Estados Unidos en el siglo XXI:

Estrategia de seguridad, aparato militar y crisis económica global

10/04/2011
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A partir de la finalización de la Guerra Fría, Estados Unidos, convertido en única superpotencia mundial, consolidó su poderío global mediante la búsqueda del control de los recursos naturales estratégicos y de las mejores condiciones de inversión y de comercio a nivel mundial, y el desarrollo del llamado Complejo Industrial Militar (en adelante CIM), componentes centrales de su estrategia de seguridad nacional. Las políticas neoliberales que se impusieron por doquier desde finales del decenio de los ochenta del siglo pasado, en el mundo entero, pero en especial en los países del Sur, le proporcionaron las condiciones más propicias para realizar sus objetivos imperiales.
 
Sin embargo, es después del 11 de septiembre de 2001, con la proclamación de la guerra global contra el terrorismo, cuando Estados Unidos logró avanzar más en la concreción de dichas estrategias. Las intervenciones en Afganistán (2001) e Irak (2003) le permitieron incentivar el gasto militar y activar el CIM en proporciones sin precedentes en la historia. Pero todo ello se hizo mediante un enorme endeudamiento externo, que generó un déficit fiscal también sin precedentes en la historia del país.
 
El presente trabajo analizará la relación entre la estrategia de seguridad de Estados Unidos, el fortalecimiento del aparato militar y la crisis económica global en el transcurso del siglo XXI.
 
Se parte del siguiente planteamiento:
 
Durante la primera década del presente siglo, Estados Unidos ha intentado afianzar su poderío político y militar, en medio de una fuerte competencia económica, que se desató abiertamente después de la Guerra Fría. En efecto, el fortalecimiento del CIM y el incremento sostenido del gasto militar, a partir de la llamada guerra contra el terrorismo, le permitieron a la única superpotencia incrementar su poderío global. Pero al mismo tiempo, el enorme gasto militar ha incidido de manera notoria y definitiva en la crisis económica que estalló en Estados Unidos y se proyectó a nivel global en el 2008. En este marco, las presiones para incrementar el gasto militar, reducir la inversión social y favorecer los intereses de los sectores financieros se han hecho más notorias, en la medida en que se fortalece también la extrema derecha neoconservadora que aboga por dichas medidas.
 
La presentación se estructura en las siguientes partes:
 
1.      Reflexión teórica sobre los conceptos de imperialismo y hegemonía.
2.      La Doctrina de Seguridad Nacional y su legitimación de la guerra contra el terrorismo.
3.      El desarrollo del CIM.
4.      El fortalecimiento de la nueva derecha.
5.      El gasto militar y la crisis económica global.
 
1.      Reflexión teórica sobre los conceptos de imperialismo y hegemonía
 
En sus Cuadernos desde la prisión, el pensador italiano Antonio Gramsci señala que el ejercicio normal de la hegemonía se caracteriza por la combinación de fuerza y consenso, “en un equilibrio variable, sin que la fuerza predomine demasiado sobre el consenso". Agrega que hay ocasiones en las que es más apropiado recurrir a una tercera variante de la hegemonía, porque "entre el consenso y la fuerza está la corrupción-fraude, que es el debilitamiento y la parálisis del antagonista o de los antagonistas"[1]. Algunos autores han insistido en que este concepto resulta de gran utilidad para explicar el sentimiento de rechazo generado por los ataques del 11 de septiembre y al inicio de la guerra contra el terrorismo, en la medida en que el gobierno de Bush logró en sus inicios el respaldo de amplios sectores de la opinión pública, tanto a nivel nacional como global.
 
Sin embargo, aunque el término parece útil para entender períodos determinados de la política imperial de Estados Unidos, resulta más pertinente y preciso volver al término “imperialismo”, tal como lo han manifestado algunos analistas de las relaciones económicas y políticas internacionales que comparten una perspectiva crítica de estos procesos. A manera de ejemplo, Giovanni Arrighi destaca que dicho concepto de nuevo se puso de moda, frente al término más “neutral” de globalización, que predominó durante la década anterior[2]. El inglés Justin Rosenberg, por su parte, desarrolla una crítica muy bien fundamentada al uso extensivo e indiscriminado del concepto de globalización y a los intentos que se han hecho por ponerlo lejos del alcance de la teoría social, así como de aislarlo del proceso histórico del capitalismo[3].
 
Para Alex Callinicos, se ha convertido casi que un clisé afirmar que el concepto de imperialismo ha experimentado un renacer durante el siglo XXI[4]. La razón principal de ello ha sido la supremacía global de Estados Unidos y la arrogancia con la que la administración Bush la puso en práctica, en especial en el ámbito militar. En ese sentido, señala, la teoría marxista del imperialismo, desarrollada por Lenin, no lo concibe solo como una forma histórica de dominación política, sino que lo sitúa en el contexto del desarrollo histórico del modo de producción capitalista.
 
Lenin planteó la teoría marxista del imperialismo en 1916, en su conocida obra El imperialismo, fase superior del capitalismo. Desde el prólogo, señaló su intención de demostrar que la Primera Guerra Mundial fue por parte de ambos bandos beligerantes una guerra imperialista (es decir, de conquista, bandidaje y robo), una guerra por un nuevo reparto de colonias y de la “esfera de influencia” en el mundo. Señaló que la distribución de la red ferroviaria y la desigualdad de esa distribución y de su desarrollo, constituyen el balance del capitalismo moderno, monopólico, en la escala mundial. “Y este balance demuestra la absoluta inevitabilidad de las guerras imperialistas sobre esta base económica, en tanto que subsista la propiedad privada de los medios de producción”[5]. Así, Lenin formula una teoría compleja del imperialismo, en la que se pone en evidencia la estrecha interconexión entre su naturaleza económica y política.
 
Lenin caracterizó al imperialismo con cinco rasgos principales, que, pese a las diferencias del tiempo y de las circunstancias históricas, siguen vigentes: 1) la concentración de la producción y del capital hasta un grado tan elevado del desarrollo, que se generan los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial para constituir el capital financiero, y la creación de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capitales como rasgo fundamental, a diferencia de la exportación de mercancías, característica del capitalismo de libre concurrencia; 4) la formación de asociaciones internacionales monopólicas de capitalistas, que se reparten el mundo y, 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes[6].Este último rasgo es quizás el que más concierne al presente análisis, pues permite explicar el fortalecimiento histórico del aparato militar por parte de Estados Unidos en las últimas tres décadas.
 
