Los tres contextos de la <i>activación digital</i> como modalidad de comunicación política

19/06/2012
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Presentación
Este documento forma parte de una investigación que postula a los procesos de activación digital como modalidades de comunicación política desarrolladas por los participantes en los movimientos e insurgencias que se visibilizan y resuenan actualmente en el mundo. Para nosotros, la activación digital -a diferencia de otros conceptos afines- se distingue por un criterio de articulación que conecta tanto los espacios material y digital de la protesta como los motivos y los fines de sus participantes y, en esa medida, se enmarca dentro de un circuito de tres contextos que proponemos para su interpretación.
El primero de ellos corresponde al contexto de los malestares de la globalización neoliberal para referir al conjunto de agravios -extendidos globalmente pero experimentados localmente- respecto de los cuales las personas emprenden y justifican su acción colectiva. El segundo contexto refiere a la internacionalización de la protesta en cuanto tendencia creciente de los movimientos e insurgencias por trascender las fronteras nacionales la cual, además, es facilitada por las prácticas comunicativas en Internet. El tercer contexto, por su parte, corresponde a la apropiación de los recursos de las redes multimedia globales por los participantes en las  resistencias y que se expresa en determinados “usos significativos”.
Tras el desarrollo de estos tres contextos, ofreceremos una definición de activación digital y un esquema interpretativo, de valor heurístico, para el análisis de los actuales fenómenos de protesta. Es fundamental señalar que esta corresponde a una propuesta incipiente respecto de fenómenos novedosos a través de los cuales, en última instancia, se comienzan a visualizar los reajustes entre el nuevo entorno comunicativo y las nuevas formas de acción política.
 
1.- Los malestares en los movimientos y las insurgencias
Este movimiento fue generado por el propio sistema al que se opone: la globalización capitalista.
Muniz Sodré (2002).
 
En 1788, enfrentado a una crisis financiera creciente, el rey Luis XVI de Francia convocó a los Estados Generales que no se habían reunido desde 1614. Además del saneamiento de la hacienda pública, mediante la promulgación de nuevos impuestos, el rey se avenía a escuchar los agravios que le exponían los participantes. El rey no esperaba que fueran muchos, pero en mayo de 1789, cuando se celebró la primera versión en Versalles, se recibieron más de 40.000 cahiers de doléances procedentes de todas las regiones del país. Eran listas de denuncias y reivindicaciones que iban desde los asuntos más locales hasta las más elevadas cuestiones de gobierno.
Quizá sea posible considerar -señalan Hardt y Negri (2004:309-311), de quienes tomamos esta anécdota- a las protestas contra la forma presente de globalización bajo una luz similar. Los “cuadernos de agravios” de los movimientos e insurgencias contemporáneas son “una colección infinita, caótica y confusa de volúmenes sobre cualquier cosa de este mundo”. Sin embargo, se pueden reconocer en ellos elementos comunes que convergen: la crítica a las formas de representación existentes, la protesta contra la desigualdad, la oposición a la guerra, la biopolítica y los medios de difusión masivos.
En primer lugar, hoy se presentan quejas contra los sistemas institucionales de representación local en todas las naciones del mundo. Gobiernos nacionales, regionales y locales son cuestionados por la ciudadanía y todavía menor legitimidad tienen las formas no electorales de representación, como el caso de empresas y corporaciones que se arrogan la “representación” de determinados países en el mundo o aquellas otras instituciones de la gobernanza trasnacional como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio (Van Aelst, 2004:104). Estas últimas, como señala Stiglitz (2002), fuentes principales del “malestar en la globalización”.
Estas quejas sobre las deficiencias de la representación, por lo tanto, se multiplican a escala geométrica en los procesos de globalización (Hardt y Negri, 2004:311), producto del desplazamiento en el locus del poder político interno y externo al Estado en favor de instituciones internacionales con baja accountability que ha generado un sistema de “internacionalismo complejo” (Della Porta y Tarrow, 2005:2). De ahí que lo que predomina entre los movimientos e insurgencias contemporáneas es una lectura hiperglobalista (Ramírez, 2006), en la cual los poderes políticos y económicos se desnacionalizan en favor de actores trasnacionales (Van Aelst, 2004:104)[1].
Junto a la falta de legitimidad, ha habido una corrupción del vocabulario político. “El vocabulario político del liberalismo moderno es un cadáver frío y exangüe” (Hardt y Negri, 2004: 314) y su momento ya habría pasado. En este escenario posliberal se ubica también Arditi (2010, 2012), quien propone que las “insurgencias de nuevo tipo” arraigan en malestares sociales localizados e historizables que van desde el deseo de las personas de ser más que “consumidores defectuosos” hasta las demandas por seguridad en su vida cotidiana (Relatoría, 2011). Insurgencias que, además, asumen formas híbridas de acción política -como la multitud y la política viral- cuyo reconocimiento no excluye modalidades tradicionales, inscritas en una lógica hegemónica. Volveremos sobre ellas en nuestro marco conceptual[2].
Un segundo tipo de reivindicaciones son por derechos y justicia. Subyacente a la multitud de derechos invocados en todo el mundo, se haya “el derecho a tener derechos” (Hardt y Negri, 2004) así definido por Dagnino (2005:8): “es un intento por reconectar política y cultura a través de la acción colectiva. Asimismo, representa un proyecto por una nueva sociabilidad”. Igualmente, existe una generalizada presunción de justicia que más bien tiende a enmascarar las maquinaciones del poder y la emergencia en contrapartida, sobre todo tras la guerra fría, de un “derecho imperial” arrogado por Estados Unidos y que se expresa en su voluntad de incidir sobre las legislaciones de todos los países en diversos ámbitos[3].
A este respecto, Wieviorka (2009:54), propone que los actores sociales “altermundistas” -que no “antiglobalización”- deben distanciarse de un carácter antiimperialista de sus luchas, por cuanto la considera una simplificación. Admitir aquello significaría reconocer que Estados Unidos tiene el monopolio de la iniciativa y es el único lugar o fuente exclusiva de las desgracias del planeta.
Sin embargo, en lo que estos autores coinciden es en afirmar que, tras los atentados a las Torres Gemelas en USA, se viene desarrollando un tránsito desde una globalización neoliberal hacia una globalización armada (Hardt y Negri, 2004:319), detonada por la amenaza terrorista, y que opera dos tipos de extremos: una lógica mediática espectacularizada en detrimento de información confiable, y una lógica de la guerra en detrimento de la política (Wiewiorka, 2009:64-65)[4].
Un tercer grupo de agravios son económicos y sustentados en la creencia que las desigualdades y justicias de la economía global resultan -paradójicamente- de la incapacidad de los poderes económicos para regular la actividad económica. Cuando los manifestantes protestan contra el neoliberalismo y las finanzas, denuncian la tendencia financiera a concentrar la riqueza en manos de pocos, a controlar los mercados nacionales y globales y a desestabilizar los sistemas económicos donde operan (Hardt y Negri, 2004:321,323)[5].
A este respecto, Joseph Stiglitz (2002:81-90) aporta dos ejemplos. El primero de ellos -de carácter histórico- señala cómo los pilares del “consenso de Washington”[6] -privatización, liberalización (comercial y financiera) y austeridad fiscal- fueron medidas que durante la década noventa se implementaron en buena parte de los países de América Latina con consecuencias nefastas: desigualdad en el ingreso, desempleo, tratados de libre comercio en condiciones injustas y ruptura del “contrato social” básico para la gobernabilidad[7].
El segundo ejemplo refiere a la crisis financiera del año 2008 en la cual un conjunto de instituciones (bancos, agencias calificadoras, inmobiliarias, entre otras) “inflaron” la burbuja crediticia mediante una serie de “complejos instrumentos financieros” para, deliberadamente, “distribuir los riesgos por el mundo y diluir la responsabilidad” de sus acciones (Stiglitz, 2010)[8].
Para los movimientos sociales latinoamericanos, la “ola neoliberal” (Alai, 2001), iniciada al amparo de dictaduras militares, se mantuvo tras el retorno de regímenes democráticos, haciendo de esta la región más desigual del mundo (Eclac, 2010) y de fuerte desafección hacia la propia democracia (Latinobarómetro, 2010), a la que algunos prefieren denominar “procedimental” (Borón en Bustamante, 2010)[9] o “dirigida” (Wolin, 2008). Asimismo, la globalización económica es percibida como el medio para llevar a cabo un desmantelamiento de los “estados de bienestar” regionales (Pérez Arriaga, 2008:47-49).
Es Wieviorka (2009:54), sin embargo, quien nuevamente advierte respecto a un segundo riesgo de simplificación de los movimientos “altermundistas”: si bien ellos tienen buenas razones para querer dominar y moralizar el capitalismo, tienen todo que perder abandonándose a retóricas que reducen su acción a una lucha anticapitalista. Persistir en esto sería abandonar la posibilidad de ubicarse en un alto nivel de proyecto como movimiento social.
Un cuarto grupo de malestares se relacionan al ámbito de la biopolítica[10] y de la subjetividad. Respecto a la primera, destacan las lucha ecológica o por el control del conocimiento y, más recientemente, contra el estado de guerra global que además agrava las condiciones de las demás desigualdades. Dada su integralidad, el ámbito biopolítico actúa como fundamento ontológico de todas las reivindicaciones y demandas (Hardt y Negri, 2004:326).
Desde el ámbito de la experiencia, en tanto, los movimientos e insurgencias manifiestan una pérdida de control sobre sus vidas y sus entornos (Castells, 1999b:92). Aquello que Bauman (2006) denomina la incertidumbre de los “tiempos líquidos”. La “lógica red”, subyacente a la vida cotidiana, ha transformado la noción de tiempo-espacio que, sumada a la tensión entre “flujos” y “lugares”, produce un “tiempo atemporal” como tendencia sistémica a comprimir el tiempo cronológico a su mínima expresión posible (Castells, 2001:184; Jara y Lago, 2001).
La nueva “cuestión social” pasa actualmente por tres lógicas diferentes. La primera es la exclusión que, para quienes la viven, consiste en ser considerados “desechables”, ser dejados al margen de las relaciones sociales. Una segunda lógica es la alienación, indisociable del avance del individualismo y en la cual el individuo no posee las categorías que le permitan pensar su experiencia. La tercera lógica, en tanto, corresponde a la depresión, a las demandas crecientes y cada vez más difíciles de satisfacer de cada quien para producir una individualidad, afirmar una subjetividad (Wiewiorka, 2009:40-41).
Si la exclusión, la alienación y la depresión están al centro de los dramas sociales, entonces las luchas actuales deben lastrarse con las esperanzas de aquellos que lo padecen y cuya subjetividad personal está negada o puesta a prueba. Desde la perspectiva del movimiento social, la acción social debe ubicarse lo más lejos del sistema y lo más cerca del individuo (Wiewiorka, 2009:41).
Especialmente sensibles para las resistencias son la identidad y la ciudadanía. Atravesadas por la exclusión, para los movimientos sociales de América Latina el reconocimiento de las identidades se estaría convirtiendo en la impronta de su actuación en el espacio público y su demandas por la expansión de los derechos humanos de tercera generación. Ese sería el caso, por ejemplo, de movimientos feministas, ecologistas, juveniles e indígenas (Calderón, 2011; Monasterios, 2001; 2003).
Desde la ciudadanía, por su parte, el correlato de la exclusión social sería un tipo de “ciudadanía neoliberal” caracterizada por el predominio del individualismo y un declive de los valores republicanos (Dagnino, 2005)[11]. Asimismo, se estaría gestando un tránsito en la actuación de organizaciones, redes y movimientos hacia el ámbito internacional y la defensa, ampliación y creación de derechos en esa esa escala. Esta incipiente “ciudadanía mundial” (Ramírez, 2006:329) no significa abandonar la actuación a nivel local y es asumida por los movimientos sociales como un proceso del cual ellos deben ser protagonistas[12]. En dicho tránsito, el papel de la activación digital ofrece múltiples posibilidades y articulaciones para los movimientos.
A los cahiers de deléances contemporáneos, se agrega también -de manera creciente y sistemática- la amenaza mediática. La globalización de los grandes conglomerados de medios ha redundado en procesos de concentración que socava los derechos a la información y la libertad de expresión del conjunto de la sociedad (Castells, 2009; Mari Sáez y Sierra, 2008)[13].
Aunque esta exclusión del espacio público ha sido históricamente sensible y conflictiva para los movimientos sociales[14], sólo recientemente -en América Latina- ellos han visto en la activación digital una alternativa para ir “rompiendo el cerco” (Mari Sáez, 2008:189) y, desde experiencias diversas, elaborar sus propias políticas de comunicación. La apropiación de Internet, sin embargo, es paulatina y se haya atravesada por las diversas “brechas digitales” (Alai, 2005:122)[15].
Los malestares con la globalización se podrían resumir, entonces, marcados por la exclusión social y atenuadas por estrategias de acción que, desde el “espacio de los lugares” se han venido construyendo. O, dicho de otro modo, desde la zona intermedia de negociación que se ubica entre las conexiones de “arriba-abajo” de los flujos globalizadores y las adaptaciones de “abajo-arriba” de los movimientos sociales y las insurgencias (Tilly, 2005:17).
Confirmando esta imbricación, Castells propone que en el origen de la globalización -además de la revolución de las tecnologías de la información y el colapso del capitalismo de Estado- los movimientos sociales a partir de la década sesenta del siglo XX habrían sido el tercer factor relevante del cambio, al aportar una renovación político-cultural de la sociedad occidental e inaugurar un nuevo “ciclo de movilización” (Castells, 2001: 187; Calle, 2003). Es decir, estos “nuevos movimientos sociales” formarían parte consustancial de una transición histórica, independiente de la profundidad de sus malestares y la cobertura de sus demandas. Protagonizando, así, lo que Wallerstein (1996) denomina un “tiempo-espacio transformativo”.
Sin desmentir lo anterior, no puede perderse de vista, de todos modos, que los estados siguen siendo actores destacados (Tilly, 2005:22), así como lo nacional se mantiene como ámbito relevante para diferentes causas.
Este movimiento fue generado por el propio sistema al que se opone: la globalización capitalista (Sodré, 2002). Tal parece ser la paradoja entonces a la que se enfrentan los movimientos e insurgencias: “la utopía luminosa de un mundo sin barreras ni fronteras y la distopía sombría de un mundo homogéneo y sometido a lógicas invisibles dirigidas por el capital y las finanzas” (Ramos Santana, 2005).
 
