Burbujas, burbujitas y superburbujas

11/09/2011
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¡Ay, los que juntáis casa con casa, Y campo con campo anexionáis, hasta ocupar todo el sitio Y quedaros solos en medio del país! (Isaías, 5,8).
 
 Por razones que no han sido suficientemente explicadas, la crisis general del capitalismo de los años 70 (cuyo origen se puede rastrear hacia finales de los 60, es decir, antes de la primera crisis del petróleo y antes del fin de la convertibilidad dólar-oro decretada por el presidente Nixon), no pudo tener, a diferencia de otras crisis similares, una salida definitiva, es decir, un retorno al crecimiento en el largo plazo.
 
 Dicha crisis marcó el fin de la “fase A” (o fase expansiva) de la onda larga de crecimiento iniciada después de la segunda guerra mundial (la Era dorada), resultado que aparece casi inverosímil, si tenemos en cuenta los drásticos y hasta dramáticos cambios ocurridos al nivel mundial desde entonces. Por ejemplo, la incorporación de China Popular y la antigua URSS al mercado mundial capitalista, la revolución científico técnica liderada por la microelectrónica y la biotecnología, o el surgimiento de una extensa población mundial redundante (sobrante) para los designios de la acumulación capitalista a escala global, más allá del ejército industrial de reserva analizado por Marx.
 
 Ciertamente, los límites biofísicos de la acumulación ya eran anunciados por la misma época (Los límites del crecimiento, Club de Roma, 1972); pero ello no alcanza a explicar por qué el capitalismo no ha podido ingresar a una nueva fase expansiva de largo aliento, ¡aun ganando la guerra fría! Pero no es nuestro propósito en este breve artículo lidiar con semejante reto teórico.
 
 El hecho es que desde los años 80, el crecimiento de las principales economías capitalistas, especialmente en los centros del sistema, ha sido empujado “de burbuja en burbuja”, y por tanto, de manera más ilusoria que real. Recordemos las más importantes:
 
 a) La burbuja financiera de la era Reagan, que provocó un crecimiento desmedido de las tasas de interés en los EE UU para atraer el capital necesario para subsanar un fuerte desequilibrio externo en la primera economía mundial y que en gran medida causó la llamada “crisis de la deuda” en América Latina; b) la burbuja de las empresas “puntocom” en los años 90, que estalla en 2000-2001 con la quiebra del índice NASDAQ; c) la burbuja del sector inmobiliario en la primera mitad de la pasada década, que estalla con la crisis de las hipotecas subprime en 2007; d) la reciente burbuja de los “derivados”, operaciones especulativas altamente riesgosas y congénitamente fraudulentas, que creó la denominación de “activos tóxicos” para lo que sólo un par de años atrás se llamaban “innovaciones financieras”; e) la reciente burbuja de la deuda soberana que estalla en la cara de los países europeos, con Grecia a la cabeza.
 
 Y junto a estas cinco conocidas burbujas, vemos el recurrente surgimiento de «burbujitas» que se han vuelto moneda común en el comercio y las finanzas mundiales: petróleo, diversas materias primas, alimentos básicos, oro, divisas, etc. Algunos de estos activos se catalogan como “refugios” (oro, petróleo), otros son simplemente presa de los especuladores.
 
 Antes de proseguir, aclaremos que por “burbuja” entendemos el crecimiento desproporcionado y muchas veces exorbitante del precio de un activo real o financiero, muy por encima de su “valor de mercado”, provocado generalmente por actividades especulativas.
 
 Estos procesos no deberían de extrañarnos; la especulación no es un “fallo” del mercado, o un abuso de capitalistas egoístas e insaciables. En una economía monetaria desarrollada, como bien lo apuntó Marx en sus estudios económicos, la especulación es un movimiento consustancial al mercado:
 
 “La escisión del cambio en compra y venta da la posibilidad de que yo compre solamente, sin vender (acaparamiento de mercancías), o bien que venda solamente, sin comprar (acumulación de dinero). Hace posible la especulación. Hace del cambio un negocio particular [ …] Esta escisión hizo posible una masa de transacciones que se interponen entre el cambio definitivo de las mercancías, y habilita a una masa de personas para explotar esta separación. Ella hizo posible una masa de transacciones ficticias” (Grundrisse 1857-1858: 114).
 
 Y lo anterior, sin hablar siquiera del crédito, que dará lugar al «capital ficticio» y, ya entrado el siglo XX, al surgimiento del “capital financiero”. Sin embargo, bajo la inestabilidad de la crisis actual despunta en el horizonte una «superburbuja» (¿o acaso deberíamos decir, un super volcán?). Hablamos de la superburbuja de la deuda. No solo de las deudas públicas, sino sobre todo, de las deudas privadas. Estas últimas (familias y empresas) superan actualmente el 250% del PIB en los EE UU, vs el 100% de la deuda pública federal.
 
 El consumismo desenfrenado, que sirve de palanca al sistema, se ha alimentado del endeudamiento durante los últimos 30 años. Mientras el sistema de crédito funcione, este endeudamiento puede proseguir su curso, pero tiene límites, trampas y contradicciones: familias y gobiernos altamente endeudados, patrimonios despojados, socialización de pérdidas, desapalancamientos forzados, concentración excesiva del ingreso y la riqueza, rescates amañados, finanzas y contabilidades falseadas, datos de crecimiento maquillados, y un largo etc.
 
 Los economistas por lo general analizan los procesos de endeudamiento y desapalancamiento desde la perspectiva de su impacto en variables económicas como la demanda agregada, los precios o la producción. Sin embargo, desde tiempos antiguos es muy conocido el proceso mediante el cual este tipo de endeudamiento corroe la base social de cualquier sociedad -y de cualquier imperio-; como nos recuerda el economista y antropólogo David Graeber (ver su entrevista sobre la deuda en: Naked Capitalism, August 26, What is debt?). 
 
 Muchas de las protestas de los profetas del antiguo testamento (como la de Isaías en el epígrafe) se dirigen contra el mecanismo de propiedad-interés- empeño-esclavitud por endeudamiento. Más allá de sus efectos macroeconómicos, una nación altamente endeudada es por lo general obligada (por sus deudores y testaferros) a realizar actos en contra de su propio interés, como bien lo atestigua Grecia en medio de su actual crisis. Una población de deudores –apunta Graeber- patina al borde del desastre.
 
- Henry Mora Jiménez, Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica 
https://www.alainet.org/es/articulo/152487?language=en

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