En los planos teórico y político han proliferado distintas interpretaciones sobre la naturaleza del imperialismo. Es conocido el debate que el mismo Lenin sostuvo con Karl Kautsky sobre este punto, en la II Internacional. Este autor alemán concebía el imperialismo como la política preferente del capitalismo industrial desarrollado. Así mismo, otras concepciones más recientes han reducido el imperialismo a un problema de comercio exterior o de intercambio desigual entre centro y periferia. Para Lenin, por el contrario, el imperialismo es el capitalismo altamente desarrollado, cuya esencia económica es el monopolio, y cuyos rasgos principales tienen que ver con los cambios operados en el proceso productivo y no en el del comercio y el consumo.
 
Con base en la concepción leninista, Alex Callinicos destaca que el imperialismo contemporáneo resulta de la integración de dos formas claras de competencia: la primera, la competencia económica entre capitales y la segunda, la competencia geopolítica entre Estados. Un enfoque similar ha sido desarrollado por autores como David Harvey, Giovanni Arrighi y Walden Bello.
 
De otra parte, al cuestionar la idea de que los Estados imperialistas actúan exclusivamente por motivos económicos, Callinicos pone en entredicho la afirmación según la cual el móvil de la intervención de Estados Unidos en Afganistán, a fines de 2001, fue el deseo de la administración Bush y de las compañías petroleras de construir un oleoducto para transportar el petróleo y el gas hacia el Asia Central. Sostiene que las grandes potencias actúan por una compleja mezcla de razones económicas y geopolíticas[7]. En ese sentido, afirma que Estados Unidos atacó a Afganistán en 2001 sobretodo por razones políticas, centradas en la reafirmación de su hegemonía global después del 11 de septiembre. El mayor acceso a Asia central fue un subproducto importante del derrocamiento del régimen talibán, no el motivo principal de la acción[8].
 
Frente a esta discusión y desde una perspectiva estrictamente económica, Joseph Stiglitz y Linda Bilmes, en su libro conjunto titulado: La guerra de los tres billones de dólares, recogen diversos argumentos que se plantearon en el país y en el mundo entero en torno a si el petróleo fue el móvil de la ocupación de Irak. En este punto, concluyen que, así este haya sido el caso, el gobierno de Bush fracasó notoriamente en su objetivo de hacer descender los precios del petróleo, en tanto que tuvo gran éxito en cuanto a la forma como enriqueció a los contratistas y a las compañías petroleras de su país[9].
 
En lo que respecta al poderío global ejercida por Estados Unidos, Callinicos señala que su búsqueda de una dominación unilateral del mundo mediante una superioridad militar absoluta sobrevino como una sorpresa desagradable para quienes acogieron la idea, muy difundida en las postrimerías de la Guerra Fría, de que la globalización económica estaba siendo acompañada por la emergencia de “formas globales de gobierno” o de una supuesta “gobernanza” global, que pondrían fin a siglos de confrontación por la supremacía entre las grandes potencias. Por supuesto que tan optimista concepción fue demolida por la Doctrina Bush y sus promotores. Condoleezza Rice, entonces Consejera de Seguridad Nacional, afirmó después de los ataques terroristas que el gobierno de su país actuaría “a partir del interés nacional de los Estados Unidos y no de los intereses de una ilusoria comunidad internacional”[10].
 
En el mismo sentido crítico frente al predominio de supuestas formas globales de gobierno, se pronuncia el también inglés Justin Rosenberg, al destacar cómo durante la década del noventa del siglo pasado numerosos activistas políticos y académicos observaron “el auge del liberalismo económico, la extensión de las nuevas tecnologías informáticas, la creciente prominencia de las relaciones internacionales y el resurgimiento de una agenda cosmopolita en el tema de los derechos humanos, y no pocos de ellos creyeron que el planeta se abría a nuevas formas de interconexión y que un sistema multilateral y multinivelado de “gobierno global”, (…) estaba emergiendo dentro de nosotros”[11].
 
2.      La Doctrina de Seguridad Nacional y su legitimación de la guerra contra el terrorismo
 
En los comienzos del siglo XXI ocurrieron cambios significativos para Estados Unidos. En marzo de 2001, la recién iniciada administración de George W. Bush anunció que el país entraba en recesión. Seis meses después, la guerra contra el terrorismo, proclamada a raíz del 11 de Septiembre, le daría nuevos bríos a su poderío global, en especial en los terrenos político y militar.
 
De esta manera, el entorno internacional quedó signado por dos procesos simultáneos, complementarios y a la vez contradictorios. El primero, el afianzamiento de la hegemonía global de Estados Unidos, con base en su poderío militar. Esta hegemonía se resquebrajó cuando decidió intervenir unilateralmente en Irak. El segundo proceso es la profundización de la estrategia neoliberal, puesta en práctica en el mundo entero mediante la acción de organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Así, la imposición del credo y los postulados del mercado y la guerra global contra el terrorismo fueron muy bien utilizados por Estados Unidos para tratar de paliar sus dificultades económicas. No obstante, con menos de dos décadas de existencia, las rondas de la OMC han estado marcadas por una permanente disputa en lo que tiene que ver con la aplicación de las normas de comercio e inversión, no solo entre los países más desarrollados entre sí, sino también entre estos y las llamadas potencias emergentes.
 
La Doctrina de Seguridad Nacional de Estados Unidos, aprobada el 20 de septiembre de 2002 por el Congreso, fue catalogada por diversos analistas como una abierta declaración de hegemonía. Representó la concreción del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, anunciado en septiembre de 2000, pocos meses antes del inicio de la administración Bush. Para Giovanni Arrighi, la concreción de este proyecto como respuesta a los ataques del 11 de septiembre del año anterior fue un intento de establecer el primer imperio auténticamente global de la historia del mundo.
 
En este documento, más conocido como DoctrinaBush, al tiempo que se invoca el Destino Manifiesto de Wilson, se afirma de manera categórica que “las grandes batallas del siglo XX terminaron con un modelo único sostenible para el éxito nacional: libertad, democracia y libre empresa”. Señala también que la nueva doctrina se basará en un internacionalismo que reflejará “la unión de nuestros valores con nuestros intereses” [12].
 