2.- Internacionalización de la protesta.
La trasnacionalización de la protesta social, y su abandono del ámbito de lo nacional, constituye la norma antes que la excepción
Arditi (2012)
Así como los malestares se han diversificado, también se ha internacionalizado la acción colectiva, traspasando las fronteras nacionales. Transición en la cual la activación digital ha jugado un papel, si no primordial, relevante. En este segundo contexto, por lo tanto, revisaremos conceptualizaciones respecto a este fenómeno, algunas de sus características principales y presentaremos algunos de los eventos correspondientes tanto al ciclo del activismo global como otros de alcance nacional.
El concepto de protesta trasnacional (Della Porta y Tarrow, 2005:1,2) se asienta sobre un diagnóstico político en la teoría sobre movimientos sociales. En este se asume que tres desafíos, con diferente origen, se encuentran enfrentando los estados-nación: 1) desde el exterior, el rechazo de amplios sectores de la población mundial hacia los gobiernos representativos y característicos de buena parte del período liberal-moderno; 2) desde el interior, una desafección extendida hacia las formas convencionales de la política junto a  una desilusión con la actividad del Estado; 3) entre ambos, se ubica la incertidumbre de millones de personas frente a las nuevas formas de internacionalización y globalización, que de un lado los conectan con los mercados mundiales pero que, de otro lado, reducen el control sobre sus propias vidas. A esta concatenación de factores, se le denomina un sistema de “internacionalismo complejo”.
En segundo término, tres importantes procesos de transnacionalización de la acción colectiva se identifican como respuestas de los movimientos sociales a estos movimientos en el poder político: la difusión, la domesticación y la externalización. Por difusión se entiende la expansión de las ideas, las prácticas y los marcos cognitivos entre movimientos de diferentes países. Esto se posibilita, en parte, por la mayor facilidad en los traslados internacionales, el conocimiento de otras lenguas y por el acceso a Internet. La domesticación equivale al despliegue en territorio nacional de conflictos que tienen origen externo, mientras que la externalización corresponde a la interpelación a organismos internacionales para que intervengan en conflictos locales. Estas tres formas, por lo tanto, refieren a lo que se ha denominado “movimientos sociales globales” y “políticatrasnacional” (Della Porta y Tarrow, 2005:2-6).
Una segunda propuesta indica que existiría una correspondencia entre ciclos de movilización y ciclos epistemológicos. A partir del siglo XXI irrumpieron nuevos movimientos globales para los cuales la globalización es tanto creadora de “espacios de descontento” como de posibilidades de conexión entre ellos, gracias a la tecnología y los medios que permiten unir discursos y formas de coordinación/acción a escala planetaria. Estos movimientos globales, en todo caso, suponen una “síntesis constructiva” de rasgos de los movimientos sociales previos en términos tanto de una “aceleración cuantitativa” como de una “redefinición cualitativa” (Calle, 2003:6).
El sentido de la acción de estos movimientos estaría basado en dimensiones tales como: 1) valores y cultura caracterizados por identidades abiertas y difusas que facilitan la multidimensionalidady la retroalimentacióndesde la diversidad; 2) discursos globales y en red que encadenan diversas críticas a la globalización como fuente de malestar; 3) coordinación en redes horizontales débiles y porosas que permiten la autonomía de los nodos locales y 4) acción simbólica rupturista orientada hacia una radicalidad democrática (Calle, 2003:7).
Una tercera perspectiva es la de la ciudadanía mundial (Ramírez, 2006). Esta propone que, desde hace algunas décadas, una parte de los actores sociales internacionales[16](ASI) están actuando por sobre las fronteras nacionales y enarbolando temáticas universales -contaminación, derechos humanos, exclusión social- asociadas a la defensa, ampliación y creación de derechos. Si bien esto les ha granjeado el adjetivo de globales, internacionales, trasnacionales, mundiales o cosmopolitas, este rasgo debe ser evaluado en cada caso, comenzando por la definición del proyecto y los objetivos del actor social (Ramirez, 2006:33-34)[17].
Si bien Ramírez destaca el alto grado de conciencia discursiva de los ASI en cuanto a las características y la pertinencia del concepto, la “comunidad mundial” que propician, en términos de identificación por parte de los sujetos, es todavía incipiente.
Entre estos ASI destaca el rol jugado por las ONGs y su apoyo prestado a los movimientos sociales en sentidos múltiples: como actores parte de un orden social emergente (Calderón, 2011:79), como entidades supranacionales que escaparon del control de los estados (Tilly, 2005:17), como articuladoras de una agenda global (Lago y Jara, 2001); como asesoras en estrategias de conflicto con los estados (Arquilla y Ronfeldt, 2001:172,173); como capacitadores en alfabetización digital (Alai, 2001), entre otros[18]. Aun así, como ocurre en el caso español, a las ONGs se les critica una disolución de la dimensión política y una creciente comercialización de su gestión comunicacional (Mari Sáez, 2007; Mari Sáez y Sierra, 2008).
Desde una cuarta perspectiva -que incorpora aportes de la crítica posmoderna- la trasnacionalización de la protesta social, y su abandono del ámbito de lo nacional, constituye la norma antes que la excepción y es uno de los rasgos que caracterizan el actual escenario posliberal (Arditi, 2012).
Ubicado también desde “el cadáver frío y exangüe del liberalismo moderno”, el concepto de multitud reconoce la desaparición de los grandes relatos de la modernidad y la singularidad individual que impide la reducción de las diferencias a un cuerpo social unitario (Hardt y Negri, 2004:227-229)[19]. Asimismo, la multitud reconoce el nacimiento de un nuevo “ciclo internacional de luchas” a partir de Seattle en 1999 cuyos participantes, además de tener un enemigo común -neoliberalismo, hegemonía estadounidense o imperio global- también comparten prácticas comunes, lenguajes, conductas y anhelos de un futuro mejor[20]. El ciclo no es sólo reactivo, sino también activo y creativo.
Importa aquí señalar que la movilización global de lo común no niega, ni siquiera oculta la naturaleza local de la singularidad local de cada lucha. Tilly (2005:26-27), por ejemplo, recuerda que buena parte de los movimientos sociales se vienen internacionalizando y estableciendo conexiones que pueden datarse hasta el s.XVIII. Lo relevante sería que actualmente este proceso se da en un esquema que distingue entre “demandantes” (p.e. participantes en campañas contra la OMC) y “objetos de demanda” (p.e. la OMC) más claramente delimitados que antes, aunque combinando entre ellos escalas locales y regionales. En esta misma línea, Dahlgren (2004:xii) señala que, no obstante la actuación trasnacional de los movimientos, el impacto de las culturas políticas nacionales, regionales y locales es aún relevante.
Para Van Aelst y Walgrave (2004:105) es difícil afirmar que la mezcla de movimientos y participantes antiglobalización evolucionan hacia un movimiento social trasnacional, si bien es evidente, al mismo tiempo, que la protesta se vuelve tan trasnacional como el capital. Por lo pronto, las luchas altermundistas parecen encontrarse en un estado de estructuración débil, todavía naciente (Wieviorka, 2009).
La discusión sobre los movimientos sociales globales y las formas del malestar social están en debate y quizás parte de la dificultad resida en su condición paradójica de ser “tan producto de la globalización como los malestares a los que se resisten” (Kavada, 2006:9). Para Negri (2008), en tal sentido, el “movimiento de los movimientos” que se gesta lo hace sobre una base de novedad teórica que obliga a repensar los límites de la democracia, del desarrollo capitalista y de la definición del poder.
Lo cierto, sin embargo, es que la resonancia y el interés por la activación digital se ha producido en el marco de los eventos mundiales de protesta, como los del movimiento altermudista, o en eventos nacionales que se han internacionalizado, como el movimiento zapatista mexicano o, más recientemente, los ocurridos durante el año 2011.
De ahí que pueda afirmarse que los usos de Internet son un rasgo distintivo de estos movimientos sociales emergentes (Rutch, 2004:42) y que, en algunos casos, su internacionalización ha sido de carácter mediático y propiciada por las redes multimedia globales antes que por la articulación con actores sociales internacionales.
Para Kavada (2006:3-6), en tal sentido, existiría un déficit en las teorías sobre movimientos sociales respecto a la dimensión comunicativa, a pesar que la tradición reconoce la importancia de ella para la conformación identitaria (nuevos movimientos sociales), ideológica (marcos interpretativos) y organizacional (movilización de recursos) de la acción colectiva.
¿A qué hitos, por lo tanto, nos referimos para inscribir la breve historia de este “ciclo internacional de luchas”? Sin ánimo exhaustivo, podemos decir que el ciclo reconocido en la literatura comprende las siguientes etapas y acontecimientos:
Etapa
Año
Acontecimiento
Inicio
1996-1998
Encuentros Intercontinentales por la Humanidad y contra el Neoliberalismo (EZLN)[21]
Desarrollo
1997
Jornada global contra acuerdo multilateral de inversiones
 
