Llegamos al “callejón sin salida” del capitalismo
29/06/2011
- Opinión
El Parlamento griego decidió capitular ante el capital financiero y aceptar las políticas financieras destructivas que, citando a Michael Hudson (1), constituyen la versión estilo siglo 21 de un ataque militar directo. Los banqueros están tratando de apropiarse de una fabulosa ganancia usando el “martillo de la deuda”, para lograr así el botín que en el pasado la guerra permitía obtener: privatización de los bienes públicos en los términos más favorables para los financieros.
La noticia de que el Parlamento griego capituló ante el Banco Central Europeo, el FMI y el mundo de las finanzas fue recibida muy bien en el mundo financiero y en las bolsas, demostrando que los acreedores, grandes bancos alemanes y franceses, han ganando una importante batalla aunque dañarán por muchos años un mercado y una economía. Reacción lógica, como cuando desde hace unas dos décadas los valores bursátiles de una empresa suben en el momento que anuncia cientos o miles de despidos o el cierre de una de sus plantas y elimina por cierto tiempo a cientos o miles de consumidores del mercado, o que es comprada por un fondo privado de inversiones para ser despedazada, eliminar gran parte de los trabajadores y ser vendida en “partes” a los especuladores, y así de seguido, retornando a la creencia medieval de que una sangría sana y fortifica, cuando en realidad suele matar.
La economía real
Las economías de los países capitalistas avanzados siguen sin tener el tan anticipado crecimiento económico, y según el Banco de Pagos Internacionales (BIS, en inglés) es previsible una desaceleración del crecimiento y un aumento de la tasa de interés, que como escribe Jeffrey Simpson en el diario canadiense Globe and Mail, es una combinación que suena a receta para más desempleo.
Y lo principal no es tanto este estancamiento, algo previsible según el economista Nouriel Roubini (That stalling feeling, Aljazeera.net), sino que los bancos centrales y los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea, entre otros, han usado todo el arsenal disponible en su poder: bajas en las tasas de interés al punto que son nulas o negativas, inyecciones masivas de dinero en el sistema financiero, compra de títulos sin valor, etcétera. En síntesis, los bancos centrales y los gobiernos se han quedado sin municiones y están endeudados como nunca antes en tiempos de paz.
Para Roubini, uno de los pocos economistas que anticipó la crisis financiera del 2007-2008, el estancamiento actual no es un “bache” sino una coyuntura persistente, e incluso podría ser el comienzo de una recaída en recesión debido a que los problemas en la “periferia” de la zona euro (Grecia, España, Portugal, Italia, Irlanda y otros países) no son de iliquidez sino de insolvencia; por los aumentos de déficits, deudas públicas y privadas; por el “dañado sistema financiero que necesita ser purgado y recapitalizado”; por la pérdida masiva de competitividad; ausencia de crecimiento económico; aumento del desempleo. Y en ese contexto el economista afirma que “ya no es posible negar que será necesario reestructurar las deudas públicas o privadas en Grecia, Irlanda y Portugal”.
Y en el caso de Estados Unidos, que en la fórmula clásica hasta la crisis del 2008 era “la locomotora principal de la economía mundial”, los factores que explican el estancamiento son crónicos. Roubini menciona el lento pero persistente ‘deleveraging’ (desapalancamiento) de la deuda privada o del sector público, el aumento de precio de los combustibles, la débil creación de empleos, otro bajón en el mercado de casas y habitaciones, severos problemas financieros a nivel de los estados y condados, e insostenibles déficits y deudas a nivel federal. Y habría que mencionar el arrastre de casi tres años de desempleo –en un alto porcentaje devenido crónico- que afecta a alrededor del 17 por ciento de la fuerza laboral disponible, un nivel desconocido desde la Gran Depresión, y la baja real de salarios que acentúa el empobrecimiento de la población. Todo esto forma indudablemente parte de la realidad del capitalismo, pero el problema es más profundo y fundamental.
El gran capitalismo industrial, el “fordismo” y demás versiones que explotaban masivamente la mano de obra en los países industriales, que en su desenvolvimiento provocaba crisis de sobreproducción y miseria, pero que en sus fases de auge aumentaba el empleo, permitía la creación de pequeñas y medianas empresas, que dependía del consumo de la masa de asalariados y al ser regulado –el período del New Deal- permitió la formación de las clases medias, ese capitalismo ha dejado de ser dominante y está prácticamente desapareciendo en los países industriales.
