Libia se rebela contra la opresión
24/02/2011
- Opinión
“Moriré como un mártir”. “Nunca me iré de esta tierra”. “Hay que hacer frente a las ratas que siembran los disturbios”. Con estas frases desesperadas, el dictador árabe Muamar el Gaddafi pretendió fijar el futuro inmediato de Libia. Estos son los titulares de prensa con que se trata de describir la situación creada. Pero desgraciadamente la realidad supera con creces a las noticias que vienen de Libia.
Todo el noroeste de África sufre una gran conmoción política: la revuelta árabe irrumpió en Libia, la dictadura más antigua del Magreb, que dura ya 41 años, la más cerrada y la más opulenta, rebosante en petróleo e hidrocarburos que sólo benefician a la clase dirigente. Después de Túnez, Egipto, Yemen, Bahrein, la ola de disturbios alcanzó el feudo del megalómano coronel Muammar el Gaddafi. Como en otros países de la región, el pueblo libio quiso rebelarse también contra la opresión y organizó, a su vez, un “Día de la ira”, según la grandilocuente expresión árabe. No se trata, claro está, del “Dies irae” cristiano de la Misa de Difuntos, sino de un día musulmán de cólera, de protesta contra la tiranía, de hartazgo. Sirvió de recordatorio de una situación política indignante por la que se conculcan las libertades más elementales.
El problema es que el apagón informativo impuesto por el régimen impide saber lo que de verdad está pasando en este país mediterráneo acogotado bajo la férula de Gaddafi, un autócrata beduino de 68 años que gobierna Libia con mano de hierro desde 1969. Ya ha hecho entrar en escena a su hijo Saif el Islam, de 39 años, con el que quiere instaurar una dinastía si Alá no lo remedia. Entró en escena el “heredero” con una declaración estrepitosa, amenazando a los manifestantes y al desdichado país con “ríos de sangre” tras la primera jornada de la ya por muchos llamada Revolución Verde.
El coronel Gaddafi considera desde hace cuatro décadas que con los dividendos que le proporciona el oro negro puede obrar a su antojo, dentro y fuera del país. Se cree invulnerable. No obstante Ben Ali de Túnez y Hosni Mubarak de Egipto, sus vecinos, a los que defendió hasta el final, también se creían invulnerables y han sido destronados después de decenios de poder, por un efecto dominó imprevisto entre las dictaduras árabes mediterráneas. Se acabó el statu quo, todo se tambalea.
El singular jeque beduino ha saltado a los titulares de los periódicos occidentales muchas veces, siempre con aire desafiante y burlón. “Líder Fraternal” o “Guía de la Revolución”, tal como se autoproclama ufano, ha sido acusado del atentado contra un avión de pasajeros de la compañía Panam, hoy desaparecida, a la altura de Lockerbie en Escocia, que hizo correr ríos de tinta en la prensa de todo el mundo. Como represalia Trípoli sufrió, en una operación de castigo del presidente Ronald Reagan, un bombardeo con misiles, en el que murió la hija de Gaddafi, Jana. Más tarde la nación norteafricana no tuvo más remedio que dejar de apoyar a los movimientos revolucionarios y últimamente se contentaba con sus ideas utópicas de panarabismo, una de las obsesiones de este dirigente visionario, por cierto, admirador de Franco.
Valga este bosquejo para esbozar la compleja personalidad de Muammar el Gaddafi. Le entrevisté dos veces y pude comprobar que sus opiniones constituían el envés de las opiniones occidentales. Contestando en árabe para reafirmar el orgullo de su lengua, con un intérprete al inglés, me recibió en su lujosa tienda de beduino y fue exponiendo su posición política sui generis, en la que mostró, por cierto, simpatía por España, “donde los árabes permanecieron durante ocho largos siglos”, según subrayó y presumió de las miles de palabras árabes que hay en español. Me pareció un iluminado.
Libia es una nación de un millón 760 mil kilómetros cuadrados casi desérticos con 6,2 millones de habitantes que podrían vivir con desahogo si no fuera por la codicia de la pequeña elite que domina el país. La sumisión ha durado demasiado en Libia, la población ya no soporta más. La mezcla corrupción y despotismo resulta explosiva.
- Ramón Luis Acuña es Periodista y escritor
https://www.alainet.org/es/articulo/147863
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