Somos responsables
- Opinión
Despertarse a tiempo todos los días, ducharse, vestirse con ropa limpia, desayunar y conducir hasta el trabajo parecen hechos individuales que se repiten durante días, meses y años. Pero la batería del despertador, los ingredientes del shampoo y del jabón, la ropa limpia y las zapatillas, el café, el pan tostado y la mantequilla, la pasta de dientes y el coche que nos lleva hasta el trabajo nos relaciona con miles de personas. No las conocemos, pero forman parte de una cadena que garantiza nuestros hábitos de consumo.
La vida virtual que las nuevas tecnologías permiten tener a cada vez más personas depende de miles de millones de computadoras, tablets y iPhones. Pocas veces se habla de la procedencia de los materiales con los que estos aparatos se fabrican. Las baterías, como las de los coches eléctricos que intentan promover gobiernos y la industria automotriz para reducir la dependencia del petróleo, se fabrican con litio. La mayor reserva de este componente se encuentra bajo suelos afganos y se especula con que esto haya contribuido a las operaciones militares contra “terroristas”, supuestamente entrenados ahí. Se conoce también el papel que ha tenido la explotación del Coltán para la fabricación de aparatos en los conflictos armados del Congo.
El precio del café que acabamos de tomar depende de políticas comerciales que han beneficiado a unas comunidades y perjudican a otras. La producción de algunos países latinoamericanos ha sufrido con las caídas de precios en los mercados, provocada en parte por la plantación generalizada de especies de café de menor calidad. Así ocurrió en Vietnam, que lo producía desde la época colonial francesa, pero que ahora supera a Brasil, India e Indonesia, los mayores productores de café robusta. Nestlé acaba de invertir 270 millones de dólares para producir ese tipo de café en Vietnam. La caída de los precios ha provocado migraciones y la búsqueda alternativa de ingresos para muchos agricultores de distintos países.
En años recientes nos hemos convertido en petróleo que camina. Además de la gasolina que nos permite ir en coche de un lado a otro, el oro negro se utiliza para fabricar todos los materiales plásticos y gran parte de los textiles que nos cubren el cuerpo. Esto no sólo tiene implicaciones medioambientales, sino también políticas y socioeconómicas. La historia reciente de los conflictos armados no podría explicarse sin esa sed de petróleo.
Las guerras también se relacionan con objetos de lujo a los que no todas las personas tienen acceso. Hace unos años, la actriz Naomi Campbell declaraba ante un juez por la compra de unos diamantes que podían provenir de Sierra Leona, que libraba una guerra civil alimentada por el control de la materia prima.
Más de la mitad de la producción de oro de Filipinas, uno de los principales productores en el mundo, proviene de pequeñas minas donde las familias, niños incluidos, escarban, criban, machacan y transportan el material en bruto. Para la extracción manual del oro, muchas veces se utiliza mercurio en un proceso que contamina la tierra y el agua, con consecuencias para la ingesta de alimentos. El mercurio que inhalan en las minas acaba en la sangre de los trabajadores, muchas veces con consecuencias letales. El conflicto armado en Birmania se relaciona con también con la explotación de oro.
Los periodistas Jason Motlagh y Larry Price han investigado sobre estos casos para el Pulitzer Center on Crisis Reporting, dedicado al apoyo de iniciativas periodísticas independientes. La organización ha puesto en marcha el proyecto bienes globales, costes locales, que consiste en reportajes sobre el impacto que tiene nuestro modelo de consumo en distintas comunidades.
También habla del impacto que ha tenido la explotación de cacao en Costa de Marfil, el principal productor en el mundo, aunque el chocolate se fabrique casi de forma exclusiva en países ricos, sobre todo de Europa.
Tomar conciencia del impacto que tiene nuestro estilo de vida en la de millones de seres humanos y en el planeta del que formamos parte contribuye a que asumamos nuestra responsabilidad. Sólo ésta, y no la culpa, servirán para que mejore nuestra vida y la de muchas personas a las que no podemos ver.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista, coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
Twitter: @CCS_Solidarios
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