La sociedad de consumo que ese capitalismo creó ha devenido, en el contexto del neoliberalismo y la globalización de los mercados, un sistema parasitado y dominado por las finanzas.
“El futuro del capitalismo está en riesgo y nuestra economía de mercado está en peligro”
Esto explica que desde el comienzo de la crisis financiera que empezó a manifestarse en 2007 y estalló en 2008, la justificación de las políticas de los bancos centrales –la Reserva Federal en Estados Unidos y el Banco Central Europeo en la zona euro-, avaladas por los gobiernos, se basó en el principio de que para impedir una crisis sistémica, el desmoronamiento de todo el sistema financiero globalizado, era necesario salvar las “instituciones financieras importantes para el sistema” (IFIS en español y SIFI en inglés).
El salvataje de las IFIS mediante la inyección directa de fondos públicos, la compra de activos devaluados o invendibles que estaban en los libros de esas instituciones financieras, la baja de la tasa de interés para que el sistema financiero se recapitalice –especulando en las bolsas o comprando bonos del Tesoro (en el caso estadounidense) para prestarle al endeudado gobierno a tasas que permiten embolsarse una jugosa ganancia sin arriesgar un solo centavo-, ese fue el tema que abordó el presidente y director ejecutivo del Banco de la Reserva Federal de Kansas City, Thomas M. Hoenig, el 27 de junio en el marco del “Pew Financial Reform Project and New York University Stern School of Business” (2).
Analizando el tema desde la “solución” que el Congreso estadounidense adoptó para enfrentar la situación de las IFIS mediante una “reforma”, la llamada ley Dodd-Frank, el presidente Hoenig, uno de los 12 representantes de los bancos regionales en la dirección de la Reserva Federal de Estados Unidos, comienza planteando una serie de preguntas: “¿Cómo puede una firma de relativa pequeña importancia a nivel global meritar un rescate del gobierno? ¿Cómo puede un solo banco de inversiones de Wall Street llevar el mundo al borde del colapso financiero? ¿Cómo puede una sola compañía de seguros necesitar de miles de millones de fondos públicos para mantener su solvencia y seguir operando como una institución privada? ¿Cómo pueden países relativamente pequeños como Grecia tener como rehén financiero a Europa? Estas son preguntas para las cuales no he encontrado respuestas satisfactorias. Y esto se debe a que no las hay. No es aceptable decir que esos eventos ocurrieron porque participaban instituciones financieras importantes para el sistema”.
Y Hoenig sugiere, porque no hay respuestas satisfactorias a esas preguntas, que “el problema con las IFIS es que son fundamentalmente inconsistentes con el capitalismo. Están inherentemente desestabilizando los mercados globales y perjudican el crecimiento (económico) mundial. Mientras siga existiendo el concepto de IFIS, y haya instituciones tan poderosas y consideradas tan importantes que requieren de apoyos especiales y de reglas diferentes, el futuro del capitalismo está en riesgo y nuestra economía de mercado está en peligro”.
¡Todo el poder a los bancos!
Lo que el gobernador de la Reserva Federal de Kansas City dijo, y esta no es la primera vez que manifiesta su posición crítica, es que el sistema financiero estadounidense ha quedado concentrado en cinco grandes bancos y que esto es incompatible con el capitalismo. Y agrega que para que el capitalismo funcione, las empresas, incluyendo las firmas financieras, deben ser permitidas, o empujadas, a competir libre y abiertamente, y deben ser imputables por sus fracasos. Solo bajo estas condiciones los mercados objetivamente asignan el crédito a las empresas más rentables.
Y recuerda que estas fueron las reglas que prevalecieron en la mayor parte de la historia de su país: “Tan tarde como en 1980 el sector bancario en Estados Unidos estaba relativamente desconcentrado, con 14 mil bancos comerciales y los haberes de los cinco más grandes representando el 29 por ciento de la totalidad de los haberes de la organización bancaria y el 14 por ciento del PIB (producto interior bruto). Hoy tenemos un mucho más concentrado y menos competitivo sistema bancario. Hay menos bancos que operan a través del país, y las cinco mayores instituciones controlan más de la mitad de los haberes de todo el sector, lo que equivale al 60 por ciento del PIB. Las veinte más importantes instituciones controlan el 80 por ciento de los haberes del sector, lo que representa alrededor del 86 por ciento del PIB”.
