Exterminen a todos los salvajes

11/11/2011
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Ya no se habla de Kadafi. Fue asesinado por una turba. Como memoria de siglos cierta parte del mundo parece apuntar su curso de atrocidades hacia los más débiles de su propia nómina. Pasen y vean el catálogo del horror de los “civilizados”.

Saco de un estante uno de mis libros favoritos. El corazón de las tinieblas (1899), de Jospeh Conrad, escrito al calor del colonialismo belga en el Congo. El concepto es llano: el derecho de las “razas superiores” a aniquilar a las “razas inferiores” sin piedad ni conciencia alguna. “Exterminad a todos los salvajes”, delira Kurtz. El derecho divino a matar. La Europa “iluminada” que exterminó a pueblos enteros de todas las latitudes, de los cuatro continentes, en nombre de la civilización. Los afanes de riqueza inventaron justificaciones políticas, filosóficas, científicas para avalar el exterminio masivo de todos los “salvajes”.

Amigo de Conrad, admirado por él, Cunninghame Graham, escritor escoces de ideas socialistas, escribió en 1898: “Independientemente de cómo actuemos parecería que tan solo con nuestra presencia nos tornamos en una maldición para todos los pueblos que han conservado su humanidad original”.

Sobran los ejemplos: guanches, benianos, derviches, tasmanios… El sello de exterminados cayó sobre sus culturas.

Como las huellas oscuras de la colonización americana. Conquistar, robar, matar, esclavizar. Unos 70 millones de habitantes había en América a la llegada de Colón. Cifra similar en Europa. En los siguientes 300 años la población del viejo continente creció hasta un 500 por ciento, la originaria de estas tierras decreció hasta en un 95 por ciento.

Las técnicas del exterminio: Matanza, hambre, enfermedades, trabajo forzado.

Siglos y siglos después, las nuevas organizaciones legitimadoras de las cruzadas neocoloniales siguen su faena. El Consejo de Seguridad de la ONU y su brazo armado, la OTAN, se abalanzaron sobre Libia, la bombardearon sin piedad durante siete meses, hasta que el 20 de octubre lograron alzarse con el trofeo más preciado: la cabeza de Muamar Kadafi. Un par de días antes, la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, estuvo en Trípoli y anunciaba premonitoriamente que su país quería al líder libio “muerto o vivo”.

Kadafi lo dijo. Él iba a morir peleando a pesar de la descomunal fuerza que se abatió sobre su país. Cumplió su palabra. Como perro sarnoso fue pateado y arrastrado. En su tierra natal. En su ciudad de nacimiento. En Sirte. Un avión de combate francés Rafale, y un Predator norteamericano dispararon contra el convoy en el que dicen que huía, después las fuerzas especiales de Qatar se lo entregaron en bandeja a una turba de mercenarios del Consejo Nacional de Transición libio (CNT), que lo apaleó hasta desfigurarlo y luego le disparó en la sien. Sangre muy gélida. Imágenes pornográficas transmitidas por las cadenas mundiales de televisión. La “justicia” imperial actúa así. Los portadores de la luz. La democracia de manual.

Cuando el botín es suculento hay un sólo plan: el deseo del fuerte. Porque esto se sabe de antemano: la ley es para regular y someter al débil.

Dijo Hannah Arendt, en su libro Los orígenes del totalitarismo (1951): “El imperialismo necesita del racismo como la única excusa posible de sus actos. Terrible masacres y salvajes asesinatos en la instauración triunfal del tales métodos como políticas exteriores comunes y respetadas”

Y un poco más de cien años atrás Herbert Spencer, en Parásitos Sociales (1850): “Las fuerzas que trabajan por el resultado feliz del gran proyecto no tienen ninguna consideración con los sufrimientos de menor importancia, sino que exterminan a esos sectores de la humanidad que estorban en su camino”.

El historiador Sven Lindqvist, inspirado también en Conrad, despliega un abanico en Exterminad a todos los brutos: “La destrucción europea de las ‘razas inferiores’ de cuatro continentes abrió el camino para que Hitler aniquilara a seis millones de judíos. La expansión mundial europea acompañada de una desvergonzada defensa del exterminio, creó hábitos de pensamiento y precedentes políticos que abrieron paso a nuevas atrocidades”.

A la sombra de las palmeras (1907) fue escrita por Edward Wilhelm Sjöblom, sobre su experiencia en Congo en 1892. Dice sobre los negros: “El mejor de ellos es apenas bueno para morir como un cerdo”.

Volvamos a Lindqvist: “A mediados del siglo XIX empzaron los barcos a vapor a llevar cañones europeos al interior de Asia y de Africa. Con ellos se iniciaba una nueva época en la historia del racismo. Muchísimos europeos interpretaban esta superioridad militar como una superioridad intelectual o, aún, biológica”.

Balas y cañones: la guerra aséptica.

El horror del fuego llegando desde el mar. Las cañoneras rugen desde el mismísimo infierno. Lo describe Conrad en su obra Un vagabundo de las islas (1896): “La tierra está resbalosa de sangre, las casas están en llamas, las mujeres gritan, los niños lloran, los moribundos jadean buscando aire. Mueren desvalidos, golpeados, antes de haber podido ver a sus enemigos”.

Se pregunta Lindqvist: “¿Que sentía el rey de Benin cuando era perseguido por en los bosques como un animal salvaje, mientras su capital estaba envuelta en llamas? ¿Qué sintió el rey Ashante cuando, arrasntrándose, se acercaba a las cajas de bizcochos para besar las botas de los señores británicos? Nadie se lo preguntó. Nadie escuchó a los que habían sido sometidos por los dioses de las armas. Solamente, alguna rara vez, les oímos decir algo”.

La voz que oímos hoy, es la uniformidad del poder. Cuidado, habrá nuevas noticias en la hiperdemocracia imperial. Objetivo: Irán. El nuevo fetiche-obstáculo a exterminar. Nuevos salvajes deben desaparecer de la faz de la tierra. La luminaria occidental se posó en Asia.

Posdata:

Para los europeos colonizadores de Africa los negros eran perros. Perros flacos de costillas ondulantes. Perros que ni bazofia merecían comer. Matar a un perro no era delito, no tenía condena. Era normal y necesario. Perros, negros. Negros, perros. Somabulano, líder africano de Rhodesia, las tierras de Africa del Sur que hoy se las conoce como Zambia o Zimbabue , dijo en 1896: “Ustedes llegaron. Ustedes triunfaron. Los más fuertes toman el país. Nosotros aceptamos su dominio. Vivimos sometidos a ustedes. Pero no como perros. Si tenemos que ser perros es mejor morir. Nunca lograrán convertir a Amandabele en un perro. Pueden eliminarnos, pero los hijos de las estrellas jamás seremos perros”.

http://www.cronicasdeestemundo.com.ar/?p=594

https://www.alainet.org/es/articulo/153956
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