Son personas. Personas sin hogar
11/01/2013
- Opinión
Siempre me han interesado estas personas abandonadas de la suerte en este sistema capitalista salvaje que deja a muchos en la cuneta. En “Vidas al descubierto. Historias de vida de los “sin techo”, las sociólogas Elisabet Tejero y Laura Torrabella han reflexionado sobre este gran problema de nuestros días, sobre todo en las grandes ciudades de países considerados ricos y desarrollados.
Para referirse a estas personas sin techo, no hace mucho se les llamaba delincuentes, tal como reflejaba la Ley de Vagos y Maleantes, promulgada en el año 1933 y revisada en 1954, donde quedaba clara la connotación delictiva de la mirada oficial sobre la población sin techo. En los años setenta y ochenta del siglo pasado, ante el debate sobre la pobreza estructural de las sociedades capitalistas, apareció el concepto de indigente, entendido como persona que no tiene suficientes medios para subsistir. También se ha utilizado el término transeúnte, lo que significa la necesidad del individuo de desplazarse para buscarse la vida. Con la llegada de la democracia a España se ha producido un cambio de concepción. Se ha dejado de considerar a estas personas sin techo como un estado, como una condición atribuible a un individuo, para mirar la misma realidad como una situación dinámica y condicionada por el contexto socio-económico, político y cultural.
Esta nueva mirada supone reconocer la posibilidad de que cualquier persona, en una determinada época de su vida, puede llegar a encontrarse en una situación sin techo.
Como ha señalado U. Beck, las teorías de la sociedad del riesgo nos advierten sobre la universalización y democratización de los riesgos, no sólo de perder posiciones de bienestar, sino, de verse inmerso en una situación de pobreza y exclusión. Por eso los expertos han decidido usar unos términos que desculpabilizan al sujeto de su situación y los más utilizados para definir a estas personas excluidas son el de los “sin techo” y el de los “sin hogar”, que no significan lo mismo. El calificativo sin techo nos remite a la situación física de no tener vivienda ni acceso a ella, por lo que esa persona está imposibilitada de construirse como un ser humano completo. En cambio, sin hogar, nos remite a un imaginario menos físico y más simbólico, donde la existencia de techo supondría la presencia de vínculos emocionales basados en la relación con otro. Tradicionalmente, los vínculos emocionales basados en la relación con el otro se han vinculado directamente a la existencia de relaciones de familiares y parentesco, luego el sin hogar carece de de estas relaciones.
Causas y detonantes de esta situación: situaciones de riesgo o vulnerabilidad económica, institucional, sanitarias, psicológicas, familiares, etc. Entre ellas: paro, pérdida económica (desahucio), enfermedad, lesión o accidente, enfermedad mental, alcoholismo y drogas, ludopatía, prostitución, abuso y maltrato sexual, problemas familiares, separación del medio social habitual, delincuencia y problemas judiciales, o internamiento institucional. No es un único factor sino la convergencia de algunos de ellos.
El paro y la flexibilidad de las condiciones de trabajo influyen mucho en la desestructuración de los proyectos vitales y para que determinadas personas se conviertan en sin techo. Las mujeres sufren más el paro, así como la precariedad laboral, pero las secuelas de la pérdida del trabajo son más devastadoras en los hombres.
A este descenso de ingresos por el paro, cabe añadir el encarecimiento de la vivienda. Otra dimensión es que donde el ser humano se socializa en primer lugar es en la familia, lo que resulta fundamental para su desarrollo afectivo y emocional. También la familia ha sido tradicionalmente el cobijo y el refugio ante las situaciones de exclusión social, mas hoy como consecuencia de determinados cambios culturales, sociales, económicos, familias más reducidas, la incorporación de la mujer al mundo laboral, aumento de esperanza de vida, incremento de separaciones y divorcios, la monoparentalidad, significa que este papel de la institución familiar se va desdibujando. Aunque en la actualidad es la institución familiar, la que sirve de escudo ante la crisis para muchas personas.
También habría una psicopatología específica en este grupo, lo que llaman desocialización y que lleva al propio sujeto a autoexcluirse. Este elemento explicaría las resistencias a la posibilidad de mejorar de estado.
Esta dimensión psicoemocional nos ayudaría a entender mejor quién puede convertirse en una persona sin techo.
Como conclusión, todos deberíamos tener muy claro que en esta sociedad del riesgo, nadie puede tener la seguridad absoluta de no tener que estar pidiendo un día en una calle, de acudir a un comedor social o de dormir entre cartones en un cajero automático.
Cándido Marquesán Millán
Periodista
Twitter: @CCS_Solidarios
https://www.alainet.org/es/articulo/163833
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