Desempleo y disolución social
30/05/2012
- Opinión
Difícil imaginar el mundo actual y la sociedad creada por la “civilización capitalista”, con la enorme concentración de las poblaciones en los centros urbanos y en sus periferias, sin referirse al simultaneo poder “disolvente” y “aglutinador” del capitalismo industrial en sus dos siglos de existencia.
Disolvente porque desde su origen en Inglaterra, para imponerse como el sistema dominante, el capitalismo tuvo que destruir las antiguas formas de propiedad y de relaciones sociales que permitían el empleo y la subsistencia de la mayoritaria población rural, provocando así el éxodo de la población rural empobrecida que fue aglutinándose en los nacientes centros urbanos donde los recién creados talleres, fábricas, depósitos, comercios de exportaciones e importación, y la naciente burocracia necesitaban de una abundante mano de obra “libre”, asalariada, que podía ser libremente contratada y despedida. La acelerada urbanización en China es un ejemplo viviente de este doble proceso.
Pero ahora, en este “nuevo capitalismo” nacido de las políticas neoliberales, por el desempleo masivo y crónico entramos en un nuevo ciclo de “disolución social”, con todos los interrogantes que eso implica en términos económicos, sociales y políticos.
Un poco de actualidad
El diario Washington Post reporta (30-05-2012) que la proporción de estadounidenses entre los 25 y 45 años de edad que tienen un empleo es la más baja de los últimos 23 años anteriores a la recesión del 2008.
Las estadísticas no filtradas, que incluyen el desempleo crónico y el subempleo (1), muestran que el paro real en Estados Unidos (EE.UU.) es muchísimo más elevado que el 8.1 por ciento de las cifras oficiales.
En este contexto el gobierno de Washington, según el diario The New York Times (30-05-2012), cortará los pagos del seguro contra el desempleo a “cientos de miles de desempleados” a pesar del alargamiento hasta finales del 2012 que el Congreso había adoptado para ese subsidio. Los cesantes de larga duración, unas cinco millones de personas que están sin trabajo desde hace más de seis meses, serán los más afectados.
En España, donde la cesantía afecta a una cuarta parte de la población trabajadora y al 50 por ciento de la juventud, el gobierno conservador de Mariano Rajoy, según el diario británico The Guardian, sigue comprometido en “cortar el gasto para que el país siga perteneciendo a la zona euro”. En la Unión Europea (UE), nos recuerda el diario, hay más de 25 millones de personas aptas para el trabajo que están sin empleos, y otra decena de millones subempleadas.
La trituradora que se llama “flexibilidad laboral”
En este contexto no debe sorprendernos el rápido aumento de los suicidios por problemas económicos derivados de la pérdida del empleo, por el estrés en el empleo o por las bajas en los salarios y las pensiones. Esto se constata en muchos países de la UE, pero también en EE.UU.
La cuestión del desempleo y del subempleo constituye el mayor problema estructural del capitalismo en su fase actual. El “metabolismo” del sistema capitalista para sintetizar la riqueza extraída de la explotación del trabajo asalariado, la plusvalía, y sostener el ciclo de consumo que permita realizar esa plusvalía y garantizar la reproducción del sistema, ha dependido del equilibrio entre el empleo y el desempleo, y de los “estabilizadores” que durante las crisis económicas, los momentos de mayor desempleo, permitieron en el pasado compensar financieramente a los trabajadores cesanteados hasta el momento en que las economías se recuperaban y creaban empleos. Esto lo confirma un estudio de la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas (NEBR, en su sigla en inglés) de EE.UU. (2)
Todo esto tiene vastas consecuencias sociales y políticas, muchas de las cuales son ya perceptibles en el mundo del “capitalismo avanzado”.
