Solidaridad generosa
28/12/2012
- Opinión
Un edificio inmenso, si está bien estructurado, no pesa, se hace acogedor. Una sinfonía, si está bien configurada, tiene un dinamismo interno que la hace mantenerse viva y capaz de suscitar entusiasmo, no tedio. Una multitud de personas debidamente vertebradas resulta inexpugnable, debido a la energía y a la firmeza que posee.
Este tipo de estructura sólida, dinámica y leve se consigue en la vida social mediante la vinculación solidaria de cada persona con las demás y con el conjunto. La realizan los hombres porque saben que no son meros individuos sino personas abiertas al entorno por necesidad constitutiva, ya que son seres de encuentro.La persona se desarrolla creando vínculos con otras realidades y fundando modos de vida comunitaria.
Esta vinculación se consigue cuando diferentes personas se unen a unos mismos valores. Nada hay que nos una tanto como el comprometernos cada uno con algo valioso. Unos músicos cantando a coro muestran la unidad con que actúan en cuanto al ritmo, el tono, la intensidad y uno se queda atónito ante la armonía que surge de las diversas voces. El director no los arrastra; les sugiere el camino a seguir que es la interpretación fiel de la obra. Ésta encierra un gran valor, que es lo que aúna a cada intérprete. Todos son solidarios porque responden a la llamada de un valor.
La solidaridad va unida con la responsabilidad, y ésta pende de la sensibilidad para los valores.La palabra solidaridad procede del latín solidus, moneda de oro sólida, consolidada. De ahí se derivaron soldada, soldado, soldar, consolidar, solidez y solidaridad.
Éstase refiere a una realidad sólida, potente, valiosa, lograda mediante el ensamblaje (soldadura) de seres diversos. Tal ensamblaje constituye una estructura y ésta es fuente de solidez, dinamismo y levedad.
Para ser solidaria, cada persona debe hacerse cargo de la riqueza que encierran los valores, de las posibilidades que le abren para su vida, y asumirlos. Los valores no se imponen: atraen, y piden ser realizados. Nosotros debemos oír la llamada de lo valioso y asumirlo lúcida y voluntariamente. Esa llamada es la voz de la conciencia.
La solidaridad sólo es posible entre personas que sienten la apelación de algo que vale la pena y apuestan por ello. Cuando algo valioso ha sufrido grave quebranto, la voz de la conciencia aviva nuestro sentimiento de solidaridad, de compromiso activo.
La solidaridad implica generosidad, desprendimiento, espíritu de cooperación y participación. El término generosidad procede del latín genus, que a su vez deriva del verbo gignere, engendrar. Era considerado generosus el que creaba un linaje. Degenerare significaba desdecir del linaje. Es generoso el que tiene virtud para dar y darse. Si lo hace con grandeza de miras se le considera magnánimo, de ánimo grande.
La generosidad se opone al egoísmo, como la magnanimidad es contraria a la estrechez de miras. El hombre generoso se desprende magnánimamente de lo que es suyo con afán de participar en la configuración de vínculos de convivencia. Participar y cooperar tienen carácter creativo; comprometen más a la persona que el mero ayudar.
La generosidad implica ciertas dosis de amor, pero no se identifica con éste. El que ama a alguien es obsequioso con él de forma espontánea. El amor crea entre los que se aman un campo de juego en el cual se supera la distinción de lo mío y de lo tuyo. En él no se da, se comparte. En un canto polifónico, el tenor no da nada a las otras voces ni éstas a él. Todas participan en la creación de un campo de juego, desbordante de armonía y belleza. Aportan su contribución y comparten las de los demás. Ser generoso significa darse a quienes están fuera de estos campos de juego.
La generosidad es un valor porque nos ofrece posibilidades para realizar nuestro verdadero ideal como personas. La facilidad para dar y darse es un modo de ser que nos facilita la unión con los demás.
Cuando nos unimos a otros con actitud generosa, desinteresada, en nuestro interior surge una energía insospechada y una singular alegría, sentimiento que anuncia siempre que la vida ha triunfado. No hay triunfo mayor que crear modos valiosos de unidad. Al ser solidarios, creamos un campo de juego común, un ámbito de libertad, de intercambio, comprensión, sentido, entusiasmo. En este espacio de vibración interpersonal, el lenguaje alcanza su máxima dignidad y eficacia. Ahí adquieren toda su fuerza estas palabras: Homo sum: humani nihil alienum puto (hombre soy; nada humano me es ajeno).
- Adolfo López Quintás es Catedrático de Filosofía, UCM
https://www.alainet.org/es/articulo/163548?language=en
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