Refugiados en la indignación de otros
09/12/2011
- Opinión
Primero los llamaron Ni-Ni’s: jóvenes que no sólo no estudiaban ni trabajaban, sino que no tenían intención de hacerlo. Pero al cabo de pocos meses, se daba a conocer la realidad de quienes tenían que elegir entre el desempleo y trabajos muy por debajo de su nivel formativo, en condiciones de precariedad. Durante el 15-M se comenzó a hablar de jóvenes cabreados y sobradamente cualificados.
De ahí se pasó a la afirmación de que, por primera vez en la historia, una generación de jóvenes viviría peor que la de sus padres, con el agravante de constituir la generación juvenil más preparada de la historia. Esta ironía se ajusta a la realidad para quienes terminaron sus estudios universitarios hace unos años y no tienen perspectivas de futuro. En muchos casos, se han quedado a la mitad del pago de una hipoteca por las subidas de los intereses y por la crisis. Ha habido parejas jóvenes con estudios y con trabajo que, ante la imposibilidad de pagar una hipoteca o de pagar un alquiler junto con todos sus gastos, han vuelto al hogar de alguno de los padres. Estos jóvenes no exageran al quejarse de la falta de perspectivas en comparación con las que en su día pudieron tener sus padres en lo que se refiere a su acceso a la vivienda y la posibilidad de ahorrar algo de dinero.
Pero por culpa de las generalizaciones, hay jóvenes que, sin haber terminado aún la carrera, se identifican con esa realidad y la utilizan para presentarse como víctimas antes de salir del cascarón. Olvidan que sus padres aún los mantienen y les dan dinero para sus gastos en comidas, salidas nocturnas y viajes. No les tiembla el pulso para afirmar que viven peor que sus padres de jóvenes, incluso cuando muchos de ellos no pudieron iniciar estudios universitarios, o incluso terminar la educación secundaria. De viajes, estudio de idiomas, salidas nocturnas, mejor ni hablar. Esos padres trabajaron en el campo, en las minas, en una fábrica, de repartidores o en lo que fuera.
Algunos de estos “indignados” arrastran asignaturas de los primeros cursos, no hablan otros idiomas, tienen poca o nula experiencia laboral. Pasan veranos enteros en “el pueblo” en lugar de aprovechar alguna de las becas que luego quedan sin aprovecharse para ir unos meses al extranjero. Los padres contribuyen en esta displicencia al repetirles “lo mucho que valen” y decirles que no deben aceptar trabajos que no estén “a su altura”. Ante la posibilidad de irse a otros países, incurren en el chantaje de la crisis y del dinero, como si todos los años anteriores no hubieran sufragado gastos similares. “¿Qué se te perdió en ese país con lo bien que se está en España?”. Aún confunden amor con apego y prefieren “castrar” a sus hijos que darles un empujón para que aprendan a volar.
Los jóvenes aprenden a quejarse de que “tendrán que emigrar” por la falta de oportunidades. Pero tanto en Alemania y los países más desarrollados como en las economías emergentes buscan personas con experiencia y un elevado nivel de cualificación. Se conoce el testimonio de jóvenes que han dejado España y que tenían un contrato en origen o con algún convenio de prácticas, o alguna beca de estudios superiores.
Ahora hay que enfrentarse a lo que ha quedado del pelotazo de la construcción y de una economía de chiringuito. “¿Para qué estudiar si están la construcción y la hostelería?”, se decía en épocas de bonanza. La indignación por la falta de horizontes se ha dirigido sobre todo a la clase política y a los bancos, pero no al resto de una sociedad que se conformó con los datos de organismos internacionales y de representantes políticos patrioteros. Hace unos años, el ex presidente Aznar sacaba pecho por sus fotos con Bush y por la “inminente” entrada de España en un selecto grupo de países. Por eso no apoyó la infamia de Irak y de sus supuestas armas de destrucción masiva.
Que el 60% de los desempleados no hayan terminado la secundaria confirma la importancia que tiene la educación para construir un país con horizontes. Quienes pueden hoy estudiar tendrán que aprovecharlo, sea donde sea, para luego aportar esos saberes.
- Carlos Miguélez Monroyes Periodista, coordinador del CCS
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