Michael Klare recuerda que desde su campaña presidencial Bush se preocupó por defender el incremento del gasto militar. En un discurso pronunciado en septiembre de 1999 en The Citadel, prestigiosa academia militar de Charleston, Carolina del Sur, expuso su plan de “transformación” del aparato militar de su país y se comprometió a iniciar la “construcción del ejército del siglo XXI”. El objetivo era asegurar la invulnerabilidad del territorio mediante un eficaz escudo antimisiles, en lo que parecía ser una reedición de la Guerra de las Galaxias de Ronald Reagan, y aumentar la capacidad de los Estados Unidos para invadir a potencias regionales hostiles. Bush manifestó también su apoyo a la llamada “revolución del pensamiento militar”, que haría sistemático el uso del computador, de sensores muy sofisticados, materiales invisibles a los radares y otras tecnologías bélicas avanzadas[13].
 
Señala Michael Klare que, además de la expansión del aparato militar, con la guerra contra el terrorismo, Bush le dedicó mucha atención a otra prioridad estratégica: la adquisición de nuevas fuentes de petróleo en el extranjero. Aunque eran inicialmente distintos, estos dos objetivos acabaron por fundirse, “dando vida a un único diseño estratégico que orienta hoy la política exterior norteamericana”. En su conocido libro Las guerras de recursos, afirma:
 
Las guerras adelantadas por recursos durante la posguerra fría no constituyen eventos aislados o aleatorios. Por el contrario, son un conjunto que se inscribe dentro de un cuadro geopolítico más amplio (...) Las guerras del futuro tendrán de manera masiva como objetivo la posesión y el control de bienes económicos esenciales y en particular de recursos necesarios para el funcionamiento de las sociedades industriales modernas[14].
 
Volviendo al análisis del poderío militar, en el famoso documento del Pentágono titulado: “Rebuilding America´s Defenses”, dado a conocer en el año 2000, se expresó con claridad que el tipo de transformación militar que se planteaba allí requería de algún “evento catastrófico y catalizador”, como un nuevo Pearl Harbor, con el objetivo de venderle este proyecto a la opinión públicaestadounidense. Un año después vendría esta circunstancia propicia con los ataques a las torres de Nueva York.
 
Queda claro, entonces, que la guerra contra el terrorismo era la justificación para emprender una acción militar mucho más agresiva y de mayor envergadura. Irán, Irak y Corea del Norte fueron designados entonces como los ejes del mal. Posteriormente, el entonces subsecretario de Estado, John Bolton incluiría también a Libia, Siria y Cuba como “Estados patrocinadores del terrorismo que están construyendo o tienen medios para construir armas de destrucción masiva”. En el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano se plantea claramente: “No hay motivos para avergonzarse de la superioridad militar de Estados Unidos, que antes bien será un factor esencial para conservar la supremacía norteamericana en un mundo complejo y caótico”[15].
 
En el plano de las relaciones internacionales, la Doctrina de Seguridad Nacional suscitó una amplia polémica desde su promulgación. A partir de una perspectiva conservadora que favorece dicha estrategia, los profesores de la Universidad de Georgetown, Keir A. Lieber y Robert J. Lieber, admitieron que en la Doctrina había cuatro temas controversiales: primero, la acción militar preventiva contra gobiernos hostiles y grupos terroristas que intentaran elaborar armas de destrucción masiva; segundo, la declaración de que Estados Unidos no permitiría que ninguna potencia extranjera le disputara su poderío militar en el mundo. Tercero, el hecho de que, aunque se estableciera un compromiso con la cooperación multilateral internacional, se señalara claramente que “no dudaremos en actuar solos en caso necesario” para defender los intereses y la seguridad nacionales. Cuarto, se proclama como objetivo la extensión de la democracia y los derechos humanos en todo el orbe, en particular en el mundo musulmán[16].
 
Desde una perspectiva crítica, el analista italiano Raniero La Valle calificó dicha Doctrina como la Carta constituyente del imperio, por cuanto en ella se proclama la existencia un único modelo económico y político aceptable para las naciones, al tiempo que se afirma la singularidad y la supremacía de los Estados Unidos[17]. En el mismo sentido, Danilo Zolo recordaba que a partir de los noventas las guerras desarrolladas por la potencia hegemónica marcan una ruptura de plano con la legalidad internacional, por lo que la violación del orden mundial no ha tenido límites[18].
 
En este marco de análisis, dos factores decisivos explicarían realmente la decisión de la administración Bush de emprender la guerra contra el terrorismo. El primero, la crisis de la economía estadounidense, que se manifestó con la recesión anunciada en marzo de 2001; el segundo, las presiones cada vez más fuertes ejercidas por el CIM.Claramente, el gobierno estadounidense utilizaría esta cruzada para justificar una estrategia geopolítica mucho más agresiva.
 
En ese sentido, se ha planteado otro debate teórico, que apenas alcanzamos a enunciar aquí, entre los analistas críticos de la política exterior de Estados Unidos. Al examinar los alcances de la guerra contra el terrorismo, Immanuel Wallerstein se refiere a su principal promotor, George W. Bush, como a un geopolítico incompetente. Por su parte, Callinicos cuestiona esa visión y señala que la respuesta del mandatario correspondió a una lectura acertada de las amenazas económicas y políticas que enfrenta a largo plazo Estados Unidos, y por ello decidió aprovechar el 11 de Septiembre y la supremacía militar de su país para modificar el equilibrio global de poder económico y político aún más a su favor.
 
3. El desarrollo del Complejo Industrial Militar (CIM)
 
El término CIM fue utilizado por primera vez por el Presidente Eisenhower, quien en su discurso No.34, pronunciado el 17 de enero de 1961, con el que concluyó su mandato, afirmó:
 
La conjunción de un enorme establecimiento militar y una gran industria de armas es nueva en la experiencia de Estados Unidos…En los consejos de gobierno debemos guardarnos de la adquisición de una influencia no deseada, ya sea buscada o no buscada, por parte del complejo industrial militar. El potencial del incremento desastroso de un poder mal colocado existe y persistirá.
 
Por su parte, el General Douglas MacArthur, en un discurso pronunciado el 15 de mayo de 1951, señaló lo siguiente una década antes: "Es parte del modelo general de política equivocada que nuestro país sea ahora conducido hacia una economía de armas, alimentada en una psicosis artificialmente inducida de histeria de guerra y alimentada a partir de la incesante propaganda de miedo”[19].
 
Por la misma época de mediados del siglo pasado, en su libro La élite del poder (1956), el reconocido sociólogo estadounidense Charles Wright Mills se refirió al estamento militar como a una de las tres élites más poderosas de su país. Con ello pretendía rebatir el concepto de “poliarquía”, un término acuñado por Robert Dahl, para caracterizar la democracia en Estados Unidos, marcada por el pluralismo y la existencia de muchos centros de poder. Esta idea prevalecía en su tiempo en el mainstream de la academia estadounidense, en el marco de la disputa ideológica del mundo bipolar. Wright Mills señaló que “el orden militar, en otro tiempo una institución débil, encuadrada en un contexto de recelos alimentados por las milicias de los Estados, se ha convertido en la mayor y más costosa de las características del gobierno[20]”.
 
