necesariamente, a un núcleos de poder que parece infranqueable: la Asociación Nacional de Rifle (NRA), la misma que, minutos antes de que Obama hablara al país sobre su plan se atrevió a insultarlo, como si hablaran de igual a igual.
Es que esa entidad es poderosa económica, social y políticamente. Puede decirse que en su existencia se resume el fracaso de los Estados Unidos en lograr la convivencia entre sus habitantes. Un fracaso que un solo presidente, acompañado por miles de víctimas y junto a un puñado de ONG y Universidades (como la Johns Hopkins, que dos días antes realizó una cumbre de expertos en Maryland y emitió un núcleo de recomendaciones) no podrá remontar con facilidad en un Congreso que miró de reojo la propuesta de la Casa Blanca.
Obama “descafeinó” bastante sus propuestas antes de hacerlas públicas y firmar sus decretos. Lo hizo, muy posiblemente, para lograr abrir una puerta en el Congreso.
Por ello, en el conjunto de medidas, pueden diferenciarse aquellas que son de sentido común, de responsabilidad propia inacabada y de puesta en común con muchas otras naciones que, aunque subdesarrolladas en materia económica, la violencia interna les ha enseñado a afrontar los efectos sociales, económicos, culturales y políticos de la permisividad del uso de las armas.
Habrá que seguir muy de cerca el camino que recorrerá la iniciativa. A ninguna fábrica de armamentos le interesará disminuir su producción ni sus dividendos. A ningún legislador estadounidense, perder el apoyo económico que lo llevó a su banca o renunciar a su reelección.
Lo inaugurado por Obama con su gesto débil, pero fundacional, es una nueva etapa. Y tiene razón el mandatario en respaldarse en la movilización social: de otra manera, de quedar todo como está ahora y hasta si no consigue respuesta en una sociedad que responde a los estímulos de una epidemia de violencia armada altamente contagiosa, la suerte estará echada y no sólo para Estados Unidos, sino para el resto de los países que se mueven movidos por los impulsos del país del norte.
Gabriel Conte
Fundador de CLAVE, la Coalición Latinoamericana para la Prevención de la Violencia Armada. Experto en control de armas
https://www.alainet.org/es/articulo/164037
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