Vivir de puro milagro
01/10/2012
- Opinión
En uno de esos buenos libros que hablan de los problemas éticos relacionados con la vida, nos encontramos con una descripción de las etapas de la existencia humana que puede resultar muy útil e ilustrativa. El libro se titula Cruzando el puente y uno de sus autores es el jesuita Eduardo López Azpitarte, profesor de Teología Moral, cuya producción teórica sobre estos temas es abundante y significativa. Hablando de la preparación y ayuda para el envejecimiento, dice que hasta los 25 años el ser humano vive de ilusiones (la vida aparece colmada de esperanzas). De los 25 a los 50, muchas de esas esperanzas se rompen y otras se quedan a mitad del camino; entonces, se comienza a vivir de realidades. De los 50 a los 75, la sombra de la existencia va dejando por detrás un largo recorrido e, inevitablemente, se vive de los recuerdos. Y, con cierta ironía, se afirma que a partir de los 75 se vive de puro milagro.
De puro milagro viven ciertamente los sectores excluidos (visibles o invisibles), tanto del mundo rico como del mundo pobre; aunque en este último el drama de quienes están en condición de marginación es mayor en todo sentido. Uno de esos grupos vulnerables de la población —muchas veces invisibilizados— son los adultos mayores o personas de la tercera edad. Su situación precaria puede derivar al menos de dos factores: bajas jubilaciones que no satisfacen las necesidades básicas o, simplemente, el hecho grave de no contar con una jubilación. En El Salvador, por ejemplo, alrededor del 94% de los hogares pobres con personas mayores de 60 años no cuenta con una pensión. Por ese motivo, muchos adultos mayores de nuestro país se ven obligados a trabajar (alrededor de un 34% del total de gente mayor de 60 años). En consecuencia, no tener una pensión fija es uno de los factores que propicia la pobreza en la vejez. Y el futuro no es tan prometedor si consideramos que en la actualidad la cobertura de la fuerza laboral con el nuevo sistema de pensiones se ha estancado. En los últimos años, el porcentaje de cotizantes con respecto a la población económicamente activa se mantiene entre el 17% y el 18%, una proporción baja si se compara con otros países latinoamericanos con esquemas de pensiones privatizadas, como Costa Rica, que cuenta con un 58% de cotizantes, o Chile, con un 60%.
Ahora bien, cada 1 de octubre —desde que en 1990 lo estableciera la Asamblea General de las Naciones Unidas— se celebra el Día Internacional de las Personas de Edad, con el propósito de llamar la atención sobre un sector de la sociedad que, fruto del progresivo envejecimiento mundial, cobra más importancia. En efecto, la población mundial está envejeciendo a pasos acelerados. Entre 2000 y 2050, la proporción de los habitantes del planeta mayores de 60 años se duplicará, pasando del 11% al 22%. En números absolutos, este grupo de edad pasará de 605 millones a 2 mil millones en el transcurso de medio siglo. La tercera edad (entre los 65 y los 80 años) alcanzará una porción considerable de la población total, sobre todo en los países desarrollados. Frente a esta realidad, surgen preguntas ineludibles: ¿cómo asegurar una vejez digna y segura?, ¿cómo superar la indefensión en que pueden encontrarse?, ¿cómo promover sus derechos?
Para enfrentar la pobreza en la vejez y que la vida en esta etapa no signifique vivir de milagro a causa de la discriminación por edad, se hace necesario, en principio, abandonar la perspectiva del asistencialismo social y adoptar un enfoque de derechos humanos. Esto implica que los Gobiernos asuman el compromiso de proteger a este sector (jurídica y socialmente) en sus derechos a la alimentación, la salud y la vivienda; a participar en la vida política, social y cultural; y a tener una muerte digna. Pero no es solo responsabilidad del Estado; los ancianos, quizá más que en otros momentos de la vida, necesitan la cercanía de los seres queridos, su compañía y su afecto. En este sentido, la presencia de la familia es un elemento frecuentemente imprescindible para las personas mayores. Se trata, en definitiva, no tanto ni exclusivamente de buscar la prolongación de la vida, sino de crear condiciones para una calidad de vida que, en este período, debe significar un envejecimiento digno, humano y libre de las preocupaciones que limitan o imposibilitan la existencia de las personas, en los países empobrecidos, sobre todo.
En El Salvador, tenemos una Ley de Atención Integral para la Persona Adulta Mayor. Sin embargo, la mesa permanente sobre la situación de los derechos humanos de este grupo poblacional ha criticado, entre otras cosas, que aún no se tiene un adecuado financiamiento público para las políticas y programas sectoriales. Y una ley sin mecanismos institucionales que garanticen su ejecución es, en cierto modo, una ley muerta.
Pero hay otro aspecto no menos importante que los anteriores: la toma de conciencia personal de lo que significa el envejecimiento, un hecho que no ha de evadir la perspectiva de la muerte dentro del ciclo vital. La ética de la vida nos dice que no es posible vivir sin pagar un tributo diario a la muerte con la que está tejida nuestra existencia. Caminar por la vida es despedirse del ayer que pasó, repetir constantemente un gesto de adiós a tantas realidades que van desapareciendo. El joven tiene que despedirse de su juventud para llegar a ser adulto. En la mitad de la vida, tiene que abandonar muchos sueños que había concebido anteriormente. Cuando se jubila, tiene que dejar su trabajo, con el que se había identificado, y tiene que desarrollar otros valores para mantenerse vivo. En la vejez, tenemos que despedirnos de la ilusión de que nuestra vida siempre depende de nosotros. Pero aun así, el proceso de envejecimiento ofrece la posibilidad de madurar. El teólogo Leonardo Boff dice que en la vejez podemos hacer una síntesis final, integrando las sombras, realimentando los sueños que nos sostuvieron por toda una vida, reconciliándonos con los fracasos y buscando sabiduría. Pensar que esta viene con la vejez es una nueva ilusión alentadora.
- Carlos Ayala Ramírez, director de Radio YSUCA
https://www.alainet.org/es/articulo/161414?language=en
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