Más recientemente, Rodrigue Tremblay, presidente de la Sociedad Canadiense de Economistas, consideró que los ataques del 11 de Septiembre representaron un verdadero paraíso para el CIM, en la medida en que le proporcionaron el pretexto que necesitaba para incrementar su crecimiento, que se esperaba se reduciría notoriamente después de la Guerra Fría. En su concepto, esta industria requiere de sucesivas guerras para poder prosperar. Pero también necesita incentivar el clima constante de miedo y de vulnerabilidad[21]. Para el economista canadiense, el CIM está construido sobre cinco pilares, que son los siguientes:el establecimiento militar de Estados Unidos, los contratistas privados de defensa, el establecimiento político, los “think tanks” y la propaganda del establecimiento[22].
 
Anota Tremblay que en 1991, al finalizar la Guerra Fría, el presupuesto de defensa era de $298.9 billones de dólares, y que en 2006 dicho presupuesto había crecido a 447.4 billones, sin incluir los 100 billones adicionales que hasta el momento se habían gastado en las dos guerras. Ello representa aproximadamente la mitad del gasto militar del mundo, un porcentaje exagerado si se tiene en cuenta que el país tiene el 5 por ciento de la población y el 25 por ciento del PIB mundial. Por su parte, Joseph Stiglitz y Linda Bilmes señalan que Estados Unidos gasta más en armas que los 42 países restantes juntos, es decir, responde por el 47 por ciento del gasto militar del mundo[23].
 
Otros datos adicionales que proporciona Tremblay sobre el poderío del CIM en el país son los siguientes: En 2006, el Departamento de Defensa empleaba 2.143.000 personas, además de 3.600.000 contratistas, lo que daba un gran total de 5.743.000 empleos ligados a la defensa. Adicionalmente, había más de 25 millones de veteranos, cuyos ingresos dependían del gasto militar. De ello deduce que, en términos electorales, hay casi el doble de personas interesadas en preservar el gasto militar y la guerra. El presupuesto militar es tan grande, que el CIM se convierte en un Estado dentro del Estado.
 
Efectivamente, la tendencia al incremento del gasto militar ha continuado aún en medio de la crisis global. De acuerdo con el informe anual del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en 2008 el gasto mundial en armamento militar se incrementó en un 4 por ciento, hasta alcanzar 1,46 billones de dólares, con respecto al año anterior. De esa cifra, a Estados Unidos le correspondieron 600.000 millones de dólares, lo que representó el 58 por ciento del gasto total en la última década. China ocupó el segundo puesto, con 84.900 millones, seguido por Francia (65.700 millones de dólares), Gran Bretaña (65.300 millones) y Rusia (58.600 millones de dólares). Siguen en la lista Alemania, Japón, Italia, Arabia Saudita y la India[24].
 
En el libro arriba mencionado, Joseph Stiglitz y Linda Bilmes analizan con bastante detalle lo que ha representado para Estados Unidos el auge de los contratistas en el sector militar, y señalan que esta tendencia representa, en esencia, la privatización parcial de las fuerzas armadas, con lo cual el potencial para el abuso y la corrupción es cada vez más elevado. Un caso emblemático es el de la Halliburton, empresa militar que dirigió Dick Cheney antes de ser vicepresidente del país, que ha sido una de las más favorecidas con los contratos de las guerras y de las que se han visto en mayores escándalos de corrupción. Otro es la Blackwater Security, comprometida en cuantiosos negocios y masacres de civiles en Irak.
 
En este respecto, destacan los autores que la corrupción se ha exacerbado, en la medida en que han proliferado las licitaciones con un solo contratista, ha habido aumento de costos para incrementar los beneficios, están sometidas a una supervisión inadecuada, por lo que abundan los informes sobre irregularidades en las ejecuciones de los contratos[25]. En Estados Unidos, la corrupción es más sutil que en otros países, en la medida en que cuentan mucho las contribuciones económicas que se hacen a las campañas políticas de ambos partidos, señalan.
 
En ese sentido, insisten los autores en que los únicos ganadores de la guerra han sido los contratistas y las empresas petroleras. A manera de ejemplo, ha habido un incremento notorio en el precio de las acciones de Halliburton (229 por ciento) desde el inicio de la guerra, así como de otras empresas como la General Dynamics, Raytheon, Lockheed Martin y Northrop Grumman, que son algunas de las empresas militares más grandes de Estados Unidos.
 
Otro aspecto importante relacionado con el desarrollo del CIM es el papel de los llamados think tanks del establecimiento, a los cuales el canadiense Tremblay les confiere particular importancia. De hecho, su misma denominación tiene origen militar. Se trata de fundaciones privadas bastante influyentes, orientadas hacia la economía de guerra, los asuntos de seguridad y la política exterior, que investigan autónomamente o por encargo. Sus investigadores son por lo general ex funcionarios de alto nivel del gobierno o de la empresa privada. Se financian con base en donaciones de grandes empresas privadas. Sobre este mismo asunto de los think tanks, Valentina Saini destaca el hecho de que no se limitan al análisis de la situación política, sino van más allá, en la medida en que materializan nuevas amenazas y formulan políticas concretas, con el objeto de salvaguardar los intereses de Estados Unidos[26]. Predominan los llamados “Advocacy tanks”, cuya intención clara es influir en el debate político y en la toma de decisiones.
 
En efecto, entre los think tanks más influyentes están la Heritage Foundation, el American Enterprise Institute y The Project of the New American Century (PNAC). El primero es uno de los más agresivos y que mejor expresa el pensamiento neoconservador. De acuerdo con Saini, este centro planteó su misión en consonancia con el gobierno de Reagan: “formular y promover políticas públicas conservadoras, basadas en los principios del libre mercado, del gobierno limitado, de la libertad individual, de los valores tradicionales norteamericanos y de una fuerte defensa nacional”. Cuenta con 440,000 donantes entre particulares, fundaciones y las grandes corporaciones y con un enorme presupuesto anual. Entre otras actividades diversas que desarrolla, desde 1995 publica, junto con el Wall Street Journal, el Anuario de Libertad Económica, en el que mide el llamado “éxito económico” de 180 países. La Lockheed Martin Corporation, la Boeing y la Exxon están entre sus socios más importantes[27].
 