1998
Acción global de los pueblos
 
1998
Asociación Tasa Tobin de Ayuda a los Ciudadanos-ATTAC
 
1999
Jornada global contra capitalismo financiero
 
1999
Caravana internacional de solidaridad y resistencia
Auge
1999
Cumbre OMC (Seattle)
 
1999
Indymedia
 
2000
Cumbre Foro Económico Mundial (Davos)
 
2000
Cumbre FMI (Praga)
 
2000
Cumbre Unión Europea (Niza)
 
2000
Cumbre Unión Europea (Gotenburgo)
Represión
2001
Cumbre G-8 (Génova)
Depresión-Resurgimiento
2001
Atentados en USA (11-S )
 
2001
Cumbre FMI-Banco Mundial (USA)
 
2001
Cumbre Europea de Laeken (Bruselas)
 
2002
Cumbre Consejo Europeo (Barcelona)
 
2003
Marchas contra la Guerra de Irak
(Europa y AL)
 
2007
Cumbre G-8 (Heiligendam)
Redefinición
2001-2008
Foros Sociales Mundiales
Fuente: Pérez Arriaga (2008); Seoane y Taddei (2001); Lago y Marotias (2007). Elaboración propia.
Como puede apreciarse, se trata de un ciclo ininterrumpido en los últimos años aunque expuesto a los avatares de la contingencia mundial, como lo fue el atentado en USA el año 2001 el cual habría marcado, además, un “punto de quiebre”. De estos acontecimientos, los más estudiados o referidos corresponden a la insurgencia zapatista (Arquilla y Ronfeldt, 2001; Seoane y Taddei, 2001; Leeroy, 2004; Bastida Kullick, 2008; Galindo, 1997), la “batalla de Seattle” (Baldi, 2000; De Armond, 2001; Pérez Arriaga, 2008), Indymedia (Jankowski, 2003; Fleischman, 2004; Abbot, 2008) y el Foro Social Mundial (Seoane y Taddei, 2001; Ramírez, 2006; Lago y Marotias, 2007; Pérez Arriaga, 2008).
Existen, como señalamos, otros eventos de carácter nacional y local recogidos por la literatura y que pasamos a detallar:
País
Año
Movimiento
Filipinas
2001
Movilización ciudadana exige salida pdte. Estrada.
Argentina
2001
Movilización ciudadana que depone a tres presidentes bajo el eslogan “Que se vayan todos”.
España
2004
Movilización ciudadana reclama manipulación informativa del pdte. Aznar por atentados terroristas en Madrid.
Chile
2006
Movimiento estudiantil secundario
exige reformas al sistema educativo.
Chile
2011
“Revuelta del Gas” en la región de Magallanes por alza en el cobro del combustible a los habitantes de Punta Arenas.
Fuente: Rheingold, 2004; Tilly, 2005; Levis, 2002; Finquelievic, 2002; Castells, 2009; Ramos y Gerter, 2008; Beaumont, 2011. Elaboración propia.
 
3.- Apropiación de las redes multimedia globales[22].
Puesto que el destino del activismo digital es incierto, es que los idealistas deben actuar.
Joyce (2010)
 
