El lobo se viste con piel de cordero

10/10/2011
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 468: El cuento de la economía verde 06/02/2014
I. La Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro 1992: el desarrollo sostenible
 
En el año 1983, cuando la crisis ecológica del planeta Tierra se hacía cada vez más evidente, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió la creación de una comisión internacional (Comisión Mundial para el Desarrollo del Ambiente) con el fin de realizar un diagnóstico global de la situación ambiental del planeta y sus relaciones con los objetivos del desarrollo. A partir de esto, debía presentar un conjunto de recomendaciones de acción. Dicho informe, Nuestro Futuro Común[1], fue entregado en el año 1987 y ha sido conocido como el Informe Brundtland, el nombre de su coordinadora general. Este informe fue la plataforma básica que acotó las negociaciones de la Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro en el año 1992. 
 
Se trata de un documento atravesado por severas contradicciones. Por un lado, este informe documentó muy ampliamente los severos problemas ambientales que confrontaba el planeta. Fue, sin embargo, incapaz de abordar las causas fundamentales de éstos. No se planteó la exploración de opciones fuera del marco dominante de la lógica capitalista del crecimiento económico sin fin. El informe sostiene que la mejor forma de responder a los retos planteados por la destrucción ambiental y la pobreza, ampliamente diagnosticados, es mediante más crecimiento. Proponen la necesidad de “revivir el crecimiento” con tasas anuales de entre 5 y 6% para el conjunto de los países del Sur. 
 
Ante cuestionamientos cada vez más amplios a la idea de que es posible un crecimiento sin fin en un planeta limitado, el Informe Brundtland realiza un extraordinario malabarismo conceptual orientado a darle nueva vida a la noción de desarrollo, bajo la nueva denominación de desarrollo sostenible. Esta nueva categoría permitiría, según el informe, relanzar el crecimiento en todo el planeta, eliminar la pobreza, y hacer todo esto en un modo sostenible en la medida en que las transformaciones tecnológicas permitirían producir cada vez más con menos insumos materiales y energéticos. 
 
El concepto de desarrollo sostenible tuvo una extraordinaria eficacia política e ideológica. Respondió en términos que parecían tomar en cuenta los cuestionamientos al desarrollo, mientras que en realidad lo que hacía era reforzarlo. Operó como un dispositivo tranquilizador en la medida en que logró crear la ilusión de que se estaban tomando medidas efectivas en respuesta a la crisis diagnosticada. Al no cuestionar la lógica de la acumulación capitalista y el modelo de la sociedad industrial como causas fundamentales de la destrucción de las condiciones que hacen posible la vida, operó como mecanismo legitimador de la globalización neoliberal, que de ese modo pasó a presentarse como sostenible, a pesar de su avasallante dinámica devastadora. 
 
Dado que éste fue el marco de referencia a partir del cual se abordó la crisis ambiental, no es de extrañar que 20 años después, cada uno de los problemas caracterizados en este informe sea mucho más severo, y que la vida en el planeta se encuentre cada vez más amenazada
 
Hoy, ante la evidencia de los límites del planeta y la crisis terminal de este patrón civilizatorio de crecimiento sin fin y de guerra permanente en contra de las condiciones que hacen posible la vida, es cada vez más urgente detener la maquinaria de destrucción sistemática del capitalismo, de la sociedad industrial y del imaginario del desarrollo. Luchas populares en todo el mundo resisten a la ampliación de las fronteras de la acumulación por desposesión, la minería a cielo abierto, la extracción de petróleo, las grandes represas, el monocultivo transgénico, vistas como amenazas tanto a sus propios territorios como a la vida en el planeta Tierra. Ante el pleno control que ejercen los gobiernos del Norte industrial y las corporaciones transnacionales sobre las negociaciones de las Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, cada una de estas conferencias se ha convertido en una oportunidad para el encuentro, la movilización, la articulación y la denuncia de una muy amplia convergencia de movimientos de todo el mundo. 
 
Exigiendo simultáneamente medidas radicales destinadas a detener las dinámicas destructivas dominantes y exigiendo el pago de la deuda ecológica, equidad y justicia, rechazan respuestas como las de los mercados de carbono que -como la experiencia ha demostrado- lejos de reducir las emanaciones de gases de efecto invernadero, lo que han hecho es avanzar en la mercantilización de la atmósfera y la creación de nuevas fuentes de acumulación/especulación para el capital financiero. 
 
