Víctimas del suicidio
17/09/2012
- Opinión
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se suicidan casi un millón de personas en todo el mundo, lo que representa una muerte cada 40 segundos. De tal forma que el suicidio figura entre las 20 causas de deceso más frecuentes, y suma más víctimas que las que dejan las guerras y los homicidios. Cada día hay en promedio casi 3000 personas que ponen fin a su vida, y al menos 20 personas intentan suicidarse por cada una que lo consigue. El número de suicidios es tres veces superior en los varones que en las mujeres, pero los intentos de suicidio son más frecuentes en las mujeres, aunque no logran consumarlo debido a que éstas tienden a utilizar métodos menos violentos.
En nuestro país, según lo reporta el Instituto Salvadoreño de Medicina Legal, de enero a la primera quincena de septiembre del presente año se ha registrado 365 suicidios; y las víctimas de esta decisión fatal oscilan entre los 20 a 29 años de edad, le siguen las personas de 10 a 19, y de 30 a 39 años. De acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud (OPS), El Salvador ocupa el tercer lugar de la tasa de suicidios de Latinoamérica, con un promedio de 10 suicidios por cada 100,000 habitantes; solo está por debajo de Cuba y Uruguay, primero y segundo lugar, respectivamente, donde la mortalidad por suicidios alcanza entre el 11 a 11.5 por cada 100,000 habitantes. La tasa de mortalidad a nivel mundial es de 16 por cada 100.000 habitantes.
Es clásica la distinción de tres tipos de suicidio propuesta por Emilio Durkheim, de acuerdo a las causas que le generan: el egoísta, que se realiza en situaciones de un culto exagerado al propio yo y que viene acompañado por una falta de integración del individuo en su entorno social; el altruista, que se sitúa en el polo contrario, como consecuencia de una excesiva integración social en la que se diluye el propio yo que se ofrece como sacrificio, como un acto de virtud; y el anómico, que tiene lugar con motivo de las crisis sociales y económicas que producen en el individuo un desequilibrio entre sus aspiraciones y sus logros, al no saber ya a qué puede aspirar y en qué límites ha de mantenerse.
Este planteamiento predominantemente sociológico contrasta con los planteamientos psicológicos, psicoanalíticos y psiquiátricos, los cuales consideran el suicidio como un síntoma de una enfermedad mental, como el resultado de una situación conflictiva o de emergencia, o como una manifestación de la tendencia a la autodestrucción. En todo caso, el aporte teórico, ha contribuido a superar la postura simplista que consideraba al suicida, de forma general, como único responsable de su acción y, por otra, la que tendía a considerar al suicida solo como un demente. Por lo general, las causas son complejas e involucran factores biológicos, psicológicos y sociales. Con frecuencia están relacionadas con la falta de solución ante problemas graves, la huida ante determinadas tareas y responsabilidades, la “muerte social” en los jubilados y ancianos, la existencia de problemas interpersonales insolubles, la sensación de ser una carga para otros, el deseo de pedir una atención y ayuda que no se están recibiendo. El suicidio depresivo es el más frecuente de todos. La persona se siente fracasada, sin fuerzas para asumir las dificultades de su propia vida.
Frente a esta realidad, La Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio en colaboración con la OMS, instituyeron el 10 de septiembre como el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, con el propósito de llamar la atención sobre esta problemática y alentar a la adopción de medidas preventivas a nivel mundial. Como es conocido, la prevención del suicidio se puede subdividir en tres tipos: prevención general que es el conjunto de medidas de apoyo o sostén psicológicos, sociales, institucionales, que contribuyen a que los ciudadanos estén en mejores condiciones de manejar los eventos de crisis vitales y mitigar los daños que ellos pudieran ocasionarse. Prevención indirecta conformada por el conjunto de medidas encaminadas a tratar los trastornos mentales y del comportamiento, las enfermedades físicas que conllevan suicidio, la reducción del acceso a los métodos mediante los cuales las personas se pueden autolesionar, etc. Prevención directa constituida por aquellas medidas que ayudan a abortar o resolver mediante soluciones no autodestructivas, el proceso suicida.
Para estos organismos internacionales, cada país debe garantizar, en mayor o menor medida, la prevención general del suicidio. Cada país con su sistema hospitalario, debe posibilitar el acceso a los servicios de salud mental que requieran los ciudadanos. En cada país las personas en situación de crisis suicida deben ser tratadas por diversos grupos de profesionales: psicólogos, psiquiatras, médicos de familia, médicos generales, voluntarios entrenados, y terapeutas. Pero esto tiene como condición previa una labor mundial de concienciación de que el suicidio es una de las grandes causas prevenibles de muerte prematura; por tanto, los Gobiernos deben elaborar estrategias nacionales de prevención.
En El Salvador, si bien se cuenta con un Programa Nacional de Salud Mental, orientado a la prevención, curación, y rehabilitación de la salud mental a través de tratamientos especializados; la tendencia generalizada ha sido atender a los pacientes hasta que su patología psíquica se agudiza y con un enfoque individual. Los enfoques preventivos no son acompañados del presupuesto necesario, a pesar de que se reconoce la alta vulnerabilidad de la salud mental de los salvadoreños provocada por un contexto de violencia, desempleo, emigración, y exclusión social.
Ahora bien, hay algo fundamental que no debemos dar por sentado al momento de la búsqueda de soluciones a este problema. El enfoque preventivo sobre el suicidio debe estar acompañado por una ética de la compasión a la que todos debemos aspirar porque es necesaria y urgente. En este sentido, finalizamos citando a uno de sus principales promotores: el Dalai Lama, quien nos ha recordado con insistencia que la compasión solidaria tiene por fundamento el hecho de que todos formamos parte de una sola familia: la humana.
Dice: “Debemos llegar a comprender que los otros son también parte de nuestra sociedad. Podemos pensar en nuestra sociedad como en un cuerpo compuesto de brazos y piernas. No hay duda de que el brazo es diferente a la pierna; sin embargo, si le sucede algo al pie, es la mano la que irá en su ayuda. De la misma forma, cuando parte de la sociedad sufre, la otra parte debe ayudarla. ¿Por qué? Porque también forma parte del cuerpo, es parte de nosotros”.
- Carlos Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.
https://www.alainet.org/es/articulo/161072
Del mismo autor
- Rutilio, Nelson, Manuel y Cosme en camino a la ejemplaridad universal cristiana 01/09/2021
- Necesidad de construir una ciudadanía ecológica 17/08/2021
- Con la vista puesta en la democracia 10/05/2021
- A 41 años del martirio de san Óscar Romero 23/03/2021
- Mirada creyente del papa Francisco ante el Covid-19 y otras pandemias 12/03/2021
- Llamados a ser testigos de la verdad 02/02/2021
- ¡Cuidado con la perniciosa “levadura” de Trump! 19/01/2021
- Actuar para humanizar 14/01/2021
- Saber discernir y elegir 11/01/2021
- Profetas y testigos de la cultura del cuidado 05/01/2021