Por apropiaciónde las redes multimedia globales entendemos tres cuestiones. En primer lugar, una concepción referida a los “usos significativos” de las tecnologías para los usuarios y como condición para el logro de resultados (Sunkel et al, 2011). Esta concepción se distancia de  perspectivas instrumentales que establecen una relación de exterioridad entre los sujetos y las tecnologías.
En segundo lugar, la apropiación vincula los usos con los fines y el “sentido” de la acción colectiva (Mari Sáez, 2007:464, 466), en cuanto proceso de aprendizaje (Alai, 2001:110)[23]. Esta perspectiva reconoce tres dimensiones de la apropiación: tecnológica, cultural y política. Por apropiación tecnológica se entiende el acceso a equipamientos, infraestructura y sistemas, así como a condiciones materiales vinculadas a las brechas generadas por la globalización. La apropiación cultural corresponde al proceso de alfabetización digital en términos no únicamente operativos sino de habilidades instrumentales y crítico-reflexivas. La apropiación política, por su parte, consiste en la orientación de las prácticas hacia el proyecto de cambio del movimiento social, así como al desarrollo de políticas de comunicación (Mari Sáez, 2007:466, 467; Alai, 2001, 2005).
Distinguiremos, por lo tanto, las siguientes dimensiones de apropiación de la activación digital para los participantes en los movimientos sociales y las insurgencias contemporáneas que inferimos de la literatura: tecnológica, política, organizacional, identitaria y de contrapoder.
En cuanto a lo tecnológico, un tema recurrente es la brecha digital. Para el caso de América Latina es relevante por cuanto -como lo indica la premisa de Barbero (2002)- ella se ha venido a sumar a brechas estructurales, expresando la incorporación asimétrica de estos países a Internet (Alai, 2001, 2005; Lago y Marotias,  2007; Mari Sáez, 2007).
Hay quienes, como Castells (2009), señalan que la brecha digital ya no sería tan dramática, producto de la convergencia tecnológica de los dispositivos móviles con Internet y que, en todo caso, ella debe ser desagregada en diferentes niveles: brechas de acceso, brechas de calidad de conexión y brechas de competencias[24]. Mientras la primera estaría siendo rápidamente acortada, las dos restantes son las más significativas y tienden a ensancharse. Además de una cuarta brecha que es generacional y se halla vinculada a la dinámica sociodemográfica[25]. Para Trejo (2012), por su parte, la brecha digital describe la diferencia entre países, sectores y personas con acceso a las herramientas y la capacidad de usar la información y aquellas personas que, aun teniendo la capacidad, no disponen del acceso.
El factor tecnológico, de este modo, es inseparable del contexto económico de cada país. De ahí que dos preguntas pertinentes a este respecto serían: ¿qué recursos digitales están accesibles en los mercados de los participantes en un movimiento social o insurgencia? ¿en qué medida las condiciones económicas de su respectivo país afecta sus capacidades de activación digital? (Joyce, 2010:5).
La literatura analizada, sin embargo, consigna pocos datos que iluminen el problema de las brechas digitales. Y las investigaciones que sí lo hacen, se enmarcan en propuestas para el desarrollo de estrategias comunicacionales de los movimientos sociales en términos de una “apropiación tecnológica” de Internet (Alai, 2005; Mari Sáez, 2007).
Es decir, podemos afirmar, siguiendo a Joyce (2010:3) que así como la tecnología es todavía un diferenciador en el acceso y uso a las redes multimedia globales, el código digital viene a ser el unificador y constituye el medio universal del activismo digital.
En segundo lugar, indagando en la historia tecnológica y las propiedades comunicativas de Internet, Scolari (2008) concluye que estas son cinco: digitalización, hipertextualidad, hipermedialidad, reticularidad e interactividad.
Aunque muchos reparan en el valor de la interactividad como forma de ejercer la contestación política, es Castells (2009:55) quien la nomina: mass self communication o autocomunicación masiva cuyo potencial para los movimientos sociales es el de construir su propia representación pública, de difundirla por las redes y así ejercer influencia sobre las personas. Este proceso, sin embargo, no es lineal, es complejo, por cuanto la autocomunicación masiva convive con otras modalidades históricas de comunicación (interpersonal, medios de difusión) con las cuales converge culturalmente, se combina e hibridiza en géneros, formatos y discursos.
Para Rheingold (2004), por su parte, la digitalización, en cuanto convergencia tecnológica, y muy particularmente la de dispositivos móviles con Internet, representaría un cambio sustancial para diversas iniciativas colaborativas en defensa de los “bienes comunes”.
Para Dahlgren (2004:ix-xiii), la hipertextualidad erosiona la estricta linealidad de la cultura tipográfica, lo que puesto en el contexto de los movimentos sociales y los nuevos modos de acción política, recuerda el adagio de “la información es poder”. Un elemento esencial en las estrategias de los movimientos sociales así como en el empoderamiento de sus participantes, se relaciona con las muchas maneras en las cuales el conocimiento y la expertiz pueden ser redistribuidas, horizontal y globalmente.
Dada esta combinación de las propiedades comunicativas de Internet, la activación digital ha venido a reconstruir las redes. La web -desde sus inicios- es una tecnología social abierta, pensada para la manipulación, la recreación por los usuarios, la cooperación y el intercambio (Milberry, 2006; Rheingold, 2004; Himanen, 2001). Es decir, la web es “generativa” (Joyce, 2010:3). Si bien este ideario se vendría actualmente realizando con la web social, dos cuestiones no se pueden perder de vista: primero, la web 2.0[26] es también un modelo de negocios cuya valorización descansa en la producción de contenidos por los usuarios (O'Reilly, 2005; Proulx y Millerand, 2011)[27]; segundo, no se puede obviar la creciente vigilancia y criminalización, mediante legislaciones restrictivas, ejercida por los gobiernos (Kahn & Kellner, 2004:89; Rheingold, 2004; Castells, 2009; Lessig, 2006)[28], sobre todo luego de un año, como el 2011, en que Internet fue intensamente apropiada por los movimientos e insurgencias mundiales[29]. A esto último es lo que Joyce (2010:6) denomina el contexto político del activismo digital.
Para Benett (2003) y otros, los aportes fundamentales de la activación digital como recurso y forma de acción política se pueden resumir en las siguientes tendencias: 1) promocionar la creación de campañas permanentes con objetivos inmediatos cambiantes; 2) reducir la influencia de la ideología en la participación personal en los movimientos sociales (Kavada, 2006:11); 3) posibilitar, no obstante lo anterior, luchas ideológicas en el ciberespacio (Leeroy, 2004); 4) sustentar estrategias de comunicación política, organización y movilización de modos que tanto replican, reemplazan o complementan a los medios y los movimientos tradicionales (Jensen, 2005:15); 5) permitir la emergencia de un sujeto político heterogéneo (Lago y Jara, 2001; Barandiaran, 2003); 6) posibilitar el tránsito desde la esfera pública a la “pantalla pública” (De Lucca and Peeples, 2002). Esta corresponde a una metáfora para comprender la ampliación de la escena política por el entorno mediático de la sociedad contemporánea. Mientras en la esfera pública se privilegia lo racional, consensual, la civilidad, en la “pantalla pública” destaca la diseminación, las imágenes, la publicidad, la distracción y el disenso. Esta esfera mediática es relevante para el cambio cultural y tecnológico a la vez que enmarca nuevas condiciones para la retórica, la política y el activismo (op.cit.:123).
Hablamos de tendencias por cuanto en la mayoría de los casos no puede hablarse de características bien establecidas. Las “redes débiles” posibilitadas por las prácticas comunicativas digitales no dispondrían de la capacidad para sostener una labor política en defensa de los programas, como ha sido lo propio de los repertorios de protesta en el pasado, y quizás los movimientos sociales se están dividiendo entre viejos estilos de acción que apoyan la participación política en núcleos de toma de decisiones y muestras espectaculares pero efímeras de conexión mundial (Tilly,2005:32,33)[30].
Para Jensen (2005: 22,23), tras los nuevos movimientos sociales que emergieron en 1968 se detonó un proceso de culturización de la política y politización de la cultura. Una redefinición en un contexto de tránsito desde el “gobierno” a la “gobernanza” en escalas tanto locales, nacionales y trasnacionales[31] la cual, de un lado, reenfatizó los aspectos discursivos, informales y cotidianos de la política y, de otro lado, extendió las categorías políticas al campo de estudios cultural, estético y de lo cotidiano.
Existe, por otra parte, poca evidencia  de que Internet esté convirtiéndose en sustituto de las formas tradicionales de protesta y, en esa medida, si modifica las lógicas de acción colectiva o únicamente acelera la difusión de la protesta (Van Aelst and Walgrave, 2004:105). Lo anterior, sin embargo, no impide afirmar que Internet ofrece un repertorio de protesta complementario a las formas tradicionales, parte del cual es exclusivamente digital y que se podría clasificar como disrupción violenta y no violenta y como acción convencional e institucional (Candón Mena, 2010:269-271).
Para Calderón (2011:77,88), por su parte, el uso cotidiano de las tecnologías digitales, sobre todo entre los jóvenes, ha propiciado una tecnosociabilidad la cual incide, a su vez, en la gestación de una nueva politicidad. Este nuevo atributo, estaría creando una  “arena social” que aumenta la conectividad entre los jóvenes pero que los separa del resto de la sociedad, acostumbrada a otras formas de comunicación.
Al descreer de las instituciones y formas tradicionales de la política, los jóvenes aumentan su participación en movimientos sociales globales en los cuales despliegan los nuevos repertorios valóricos y los proyectan hacia el espacio público. Estos cambios en las culturas políticas juveniles sería lo propio de los “nuevos movimientos sociales latinoamericanos” (Calderón, 2011:89-91) que se encuentran desafiando el modelo de democracia liberal y representativa (Castells, 2009; Ramos Santana, 2005). O en otras palabras, reinventando la “política desde abajo” (Calle, 2005; Fleischman, 2004).
En sentido complementario, Reguillo (2012) postula un nuevo cosmopolitismo político entre los jóvenes a partir del uso de las redes sociales. En la gigantesca ola de voces juveniles que se levanta frente al estado de cosas predominante, es posible reconocer la imbricación de nuevas y viejas formas de la política que muestran la posibilidad de una ciudadanía global sobre la base que “lo subjetivo, lo personal, las emociones y lo cotidiano construyen política” (Sodré, 2002)[32].
Complementario a este cambio cultural propio de los movimientos sociales, Castells (2009:412) propone que la activación digital estaría conduciendo a formas transitorias de cambio político, a las que denomina políticas insurgentes; esto es, movilizaciones que subvierten las lógicas incorporadas en el sistema político y que, eventualmente, pueden derivar en transformaciones institucionales[33].
Otro concepto para referir a las nuevas formas de acción colectiva es el de política viral (Arditi, 2010). Se trata de una nueva acción política que combina el espacio material y el digital en torno a acciones específicas que tienen la capacidad de producir “esferas públicas transitorias” y que se enmarcan dentro de “insurgencias de nuevo tipo”.
