Culminó la segunda ronda de conversaciones en Oslo
Negociaciones en Oslo y La Habana, ¿culminarán en Caquetá?
20/10/2012
- Opinión
Hasta ahora las conversaciones de paz entre el gobierno y la guerrilla colombiana llegaron a su segundo puerto, Oslo. De allí irán al tercero, La Habana. Lo más difícil es un acuerdo final y que se celebre en Caquetá.
El 27 de agosto el presidente colombiano confirmó que había negociado con representantes de las FARC durante seis meses, en La Habana, con vistas a una agenda para la paz. Los garantes habían sido Venezuela y Noruega, país al que se trasladarían los delegados para seguir la negociación.
Y así ocurrió mal que le pesara a Álvaro Uribe y los más recalcitrantes del militarismo y paramilitarismo, para quienes la única solución era aniquilar militarmente a los rebeldes. En vez del 8 de octubre como estaba previsto, el encuentro de las delegaciones se produjo el 18 en Hurdal, a 80 kilómetros de Oslo. El gobierno local facilitó un hotel para que las partes pudieran reunirse y dar una conferencia de prensa conjunta, tras lo cual cada una tuvo su propio encuentro con los medios. Estos fueron muchos pues había gran interés internacional. Muchos cronistas querían interrogar, por un lado al responsable de la comitiva oficial, el ex vicepresidente Humberto de la Calle, y por el otro al jefe de las FARC, el comandante Iván Márquez.
¿Por qué esa demora de diez días? Hubo varios factores que incidieron. El principal, puede haber sido la tardanza de la fiscalía colombiana en tramitar el cese de las órdenes de captura internacional y “alerta roja” de Interpol. Sin ese trámite los negociadores de la guerrilla no podían salir de Colombia ni viajar desde Cuba a Noruega sin exponerse a caer presos.
Secundariamente, hubo demoras porque la administración Santos objetó a la guerrillera de origen holandés Tanja Nijmeijer (Alexandra) como parte de la delegación. Es una revolucionaria internacionalista que hace tiempo milita en las FARC y fue designada para tareas de traducción pues domina varios idiomas.
Alexandra no estuvo en Oslo pero estará en La Habana, cuando el 5 de noviembre comience allí la tercera fase de las negociaciones. Se supone que diez días más tarde las dos partes comparecerán en público en Cuba y darán un informe sobre la discusión, que en esa etapa estará centrada en la problemática de la tierra. ¿Quién propuso comenzar por ese asunto? Obvio, las FARC, que en 1964 nacieron en Marquetalia como parte de una autodefensa de campesinos dirigida por Pedro Antonio Marín (Manuel Marulanda Vélez).
Antes también hubo objeciones gubernamentales a la designación del guerrillero Simón Trinidad (Ricardo Palmera), que fue extraditado a Estados Unidos y purga una injusta condena a 60 años de prisión. Márquez reclamó en Oslo que Trinidad pueda intervenir aunque sea por teleconferencia, trayendo a colación el rol del entonces preso Nelson Mandela para los acuerdos de paz en Sudáfrica.
La polémica recién comienza
Las presentaciones de De la Calle y Márquez dejaron claro que el camino de la paz en Colombia está lleno de obstáculos. Hasta ahora lo acordado, que no es poco, gira en torno los puntos a discutir. A saber: desarrollo rural y mayor acceso a la tierra, garantías del ejercicio de oposición política y participación ciudadana, fin del conflicto armado, que implica abandono de las armas y reinserción de los guerrilleros; búsqueda de solución al problema del narcotráfico y derechos de las víctimas.
Pero en cada uno hay concepciones antagónicas, que harán muy difícil arribar a una síntesis. Y además, como ha ocurrido en otras latitudes del mundo, incluida Colombia en instancias anteriores, una cosa es el texto que se pudiera convenir y otra la forma de llevarlo a cabo, en la práctica.
El discurso gubernamental fue que hay que ceñirse a esos cinco puntos y en un tiempo relativamente breve, sin firmar un cese del fuego ni nada por el estilo. De la Calle dijo no ser “rehén” del proceso de paz, dando a entender que si en un lapso equis no se firma el desarme de la guerrilla, Santos dará por finalizada la negociación.
Puntualizó, en contraste con Márquez, que el Estado no acepta discutir sobre el modelo económico ni la doctrina de las fuerzas militares. Eso sería alejarse de la agenda acordada, señaló.
Respondía así al jefe de la comitiva rebelde, quien en un discurso de media hora cuestionó la entrega de la economía colombiana al accionar de las multinacionales y la oligarquía. Márquez deploró la subordinación pentagonista de los militares colombianos que siguen percibiendo 700 millones de dólares anuales a cuenta del “Plan Colombia”.