Al afirmar que el proceso de concentración del poder financiero es “fundamentalmente inconsistente con el capitalismo” y que provoca problemas sistémicos, Hoenig se refiere a la transformación del sistema, que pasó de un capitalismo industrial basado en la extracción de plusvalía, de la explotación del trabajo asalariado que estimulaba el consumo, el empleo y permitía la recreación del capital –sin olvidar sus nefastas consecuencias para la sociedad humana y la ecología en general- a la dominación por un poderoso, concentrado y parasitario capital financiero que está extrayendo una renta de la totalidad del sistema existente, que concentra cada vez más la riqueza en pocas manos y empobrece un creciente porcentaje de la población, y que crece como un cáncer porque se ha liberado casi totalmente de la tributación fiscal.
Las empresas de todo tipo están siendo “ordeñadas” mediante la especulación bursátil, uno de los campos más activos del capital financiero; los estados y los gobiernos locales han sido puestos al servicio de las finanzas y endeudados con los rescates bancarios y los ineficientes estímulos (3) para reactivar las economías reales, de manera a servir de fuente de renta permanente al concentrado sistema financiero por el pago del servicio de la deuda pública y las políticas de austeridad que implican la privatización de las empresas y servicios públicos; los ciudadanos, que cargan con lo esencial de la tributación fiscal que sirve a pagar el servicio de la deuda, son obligados a pagar por servicios –desde la salud pública hasta la educación, pasando por el agua y las autopistas- que fueron creados con los fondos de los contribuyentes y otrora eran accesibles o gratuitos. Y para los retirados la dictadura del capital financiero exige ahora el alargamiento de los años de trabajo y una baja en las pensiones mensuales. Nadie se salva del ordeñe que alimenta a los financieros.
Los ciudadanos, las familias e individuos, han sido endeudados a través de un sistema crediticio que en las últimas dos décadas sirvió fundamentalmente para compensar la baja del salario real y mantener un cierto nivel de consumo. Este sistema crediticio totalmente desvinculado del ingreso y empleo, y por ende de la capacidad de reembolso (4) condujo directamente a la especulación y a la burbuja del sector inmobiliario que disparó la crisis financiera del 2008. En suma, tiene razón el economista Michael Hudson cuando afirma que nos están llevando derecho hacia la servidumbre, hacia una forma de total dependencia respecto al capital financiero que bien puede ser calificada de esclavitud.
La dictadura del capital financiero también explica la nueva rebatiña por los mercados mundiales, por ese petróleo y gas natural que como explica muy bien el profesor Michael T. Klare (5) nos llevará a una “Nueva Guerra de Treinta Años”. Por el agua dulce, por las tierras arables que escapen a la subida de los océanos, por lo que quedará de utilizable cuando se acelere aun más la ya acelerada destrucción ecológica del planeta.
Todo esto explica por qué están manifestando en las calles de Grecia, de Gran Bretaña, de España y otros países, cientos de miles de jóvenes muy bien educados y sin futuro, de desempleados, de trabajadores que cada mes ganan menos porque deben pagar más impuestos y servicios , de jubilados cada mes más pobres.
La Vèrdiere, Francia.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino.
Notas
2.- Thomas M. Hoenig, Reserva Federal de Kansas City http://www.kansascityfed.org/publicat/speeches/Hoenig-NYUPewConference-06-27-11.pdf
3.- A diferencia de los programas de estímulo “keynesianos” para crear empleos y reactivar la economía que aplicó el presidente F. D. Roosevelt a mediados de los años 30, los del presidente B. Obama tuvieron muy poco impacto en la creación de empleos a pesar de su elevado costo (unos 800 mil millones de dólares en 2009). La razón es que mientras en tiempos de Roosevelt todavía se trabajaba “a pico y pala” por la pobre mecanización de los trabajos de infraestructura y se empleaba a cientos de miles de trabajadores para crear rutas o servicios sanitarios, que al recibir un salario volvían a consumir y aumentaban la demanda que hacía rodar la economía, en la actualidad todas esas actividades han sido mecanizadas y -resultante de la automatización de la producción de medios de producción- no producen efectos multiplicadores en materia de empleos.
4.- Los famosos prestamos NINJA (No Income No Job Available) que causaron la crisis del “subprime” en Estados Unidos. Ver también el análisis del economista Satyajit Das, quien en julio del 2010 escribía que “en las últimas décadas hemos visto un experimento económico con el incremento de los niveles de deuda que fueron usados para promover un alto crecimiento”.
5.- Michael T. Klare, “The New Thirty Year’s War”, TomDispatch
https://www.alainet.org/es/articulo/150868?language=en
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