Centrados, finalmente, en recientes casos de usos de redes sociales, Howard & Parks (2012) señalan que existe una conexión entre difusión tecnológica, el uso de medios digitales y el cambio político. Pero, a la vez, afirman que ella es compleja y contingente, es decir, dependiente de otras variables. Se debe obtener obtener una apreciación más clara de las sutiles y a menudo inesperadas formas en las que las redes sociales, los medios tradicionales y la cultura política interactúan.
Por su parte, Valenzuela, Arriagada y Scherman (2012), a propósito de la relación entre usos de Facebook y el comportamiento de protesta entre jóvenes chilenos, señalan que el vínculo entre el uso de Facebook y el comportamiento de protesta en jóvenes chilenos está mediado por el grado en que la red social es utilizada para el consumo de noticias, la expresión de opiniones y la socialización con pares. El uso de Facebook es, por lo tanto, una herramienta significativa para el activismo juvenil, pero en ningún caso la única o la más importante.
En la dimensión organizativa, la propiedad de red distribuida de Internet (Castells, 2001; Himanen, 2001), y su correlato con la estructura orgánica de los movimientos sociales es una constante en la literatura revisada como fuente de ventajas en varios sentidos[34]. Ya sea para la comunicación, intercambio y coordinación entre activistas y organizaciones (Bennet, 2003;Monasterios, 2003); ya sea como proceso organizacional en sí mismo (Kavada, 2006:10); ya sea incrementando las ventajas estratégicas de organizaciones con escasos recursos dentro de los movimientos (Benett, 2003:143); ya sea para desarrollar nuevas formas de acción, gestión y participación (De Moraes, 2001); ya sea para recuperar el valor de la cooperación, originario del “espíritu” de las tecnologías participativas (Rheingold, 2004) y de la propia Internet (Himanen, 2001); ya sea para establecer nuevas territorialidades a partir de la articulación local/global (Lago, 2007); ya sea para sustentar el “ciclo internacional de luchas” (Hardt y Negri, 2004). O ya sea, en términos estratégicos, para el desarrollo de una “desobediencia civil electrónica” (CAE, 2001)[35], una infowar (Baldi, 2000; Crilley, 2001)[36], una Netwar (Arquilla y Ronfeldt, 2001) o una política viral (Arditi, 2009; 2010).
Lo fundamental, en todo caso, es la configuración de los nuevos conflictos contemporáneos en red. Redes sociales que si bien son de larga data en la historia (Arquilla y Ronfeldt, 2001; Castells, 2001) se ven potenciadas por la reticularidad de Internet que las favorece frente a las estructuras jerárquicas institucionales propias de la modernidad.
Para la Netwar, por ejemplo, la red es la nueva modalidad del conflicto en la sociedad de la información y, como el dios latino Jano, es bicéfala: se orienta tanto a acciones transformativas (movimientos sociales) como destructivas (organizaciones terroristas y criminales). Para la política viral, en tanto, este patrón es clave para cumplir con sus dos principios operativos: el principio de la replicabilidad y el principio de la conectividad entre las personas (Arditi, 2010). Gracias a ellas, estas organizaciones y movimientos podrían prescindir de su base tecnológica digital, llegado el caso, pues este recurso, aunque fundamental, no es más relevante que el espacio material para su acción (Arquilla y Ronfeldt, 2001:11)[37].
La proliferación de formas de  organización y enunciación sin centro de estas insurgencias, se plasma en dos rasgos entrelazados: de un lado, en el “descentramiento del liderazgo” como resultado del fortalecimiento del yo-autor, del anonimato personal y colectivo que desestabiliza el monopolio de los centros de emisión “acreditados”; de otro lado, en una tendencia creciente a involucrarse en causas intermitentes, que “significan” y marcan distancia frente a las lógicas de participación institucionalizadas. En las insurgencias predominan las “causas” antes que las organizaciones[38].
Sin embargo, es poco aun lo que se sabe respecto a cómo la lógica digital modifica las estructuras organizacionales de los movimientos sociales pues, entre otras cuestiones, se requiere saber más del impacto de las tecnologías sobre el carácter de los movimientos, cómo su uso afecta el reclutamiento y la membresía, así como las relaciones entre las actividades online y offline (Dahlgren, 2004:xii).
Tomando en cuenta que la identidad es el principio mediante el cual el actor social se define a si mismo y en nombre del cual actúa (Ramírez, 2006) la literatura consigna diferentes articulaciones por parte de la activación digital.
Para Monasterios (2001:8), y en relación a movimientos indígenas latinoamericanos, Internet provee un medio de comunicación y de representación discursiva que propende a la autoidentificación de los sujetos. Permite la construcción de discursos propios y representaciones de identidad que acentúan su carácter construido, de imaginarios y una apuesta por la interculturalidad (Monasterios, 2003). Como contracara de este atributo, Internet también permite el anonimato y la difusión de discursos extremistas de  grupos intolerantes (Crilley, 2001) y actores nada democráticos (Dahlgren, 2004).
La comunicación electrónica, asimismo, posibilita la formación de identidades trasnacionales basadas en valores solidarios y de confianza (Monasterios, 2003; Kavada, 2006:11), así como la visibilización mediática en el espacio público (De Moraes, 2001) derivada de una creciente politización de la vida cotidiana (Kahn and Kellner, 2004). En este sentido, Castells propone que las políticas insurgentes serían el resultado de la combinación de dos matrices culturales presentes en la actualidad: el individualismo en red y el comunalismo (2009:362, 363).
Para Reguillo (2012) el protagonista de las insurgencias de nuevo tipo se trata de “un sujeto colectivo difícil de asir, de definir y de nombrar”, el cual obliga a replantear “nuestra comprensión de los movimientos sociales, de las protestas, de las rebeliones en muchos y diversos sentidos”.
Reguillo destaca la elocuencia del lenguaje y la (auto)denominación de Indignados, para hacerla extensiva al conjunto de los participantes en las revueltas árabes, egipcias, españolas, inglesas y chilenas, si bien admite las diferentes apelaciones a “lo nacional” en cada caso. Todas ellas, a su juicio, son expresiones que aluden, despliegan, abren, colocan y anuncian otras formas de entender las “reivindicaciones”, la protesta, las formas de colocarse en y desde lo público como un sujeto antagonista al poder instituido.
Estos Indignados desbordan los sistemas clasificatorios de los movimientos sociales en clave de política moderna y, se desplazan al territorio de las emociones. “La indignación es un sentimiento, no un partido ni una organización”. Estas formas de identificación con lo político, por lo tanto, socavan los márgenes de nuestra racionalidad moderna y las posibilidades metodológicas de hacerse cargo de las transformaciones de “la protesta” y del sujeto que la protagoniza (Reguillo, 2012).
En tal sentido, su análisis enlaza con la idea de una ética que infunde fuerza y cohesión al movimiento, considerado el principal acontecimiento social del siglo en contra de los valores neoliberales. Es decir, una militancia que hace de la resistencia un contrapoder y de la rebelión un proyecto de amor (Sodré, 2002).
Una tercera cuestión es la construcción de ciberidentidades que se alimentan de la diversidad, de la conversación planetaria que a través de la “bitácora” personal, descentran y desterritorializan los sentidos que se producen, lo que contribuye a “producir extrañamiento”, una condición fundamental para producir reflexividad. Esta capacidad de articular relaciones que trascienden los movimientos territoriales es la que hace de la globalización más que un concepto económico o una metáfora sociocultural (Reguillo, 2012).
Se consigna, sin embargo, que el rol e importancia de Internet es objeto de diferentes valoraciones al interior de los propios movimientos: mientras algunos lo consideran indispensable, para otros es más bien accesorio (Van Aelst and Walgrave, 2004:105). La construcción de un Nosotros internacional, por lo tanto, se estaría convirtiendo en un rasgo cada vez más reconocible en los movimientos sociales del siglo XXI, si bien resta evidencia para hablar de un fenómeno asentado (Tilly, 2005:27).
Como recurso para la resistencia y la conformación de modalidades de contrapoder, la activación digital se destaca como un tipo de apropiación del “espacio de flujos” en que el capitalismo informacional basa su control, así como desafío a la globalización neoliberal (Lago y Jara, 2001; Lago y Marotias, 2007; Mari Sáez y Sierra, 2008). En clave posmoderna y anarquista, Bey (1991) propone la conquista de una Zona Temporalmente Autónoma en los intersticios de los sistemas de dominación, siendo la Web un espacio propicio, a modo de una “utopía pirata” contemporánea.
Se destaca también el poder de las redes en tanto modelo rizomático, horizontal y descentralizado que, en la lógica de la Netwar por ejemplo, posee ventajas estratégicas sobre las estructuras verticales de acción (Arquilla y Ronfeldt, 2001). En esta línea, se agrega su condición de dispositivo de comunicación de todos para todos y forma de resistencia a la tendencia corporativista (Fleischman, 2004).
Las insurgencias contemporáneas comparten un sustrato no únicamente reactivo sino también creativo. Para la multitud, “las fuerzas movilizadas en el ciclo global de luchas, además de tener un enemigo común (neoliberalismo, hegemonía estadounidense o imperio global) comparten prácticas, lenguajes, conductas, formas de vida y anhelos de un futuro mejor (Hardt y Negri:250-253). Para la política viral, en tanto, las insurgencias parecen ser más aptas para transformar el mundo que para gobernarlo (Arditi, 2012).
Por tratarse de una practica eminentemente discursiva, la “desobediencia civil electrónica” tiene el poder de desafiar el régimen semiótico imperante mediante el cual se ejerce la dominación en el capitalismo informacional (CAE, 2001). Igualmente, y basándose en una lectura integrada entre las reglas del cambio tecnológico y el pensamiento de izquierda, el activismo digital dispondría del poder de potenciar el imaginario de la actividad subversiva (Islas, 2006).
Como expresiones de estas formas de contrapoder en la esfera pública, se ubican diferentes tácticas de construcción, experimentación y politización de lo técnico (Barandiaran, 2003:10,11), como las siguientes: hacktivismo, hackmeeting y hacklabs, servidores autónomos y telemática antagonista, mediactivismo, infowar (Baldi, 2000; Crilley, 2001; Candón Mena, 2010), smart mobs (Rheingold, 2004).
De estos últimos ha derivado un variante popularizada en los movimientos e insurgencias actuales: los flashmobs[39]. En estos, la identidad es creada con anterioridad al evento público, le permite a un grupo reunirse a una velocidad y escala sin precedentes (Wasik, 2012:82) y, a diferencia del término más amplio de smart mob, tienen un carácter militante (Joyce, 2010:219).
Pero junto a estas tácticas, se ubica también el mediactivismo. Un caso emblemático al respecto es el de Indymedia, creado a partir de la “batalla de Seattle”, al que Jankowski (2003:4) prefiere llamar “movimiento noticioso” y que se inscribe en una larga tradición de medios alternativos[40]. El principal desafío de estas experiencias estribaría en establecer criterios de veracidad, credibilidad y calidad en medio del caudal informativo que circula por las redes (Baldi, 2000; Fleischman, 2004). El ejemplo de Indymedia, asimismo, ofrecería oportunidades para repensar las prácticas profesionales periodísticas en términos de agenda setting, uso de fuentes y discursos noticiosos (Atton, 2008).
