Crisis capitalista y revueltas populares

04/02/2011
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I. La crisis actual, como las que la precedieron, es inherente al sistema capitalista
 
El hambre crónico y  las hambrunas, la falta de vivienda decente,  la escasez o falta de agua potable, las grandes epidemias de enfermedades que se pueden prevenir y/o curar, el analfabetismo, la desocupación etc., situaciones en las que, a escala mundial, las víctimas se cuentan por miles de millones, son el resultado de un determinado funcionamiento de la sociedad humana, en particular en el plano de la economía, sobre todo en sus dos aspectos principales: la producción y el intercambio, que ha dividido a la humanidad en una minoría de explotadores y una mayoría de explotados.
 
Hace ya unos cuantos años que se reconoce la influencia de las actividades humanas en la contaminación ambiental y el cambio climático y se realizan conferencias internacionales para establecer reglas aceptadas por todos que pongan freno a las actividades que podrían conducir al mundo a un desastre ecológico.
 
Estas conferencias son una sucesión de fracasos, incluida la última, celebrada en Cancún a fines de 2010: no se decidió nada obligatorio en materia de reducción de gas a efecto de invernadero, se confirmó un mecanismo, llamado REDD (reducción de la deforestación y de la degradación de los bosques en los países en desarrollo) que consiste en que los países altamente industrializados paguen a los países llamados en desarrollo que reduzcan la deforestación comprando así el derecho a seguir contaminando con sus industrias (mercado del carbono) con un resultado, en el mejor de los casos, de suma cero en materia de contaminación ambiental y en Cancún se atribuyó al Grupo del Banco Mundial la gestión de fondos “verdes”.
 
En cambio, la toma de conciencia del problema ambiental ha sido rápidamente mercantilizada: ahora todo lo que se vende es ecológico, desde los automóviles hasta las máquinas de afeitar, pasando por los agrocombustibles, los alimentos y los artículos de tocador.
 
La venta de turbinas eólicas destinadas a producir energía limpia es un mercado mundial gigantesco del orden de cientos de miles de millones de dólares donde está primando China. Para gran disgusto de Estados Unidos que acusa ante la Organización Mundial del Comercio a la superpotencia asiática de competencia desleal porque China subsidia la fabricación de dichas turbinas. Ya no se trata de salvar al planeta de la contaminación sino de una feroz lucha por los mercados en la esfera del “capitalismo verde”.
 
El ser humano superó el estado de naturaleza (en el que se alimentaba y se abrigaba con lo que encontraba en torno suyo en estado silvestre) desde que, para sobrevivir, comenzó a fabricar y utilizar los primeras utensilios y a servirse del fuego para transformar el medio natural que lo rodeaba. Es decir elaboró objetos para satisfacer sus necesidades. En términos económicos, fabricó valores de uso.
 
Diversos factores (el clima, el azar, la observación, las herramientas disponibles) condujeron del consumo de vegetales silvestres y de la carne de caza a la agricultura y a la cría de ganado, lo que dio lugar en algunos casos a la acumulación de excedentes que pasaban de mano ya sea por apropiación violenta o mediante el intercambio.
 
La apropiación violenta incluía con frecuencia la muerte del expropiado, que a veces servía también de alimento al vencedor, salvo cuando éste consideró más útil conservar al vencido como esclavo, al que alimentaba con lo mínimo indispensable a cambio de que trabajara para él.
 
Así comenzó la explotación del hombre por el hombre, que continúa hasta hoy.
 
Cuando los seres humanos comenzaron a tener más ganado, productos agrícolas o herramientas de los necesarios para su propia subsistencia buscaron cambiar el excedente por otros productos de los que carecían pero que necesitaban. Así nació el intercambio, el mercado y la necesidad, para poder realizar el intercambio, de establecer un equivalente general de todos los productos: el dinero. Y con el dinero, la necesidad de establecer un precio para cada producto, es decir una relación entre cada uno de los productos y ese equivalente general.
 
Esto lo explicó muy claramente Aristóteles hace 2400 años en la Política, Libro I, Capítulo III (De la adquisición de los bienes).
 