II. Río+20: la economía verde
 
Al cumplirse dos décadas de la cumbre anterior, en junio del año 2012 se celebrará en Río de Janeiro la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, Río +20. En preparación para esa conferencia se han puesto nuevamente en marcha todos los dispositivos científicos y de producción de conocimiento e imaginarios con los que cuentan los gobiernos, los organismos multilaterales y las instituciones científicas y académicas cómplices. Se trata de una nueva y sofisticada ofensiva destinada a acotar los problemas de la crisis terminal de este patrón civilizatorio hegemónico en términos tales que no ponga en cuestión la operación global de las relaciones políticas y económicas hoy dominantes en el planeta. Más allá de las muy buenas intenciones que puedan tener muchos de sus contribuyentes, es ésto lo que está en juego.
 
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), con la contribución de expertos de todo el mundo, ha producido un documento de más de 600 páginas en el cual se exploran con gran detalle los problemas ambientales[2], así como una síntesis para “los encargados de la formulación de políticas”.[3] Estos documentos y el concepto mismo de economía verde definen el nuevo marco conceptual dentro del cual se dan en la actualidad los debates, negociaciones y procesos de formulación de políticas de prácticamente todos los organismos multilaterales. 
 
¿Se trata de la disposición efectiva de producir las profundas transformaciones requeridas para salvar la vida en el planeta? ¿O es, por el contrario, la economía verde un nuevo dispositivo de los poderes globales, como lo fue el desarrollo sostenible, que opera mediante la incorporación (aparente) de las críticas que se formulan al modelo civilizatorio destructor, pero con la condición de que los supuestos y lógicas fundamentales de ese modelo no sean cuestionados, especialmente la confianza en el crecimiento económico, la fe ciega en el progreso, la ciencia y la tecnología, el technological fix y la magia de los mercados? ¿Busca este informe ser un llamado a la acción urgente requerida para frenar las dinámicas devastadoras dominantes o, por el contrario, tiene por objetivo tranquilizarnos, intentando convencernos no sólo de que contamos con soluciones que harán posible la transición hacia una economía verde, sino que, de hecho, esa transición ya ha comenzado?
 
Una lectura detallada de los textos nos permite responder, sin lugar a dudas, que no estamos ante la presencia de los diagnósticos y las respuestas urgentemente requeridas, sino ante un sofisticado esfuerzo por demostrar que es posible resolver los problemas de la crisis ambiental del planeta sin alterar la estructura global del poder en el sistema mundo, ni las relaciones de dominación y explotación existentes en éste. Se argumenta a lo largo del informe que con los mismos mecanismos de mercado y patrones científicos y tecnológicos, con la misma lógica del crecimiento sostenido, será posible salvar la vida en el planeta. 
 
De acuerdo al PNUMA, mediante la transición hacia la economía verde se podrá relanzar la economía global con tasas de crecimiento muy superiores a las que serían posibles con el modelo actual. Se lograría generar más y mejores empleos, se reduciría la pobreza, se alcanzarían mayores niveles de equidad y las metas del milenio, todo ello de un modo sostenible, esto es, reconociendo el valor de la naturaleza, reduciendo la emisión de gases de efecto invernadero, y la presión sobre el entorno natural, permitiendo así su recuperación. [4] Todo esto, por supuesto, creando nuevas y rentables áreas de inversión que harían posible al capital global salir de su crisis actual y aumentar sus tasas de ganancia. 
 
III. ¿Cómo sería la transición hacia una economía verde?
 
Para el PNUMA uno de los sustentos fundamentales de la propuesta de la economía verde está en el rechazo a lo que denominan el mito de que exista una disyuntiva entre progreso económico y sostenibilidad ambiental.[5]
 
De acuerdo a esto, no se trata de cuestionar la posibilidad de un crecimiento económico sostenido, ni la noción del progreso, sino de reorientar las inversiones y la innovación tecnológica en dirección de la economía verde. Después de afirmar que durante la última década se han acelerado “crisis concurrentes de diversa índole” (la crisis del clima, de la diversidad biológica, del combustible, alimentaria, del agua y, finalmente, del sistema financiero y del conjunto de la economía), afirman que la causa fundamental de todo esto ha sido el resultado de “la asignación evidentemente incorrecta del capital”:
 
Si bien las causas de estas crisis son diversas, básicamente todas comparten un mismo elemento: la asignación evidentemente incorrecta del capital. Durante las dos últimas décadas, una gran cantidad de capital se destinó a propiedades, combustibles fósiles y activos financieros estructurados con los instrumentos consecuentes; comparativamente, se invirtió muy poco en energías renovables, eficiencia energética, transporte público, agricultura sostenible, protección de los ecosistemas y de la diversidad biológica, y conservación del suelo y el agua.
 