Desafiando el concepto de “medios alternativos”, Downing (2010:1-3) prefiere hablar de nanomedios para incluir en esta categoría a la diversidad de expresiones que, tanto histórica, tecnológica pero sobre todo antropológicamente, se vienen desarrollando. Prefiere, entonces, la definición de medios de movimientos sociales como una síntesis de dos denominaciones en uso: medios comunitarios y medios de red.
Si bien en estos ejemplos se combinan modalidades pensadas en articulación con el espacio material y otras para el espacio digital, ellas representan formas de visibilidad que rompen el gatekeeping tradicional de los medios de difusión masivos sobre los movimientos sociales (De Moraes, 2001)[41] el cual ha favorecido históricamente su “ocultación” en las pantallas (Alai, 2005).
De lo anterior, se derivan tres nudos problemáticos. El primero enfatiza que estas modalidades no reemplazan a la movilización en las calles y que, más bien, ambos espacios deben concebirse articulados y en interfaz (Baldi, 2000; Fleischman, 2004; Castells, 2009; Monasterios, 2001). Wasik (2012:112) propone que para entender la articulación entre lo material y lo virtual, es necesario ver las protestas callejeras como un símbolo de la gigante y subterránea multitud de personas que luchan por hacerse visibles. Ellas representan el grupo de desconectados “conectándose” a una causa.
El segundo problema alude a si las redes digitales serían la primera esfera pública que compensa la excesiva cobertura que los medios de difusión le otorgan a los partidos políticos y los grupos de interés. En tal sentido, se debe cuestionar si acaso ellas únicamente juegan un rol instrumental en la construcción de ciudadanía y expresión política o si, al tomar parte en el sistema político, podrían eventualmente cambiar sus reglas (Cardoso y Pereira Neto, 2004), en la línea de la política insurgente.
El tercer problema alude a la violencia derivada, especialmente, de la represión por parte del Estado que acarrea la irrupción de los movimientos en el espacio público. “En una imagen extrema -propone Reguillo (2012)- puede decirse que a los mensajes de texto, al uso de los chats, al llamado en Facebook, a las autoconvocatorias en Twitter, el poder responde con tanques de agua, con 'basukas' y encarcelamiento”. Estrategias estas que motivan la siguiente pregunta: cómo ahora la policía diseñará estrategias para extender la efectividad y el control que ejercen en el mundo físico al mundo virtual (Wasik, 2012:113).
Al contrario de quienes ven en la multitud un comportamiento desbordado, la violencia que ella practica es opuesta al sinsentido: lo que aparenta ser un comportamiento anárquico es, de hecho, gobernado por una autoconciencia colectiva combinada a un conjunto compartido de quejas y reclamos. La multitud comparte una identidad que va evolucionando de acuerdo a las circunstancias (Wasik, 2012: 82).
“Me atrevo a formular una hipótesis” -señala Reguillo (2012). “En la construcción de la utopía, en la imaginación de futuros posibles, Internet está jugando un papel fundamental al proveer una técnica y una estética para una ética que prioriza las dimensiones subjetivas de la acción y un lenguaje propicio que erosiona las lógicas de los reconocimientos clasificados, prescritos y generalmente proscritos”.
Es Castells (2009), sin embargo, quien ha intentado teorizar la relación “comunicación y poder” en el marco de la sociedad-red. Según él, la política y los conflictos actuales se desarrollan en las redes multimedia en el cual se disputan las mentes humanas y los marcos interpretativos que condicionan la acción social. De un lado, actores poderosos que ejercen cuatro formas de poder y dominación (poder de conectar en red, el poder de la red, el poder en red y el poder de crear redes) que los convierte en programadores de las redes.
Dichos poderes gobiernan las redes y dado el volumen, alcance y tipo de recursos que movilizan, son incomparables con las tres formas de contrapoder en la sociedad red. La primera de ellas es el contrapoder de reprogramar las redes que ejercen las redes de usuarios. La segunda forma es el cambio cultural al que aspiran los movimientos sociales y la tercera forma es el cambio político que moviliza a la política insurgente, en tanto procesos en discontinuidad con la lógica incorporada en las instituciones políticas. Todas estas formas de contrapoder interactúan en las redes en modalidades de convergencias, divergencias y contradicciones, de acuerdo a la voluntad de los actores sociales.
Y también todas ellas concurren –junto con las cuatro formas de poder- a conformar un nuevo espacio público: uno de la interacción social y significativa, donde las ideas y los valores se producen, se transmiten, se respaldan, se combaten y se transforman. Es la capacidad de agencia de los actores empoderados en las redes, la propiedad estructurante distintiva de los contrapoderes.
No se puede omitir, sin embargo, que junto a estas perspectivas centradas en el poder transformador de la activación digital, existen otras que relativizan su valor. De un lado, existen visiones pesimistas que proponen que estas tecnologías son también usadas para ejercer una autoridad ilegítima como la vigilancia y el aumento de control sobre las personas. Es decir, alude a una advertencia de usos antidemocráticos de la tecnología[42] la cual, en cuanto infraestructura física, existe dentro de límites territoriales la cual puede ser bloqueada por los poderes políticos y vigilar a los ciudadanos (Joyce, 2010:12).
De otro lado, existe la visión de los “persistentes”, aquellos que no ven en las tecnologías digitales ni una salvación ni un perjuicio por cuanto la distribución de poder político resultará básicamente inmodificada; es decir, “persisitirán” las mismas reglas de la política y la tecnología no podrá modificar sus estructuras, sea para bien o para mal. En cuanto al activismo como práctica política, esta perspectiva señala que las redes digitales señalan un cambio en su intensidad, más no en su naturaleza (Joyce, 2010:10-12). Para determinar, sin embargo, los efectos o resultados del activismo digital se debe previamente definir cómo medirlos tomando en cuenta la dificultad metodológica de la tarea que, por cierto, trasciende el mero hecho de correlacionar sus impactos con los objetivos fijados por el movimiento o insurgencia dentro del que se desarrolla.
Estrechamente vinculado al poder relativo y al valor que otorgan actualmente las redes multimedia globales, se encuentra la pregunta por el diseño de estrategias dentro del nuevo entorno comunicativo. Es decir, en qué medida actualmente se dispone de un corpus de conocimiento acumulado sobre la activación digital que permita avanzar en esta dirección.
Para Joyce (2010:210), actualmente se da un “dilema táctico” producto de que cada experiencia desarrollada por los medios digitales es contextual. No existe un borrador común para los diferentes casos de activismo digital, de modo que lo que fue útil para una experiencia, no necesariamente lo es para otra. Este dilema genera dos reacciones alternativas: la especificidad o la generalización en los análisis que, no obstante sus fortalezas, no permiten avanzar en un conocimiento más estratégico del activismo digital.
A pesar de este dilema, y de la brecha en el conocimiento estratégico, la opción sería trabajar entonces con el conocimiento acumulado de los diferentes casos de estudio y, de manera compensatoria, utilizar el conocimiento estratégico pre-digital para las experiencias del activismo. Esta alternativa, sin embargo, dispone de dos riesgos: 1) no se pueden aplicar los conceptos y modelos de comunicación ni de medios al nuevo entorno digital y 2) la infraestructura del activismo ha cambiado pero no así su conocimiento estratégico (Joyce, 2010:211).
En perspectiva histórica, y tras un análisis de las estrategias comunicacionales desde la década sesenta hasta hoy por parte de los movimientos sociales[43], Rucht (2004) observa un desplazamiento desde un tipo de comunicación interpersonal a una comunicación mediatizada, si bien los medios masivos continúan siendo un referente fundamental hacia los cuales despliegan estrategias diversas.
Así, por ejemplo, cuatro tipo de relaciones han caracterizado estas estrategias. La abstención o automarginación que nace de las malas experiencias y un acendrado prejuicio hacia los medios. El ataque que se traduce en una crítica mediática constante en función de la desinformación o cobertura distorsionada de los actores y sus demandas. La adaptación que corresponde a la aceptación de las reglas y una orientación de sus acciones en busca de coberturas mediáticas positivas y, finalmente, la alternativa orientada a la creación de medios propios para sus miembros y simpatizantes (Rucht, 2004:31). Por cierto, estas relaciones no son excluyentes aunque sí se diferencian en cuanto a la inversión de recursos: mientras la adaptación y la alternativa requieren de ellos, el ataque y la abstención los omiten.
Una segunda conclusión es que los movimientos se equivocarían al ignorar a los medios masivos como referentes para sus estrategias comunicacionales, si bien estarían igualmente equivocados descansando únicamente en ellos, por lo cual el desarrollo de medios propios, como los provistos por Internet, es fundamental (Rucht, 2004:46).
A este respecto, sin embargo, es fundamental complejizar la percepción de los medios masivos, particularmente la TV. Si bien históricamente los movimientos sociales han sido objeto de estrategias de ocultación, revelación y deslegitimación (Alai, 2005:86)[44], es necesario considerar tres variables sobre su funcionamiento. En primer lugar, las empresas mediáticas se mueven con una lógica comercial y buscan el favor de las audiencias (Castells, 2009:71)[45]. De ahí que, aunque comprometidas en la lucha política, deban cumplir con unos mínimos de credibilidad para conquistar y mantener a dichas audiencias que, en muchos casos también, disponen de mayor acceso a la información[46].
En segundo lugar, se encuentra el “factor humano”. Es decir, los medios de difusión están integrados por algunos profesionales (directores, editores, periodistas) que se rigen por criterios éticos, por genuinos “valores noticiosos” y están dispuestos a dar cobertura veraz sobre los movimientos sociales y las insurgencias (Rutch, 2004:29). Lo anterior, sin embargo, dista de la creencia respecto a los medios como cuarto poder -como supuestos fiscalizadores del poder político en nombre del interés ciudadano- pues en rigor son otra cosa: son el espacio simbólico de construcción y disputa del poder en las sociedades contemporáneas (Castells, 2009:195).
En tercer lugar, Internet ha venido a modificar el entorno mediático en su conjunto, generando reacomodos con los medios masivos que recién comienzan a apreciarse. Entre ellos, y de manera importante, sobre los procesos de producción noticiosa y de procesamiento de la información.
Una comprensión de estas variables, por lo tanto, permitiría que, de un lado, los movimientos e insurgencias abandonen las visiones maniqueas respecto a los medios de comunicación, sin por ello descuidar una visión crítica, así como también, de otro lado, exige que los movimientos asuman su condición de “sujetos de comunicación”, esto es, la tarea de volverse fuente noticiosa. De este modo, además, podrán transitar “desde la protesta a la propuesta” en materia comunicacional para así alcanzar una mayor incidencia en la agenda pública e inscribir más certeramente su histórica demanda por el “derecho a comunicar” (Alai, 2005:94, 95).
 