Pero el engranaje es todavía más grande. Estos think tanks tienen conexión directa con toda una industria de medios en manos de la extrema derecha, que fungen como propagandistas de una economía a favor de la guerra. Señala Tremblay que los medios que controla el ultraconservador Rupert Murdoch, entre los cuales están la cadena Fox, el ya mencionado Wall Street Journal y el New York Post, llevan la delantera. También se destaca el Washington Times, controlado por el otrora famoso reverendo Myong Moon´s y su Iglesia Unificada. Pero también tienen mucho poder publicaciones de corte más académico como National Review, y The New Republic.
 
En definitiva, el poder real de este sector militar resulta inconmensurable. Tanto es así que, a pesar de la magnitud de la crisis económica, los neoconservadores de Estados Unidos han seguido presionando al Legislativo para que eleve todavía más el presupuesto de las fuerzas armadas. Quienes representan esta corriente política derechista le exigen al presidente Barack Obama elevar el gasto militar incluso más allá de las proyecciones que había formulado el gobierno de su antecesor, George W. Bush. Igualmente presionaron para que se destinara al gasto en defensa decenas de miles de millones de dólares del paquete de estímulo económico impulsado por el Presidente para contrarrestar la crisis. Este sector ha insistido en que un aumento del gasto militar contribuiría a la generación de un mayor número de empleos[28]. Por supuesto que el reciente resultado de las elecciones legislativas en Estados Unidos les conferirá a estos sectores un mayor margen de presión y poder de decisión.
 
4- El fortalecimiento de los neoconservadores en Estados Unidos
 
En un folleto titulado Cartas sobre táctica, Lenin recuerda que el marxismo exige el análisis más exacto, objetivamentecomprobable, de las clases y peculiaridades concretas de cada momento histórico[29].
 
Este planteamiento resulta absolutamente relevante para entender las implicaciones del ascenso de los neoconservadores en Estados Unidos y el proceso económico y político del país en el período analizado. En su artículo “El neoliberalismo, un balance provisorio”, el estadounidense Perry Anderson analiza el proceso histórico mediante el cual los planteamientos neoliberales surgidos a mediados del siglo pasado, se concretan en los proyectos de los gobiernos neoconservadores de Ronald Reagan en 1981 y Margaret Thatcher en 1979. Destaca sin embargo, que aunque ambos aplican políticas internas de corte similar, a favor del sector privado y en contra del estado de bienestar y de los trabajadores, en el caso de Estados Unidos, la puesta en práctica de dichos planteamientos se concreta principalmente en una exacerbada competencia militar con la Unión Soviética[30].
 
En su libro titulado Después de Bush. El fin de los “neocons” y la hora de los demócratas, Paul Krugman analiza el proceso de desplazamiento de los partidos hacia la derecha, que se dio en la década del ochenta en Estados Unidos, precisamente bajo la administración Reagan. Señala cómo desde finales de la década anterior, los extremistas de derecha, decididos a acabar con los logros del New Deal, se apoderaron del Partido Republicano, al tiempo que los demócratas se convertían en los verdaderos conservadores. Ronald Reagan fue el primer presidente de esa nueva derecha. La administración de Bush hijo pretendió justamente utilizar la guerra contra el terrorismo para poner en práctica políticas tendientes a hacer más profunda la desigualdad social, que marcó el gobierno neoconservador de Reagan, agrega Krugman[31].
 
Señala Giovanni Arrighi que Estados Unidos experimentó una profunda crisis de la hegemonía hacia finales de la década del 60 y principios de los 70, que él califica como “crisis señal”. El gobierno de Reagan respondió a esta crisis con una agresiva competencia en el sector financiero y una importante escalada en la carrera armamentista. En el mismo sentido, Jorge Bernstein destaca que entre las décadas del setenta y el ochenta se presentó una combinación de tendencias perversas, que crecieron de manera paralela, tales como los déficits comercial, fiscal y energético, el gasto militar, el incremento del número de presos, la deuda pública y privada. Con el gobierno de los halcones, esta tendencia se exacerbó[32].
 
Por su parte, Callinicos afirma que con George W. Bush, la derecha republicana toma de nuevo el poder en el 2001. En ese sentido, a su gobierno no se le puede ver como una continuación del de su padre, como algunos han pretendido hacerlo, sino que hay que remontarse más bien al período de Ronald Reagan, quien en su momento se refiriera por primera vez a la Unión Soviética como “el imperio del mal”. Bush padre, por el contrario, pertenecía a la derecha intelectual más ligada a las instituciones internacionales. De hecho, cuando libró la primera guerra contra Irak en 1991, construyó una gran coalición basada en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El sector que promovió la guerra contra el terrorismo estaba encabezado por personajes como Paul Wolfowitz, Donald Rumsfeld, Dick Cheney, Condolezza Rice y J. Bolton. Algunos de estas figuras ya habían participado en el gobierno de Bush padre, pero lo hicieron en una posición minoritaria, en tanto que con George W. Bush se convirtieron en mayoría.
 
El periodista Bob Woodward, en su tercer libro sobre la guerra de Irak, titulado Estado de Negación, documenta muy bien las contradicciones que se dieron en el establecimiento político estadounidense en torno a la guerra contra el terrorismo y a la forma como esta debía librarse. El autor reconstruye el complejo entramado que permite entender cómo el presidente George Bush y los miembros más caracterizados de su gobierno, en especial Rumsfeld, decidieron emprender la campaña contra Irak inmediatamente después de los sucesos del 11 de Septiembre. Se estableció que este país sería el blanco central de la estrategia antiterrorista, la forma más precisa de materializar su sueño de consolidación de su poderío global. Por fin la administración de los halcones, o más bien, de los vulcanos, como ellos se llaman a sí mismos[33], encontraba el escenario propicio para poner en marcha la transformación del aparato militar estadounidense. Pero también el gobierno de Bush encontró en el ataque a Irak un horizonte para su política exterior[34].
 
Brevemente, la secuencia descrita por Bob Woodward es como sigue: En julio del 2001 la CIA, a cargo de William Bennet, descubrió serios indicios de que Al Qaeda iba a atacar a Estados Unidos y así se lo hizo saber a Rice, entonces Consejera de Seguridad y quizás la persona más cercana al presidente Bush. No obstante, a pesar de las evidencias, ella ignoró olímpicamente las advertencias. Este desconocimiento se dio en el marco de las permanentes tensiones entre los organismos de seguridad de Washington, así como entre el Departamento de Estado, entonces liderado por Colin Powell, y el de Defensa, a la cabeza de Rumsfeld. En medio de tales contradicciones sobrevendrían los ataques terroristas. Es entonces cuando el sector de los vulcanos se obsesiona por atacar al segundo país más rico en petróleo del mundo y por derrocar su régimen dictatorial. No se trataba solamente del más preciado botín, sino también del país más vulnerable de la región después de la derrota de la guerra del Golfo de 1991.
 
