Mestizaje, con ‘m’ de miedo

14/07/2011
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Después de colgar el teléfono, José Antonio Vargas se dirigió al baño de la redacción del Washington Post, se sentó en el WC y se soltó a llorar. “¿Qué sucederá si la gente se entera?”, le había preguntado su abuela, que le llamó al enterarse de que formaba parte del equipo que acababa de ganar el Pulitzer, el premio de periodismo con mayor prestigio en el mundo.
 
No había copiado ni había fabricado fuentes en el reportaje que lo convirtió en ganador, como ha sucedido con otros certámenes de periodismo. Su “delito” consistía en haber ocultado que llevaba años en Estados Unidos de forma irregular, con documentos falsificados. Sólo así pudo trabajar para poder pagarse la universidad y convertirse en becario de las redacciones que le abrieron las puertas hacia la cumbre de su profesión.
El cansancio de soportar el miedo a ser “descubierto” llevó a Vargas a contar su testimonio en un artículo del New York Times. Todo comenzó hace casi veinte años, en 1993, cuando su madre le presentó a un “pariente” en un aeropuerto de Filipinas. No lo volvió a ver después de llegar a Estados Unidos, donde lo esperaban sus abuelos, ya con residencia permanente. Muchos años después se enteró de que el “pariente” había cobrado 4.500 dólares por introducirlo con papeles falsos y se había quedado con ellos. Pero el abuelo Lolo pagó por un permiso falso que le permitió conseguir los documentos que necesitó hasta convertirse en redactor del Washington Post.
“En los últimos 14 años, terminé el bachillerato y la universidad y he forjado una carrera como periodista, entrevistando a algunas de las personas más famosas del país. En la superficie he creado una buena vida. He vivido el Sueño Americano”, dice Vargas en su testimonio.
 
Ese sueño se desmorona para millones de inmigrantes como Vargas. La ofensiva en Estados Unidos para expulsar a millones de indocumentados – 800.000 en los dos últimos años de la administración Obama - no se limita a las conocidas leyes de Arizona, que incorporan al ciudadano común a la cacería de “ilegales”. En Georgia, Alabama y Carolina del Sur, estados agrícolas que dependen de la mano de obra inmigrante para evitar que se pudran las cosechas, se han aprobado nuevas leyes.
“Las leyes varían en cuanto a detalles pero comparten una estrategia común: hacer que a las personas sin papeles les resulte imposible vivir sin miedo”, sostiene The New York Times en un editorial. La policía local, sin entrenamiento en leyes migratorias, tienen nuevos poderes para exigir papeles en cualquier momento y para detener a cualquier “sospechoso” de “ser ilegal”. Las detenciones sin orden judicial abren la puerta a arbitrariedades basadas en prejuicios racistas, como sucede en el derecho penal y el sistema penitenciario.
 
Las nuevas leyes convierten en delito llevar en el coche a un indocumentado. Así, puede acabar preso un voluntario que lleve a inmigrantes en riesgo de exclusión a los comedores sociales, o un ciudadano que lleva a algún familiar sin papeles al supermercado.
 
Obligan también a las escuelas a verificar los “antecedentes” de sus alumnos, como a las empresas a introducir el nombre de sus empleados en una base del Departamento de Seguridad Nacional, criticada por tener una “plaga de datos erróneos”. Estas leyes han sido declaradas inconstitucionales en varias ocasiones, como lo fue la propuesta de ley 187 de California, que prohibía a los niños indocumentados ir a la escuela y recibir atención sanitaria.
 
Personas como Vargas no podrían aportar a la sociedad sin esos derechos reconocidos. Se pueden leer cada vez más nombres y apellidos hispanos, árabes, orientales y africanos en los medios impresos y digitales; ya no existe un solo tipo de presentador de la televisión; las facultades de periodismo, de comunicación y muchas otras han abierto más puertas a una mayor variedad étnica y sensibilidad al conocimiento de otras culturas. A pesar de la aparente xenofobia alimentada por el populismo de algunos políticos, un sector importante de la sociedad asume el mestizaje que marcan el presente y el futuro. Saben que, sin una acogida adecuada, sin reglas de juego para todos y mecanismos adecuados para participar en la vida común, una persona no puede integrarse como ciudadana.
 
Carlos Miguélez Monroy
Periodista, coordinador del CCS
 
 
https://www.alainet.org/es/articulo/151228
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