4.- La activación digital como modalidad de comunicación política.
En primer lugar, ofrecemos la definición de “activismo digital” de Joyce (2010:viii): “el activismo digital corresponde a prácticas comunicativas para todo tipo de campañas sociales y políticas, que utilizan la infraestructura de las redes digitales pero que excluyen prácticas de otro tipo”[47].
Esta definición se construye sobre la base de dos criterios: la exhaustividad de las prácticas comunicativas -entendidas para todo tipo de causas- y su exclusividad al ámbito de las redes digitales. Fundamental en ella también resulta el énfasis implícito de que la velocidad, fiabilidad, escala y bajo costo en el uso de estas redes son las que han permitido la gran amplitud y alcance del activismo contemporáneo.
Reconociendo estos atributos, sin embargo, nosotros proponemos un tercer criterio: el de la articulación entre las prácticas comunicativas por las redes digitales y las prácticas performativas en el espacio material de la protesta[48]. Articulación que da cuenta de la interfaz dinámica entre ambas y su retroalimentación para el sentido de la acción colectiva y que creemos es consistente con la observación de nuestro caso de estudio.
Este criterio, por lo tanto, nos permite proponer el término de activación digital definida como una modalidad de prácticas comunicativas por las redes multimedia globales en el marco de las insurgencias contemporáneas, las cuales se encuentran articuladas con las prácticas performativas del espacio material, en función de los malestares y los fines que movilizan a sus participantes.
Con esta definición, nuestro propósito es acotar este tipo de prácticas comunicativas en dos sentidos: de un lado, inscribirlas dentro de la tradición de los movimientos sociales y las insurgencias de nuevo tipo que emergen en la actualidad, según han sido definidos en el texto; de otro lado, establecer que ellas representan modalidades de comunicación política que se han venido consolidando en el tiempo y en función de la dinámica de evolución tecnológica en las redes multimedia globales. Así definidas, las prácticas comunicativas de la activación digital han venido a desafiar también la comprensión de la comunicación y la política en el marco de la transición histórica de las sociedades contemporáneas[49].
Esta definición, asimismo, busca conectarse con criterios de pertinencia teórica y de relevancia social para los estudios de comunicación en América Latina. En cuanto al primero, creemos que el estudio de la activación digital es pertinente por cuanto detectamos un déficit sobre la temática en los estudios latinoamericanos de comunicación, en medio de un creciente, aunque fragmentario, interés por Internet desde mediados de la década noventa (Trejo Delarbre, 2012) junto a una concepción de la comunicación política centrada en el análisis de procesos electorales y de actores institucionalizados que tiende a opacar las nuevas modalidades promovidas por los movimientos e insurgencias contemporáneas (Bonilla, 2004)[50] por medio de su apropiación de las redes multimedia globales.
Este argumento se articula, a su vez, con un criterio de relevancia social orientado a la renovación de las “utopías fundantes” (Lopes, 2010) en el campo de la investigación latinoamericana en comunicación. En tal sentido, creemos que la activación digital, en cuanto modalidad de comunicación política, representa un fenómeno de creciente importancia (Dahlgren, 2004) entre la acción política y el nuevo entorno mediático y es significativa para indagar la centralidad de lo comunicativo en la constitución de lo social (Fuentes, 2002).
Finalmente, presentamos modelo de relación entre los tres contextos de la activación digital en que hemos organizado nuestra propuesta.
 