La mayoría de las estrategias de desarrollo y crecimiento económico promueven una rápida acumulación de capital físico, financiero y humano, a costa de un agotamiento y una degradación excesivos del capital natural, del cual forman parte nuestros recursos naturales y ecosistemas. Al agotarse las reservas mundiales de riqueza natural, a menudo de forma irreversible, este patrón de desarrollo y crecimiento ha afectado negativamente al bienestar de las generaciones actuales, planteando enormes riesgos y desafíos a las generaciones futuras. Las recientes crisis múltiples son sintomáticas de este modelo. (PNUMA, pp. 1-2)
 
Se trata, para el PNUMA, de lo que denomina “fallas del mercado”. Pero la constatación de estas severas “fallas del mercado” y sus extraordinariamente peligrosas consecuencias para la vida en el planeta no lleva siquiera a pensar en la posibilidad de que ésta sea consecuencia del creciente poder de los mercados financieros, del creciente sometimiento de toda otra lógica social, sea la democracia, la equidad, la solidaridad, o incluso la preservación de la vida, a un criterio único: la maximización de la ganancia a corto plazo para el capital. De acuerdo al informe en cuestión, el problema es mucho más acotado, problema que puede ser resuelto sin necesidad de transformaciones estructurales en la operación del sistema. Se trata sólo que de que “los mercados” han estado operando sobre la base de “fallas de información”, la no-incorporación del costo de “las externalidades”, y sobre la base de políticas públicas inadecuadas como los “subsidios perversos o perjudiciales para el medio ambiente”. Por ello, las soluciones que propone el informe son un conjunto de “directrices relacionadas con las políticas necesarias” para lograr que el contexto regulatorio, los incentivos y las condiciones de acceso a la información en las cuales operan los mercados cambien. De esta manera, mediante “incentivos basados en el mercado” se lograría reorientar las inversiones de capital en dirección de inversiones verdes e innovaciones verdes
 
Sobre la base de sus modelos económicos, llegan a la conclusión de que la transición hacia la economía verde sería posible mediante un incremento de inversiones “verdes” del orden de 2% del PIB del planeta. Esto “corresponde a menos de la décima parte de la inversión mundial anual”, lo que implica reasignaciones de inversiones por un monto de 1.3 billones de dólares anuales (PNUMA, p. 5). De acuerdo al informe:
 
El sector de la inversión y los servicios financieros controlan billones de dólares, estando por lo tanto en condición de proporcionar la mayor parte de la financiación necesaria para la transición a una economía verde. (Op cit., p. 35)
 
De acuerdo a este análisis, el futuro del planeta dependerá de que los Estados, mediante políticas impositivas, regulaciones, incentivos e inversiones, logren reorientar este monto de inversiones privadas de la “economía marrón” a la “economía verde”. Operando al interior de los dogmas del libre mercado, que la era de la globalización neoliberal han consolidado como único imaginario posible en los organismos multilaterales y en los “encargados de formulación de políticas”, el PNUMA advierte que para que estos instrumentos de políticas públicas logren los objetivos propuestos, es necesario que los inversionistas perciban que estas inversiones verdes aumentarán su competitividad. (UNEP, p. 249) Esa parece ser la razón por la cual, a todo lo largo del texto, se insiste una y otra vez, en que las tasas de crecimiento y las ganancias pueden ser mayores con una economía verde. Así, por ejemplo, con relación a la necesidad de acelerar el desarrollo de energías renovables, uno de los temas centrales del informe, afirman:
 
El sector financiero trata las inversiones en energía renovable como cualquier otra. Si de un proyecto o de una compañía espera una tasa de rendimiento que, ajustada de acuerdo al riego, sea suficientemente elevada, es considerada como una inversión interesante. (UNEP, p. 226)
 
En vista de este reconocimiento del capital como completamente amoral (le da lo mismo invertir en tecnologías verdes o en tecnologías destructoras en función de la tasa de ganancia esperada), la conclusión a la cual parecería llegar el PNUMA es que el futuro del planeta depende de que sea posible la formulación de políticas públicas capaces de sobornar a los inversionistas, garantizándoles tasas de ganancia suficientemente elevadas como para que se comporten como buenos ciudadanos planetarios. Todo esto tiene que hacerse, por supuesto, al interior de las reglas del libre comercio que ha impuesto el neoliberalismo a escala global. De acuerdo al informe, no sería aceptable, por ejemplo, el estímulo a desarrollos de inversiones e innovaciones en tecnologías y productos verdes si éstos generan alguna ventaja para productores nacionales que pueda ser interpretada como de carácter proteccionista. 
 
