Un periodismo necesario

15/02/2011
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A finales del año pasado se publicó un libro que recoge 22 textos que Gabriel García Márquez escribió con la intención de ser leídos en público, y que recorren prácticamente toda su vida. El libro se titula “Yo no vengo a decir un discurso”. Uno de esos textos – leído por el autor en la Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa en 1996 – cuyo tema es “Periodismo: el mejor oficio del mundo”, nos ofrece una reflexión sobre la responsabilidad  que tienen los periodistas tanto frente a la sociedad como ante  el propio gremio. Compartimos tres aspectos que nos parecen útiles por necesarios para un ejercicio periodístico que unifica vocación con profesión, y pretende informar (vigilancia del entorno), formar (la opinión pública) y transformar (generar consensos de cambio social).
 
En primer lugar, García Márquez afirma que el ingreso al mundo del periodismo, al menos cuando la prensa colombiana estaba a la vanguardia en América Latina, no tenía más condición que el deseo de ser periodista. Un lema lo decía todo: “el periodismo se aprende haciéndolo”. No es que el escritor quiera hacer una apología del periodismo predominantemente empírico ni menos un desprecio a la formación teórica.  Se sostiene, eso sí, de que las aptitudes periodísticas hay que probarlas en la práctica. La “experiencia hace al maestro” expresa el dicho popular, pero ésta sin teoría puede resultar ciega afirmaba Kant. El discurso que comentamos propone reaprenderlo todo en la práctica dentro del medio mismo. En ese sentido el texto recuerda que la experiencia demuestra que todo puede ser fácil de aprender sobre la marcha, para quienes tienen el sentido, la sensibilidad y el aguante del periodista. Y la misma práctica del oficio impone la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encarga de fomentarla. Cuando eso ocurre, “la lectura se constituye en un vicio profesional” y se desarrolla la capacidad autodidacta. Un verdadero ejemplo de meritocracia pues hasta los hijos de los dueños de los periódicos tenían que pasar por este proceso.
 
Por lo visto, no se trata de cualquier práctica, menos de aquella que atropella el comportamiento ético: “grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial”, prácticas usuales en buena parte del periodismo. Lo más grave – añade Márquez – es que estas transgresiones éticas obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. “No los conmueve el fundamento de que la buena primicia no es la que se da primero sino la que se da mejor”.
 
En segundo lugar, García Márquez recuerda de que antes que se inventara la grabadora, el oficio se hacía bien con tres instrumentos indispensables que en realidad era uno solo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usaban todavía para oír lo que se les decía. Se critica aquí la actitud pasiva en la que caen un buen número de periodistas al confiarse excesivamente en los instrumentos en menoscabo del esfuerzo personal por separar la información de la opinión, la difusión de la propaganda, la visión general de la partidista. Al referirse a los instrumentos (la grabadora es un buen ejemplo), plantea que alguien tendría que enseñarles a los periodistas que ésta no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora, añade, oye pero no escucha, graba pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y al final de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Del periodista pues, se espera un mayor esfuerzo de racionalidad, de pasión, y curiosidad para poder cumplir con una de sus tareas principales: captar la realidad y comunicar esa captación al público de la mejor forma posible. Y Márquez enfatiza tener siempre presente algo que parece olvidado, y es “que la investigación no es una especialidad del oficio, sino que todo el periodismo tiene que ser investigativo por definición”; condición de posibilidad para informar con objetividad y realismo.
 
En tercer lugar, Márquez habla de uno de los problemas propios de la era tecnológica. Considera que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos y los periodistas se quedaron buscando el camino a tientas en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. En efecto, un lugar común hoy día es pensar que en la llamada sociedad de la información lo más importante es tener lo último en tecnología. Nos abandonamos a la fascinación por lo nuevo en una carrera sin fin, tenemos tecnología pero nos faltan contenidos. Las facultades de comunicación, señala Márquez, enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo; por consiguiente, deberían reforzar la atención en las aptitudes y en las vocaciones, y tal vez fragmentarse en especialidades separadas para cada uno de los medios, que ya no es posible dominar en su totalidad.
 
En suma, entender el periodismo no solo como una profesión, sino también como una vocación; ejercitarlo con talante técnico y actitud ética, mantener la pasión por la realidad, y hacerlo con afán de servicio, son aspectos que a juicio de García Márquez llevan a considerar este oficio como el mejor del mundo. Y nosotros añadimos, como un oficio necesario.
 
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Carlos Ayala Ramírez
Director de radio YSUCA (EL Salvador)
https://www.alainet.org/es/articulo/147584
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