En la Moral a Nicómaco, Libro quinto, capítulo V (La reciprocidad o el talión no puede ser la regla de la justicia) Aristóteles se refiere también al valor de cambio y a la moneda como equivalente general de trabajos diferentes y dice: en realidad, no puede suceder que cosas tan diferentes sean conmensurables entre sí; pero también es cierto, que, efecto de la necesidad, se puede llegar sin gran trabajo a medirlas todas suficientemente. Es preciso que haya una unidad de medida; pero esta unidad es arbitraria y convencional (subrayado nuestro); se la llama moneda.
 
Marx, comentando estos textos de Aristóteles, escribió:
 
El propio Aristóteles nos dice, pues, por falta de qué se malogra su análisis ulterior: por carecer del concepto de valor. ¿Qué es lo igual, es decir, cuál es la sustancia común que la casa representa para el lecho, en la expresión del valor de éste? Algo así "en verdad no puede existir", afirma Aristóteles. ¿Por qué? Contrapuesta al lecho, la casa representa un algo igual, en la medida en que esto representa en ambos --casa y lecho-- algo que es efectivamente igual. Y eso es el trabajo humano. Pero que bajo la forma de los valores mercantiles todos los trabajos se expresan como trabajo humano igual, y por tanto como equivalentes, era un resultado que no podía alcanzar Aristóteles partiendo de la forma misma del valor, porque la sociedad griega se fundaba en el trabajo esclavo y por consiguiente su base natural era la desigualdad de los hombres y de sus fuerzas de trabajo. El secreto de la expresión de valor, la igualdad y la validez igual de todos los trabajos por ser trabajo humano en general, y en la medida en que lo son, sólo podía ser descifrado cuando el concepto de la igualdad humana poseyera ya la firmeza de un prejuicio popular. Mas esto sólo es posible en una sociedad donde la forma de mercancía es la forma general que adopta el producto del trabajo, y donde, por consiguiente, la relación entre unos y otros hombres como poseedores de mercancías se ha convertido, asimismo, en la relación social dominante. El genio de Aristóteles brilla precisamente por descubrir en la expresión del valor de las mercancías una relación de igualdad. Sólo la limitación histórica de la sociedad en que vivía le impidió averiguar en qué consistía, "en verdad", esa relación de igualdad” [1].
 
En el capítulo citado de la Política dice también Aristóteles: “Con la moneda, originada por los primeros cambios indispensables, nació igualmente la venta, otra forma de adquisición excesivamente sencilla en el origen, pero perfeccionada bien pronto por la experiencia, que reveló cómo la circulación de los objetos podía ser origen y fuente de ganancias considerables [nuestro el subrayado]. He aquí cómo, al parecer, la ciencia de adquirir tiene principalmente por objeto el dinero, y cómo su fin principal es el de descubrir los medios de multiplicar los bienes, porque ella debe crear la riqueza y la opulencia. Esta es la causa de que se suponga muchas veces, que la opulencia consiste en la abundancia de dinero, como que sobre el dinero giran las adquisiciones y las ventas; y sin embargo, este dinero no es en sí mismo más que una cosa absolutamente vana, no teniendo otro valor que el que le da la ley, no la naturaleza, puesto que una modificación en las convenciones que tienen lugar entre los que se sirven de él, puede disminuir completamente su estimación y hacerle del todo incapaz para satisfacer ninguna de nuestras necesidades[2].
 
En otros términos, el mercado y el dinero, desde que existen, sirven para que algunos acumulen riquezas a expensas de los demás, por la vía de la especulación (comprando barato y vendiendo caro) o por la vía de la explotación del trabajo ajeno, pagando por debajo de su valor (medido como equivalente general) el trabajo ajeno y vendiendo el producto de dicho trabajo en el mercado a su verdadero valor en trabajo humano socialmente necesario (incluído en la elaboración del producto, en la obtención de la materia prima y en la amortización de la maquinaria) en forma de precio (dicho ésto de manera muy esquemática).
 