Por lo tanto, es esencial que los países combinen y equilibren la protección del medio ambiente con la garantía del acceso a los mercados. (PNUD, p. 34)
 
Las políticas destinadas a la defensa del planeta tendrían cómo límite la necesidad de respetar los sagrados derechos del libre mercado. 
 
IV. Sobre el reduccionismo de la economía
 
El informe reconoce que el modelo económico actual es inadecuado en la medida en que no incorpora en su cálculo de costos las externalidades, y con ello, el impacto ambiental de los procesos productivos[6]. Sin embargo, incapaces de mirar un poco mas allá del fundamentalismo neoliberal, no pueden siquiera plantearse la posibilidad de que puedan existir otras formas de relación de los seres humanos con su entorno, y explorar el significado de otras cosmovisiones y/o patrones culturales como los basadas en el reconocimiento de los derechos de la naturaleza o de la Madre Tierra.  Por el contrario, radicalizando el antropocentrismo instrumental que recorre todo el informe, buscan que los mercados incorporen todos estos otros “factores” en su cálculo económico. No se trata por lo tanto de cuestionar el que las decisiones fundamentales de la sociedad sean tomadas por “el mercado”, sino de ampliar el ámbito de información y acción del mercado para que éste incorpore a la naturaleza expresamente en su lógica de valorización. Esto exige la superación de todo los obstáculos y resistencias a la plena mercantilización de la naturaleza. Para el buen funcionamiento de los mercados todo tiene que tener un precio. Con esto se abren nuevos ámbitos de especulación y valorización del capital. Desde estos supuestos, no debe llamarnos la atención que defiendan el papel fundamental que deberían desempeñar los mercados de carbono y REDD+, con relación a los cuales ni siquiera se reconoce la existencia de polémicas, desacuerdos y resistencias.
 
V. Las múltiples ausencias
 
A lo largo de sus centenares de páginas, el informe del PNUMA presenta muchas reflexiones valiosas sobre posibilidades de alteraciones en los patrones productivos, en la industria, en la agricultura, en la organización de las ciudades, en los sistemas constructivos, en el transporte. Recoge igualmente una amplia gama de ricas experiencias de tecnologías alternativas, del uso de energías renovables, y de novedosos regímenes regulatorios que existen en diferentes partes del mundo. Esto permite reconocer que hay hoy en todo el planeta procesos de búsqueda de alternativas a la lógica destructora de los modelos productivos y de consumo hoy hegemónicos. Esto debe ser reconocido como una importante contribución del informe a los debates sobre las alternativas. Sin embargo, son mucho más notorias las ausencias. 
 
Correspondiendo a la lógica “light” que caracteriza a la mayor parte de los documentos de este tipo, en este informe se obvian por completo todos los asuntos más polémicos creando así una ficción de un mundo que no opera en base a intereses, sino sobre la posibilidad de construcción de consensos que beneficien a todos. 
 
Un ejemplo de los temas ausentes es el caso de la guerra y de la industria bélica, una de las dinámicas más humana y ambientalmente devastadoras existentes en el mundo actual. Tanto en términos de los masivos insumos materiales y energéticos utilizados para la fabricación y transporte de los equipos militares, como de los impactos, con consecuencias a largo plazo, de su utilización en los conflictos bélicos, se trata de una dimensión central de la lógica destructiva hoy imperante. Aparentemente se trata de un tema tabú que no pueden abordar los organismos internacionales sin ofender a los Estados Unidos. 
 
Pero aún más esencial es la ausencia absoluta de toda consideración del significado de las extraordinariamente desiguales relaciones de poder existentes en el mundo contemporáneo, y los intereses que están en juego en la operación de este sistema mundo. Habla el informe reiteradamente de políticas, pero nunca de política, nunca del poder. Con relación a la política, los autores se declaran neutrales, afirman que la “economía verde no favorece a una u otra corriente política, ya que es pertinente para todas las economías, tanto las controladas por el Estado como las de mercado” (PNUD, p. 5). Los redactores de este informe parecen vivir en un mundo de fantasía en que los gobiernos son democráticos y toman sus decisiones sobre la base de la voluntad de las mayorías y de las necesidades del bienestar de las presentes y futuras generaciones. Parecen creer que los regímenes políticos contemporáneos y los “formuladores de políticas”, cuentan con la capacidad para imponer normas de comportamiento a las corporaciones y a los mercados financieros. Parecen suponer que el capital financiero y las empresas transnacionales que están operando como agentes activos de la acelerada devastación del planeta, no lo hacen porque esto corresponda a las formas en que buscan maximizar sus tasas de ganancia a corto plazo, sino porque no cuentan con suficiente información, o porque no reciben señales suficientemente claras por parte de los marcos regulatorios dentro de los cuales operan. 
 