La transnacionalización de las empresas, el libre comercio, el combate para minar los sindicatos de trabajadores y poder así bajar los salarios y “flexibilizar” el mercado laboral, la desregulación financiera, la privatización de las empresas estatales y el desmantelamiento de los programas sociales, o sea las políticas neoliberales implantadas desde hace tres décadas y con creciente rigor, junto a cambios en el modo de producción con la introducción de la automatización en las cadenas de producción y de la informática a nivel general, es el marco del gran problema estructural del empleo en el capitalismo avanzado.
En septiembre pasado el sociólogo estadounidense Richard Sennett, quien desde hace casi medio siglo viene estudiando la evolución del trabajo y del empleo, escribía en The Guardian que este “hecho depresivo” –el desempleo y el subempleo masivo- no es causa de la Gran Recesión del 2008, y que en efecto desde hace más de una generación la prosperidad financiera en Europa y Estados Unidos dejó de depender de una robusta fuerza laboral a nivel domestico porque lo que las transnacionales producen puede ser hecho a costos más bajos, y a veces con mejor calidad, “en otros lugares”. Los políticos de Washington nunca se interesaron en ver las consecuencias de la automatización.
En el 2011, recordaba Sennett, en Estados Unidos (EE.UU.) y Gran Bretaña el 14 por ciento de la fuerza laboral sufría el “subempleo involuntario”, o sea que las personas que perdieron un trabajo a tiempo completo se debían contentar con un empleo a tiempo parcial y con un salario más bajo. El impacto del subempleo se ve en el dramático decaimiento de la salud de esos trabajadores, añade el sociólogo.
Refiriéndose a esta “flexibilización” y después de haber revisitado a finales de los 90 a esos trabajadores de Boston que había estudiado a comienzos de los 70, Sennett (3) afirma que los trabajadores son obligados a comportarse con habilidad y abrirse a los cambios repentinos. Y añade que este énfasis en la flexibilidad cambia el sentido mismo del trabajo…Al atacar a la burocracia rígida (del pasado) y enfatizar el riesgo, dicen sus promotores, la flexibilidad da a la gente mayor libertad para conformar sus vidas. De hecho, el nuevo orden impone nuevos controles en lugar de abolir las reglas del pasado, pero esos nuevos controles son difíciles de entender. Muy seguido el nuevo capitalismo es un ilegible régimen de poder.
Según Sennett el cambio en la estructura institucional moderna fue acompañado por la imposición de empleos de corta duración, por contrato o episódicos. En lugar de las organizaciones en forma de pirámide, los ejecutivos quieren ahora pensar sus organizaciones en términos de redes…Esto significa que las promociones y despidos suelen no estar basadas en reglas claras y fijas, como tampoco lo están las tareas de trabajo secamente definidas; la red está constantemente redefiniendo su estructura… Las empresas se rompen o se fusionan, los empleos aparecen y desaparecen, como hechos que no se relacionan entre sí. La creación destructiva…necesita de personas que no teman las consecuencias de los cambios, o que ignoren lo que se les viene encima, escribe el sociólogo estadounidense.
Una prueba actual del estrés causado por los controles del “nuevo orden” a que se refiere Sennett es la encuesta de las firmas Sciforma y Zebaz en Francia (basada en mas de ocho mil entrevistas y publicada en Le Figaro del 31-05-2012), donde se confirma que quienes tienen trabajo se ven sometidos a un insoportable estrés: El 89 por ciento de los franceses afirman que trabajan en la urgencia y todos se quejan del impacto del estrés laboral sobre su vida privada. Agendas de trabajo excesivas, mayor estrés y siempre menos tiempo para ejecutar las tareas.
¿El retorno del “tribalismo”?