Los grandes empresarios y multis quedaron retratados así: “hay que poner fin a esa monstruosidad que son los contratos a 20 y 30 años que privilegian los derechos del capital en menoscabo del interés común. Y claro, se escuchan a los portavoces del gobierno y la oligarquía proclamando el crecimiento de la economía nacional y sus exportaciones. Pero no, en Colombia no hay economía nacional. Quienes exportan el petróleo, el carbón, el ferroníquel, el oro y se benefician con ello, son las multinacionales. La prosperidad, entonces es de éstas y de los gobernantes vendidos, no del país”.
Esta crítica provocó mucha irritación en la contraparte. El diario El Tiempo de Bogotá, propiedad de la familia presidencial, consignó por medio de su enviada especial que las palabras de Márquez habían ofendido a “familias de personas que incluso hacen parte del equipo oficial, como Alejandro Eder, que estaba presente; provocaron tal malestar que Humberto de la Calle, coordinador del grupo, no pudo ocultarlo cuando regresó al auditorio”.
Nada fácil
La negociación continuará en La Habana el 5 de noviembre, aunque las fechas estarán sometidas a los vaivenes de la política. Por lo visto en Oslo no será nada fácil el avance en dirección final a la paz. Sólo el debate del primer punto, referido a la tenencia y uso de la tierra, encontrará a los contendientes en dos rincones muy opuestos. El gobierno expresa a la capa superior de latifundistas y ganaderos, y Santos personalmente es parte orgánica de esa clase.
En el polo opuesto, las FARC descienden en línea directa de los campesinos pobres de Marquetalia de los años ´60. Quizás alguien crea que el actual campo colombiano es próspero y moderno. Repárese en el cuadro que pintó Márquez el 18/10: “más de 30 millones de colombianos viven en la pobreza, 12 millones en la indigencia, el 50% de la población económicamente activa, agoniza entre el desempleo y el subempleo, casi 6 millones de campesinos deambulan por las calles víctimas del desplazamiento forzoso. De 114 millones de hectáreas que tiene el país, 38 están asignadas a la exploración petrolera, 11 millones a la minería, de las 750 mil hectáreas en explotación forestal se proyecta pasar a 12 millones. La ganadería extensiva ocupa 39.2 millones. El área cultivable es de 21.5 millones de hectáreas, pero solamente 4.7 millones de ellas están dedicadas a la agricultura, guarismo en decadencia porque ya el país importa 10 millones de toneladas de alimentos al año. Más de la mitad del territorio colombiano está en función de los intereses de una economía de enclave”.
Se dirá que Santos ha encarado un proceso de “titulización” de tierras que supuestamente favorecerá al campesinado. Para la guerrilla se trata de una farsa, que daría títulos a algunos campesinos sobre tierras marginales. Esos títulos serían vendidos a mineras y petroleras, que explotarán esos recursos como mejor les plazca. Los supuestos beneficiarios no estarán ligados a la tierra sino que seguirán viviendo en los cordones de las grandes ciudades, en una pobreza apenas mitigada por esos “títulos”, en el mejor de los casos. Ese es el primer tópico de la agenda, con sus anexos de “acceso y uso de la tierra, tierras improductivas y formalización de la propiedad, infraestructura y adecuación de tierras, desarrollo social, mercadeo y sistema de seguridad alimentaria”. Un acuerdo en la letra y la práctica es extremadamente complicado, casi imposible. Si ese el primer round, el quinto y supuestamente último también luce tormentoso: “el derecho de las víctimas”. De la Calle se presenta como si representara al estado benefactor de Noruega y no al narco-paramilitar sudamericano, y sostiene que las FARC son las victimarias que “deben dar la cara ante las víctimas”. La otra parte se considera como respuesta y no causa de la violencia, y reprocha al Estado las 50.000 desapariciones de los ocho años de Uribe y los “falsos positivos”, entre otras violaciones a los derechos humanos. “La doctrina militar es un tema que no está en discusión. Tenemos unas Fuerzas Armadas modernizadas que respetan los derechos humanos”, se encolerizó De la Calle en Oslo. Tanto no los defendían pues hasta en EE UU había objeciones a firmar Tratados de Libre Comercio invocándose las tremendas violaciones de los militares colombianos a los DD HH. La guerra es la continuación de la política por otros medios. Y la paz suele ser la tregua entre guerra y guerra. Bienvenidas estas conversaciones de Oslo y La Habana; otra cosa es que finalmente vaya a reinar la paz en el Caquetá. Para eso debería imperar la justicia social, que por ahora está en las fosas comunes con miles de desaparecidos y víctimas en Colombia.
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