Estos redactores optan por ignorar que la capacidad de los sistemas políticos contemporáneos para establecer regulaciones y restricciones a la libre operación de los mercados -aunque estás sean exigidas por una muy amplia mayoría de la población- está severamente limitada por el poder político y financiero de las corporaciones. Esto es particularmente evidente en los Estados Unidos. Ninguna política de regulación ambiental, y ningún compromiso internacional, puede ser asumido por el gobierno de dicho país si no cuenta previamente con el visto bueno de las grandes corporaciones potencialmente afectadas. Estas, que, de hecho, tienen capacidad de vetar las políticas con las cuales no están de acuerdo. Esto lo han demostrado en forma contundente en el freno a todo compromiso de los Estados Unidos a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en las negociaciones de cambio climático de las Naciones Unidas, y la forma como han impedido la aprobación hasta de las normas ambientales más tímidas que se han propuesto en estos últimos años. Para los gobernantes, el costo político de afectar los intereses corporativos es, simplemente, demasiado elevado. 
 
Las políticas de ajuste estructural con las cuales los gobiernos europeos han respondido a la actual crisis, llegando inclusive a una reforma constitucional en España, se realizan con el fin de responder a las exigencias cada vez más precisas que formulan “los mercados”. Con esto se vienen dando nuevos pasos en el socavamiento de toda noción de democracia y en la dirección de niveles crecientes de concentración, tanto de la riqueza, como del poder de toma de decisiones a escala global. 
 
En estas condiciones, el listado de recomendaciones, el conjunto de propuestas de políticas que el PNUMA pide a los gobiernos del mundo que negocien e implementen, no pasa de ser la expresión ingenua de muy buenos deseos, sin posibilidad alguna de alterar el rumbo actual del planeta. Ninguna propuesta que parta de ignorar por completo las realidades de la geopolítica contemporánea tiene posibilidad alguna de realizar aportes significativos a los retos globales que hoy enfrentamos.
 
Esto lo tienen claro los movimientos de resistencia que luchan hoy en todo el mundo. Por ello es poco probable que se dejen entrampar con las falsas promesas de la economía verde.
 
- Edgardo Lander es sociólogo, profesor de la UniversidadCentral de Venezuela.
 


[1]Report of the World Commission on Environment and Development: Our Common Future, [http://upload.wikimedia.org/wikisource/en/d/d7/Our-common-future.pdf]
[2]United Nations Environmental Programme (UNEP), 2011, Towards a Green Economy: Pathways to Sustainable Development and Poverty Eradication, [www.unep.org/greeneconomy]
[3]. Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), 2011. Hacia una economía verde: Guía para el desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza - Síntesis para los encargados de la formulación de políticas. [www.unep.org/greeneconomy]
[4]. “El PNUMA considera que una economía verde debe mejorar el bienestar del ser humano y la equidad social, a la vez que reduce significativamente los riesgos ambientales y las escaseces ecológicas. En su forma más básica, una economía verde sería aquella que tiene bajas emisiones de carbono, utiliza los recursos de forma eficiente y es socialmente incluyente.” (PNUMA, p. 1)
[5]. “Quizás el mito más extendido es el que afirma que la sostenibilidad ambiental sólo puede ser obtenida a costa del progreso económico. Hoy en día existen pruebas sustanciales de que el enverdecimiento de las economías no obstaculiza la creación de riqueza ni de oportunidades
laborales, y son muchos los sectores verdes que ofrecen oportunidades notables de inversión y de crecimiento en términos de riqueza y puestos de trabajo. Hay que subrayar, no obstante, que se deben crear nuevas condiciones favorables para promover la transición a la economía verde, y en este sentido los formuladores de políticas en todo el mundo han de poner manos a la obra de inmediato.” (Op. cit., pp. 2-3)
[6]. “Los indicadores económicos convencionales, tales como el PIB, ofrecen una imagen distorsionada del rendimiento económico, pues no reflejan el agotamiento del capital natural ocasionado por la producción y el consumo. La actividad económica se basa a menudo en la depreciación del capital natural, ocasionada por el agotamiento de los recursos naturales o la degradación de la capacidad de los ecosistemas para aportar beneficios económicos, en términos de servicios de aprovisionamiento, regulación o culturales.” (PNUMA, p. 5)
https://www.alainet.org/es/articulo/153237?language=en

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