El aborto, género y libertad
Un paso contra la clandestinidad
10/11/2011
- Opinión
La discusión en las calles, y hasta en el Congreso. Demuestra que quienes están en contra de la clandestinidad del cuerpo de la mujer, dieron un gran paso.
El dictamen histórico que firmaron siete diputadas y diputados nacionales de la Comisión de Legislación Penal el 1 de noviembre fue anulado dos días después por el hasta ahora ignoto legislador de la Coalición Cívica (opositora), Juan Carlos Vega, presidente de la comisión, quien suscribió en solitaria minoría otro por el cual se “destrababan los procesos penales en los casos de aborto no punible”. Y luego de anunciar ante las cámaras de televisión que se había logrado una posición mayoritaria y favorable para la despenalización, todo quedó rectificado y pasó al plenario de las Comisiones de Familia, Mujer, Niñez y Adolescencia y Acción Social, y Salud Pública. Pero esa reunión también canceló.
Nadie puede descifrar con seguridad cuál es la estrategia de Vega. Sí su intencionalidad de empantanar la vulnerabilidad de un derecho tan esencial como el de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo.
Suposiciones, varias: presiones, exposición pública, buscar tensar las contradicciones al interior de las fuerzas mayoritarias del kirchnerismo y el radicalismo; lo cierto es que intentó convertir el inicio del debate en un circo romano.
Más desconcierto aún generó en algunos sectores el proyecto de dictamen que planteo Diana Conti, de la bancada kirchnerista, por el que se pretendía legalizar el aborto pero mantener penalizada su práctica médica. Finalmente lo retiró y firmó en disidencia parcial el que proponía Horacio Alcuaz (Gen): el de la Campaña por el Aborto Seguro, Legal y Gratuito que apoyan 350 organizaciones, 16 universidades nacionales y 50 diputados de diversos partidos políticos.
La importancia de debatir el aborto en el Congreso Nacional no tiene que ver con lo novedoso a escala mundial, por ser uno de los pocos parlamentos que avanza en discutir la mirada penal sobre los cuerpos de las mujeres, si no en el progreso de la concepción de género.
Falta mucho, muchísimo, quién podría negarlo, pero lo cierto es que más allá de la urgencia que nos imprime la realidad social -el aborto ocupa el primer lugar como causa de muerte materna- la legalización de la interrupción voluntaria nos devuelve la potestad de decidir sobre nuestros propios cuerpos, de debatir el control que la sociedad imprime sobre ellos porque el inicio de esta discusión en el Congreso habla de una lucha que, aunque no está completamente articulada, ha logrado avanzar y cautivar a decenas de miles de mujeres que ya no pueden pensarse sin igualdad.
Tan banalizada está la libertad que una opresión tan absoluta como la penalización de cuerpos sólo se puede discutir corriendo el eje: rebatiendo con la idea omnipresente del amor maternal y el invento del derecho del niño por nacer. Antes que nada, para despejar la discusión, uno debe pararse ideológicamente; no es casual que sea un tema transversal que genere contradicciones hacia el interior de los espacios políticos.
En lo único que coinciden –porque hay que ser cara dura para negarlo- es la consecuencia clasista de la ilegalidad del aborto: las ricas lo hacen de forma segura, perversa, pero segura y las pobres se mueren y si no se mueren, sienten que la muerte es la consecuencia más probable; por eso muchas veces deciden ser madres a los 13 o 14 años. Ni siquiera quienes están en contra niegan esta mirada niegan esta situación. Sin embargo, este tampoco es el punto del debate, aunque sí la urgencia de su legalización.
¿Queremos que el aborto sea legal para que dejen de morir mujeres o creemos que las mujeres mueren porque no tienen el derecho a decidir sobre su propio cuerpo? La diferencia es de concepción no de redacción. Y es sustancial. Hubo un proyecto de ley, el año pasado, que pretendía declarar a los úteros como patrimonios estatales a través de la extraña figura de “ambiente protegido”. Quizás sirva como ejemplo para clarificar la mirada, porque es difícil escapar a veces a una naturalización tan profunda como la que ejerce el Estado en la mujer, cuando la convierte en un elemento de reproducción humana.
Las mujeres tenemos la capacidad de decidir por nosotras mismas y debemos poder ejercer el derecho a abortar, a acceder de forma segura y gratuita a métodos –como el misoprostol- que están avalados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y silenciados por los organismos estatales y paraestatales, generando una desinformación peligrosa que atraviesa todas las clases sociales y estigmatiza a quien simplemente no quiere esa maternidad.
La mayoría, según las estadísticas oficiales, son madres por lo cual discutirles desde la hinchada del amor incondicional a los hijos es simplemente estúpido y sin sentido. Un feto no es un bebé, es parte del cuerpo de la mujer. Está vivo, pero también están vivas todas las otras células del cuerpo de la mujer. Todavía no tiene vida propia: no es una vida separada a la vida de la mujer por lo cual la intervención se hace íntegramente sobre nosotras, sin ninguna criatura indefensa con necesidad de ejercer su derecho de por medio.
Para seguir machacando con esta teoría, organizaciones católicas publicaron una solicitada donde suplicaban decirle “No al genocidio del aborto” y exigir a los diputados que “no manchen sus manos con la sangre de inocentes”. Una da por hecho que el sujeto indefenso es el Señor Feto; nunca una piba de 12 años de La Cava que dejó que su noviecito la penetre sin forro porque él le decía que si no parecía que no lo quería, ni una chica veinteañera de Belgrano que muere de miedo por decírselo a sus viejos, ni una mujer que sólo cree que no es el momento de ser madre.
La sangre derramada de las 500 mil mujeres que por año abortan clandestinamente en la Argentina pretende limpiarse con agua bendita para “trabajar en contra del aborto y de cualquier otra forma de violencia”, como propone esa misma carta clerical dando por hecho que abortar es violencia.
¿Obligar a una mujer a ser madre no lo es? ¿Privarla del derecho a decidirlo? ¿Violencia son mujeres con banderas que marchan organizadas porque han discutido y luchado durante décadas por la legalización o preadolescentes con pus chorreando por la cara que gritan “Ay, qué locas que están, ay qué locas que están, sancionan el aborto y qué quilombo se va a armar”? ¿Ser rubios con cruces colgadas los hace menos violentos? ¿Que a boca de jarro opinen, sin tener la más remota idea de lo que están hablando, que no podemos decidir sobre nuestros propios cuerpos con la plata de los impuestos de sus papás, no es violencia?
Violencia es la clandestinidad y el dolor de esos 500 mil cuerpos, y más allá de los reveces que intentan justificar con el reglamento de la Cámara de Diputados en la mano, la discusión en las calles y hasta en el Congreso mostró que quienes están en contra de la clandestinidad del cuerpo de la mujer, dieron un gran paso.
Agencia Periodística de América del Sur (APAS)
https://www.alainet.org/es/articulo/153932
Del mismo autor
- Un paso contra la clandestinidad 10/11/2011
- La dictadura de los sexos 26/03/2011
- Por ser mujer 12/03/2011
- Porno Stars al lado de la Cordillera 08/11/2010
Mujeres
- Paola Ricaurte 10/03/2022
- Giorgio Trucchi 03/03/2022
- Diana Carolina Alfonso, Mónica Miranda 22/02/2022
- Miguel Pinto Parabá 26/01/2022
- Jo-Marie Burt, Paulo Estrada 12/01/2022