Woodward documenta con bastante detalle la forma como el gobierno buscó y obtuvo el respaldo de un importante sector de la academia estadounidense para dicho propósito. Paul Wolfowitz, entonces subsecretario de Defensa, convocó a dos institutos de estirpe ultraconservadora, el American Enterprise Institute (AEI) y la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados, conocida como SAIS por su sigla en inglés, para que produjeran un informe tan convincente que permitiese ablandar a algunos funcionarios dudosos, de manera que se pudiera sacar adelante el proyecto bélico y se le proporcionara legitimidad. Para tal efecto, un grupo de intelectuales de esas instituciones produjo un documento secreto denominado “Delta del terrorismo”, cuya conclusión central era que el 11-S no había sido un episodio aislado, por lo que Estados Unidos debía prepararse para una guerra contra el Islam radical, que duraría dos generaciones. Se decía con claridad que el ataque debía empezar por Irak.
 
Por último, al analizar el fortalecimiento de la derecha neoconservadora en Estados Unidos no se puede pasar por alto el reciente avance del movimiento del Tea Party, dentro del Partido Republicano. Este movimiento surgió en los primeros meses de 2009, cuando se iniciara el gobierno de Barack Obama. Aunque no representa una tendencia unificada, sus integrantes en general defienden una política fiscal conservadora, atacan al Estado y abogan por la reducción de su presencia en la sociedad. Apoyan el fortalecimiento del sector militar. De acuerdo con el español Vicenç Navarro, este movimiento tiene mucho en común con los movimientos fascistas de Europa. Es supremamente reaccionario y está financiado por grandes empresas que se han visto afectadas por el gobierno actual. El patriotismo exacerbado que defienden es de carácter racista, antisindical e imperialista. Odian a Obama, por encarnar todos los rasgos que ellos aborrecen: negro, intelectual y liberal[35].
 
5. El gasto militar y la crisis económica de Estados Unidos
 
Siete años después de los acontecimientos del 11 de Septiembre, estalló la crisis financiera mundial, precedida por el desastre de las hipotecas en Estados Unidos, arrastró consigo los postulados del monetarismo y se convirtió en un factor decisivo para el triunfo electoral de Barack Obama. Al mismo tiempo, propició la derrota de la tendencia neoconservadora fascista, que impulsó la doctrina de la guerra preventiva, el unilateralismo y la violación abierta del orden legal en el mundo entero. De ahí que el nuevo mandatario estadounidense hubiera insistido desde su candidatura en la necesidad de restituir la legalidad internacional y de darle prioridad al multilateralismo y al diálogo sobre el uso de la fuerza, es decir, en la solución pacífica de los conflictos mundiales.
 
Sin embargo, en medio de enormes expectativas, sus avances en este campo han sido muy reducidos. Anunció el retiro de las tropas de Irak, al tiempo que incrementaba la presencia militar en Afganistán. En el plano interno, sus intentos de reforma en asuntos cruciales como la salud y el sector financiero afrontaron una fuerte oposición de los republicanos y terminaron siendo bastante tímidos. Pero su punto más débil ha sido no haber podido lograr la recuperación de la economía y del empleo, tal como quedó en evidencia con su estruendosa derrota en las elecciones legislativas que acaba de recibir.
 
El fracaso de Obama se explica fundamentalmente por dos razones: la primera, la magnitud de la crisis económica del país y de sus consecuencias sociales y la incapacidad del mandatario para imponer decisiones de fondo frente a la misma. La segunda, que permite entender en parte la anterior, es el fortalecimiento del CIM y de los sectores neoconservadores ligados al gobierno anterior, opuestos a cualquier medida de corte keynesiano en lo social.
 
En lo que respecta a la relación entre gasto militar y situación económica, los académicos coinciden en que la incidencia del primero ha sido nefasta sobre la segunda. El estadounidense Chalmers Johnson, uno de los más acuciosos analistas de la este tema, afirma que efectivamente el país salió de la Gran Depresión de los años treinta mediante la gran producción militar de la Segunda Guerra Mundial. Por ello, una vez finalizado el conflicto, surgió el temor de que la paz y la desmovilización llevarían de nuevo a la recesión. No obstante, pocos años después, el gasto militar se reactivó con la estrategia de la Guerra Fría. Así, en el Informe del Consejo de Seguridad Nacional 68 (NSC-68) de abril de 1950, Estados Unidos planteaba que debía construirse una fuerte industria militar para contener a la Unión Soviética y para mantener el pleno empleo. Johnson señala que entre los cincuenta y los sesenta, entre un tercio y dos tercios de la investigación científica se orientó al campo militar, lo que con el tiempo llevó a una gran debilidad económica al país. Por ello, afirma que “la devoción al keynesianismo militar es en realidad una forma de suicidio económico lento”[36].
 
En el mismo sentido, Giovanni Arrighi afirma que el keynesianismo militar, basado en enormes gastos en armamento por parte de Estados Unidos y de sus aliados, así como en el despliegue de una amplia red de bases militares en el mundo entero, fue sin duda un factor muy dinámico del crecimiento económico. Este se complementó con otro factor esencial, que fue el desarrollo de incentivos estatales hacia el pleno empleo, para garantizar el consumo de masas. Sin embargo, el proceso llegó a su límite hacia finales de los setenta y dio paso a la aplicación del monetarismo y al gasto militar sostenido, financiado mediante endeudamiento público, en la década del ochenta. Aunque en la segunda parte de los noventa hubo una breve recuperación económica bajo la administración de Clinton, la economía estadounidense entró en lo que él denomina crisis terminal a partir del 2001[37].
 
Por su parte, Joseph Stiglitz y Linda J. Bilmes formulan consideraciones críticas similares, al analizar los enormes costos humanos y económicos que ha tenido para su país la ocupación de Irak[38]. A continuación, presentamos una síntesis de los principales puntos planteados por los autores al respecto.
 
