Una nueva jornada de los indignados
16/10/2011
- Opinión
Como uno más entre unas 200 mil personas, en la tarde de ayer salí a manifestarme en las calles de Madrid, atendiendo a la última convocatoria del movimiento ciudadano de los Indignados. Creo que no es necesario insistir en que la indignación es un sentimiento natural, que anida en los seres humanos cuando nos sentimos estafados, engañados, traicionados o burlados. Y esto es lo que nos está pasando a muchos ante el comportamiento de los truhanes que manejan el sistema financiero internacional.
Soy de los que vienen participando, desde sus inicios, de este movimiento pacífico y reivindicativo, que vio la luz en la céntrica Puerta del Sol, en Madrid, el 15 de mayo del presente año. Se trata, como se sabe, de un movimiento hoy extendido por varios países del mundo, que ayer y en fechas anteriores ha decidido tomar las calles para denunciar y exigir a los políticos y a los poderes públicos el cumplimiento de su función más indeclinable: interpretar el sentimiento y representar los intereses de los ciudadanos que, a través del voto, entregan una orden a sus mandatarios. En ese sentido, en mayo, en junio y anoche se ha escuchado en la vía pública la potente exigencia de que, en uso de la legitimidad que les hemos otorgado, los gobernantes se impongan sobre las tropelías del capital financiero, a fin de que regulándolo y controlándolo en nombre del interés general, cesen los abusivos movimientos especulativos, haciendo que el dinero y la economía estén puestos al servicio de las personas, y no al revés.
Los políticos de Occidente (1) tal vez estén pensativos ante el mensaje inequívoco y categórico de la ciudadanía, en la tarde-noche del 15 de octubre. Las manifestaciones multitudinarias de Madrid, Barcelona, Roma, Berlín, Bruselas y otras más de 900 ciudades del planeta, han sido la señal más clara de que una gran parte de la sociedad no se siente representada por sus políticos, y que un sector numeroso de la población no se encuentra ni siquiera mínimamente satisfecho frente a los engaños a los que día a día nos están sometiendo las élites económicas y políticas del llamado Primer Mundo.
En las calles de las principales ciudades europeas, así como también en los E.E.U.U., se ha podido notar un sentimiento de frustración y cabreo muy extendido, que se puede resumir en una pancarta juvenil de primera fila: “Nos indigna saber que están malversando nuestro futuro”. Por eso, anoche unánimemente se ha exigido un cambio radical y sin demora; un cambio a escala global o planetaria, que afecte al poder, a la voluntad política, a los valores y principios, al dinero, a la tecnología y a la responsabilidad de rendir cuentas ante la ciudadanía de todos los representantes que cumplen las funciones de legislar y gobernar.
En los últimos tres meses, reiteradamente he escuchado decir a los inmovilistas que el movimiento de los Indignados no sabe realmente lo que quiere; además, lo catalogan como un movimiento disperso conformado por lunáticos inadaptados y –hoy lo ha dicho un neocon- extremistas peligrosos. Pero estas afirmaciones constituyen no digamos que un grave error, sino una premeditada deformación de la realidad, que pudiera justificar la posibilidad de una futura acción represiva contra este movimiento. Los Indignados están conducidos por personas cualificadas; éstas y todas las demás saben muy bien lo que hacen y lo que buscan dentro de esa mezcla de denuncia, rechazo y componente utópico que se podría sintetizar en otro de sus lemas principales: “Llevamos dentro un mundo nuevo”.
Pues, sí. Ellos saben lo que hace y lo que buscan, como todo el mundo: vivir con dignidad, desempeñando un trabajo que sirva como fuente o motivo de realización humana, mas no como un desgraciado itinerario de frustración existencial. Sin lugar a dudas, se trata de una aspiración legítima frente al despropósito y la vergüenza del sistema económico imperante, en el que la inmensa mayoría trabaja hasta la extenuación para mal vivir -desde luego, me refiero a los que tienen ocupación retribuida- , soportando las condiciones más infrahumanas que nos quepa imaginar; pero, en contraposición, lo que produce esta inmensa mayoría sirve para fortalecer la riqueza, el poder y los privilegios de unos pocos.
Las manifestaciones de anoche y de los meses de la pasada primavera han puesto de manifiesto un sentimiento de rechazo rotundo a los fraudes de los mercados y del sistema financiero, porque con éstos se ha agrandado la brecha entre ricos y pobres, con un serio y tal vez irreversible deterioro de la calidad de vida del común de los ciudadanos. Estas manifestaciones populares no solamente son la protesta masiva de la gente porque, hasta ahora, los rescates de los bancos han costado la astronómica cifra de 5.3 billones de dólares a los Estados de la Unión Europea (20 veces más que el rescate de Grecia); ellas son, esencialmente, la expresión de una conciencia social en proceso de extensión, que percibe las enormes desigualdades en el mundo actual, sometido a la dictadura de los mercados y a las fraudulentas reglas del juego neoliberal.
Por tantas tropelías y tanta estafa, especialmente de los bancos, la voluntad ciudadana ha salido ayer a tomar las calles para negarse a seguir soportándolas por más tiempo. Claro que hay cierta desorganización en el movimiento, pero es superable; claro que hay bastante de apuesta utópica y esperanzada, pero ésta siempre ha estado en la raíz de los cambios históricos; “he nacido para ver morir este sistema”, se podía leer en una de las pancartas. Sin embargo, lo evidente es que este movimiento ya ha pasado a otra fase, a la movilización y coordinación a escala global, con la advertencia expresa de que “si no nos dejan soñar, tampoco los dejaremos dormir”.
Lo de ayer, 15 de octubre, ha demostrado que, pasada la pausa del verano europeo, este movimiento de talante juvenil y ciudadanos pacíficos, no sólo conserva su capacidad de convocatoria y la misma fuerza que tuvo en su origen, sino que se ha contagiado a los más alejados lugares del planeta, logrando que en 82 países, en base a un sentimiento compartido y solidario, haya tenido lugar la primera protesta globalizada, que demanda la cancelación del sistema económico imperante por los perjuicios y las injusticias a que está dando lugar en todo el mundo.
Un vocero de los Indignados decía ayer que constatados los problemas comunes en el actual momento histórico, el cambio económico que el movimiento exige deber ser indefectiblemente el resultado de una acción y un compromiso a escala planetaria. Por eso, anoche, en la Puerta del Sol madrileña, en la pancarta principal de la manifestación se podía leer: “Unidos por un cambio global”.
(1) Hace poco, en un canal de la televisión francesa, el Presidente Sarkozy se dejó ver con un ejemplar de EL CAPITAL. ¿Será tal vez porque, como lo ha dicho el Embajador Oswaldo de Rivero en un artículo periodístico, han surgido reflexiones que reivindican en parte la vigencia de Karl Marx?
https://www.alainet.org/es/articulo/153307?language=es
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