Escribiendo en The Times of Malta, el antropólogo Ranier Fsadni (4) se pregunta si la solidaridad, como principio de la organización social, tiene algún futuro en un mundo en que ser solidario no significa, en la práctica, más que una expresión de simpatía o buena voluntad, y no un compromiso con ciertas políticas o para la cooperación política, y recuerda que Sennett escribió que el nuevo orden económico está erosionando la capacidad misma de imaginar una real pertenencia a la sociedad, que la “sociedad moderna” nos desarticula, nos deshabilita para la práctica de la cooperación, que la gente está perdiendo sus habilidades para “tratar con las diferencias intratables” y con todas las capacidades de cooperación que son necesarias para que funcione una sociedad compleja. Y, por lo tanto, que el “tribalismo”, la solidaridad restringida a personas que “son como nosotros”, está vivo y se porta bien.
El antropólogo explica las tres condiciones que crearon el contexto de esta deshabilitación. La primera es la creciente desigualdad entre las clases sociales, entre ricos y pobres, que reduce el terreno común que puede ser compartido entre los diferentes miembros de la sociedad, incitando a las “políticas de la tribu”.
La segunda condición son los importantes cambios en el mundo del trabajo que “minan tanto el deseo como la voluntad de trabajar” con aquellos que difieren o son diferentes. La compartimentación de la división del trabajo provoca el “efecto silo”, y Fsadni elabora en las prácticas de la organización del trabajo en este mundo de contratos a tiempo limitado, y en un contexto en el cual –citando a Sennett-, se ve como “normal” que en EE.UU. del 15 al 18 por ciento de la fuerza laboral esté sin un empleo de tiempo completo por más de dos años, y que el desempleo afecte al 20-25 por ciento de los jóvenes.
La tercera condición es la “reacción violenta” o el contragolpe cultural a esta realidad, cuyos síntomas son los votos ganados por los partidos de extrema derecha, que proclaman solidaridad y proteccionismo, pero sólo para quienes tienen las condiciones para pertenecer a la “tribu”.
Y nuevamente cita a Sennett, para quien que la respuesta a esta “deshabilitación” ha sido el nacimiento de un nuevo tipo de carácter: un carácter dispuesto a minimizar las diferencias –políticas, étnicas, religiosas o eróticas- para proclamar que todos somos “básicamente lo mismo”. Pero que constituye una forma de abstenerse, de no comprometerse, y por lo tanto es algo problemático para aquellos cuya diferencia es evidente.
Refiriéndose al alto porcentaje de votos que en las ultimas elecciones presidenciales en Francia recibió el xenofóbico partido Frente Nacional de Marine Le Pen, Fsadni puntualiza que eso fue posible porque Le Pen no tuvo temor de plantear cuestiones fundamentales sobre la solidaridad y la desigualdad, y porque sus respuestas fueron “tribales”.
Los políticos europeos deberán tener el valor de plantear estas cuestiones, no sólo de manera retórica, sino dando respuestas complejas y realizables. De no ser así, para Fsadni, la cohesión social que es posible por la solidaridad perderá su “promesa de emancipación” y retornará a “sus connotaciones de unidad represiva”.
Muchos se preguntan si los partidos de la derecha, en muchos países europeos, podrán resistir a la tentación totalitaria, a ese tribalismo que representa la extrema derecha.
Pero no todo es tan sombrío como parece. En países europeos estamos asistiendo en el contexto de un gran descontento popular, particularmente de la juventud, al renacimiento o fortalecimiento de una izquierda radical organizada (los frentes y coaliciones de izquierda) con capacidad de movilización popular y de convocatoria electoral.
La Vèrdiere, Francia.
2.- Ver (NBER Working Paper No. 17830) en http://www.nber.org/
3.- Traducción libre de citas del libro The Corrosion of Character: The Personal Consequences of Work in the New Capitalism (1998) de Richard Sennett, que revisita la investigación en Boston a finales de los 60 y comienzos de los 70, tema del libro The Hidden Injuries of Class, Richard Sennett y Jonathon Cobb, 1972.
4.- Ranier Fsadni, The future of solidarity. 3 de mayo 2012 en The Times of Malta.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
https://www.alainet.org/es/articulo/158298?language=en
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