1.      La guerra ha resultado enormemente costosa, tanto en vidas humanas como en términos económicos. Para Estados Unidos su costo asciende a los tres billones de dólares, pero, según cálculos de los autores, para el resto del mundo esta cifra podría ser el doble. En el 2008 se calculaba que los costos operativos eran superiores a 12.500 millones de dólares al mes solo en Irak. Para Afganistán la cifra era de 16.000 millones de dólares al mes, una cifra equivalente al presupuesto anual de las Naciones Unidas. En estos datos no se incluyen los 500.000 millones de dólares anuales de gastos ordinarios del Departamento de Defensa, ni algunos gastos ocultos correspondientes a labores de espionaje y fondos que aparecen mezclados con otros departamentos[39].
 
2.      Los costos humanos han sido enormes. Hasta el año 2008 1.6 millones de estadounidenses habían participado en una de las dos guerras. Los costos presupuestarios derivados de la asistencia sanitaria y de las compensaciones por discapacidad destinadas a los veteranos que regresan del conflicto son muy grandes. Señalan los autores que en la guerra de Irak se han incrementado mucho las llamadas Lesiones Cerebrales Traumáticas (LCT). Un 38 por ciento de los veteranos que son tratados padecen de algún problema de salud mental, en especial el llamado síndrome de estrés postraumático, depresión aguda y abuso de drogas. Este tipo de trastornos son particularmente costosos.
 
3.      Un asunto que ha traído graves consecuencias para la economía del país es que la guerra se ha financiado a punta de deuda, tanto externa como interna. Al mismo tiempo, hubo una reducción de impuestos a los sectores más ricos, en consonancia con la ortodoxia del monetarismo. Todo este gasto se ha hecho a consta de un enorme déficit, que se ha diferido para que lo asuman las generaciones futuras. Los autores calculan que la deuda nacional asciende a 10 billones de dólares, lo que corresponde al 60 por ciento del PIB[40].
 
4.      El encarecimiento del precio del petróleo, como consecuencia de la guerra, ha reducido el consumo y ha producido una desaceleración de la economía. Elcosto para el país ha sido muy alto, teniendo en cuenta que importa aproximadamente 5 mil millones de dólares al año. Los autores calculan entre 175.000 a 400.000 millones de dólares de pagos adicionales por este concepto.
 
Por su parte, Chalmers Johnson plantea tres consideraciones centrales sobre la enorme deuda de Estados Unidos. La primera es que en el momento en que estalla la crisis, el gobierno invertía enormes cantidades de dinero en proyectos de defensa que no guardaban relación alguna con su seguridad nacional, al tiempo que se mantenía las exenciones tributarias a los sectores más ricos de la población. La segunda, el gobierno seguía pensando que podía sostener la economía, compensar el deterioro acelerado de la infraestructura industrial y la pérdida de empleos recurriendo al gasto militar. La tercera consideración es que, precisamente debido al gasto militar excesivo, el país dejó de invertir en asuntos sociales claves. Por ello, ha habido un deterioro alarmante del sistema de educación y de la salud pública, al tiempo que la industria manufacturera civil ha perdido competitividad[41].
 
Con el argumento anterior coinciden también Stiglitz y Bilmes cuando plantean que los recursos asignados a la guerra se hubieran podido invertir mucho mejor que en seguridad social, educación, tecnología, o energía alternativa para que el país dependiera menos del petróleo. En Caída Libre, su último libro, Stiglitz reafirma que en muchos de los sectores económicos cruciales, aparte del financiero, Estados Unidos presenta gravísimos problemas, incluida la salud pública, la energía y la industria manufacturera[42]. El dinero empleado en la guerra no estimula la economía, ni genera el llamado multiplicador del gasto, como sucedería si esa misma suma se gastara en el país.
 
Señala Johnson que un gasto bélico de la magnitud del de Estados Unidos es económicamente insostenible, al tiempo que proporciona algunas cifras comparativas de indicadores económicos de otros países desarrollados del mundo que invierten mucho menos en lo militar. En el 2006 el PIB de la Unión Europea fue por primera vez superior al de Estados Unidos y el de China fue apenas ligeramente menor. Pero si se mira el balance de cuenta corriente, los resultados son todavía más graves para la potencia del Norte. Mientras que China y Japón tenían los dos balances de cuenta corriente más altos del mundo, Estados Unidos ocupaba el puesto número 163. En el 2006 su déficit de cuenta corriente equivalía a 811.5 billones de dólares, una cifra insostenible[43].
 
Tanto Johnson como Stiglitz y Bilmes están también de acuerdo en que las cifras oficiales de defensa no son de ninguna manera confiables, en la medida en que hay notorias discrepancias en las que presentan las distintas agencias del gobierno. Señala Johnson que entre un 30 y un 40 por ciento del presupuesto militar se asigna a proyectos secretos. Stiglitz y Bilmes llaman la atención sobre la contabilidad defectuosa que maneja el gobierno de Estados Unidos, por cuanto registra los gastos diarios, pero ignora las obligaciones futuras (contabilidad de caja). Por el contrario, a la empresa privada se le exige registrar los costos futuros cuando se incurre en ellos y no cuando se pagan (principio de devengo). Más grave aún, el Pentágono recibe 500 mil millones de dólares y no cuenta con auditoría financiera.
 
A manera de conclusión
 
Después de los atentados del 11 de Septiembre, Estados Unidos trató de reactivar su economía en recesión, recurriendo fundamentalmente al incremento del gasto militar. La estrategia contra el terrorismo, anunciada y puesta en práctica por el Presidente Bush y los halcones que representaba, le permitió al país consolidar su hegemonía global, al tiempo que se afianzaba el orden neoliberal en todo el mundo. Las invasiones de Irak y Afganistán le apostaron decididamente a estos dos objetivos.
 
Sin embargo, la tendencia a incrementar el gasto militar, que venía desde la era de Reagan, se desarrolló sobre la base de un enorme endeudamiento público y de un déficit fiscal y de cuenta corriente insostenible. En ese proceso, Estados Unidos dejó de invertir en sectores claves como la salud y la educación, así como la búsqueda de energías alternativas, al tiempo que su infraestructura industrial se deterioraba y perdía competitividad frente a otros países y regiones.
 
De ahí que buena parte de los economistas y analistas más destacados concuerden en que la crisis económica que estalló con la debacle de las hipotecas en 2007 y adquirió proporciones globales un año después, es tan grave o incluso peor que la que se presentó ochenta años atrás durante la Gran Depresión. Para hacerle frente a la nueva crisis, los países recurrieron inicialmente a los paquetes de estímulo y a algunas otras medidas de corte keynesiano. No obstante, a pesar de la dura experiencia que han vivido los trabajadores y los diversos sectores de la población en estos últimos años, tanto en Estados Unidos como en Europa, las entidades financieras insisten en reducir el déficit recurriendo a políticas de austeridad y al recorte del gasto público. Es decir, se impone más monetarismo y menos keynesianismo.
 
