Egipto de rebelión a revolución

08/02/2011
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Egipto sigue enseñando. Mubarak y Suleiman, dirigidos desde Washington no han podido desmontar la rebelión popular. El movimiento se ha convertido en una revolución democrática que vira – minuto a minuto – hacia reivindicaciones sociales y económicas.

El miércoles (02.02.11), mientras las multitudinarias protestas eran atacadas a mansalva por las hordas violentas del dictador egipcio, Obama ordenó la “transición ahora”. Mubarak no podía hacerle caso. La situación no era controlable como Washington parecía creer. No sabemos si el presidente estadounidense se equivocó o sólo hablaba para la tribuna.

Ayer (08.02.11) la cúpula gringa se echó para atrás. Ya no es “ahora”. El lenguaje es otro. “Vemos avances” dicen, a pesar que el autócrata está amarrado a la silla presidencial. “Egipto no está preparado para una elecciones justas y libres”, ha dicho el portavoz Philip Crowley. La realidad los desmiente. Mubarak no ha cedido un ápice pero el pueblo tampoco. La evolución de los hechos demuestra que el movimiento es auténtico y propio del pueblo egipcio, y es una continuación de la insurgencia civil árabe que se inició en Túnez.

Mubarak ha prometido no presentarse a elecciones en septiembre/11. Se comprometió a  reformar la Constitución, cambió el gabinete ministerial, hizo dimitir a la cúpula de su partido PND, decretó aumentos salariales para los trabajadores del Estado y el ejército, pero el pueblo no le cree. Al nombrar como vicepresidente a Suleiman (El “torturador” lo llaman) para asegurarse la obediencia de los sectores más reaccionarios de las fuerzas armadas, reforzó la desconfianza entre la población.

Suleiman llamó a la “oposición” a negociar. Trataba de aislar a los sectores más avanzados y conscientes de las masas movilizadas, entre ellos a quienes se autodenominan “Jóvenes Egipcios”. Pero, mientras el autócrata no dimita, no existe la más mínima posibilidad de “negociar la transición”. El mandato popular es contundente: “¡Fuera Mubarak!”.

A pesar del poder del ejército, de la presión económica, de los intentos por atemorizar y dividir generando todo tipo de rumores sobre el origen “oscuro” de las protestas, el pueblo egipcio da muestras de madurez y claridad. Suleiman quiso utilizar la “negociación” para confundir. Al no conseguirlo se ha inhabilitado como interlocutor creíble. Uno menos.

El gobierno está neutralizado. Las mayorías no le hacen caso. El pueblo está vigilante. Son momentos de máxima tensión. Mientras los reaccionarios preparan la contrarrevolución, amplios sectores del pueblo árabe se suman a las marchas. Dan muestras de una fortaleza y una creatividad admirables. La clase obrera “centralizada” que se ha venido organizando en forma autónoma e independiente y los sectores democráticos dentro del ejército - de acuerdo a lo que se avizora a la distancia – serán quienes definirán el curso de la revolución.  

Es muy importante diferenciar lo que los medios llaman “oposición” de lo que es el pueblo sublevado. La totalidad de los partidos políticos, incluida la oposición musulmana, van a la cola del movimiento. No son revolucionarios y no son determinantes. Por el contrario, le temen a una revolución que tiene entre sus banderas la construcción de un Estado laico o secular. Pero tampoco se pueden oponer a ella. Sobreaguan.

Como en toda verdadera revolución las masas insurrectas no le han pedido permiso a nadie. Su orden es tajante: “¡No queremos a Mubarak y a su régimen!”.

¿Revolución o rebelión?

Hay quienes dudan sobre el carácter revolucionario del actual proceso árabe y egipcio. La verdad es que la rebelión se transformó con gran rapidez en una revolución. Las condiciones estaban maduras. El pueblo no sólo rompió el miedo sino que ha podido identificar con toda claridad el camino.

El contenido de su lucha es revolucionario. Los anhelos de libertad y democracia política estaban reprimidos y han estallado. Pero detrás de esas reivindicaciones democráticas están las necesidades de las amplias masas populares empobrecidas, que son el verdadero fuego que alimenta la caldera.

El nacionalismo árabe sigue vigente pero tiene un nuevo semblante. Las elites árabes mostraron el cobre, hace rato no son patriotas. Traicionaron el panarabismo de Nasser. El nuevo nacionalismo egipcio - que se reivindica en las calles con la palabra “¡Dignidad!” -, no tiene un carácter excluyente, ni siquiera frente al pueblo hebreo. La causa anti-semítica ya no mueve. Las condiciones para impulsar el internacionalismo proletario están más maduras que nunca.

Es una revolución – también –, porque los egipcios ya no se dejan dividir por motivos religiosos. Es un paso histórico. Y lo tienen bien claro incluso los Hermanos Musulmanes de Egipto. Ello tiene repercusiones en todo el mundo árabe e islámico. Los pueblos y trabajadores turcos, kurdos, persas, medas, afganos, malasios, hindúes, paquistanís, filipinos, africanos, y muchos otros que profesan la religión de Mahoma en todo mundo, tienen en esta revolución un magnífico ejemplo de “tolerancia religiosa” construida “desde abajo”.

Pero además, es una revolución porque las fuerzas que están a la cabeza del movimiento representan lo nuevo. Son en lo fundamental, trabajadores cualificados que viven bajo unas condiciones de precariedad laboral extrema. Son “proletarios informalizados” que no encuentran en el actual régimen solución a sus problemas. Pero además, a medida que el proceso avance, van a ir descubriendo que es todo el sistema capitalista el que les impide realizar sus sueños de bienestar y progreso.

La potencialidad que ha mostrado esta revolución árabe-egipcia hace urgente la elaboración y difusión de un programa mínimo de carácter internacional. Dicho programa debe contemplar, entre otros aspectos, la lucha por la Paz y contra la guerra, contra la dominación imperialista, por la autodeterminación de las naciones y la autonomía de los pueblos, por los derechos de los inmigrantes, por el desmonte de las mafias financieras especulativas y la socialización de los medios de producción en manos de los grandes monopolios transnacionales, por la implantación de una economía de equivalencias basada en el valor/trabajo, por la destrucción del complejo industrial militar cimentado en la “química del petróleo” y el desarrollo intensivo (urgente) de energías alternativas no degradantes de la naturaleza, y la aprobación de un plan mundial de reconversión alimentaria para atender las hambrunas que están en creciente desarrollo.

La rebelión va a seguir creciendo y la revolución se va a profundizar. El temor a la insurgencia popular – que sigue utilizando formas de lucha civilista y pacífica – se siente entre las elites capitalistas de todo el orbe. La vieja consigna vuelve a aparecer en nuestras mentes: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”

 Popayán, 9 de febrero de 2011

https://www.alainet.org/es/articulo/147441
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