Figura 1.

Los tres contextos de la activación digital.

 

                                                           Globalización 

 

 

 

                                                               Activación

                                                                 digital

 

 


 

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- Óscar Bustamante Farías, periodista, Magister en comunicación y estudiante de doctorado en Ciencias Sociales en México.


[1] “La identificación absoluta de la política con la gestión del capital ya no es el secreto vergonzoso que enmascararían las formas de la democracia, es la verdad declarada con que se legitiman nuestros gobiernos” (Ranciere, 1996:140).
[2]Digamos, por lo pronto, que el concepto de Arditi está inspirado en las propiedades de la cultura viral propuestas por Bill Wasik (2009).
[3]Pensemos, por ejemplo, en las iniciativas de vigilancia y control sobre Internet impulsadas por este país a partir de 2012 con leyes como SOPA y PIPA (por sus siglas en inglés) y la introducción de cláusulas en este sentido dentro de acuerdos comerciales. Ver: http://www.cnnexpansion.com/tecnologia/2012/01/18/como-afecta-la-ley-sopa-a-mexico
[4]Pensemos, a este respecto, en la campaña desinformativa impulsada por el gobierno de George W. Bush en 2003 para justificar la invasión a Irak y que Castells (2009) analiza en detalle. O, por ejemplo, en las denuncias realizadas por el diario The Guardian en contra de Televisa, en México, denunciando una campaña favorable hacia el candidato presidencial Enrique Peña Nieto (PRI) y en contra del también candidato Andrés Manuel López Obrador (PRD), previo a la elección presidencial de julio de 2012.
[5]Pensemos, por ejemplo, en la crisis financiera global de 2008 y la centralidad que el malestar hacia sus principales responsables ha tenido en el discurso del movimiento Occupy en USA.
[6]Ver Williamson (1998).
[7]Y cuyo ejemplo paradigmático al respecto fue Argentina que colapsó políticamente el año 2001 mediado por el Cacerolazo al que hicimos alusión.
[8]Más sobre esta crisis y el “malestar con los economistas” en Galbraith (2009) y Krugman (2009).
[10]Que para el caso de Hardt y Negri (2004) representa una categoría fundamental que demuestra como todas las demás están mutuamente implicadas. “Es como una especie de remolino que arrastra toda la vida común al sumidero de la explotación” (324).
[11] Ramírez agrega que “exacerba el individualismo, presente ya en  su versión liberal. Relega el sentido de pertenencia a la comunidad  política y se desmarca de la  solidaridad, un elemento constitutivo de la ciudadanía. De ésta, desagrega sus componentes, privilegiando los derechos civiles y postergando los sociales y económicos así como los culturales. Respecto de los derechos políticos, su aporte es enfatizar los relacionados con la fiscalización y el control del Estado” (comunicación personal).
[12] Destaca, a nivel latinoamericano, el Foro Social Mundial como “espacio público social”, el cual ha sido emblemático y estratégico para el encuentro y la deliberación entre movimientos locales y globales.
[13]Es Castells (2009:73-99) quien ofrece un cuadro actualizado y documentado de las redes de intereses que convergen alrededor de las “Siete Magníficas” corporaciones que controlan buena parte de las redes multimedia globales.
[14]Y aquí el antecedente directo lo constituye el Informe McBride en cuya redacción los representantes de A. Latina jugaron un papel relevante. Ver: http://unesdoc.unesco.org/images/0004/000400/040066sb.pdf y para una valoración crítica: http://www.cac.cat/pfw_files/cma/recerca/quaderns_cac/Q21incom_ES.pdf
[15]La premisa para la comprensión de las brechas digitales es la siguiente: “Internet no llegó ni para acentuar ni para aminorar las desigualdades sociales pues estas no dependen de la tecnología sino de la estructura social sobre la que se montan” (Barbero, 2002).
[16] Por actor social se entiende un grupo organizado (formal o informal) que lleva a cabo prácticas colectivas en torno a demandas y reivindicaciones que considera importantes para el presente y futuro de las sociedades. Cuando este actor acumula fuerza social, obtiene consenso y legitimidad hacia sus causas, intenta provocar  procesos de cambio y cuenta con una propuesta alternativa a los conflictos relevantes de la sociedad, da lugar a un movimiento social (Ramírez, 2006: 33).
[17]Esta investigación analizó los casos de dos redes sociales (una local: Colectivo de solidaridad con la acción zapatista y otra internacional: Red mexicana de acción frente al Libre Comercio), dos movimientos mundiales (Foro Social Mundial y la Marcha Mundial de las Mujeres) y dos ONGs trasnacionales (Human Rights Watch y Greenpeace).
[18]De Morais (2001) presenta buenos ejemplos de la influencia de las ONGs en la promoción de las redes digitales en Brasil.
[19] “Las singularidades interactúan y se comunican socialmente sobre la base de lo común y su comunicación social produce, a la vez, lo común. La multitud es la subjetividad que emerge de esta dinámica entre la singularidad y la comunalidad” (Hardt y Negri, 2004:234).
[20]A partir de la “batalla de Seattle”, los manifestantes han comenzado a transformar las cumbres de las instituciones globales en improvisados “estados generales” globales (Hardt y Negri, 2004:331).
[21]Estos encuentros son posteriores pero están ligados a la ocurrencia en 1994 del alzamiento Zapatista en el estado de Chiapas, México.
[22]Entendemos como tales a la trama de redes del sistema multimedia global en formación y en el que concurren tanto las grandes corporaciones mediáticas cuyos intereses se orientan a crear nuevos mercados y oportunidades de negocios en Internet, como también las redes de actores sociales quienes, a través de la autocomunicación masiva, buscan incrementar su autonomía tecnológica y cultural (Castells, 2009:73).
[23]En la discusión académica y política, por “apropiación social” se designa una amplia variedad de aprendizajes, usos y beneficios provistos a las personas por las tecnologías de información y comunicación (Trejo, 2012).
[24]A las que se agregaría una “brecha decisional” vinculada con una actitud personal de inclinación o rechazo a las redes digitales como se pudo comprobar en el caso de la “Revuelta de Magallanes” en Chile (Beaumont, 2011:140).
[26]Existe por cierto también la versión 3.0 de Internet, acuñada originalmente por Jeffrey Zeldman, para señalar una serie de mejoras a su versión 2.0. Actualmente, sin embargo, existe un debate considerable en torno a su significado. Ver: http://es.wikipedia.org/wiki/Web_3.0
[27]Y en la cual, parafraseando a McLuhan (1998), “el contenido es el usuario”.
[28]Sugerimos ver las dos partes de la entrevista de Julian Assange al grupo de hackers conocidos como Cypherpunks. Ver: http://assange.rt.com/es/episodio-8--assange-y-los-criptopunks/
[29]Tras el convulsionado año 2011, están comenzando a aparecer trabajos sobre la activación digital por las redes sociales (Facebook, Twitter, Youtube) a partir de las cuales la penetración de Internet se ha duplicado y la activación digital se ha intensificado en todo el mundo. Ver: http://www.slideshare.net/MaryCJoyce/global-digital-activism-data-set-infographics-for-mayjune-2011?from=ss_embed
[30]La crítica de Tilly se basa en el análisis de la movilización civil espontánea para derrocar al pdte. Estrada en Filipinas el año 2001 y discute la hipótesis de los smart mobs (multitudes inteligentes) de Rheingold (2004) como relevantes en el acontecimiento.
[31]Para una crítica a la “gobernanza” desde una perspectiva latinoamericana, ver Aguilar (2006).
[32]Tras el estudio del uso de TICs en la “Revuelta del gas” en Magallanes (Chile), Beaumont (2011) concluye que “se identifica que el movimiento define sus propios cánones de comportamiento en tanto usuarios digitales, y es capaz de innovar en el modo de hacer política ciudadana, complementando y enriqueciendo sus expresiones soberanas” (269).
[33]Para lo cual analiza los casos del 11-M en España y la campaña de Barack Obama por Internet en USA, previa a su elección el año 2008 (349, 364).
[34]Para una breve historia de la reticularidad y el crecimiento de la “red de redes”, ver Scolari (2008) e Internet Society (2010): http://www.internetsociety.org/sites/default/files/brochure.pdf
[35]El colectivo Critical Art Ensamble utiliza el término “colectivos celulares” (op.cit.:63 y ss.).
[36]Crilley (2001) da cuenta del uso de Internet por organizaciones terroristas y extremistas europeas, enfatizando en las implicaciones legales y en materia de política de seguridad para los estados.
[37] Asimismo, corresponde a organizaciones que están formadas por actores múltiples, con capacidades ofensivas y defensivas pero cuya acción difumina las fronteras comprensivas tradicionales (las dualidades de lo público/privado, guerra/paz, cívico/militar)(Arquilla y Ronfeldt,2001:1-22).
[38]Y a este respecto la red social Facebook ha desarrollado una aplicación denominada “Causes”. Ver: https://www.causes.com/?utm_campaign=canvas&utm_medium=canvas&utm_source=fb
[39] Según Wasik (2009) el término fue acuñado por Sean Savage para referir a la reunión masiva de personas sin un aparente “gran motivo” y estaría emparentado con el de flash crowd de Larry Niven quien lo utilizó en un cuento de ciencia ficción en 1973.
[40]En una definición que comprende sus políticas editoriales, la construcción y producción de noticias y los elementos contextuales del medio (10).
[41]Tema respecto del cual también se apunta la responsabilidad de los propios movimientos sociales al no diseñar estrategias hacia los medios de difusión (Alai, 2001, 2005).
[42]Y aquí destaca el caso de Evgeny Morozov, autor del libro The Net delusion: the dark side of Internet freedom en el que propone que las redes son aprovechadas para una mayor vigilancia, control y manipulación propagandística por parte de los gobiernos, sean autoritarios o democráticos. Ver: http://www.evgenymorozov.com/
[43]Su análisis se centra en Europa occidental y los siguientes referentes de la acción colectiva: la Nueva Izquierda (década 1960), los Nuevos Movimientos Sociales (décadas 1970-1980) y los actuales Movimientos Sociales Globales (a partir de la década de 1990).
[44] Mediante la primera, los medios ignoran lo que hacen o dicen los movimientos. La revelación, por su parte, implica dar cuenta de aquellas noticias que desacreditan a los movimientos, en tanto que la deslegitimación busca dividir, aislar y restar apoyo social a sus causas.
[45]Esto, con independencia de la naturaleza pública o privada de los medios.
[46] Se debe reconocer, asimismo, que la asimetría fundamental en la relación entre medios de difusión y movimientos sociales es que mientras los movimientos necesitan de los medios para “existir socialmente”, estos no necesitan de los movimientos para funcionar comercialmente (Rucht, 2004:30).
[47]Este trabajo representa el primer esfuerzo dedicado al activismo digital como nueva práctica, nuevo término y nuevo campo de estudio y propone este concepto que, a su vez, se deslinda de los de cyberprotesta, activismo online o e-activismo, entre otros.
[48]Sin perder de vista, asimismo, las demás prácticas comunicativas realizadas por medios no digitales y que siguen siendo relevantes en las estrategias de los movimientos y las insurgencias. Esto significa reconocer el uso de todos los recursos disponibles dentro del ecosistema comunicativo.
[49]Lo cual no equivale a señalar una ruptura con lo anterior, sino más bien a identificar las líneas de continuidad/discontinuidad entre las “viejas” y “nuevas” prácticas.
[50]Ver, por ejemplo, la definición y objetivos del GT de Alaic dedicado a comunicación política: http://alaic2012.comunicacion.edu.uy/content/gt-3-comunicaci%C3%B3n-pol%C3%ADtica-y-medios Igualmente, dentro del GT-11 que se define interesado en los "procesos comunicativos y culturales de los movimientos sociales, especialmente en el ámbito de América Latina” detectamos un trabajo presentado en el último congreso de la asociación académica.
https://www.alainet.org/es/articulo/158845
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