Es claro que en Estados Unidos el llamado keynesianismo militar cumplió su función en la reactivación de la economía después de la crisis del los años treinta del siglo pasado. Sin embargo, también es evidente que el gasto militar dejó de ser positivo para el crecimiento de su economía. Muy por el contrario, el desvío de los recursos del sector productivo ha reducido el crecimiento económico y se ha incrementado el desempleo.
 
Por último, en medio de muchas dificultades y contradicciones, el presidente Barack Obama ha fracasado notoriamente en la realización de sus políticas, que generaron tantas expectativas en el país y en el mundo entero. Parece haber quedado atrapado entre el CIM y el poderío de los neoconservadores, por un lado, y el desencanto de la población, por el otro.
 
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- Este trabajo fue presentado por Consuelo Ahumada para ingresar como miembro de número a la Academia Colombiana de Ciencias Económicas, el 31 de marzo de 2011.



[1] GRAMSCI, Cuadernos desde la prisión, V, p.81.
[2] ARRIGHI, Giovanni. 2007. Adam Smith en Pekín, Orígenes y fundamentos del siglo XXI, Akal, Cuestiones de Antagonismo.
[3] ROSENBERG, Justin, Contra la retórica de la globalización, Ensayos polémicos, Traducción de Felipe Escobar, El Áncora Editores, Bogotá 2004.
[4] CALLINICOS, Alex. “Imperialism and global political economy”, International Socialism, Issue: 108, October 17, 2005.
[5]LENIN, V.I , El imperialismo fase superior del capitalismo, prólogo a las ediciones francesa y alemana, edición electrónica Buenos Aires 2004, www.laeditorialvirtual.com.ar
[6] Ibid, p.113.
[7] CALLINICOS, A. “The Grand Strategy of the American Empire”, International Socialism 2:97, Winter 2002.
[8] Ibid, p.2.
[9] STIGLITZ, Joseph y Linda J. Bilmes.2008. La guerra de los tres billones de dólares. El coste real del conflicto de Irak, Taurus, Madrid. Traducción de Alejandro Pradera y Naomi Ruiz de la Prada, pp.pp.146-148, 256-259.
[10] RICE, Condolezza, 2001. “La promoción del interés nacional”, en Foreign Affairs en español, enero-febrero.
[11] ROSENBERG, Justin, op.cit.
[12] US Department of State, The National Security Strategy of the United States of America, September 2002.
[13] KLARE, Michael, “Los verdaderos planes de George W. Bush”, en Linda Bimbi (editora), No en mi nombre. Guerra y derecho, Editorial Trotta, Madrid, 2003, p.66.
[14] KLARE, Michael, Resource Wars: The New Landscape of Global Conflict, Nueva York, Henry Holt and Company, 2001, p.64.
[15]DEPARTAMENTO de Estado, Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, 2000, p.8.
 
[16] LIEBER, Keir A. y Robert J. Lieber, “Comentarios. La Estrategia de Seguridad Nacional del Presidente Bush”. en Periódico electrónico del Departamento de Estado de Estados Unidos, Vol.7, número 4, diciembre de 2002, p.27.
[17] LA VALLE, Raniero, “Los años noventa: una restauración de fin de siglo”, en Linda Bimbi, op.cit, p.183.
[18] ZOLO, Danilo, “De la Guerra moderna a la Guerra global”, en Linda Bimbi (op.cit).
[19] Dwight D. Eisenhower (1890-1969), 34th US President, Farewell Address, Jan. 17, 1961o en STIGLITZ, Joseph y Linda J. Bilmes, op.cit.
[20] WRIGHT Mills, Charles. 1097. La élite del poder, Fondo de Cultura Económica, México, p.13.
[21] TREMBLAY, Rodrigue, “The five Pillars of the U.S. MIlitary-Industrial Complex”, September 25, 2006,en www.thenewamericanempire.com
[22] Tomado de www.thenewamericanempire.com/blog. Copyright © 1998-2006 Online Journal, consultado en octubre 20 de 2010.
[23] STIGLITZ, Joseph y Linda J. Bilmes, op.cit., p.27.
[24]EEUU sigue a la cabeza en gasto militar, seguido de China, junio 8 2009, http://www.elmundo.es/elmundo/2009/06/08/internacional/1244461495.html
[25] Ibid, p.37-39.
[26] SAINI, Valentina, “Think tanks y complejo industrial militar en Estados Unidos”, fecha no disponible.
[27] Ibid, p.8.
[28] LOBE, Jim, “Estados Unidos: Halcones urgen a aumentar gasto militar”, Washington DC, IPS, febrero 6, 2010, http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=91216
[29] LENIN, V.I., Sobre la táctica.
[30] ANDERSON, Perry, "Neoliberalismo: balance provisorio", en Emir Sadel y Pablo Gentili (comps), La trama del neoliberalismo, Editorial Eudeba, 1999, p.13-28.
[31] KRUGMAN, Crítica, Barcelona, Traducción castellana de Francesc Fernández, 2007
[32] BEINSTEIN, Jorge, 2009. “En la ruta de la decadencia. Hacia una crisis prolongada de la civilización burguesa”, 04, 2009.
[33] Condoleezza Rice y los miembros de su equipo se llaman a sí mismos los vulcanos. El nombre proviene de que la ciudad de Birmingham, Alabama, patria chica de Rice,
[34] WOODWARD, Bob. 2006. State of Denial. Bush at War, Part III, Simon & Schuster, New York City.
[35]NAVARRO, Vincens, Diario digital EL PLURAL, 25 de octubre de 2010.
 
[36] JOHNSON, Chalmers, “How to Sink America” Tomgram, www.tomdispatch.com, enero 22 de 2008.
[37] ARRIGHI, op.cit.
[38] STIGLITZ, Joseph y Linda J. Bilmes,op.cit.
[39] Ibid. p.133.
[40] La Oficina de Presupuestos del Congreso habla de una relación entre la deuda y el PIB del 87 por ciento en el 2019.
[41] JOHNSON, Chalmers, op.cit.
[42] STIGLITZ, Joseph. 2010. Caída libre. El libre mercado y el hundimiento de la economía mundial. Traducción de Alejandro Pradera y Núria Petit, Bogotá DC, Taurus.
[43] JOHNSON, Ibid. 
https://www.alainet.org/es/articulo/148897
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