Abolidas la esclavitud y la servidumbre, aunque no totalmente, pues ambas subsisten en algunas partes del mundo, la forma actual de la explotación del ser humano es el trabajo asalariado en el que, por regla general, el trabajador, sea manual o intelectual, se diferencia del esclavo o del siervo en que es “libre”, de modo que puede elegir la soga que lo ahorcará. Es decir el lugar donde recibirá como pago por su trabajo un valor inferior al valor (como valor de cambio) que tendrá en el mercado el producto de su trabajo. Esta diferencia es lo que Marx denominó plusvalía.
 
Así es como funciona el sistema capitalista, al que también se lo llama economía de mercado, basado en la propiedad privada de los medios de producción y de cambio. Que se puede sintetizar diciendo que es el sistema en el que entre la producción social y el consumo social se interpone la propiedad privada de los medios de producción y de las mercancías (bienes y servicios) vendidos en el mercado [3].
 
La consecuencia de esto es lo que se ha dado en llamar púdicamente la “desigualdad en la distribución de las riquezas”, que muchos denuncian y critican, aunque en general omiten decir que es inherente al sistema vigente.
 
Este sistema está muy lejos de funcionar como un (buen) reloj. Nada más lejos de ello. Porque la apropiación privada que se interpone entre la producción y el consumo genera la contradicción de fondo del sistema: el productor capitalista necesita producir cada vez más y acumular riqueza para competir y subsistir y la producción -para realizar su ganancia- debe colocarla en el mercado. Pero el mercado (el poder de compra) se achica porque una parte del valor creado en la producción es retenido en forma de plusvalía o de apropiación de los ahorros de la mayoría de los consumidores a través de los instrumentos financieros. Entonces el capitalista no puede realizar (vender) toda su producción en el mercado y así se generan periódicamente las crisis.
 
Las crisis cíclicas “clásicas”, que comenzaron en la segunda mitad del siglo XIX , son las crisis de superproducción con su secuela de desocupación, quiebras de empresas y de destrucción de parte de la producción. Es lo que economistas como Schumpeter han llamado “destrucción creativa”. Papel que también pueden desempeñar (y desempeñan) las guerras.
 
A partir del decenio de 1970, se produjo un cambio profundo en la economía mundial, que puso fin al llamado “Estado de bienestar”, el que se caracterizó por la producción en masa y el consumo de masas, impulsado este último por un alto nivel de ocupación, por el aumento tendencial del salario real y por la generalización de la seguridad social y de otros beneficios sociales. Es lo que los economistas llaman el modelo “fordista”, de inspiración keynesiana, caracterizado en la producción por el trabajo en cadena (taylorismo), iniciado en Estados Unidos y que se extendió a Europa sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial.
 
El agotamiento del modelo del Estado de bienestar obedeció a varios factores entre los que cabe destacar dos: la reconstrucción de la posguerra, que sirvió de motor a la expansión económica, llegó a su término y el consumo de masas tendió a estancarse o a disminuir lo mismo que los beneficios empresarios. También incidió el “shock” petrolero de comienzos de los años 70. Para dar un nuevo impulso a la economía capitalista y revertir la tendencia decreciente de la tasa de beneficios, se hizo necesario incorporar las nuevas tecnologías (robótica, electrónica, informática) a la industria y a los servicios y eso requirió grandes inversiones de capital.
 
Alguien tenía que pagar la factura. Comienza entonces la época de la austeridad y de los sacrificios (congelación de los salarios, deterioro de las condiciones de trabajo y aumento de la desocupación) que acompañaron a la reconversión industrial. Al mismo tiempo, la revolución tecnológica en los países más desarrollados impulsó el crecimiento del sector servicios y se produjo el desplazamiento de una parte de la industria tradicional a los países periféricos, donde los salarios eran –y son- mucho más bajos.
 
En esas condiciones toma cuerpo la llamada “mundialización neoliberal”: el pasaje de un sistema de economías nacionales a una economía dominada por tres centros mundiales: Estados Unidos, Europa y Japón y un grupo constituido en una primera etapa por los "cuatro tigres de Asia": Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur y que se ha modificado sustancialmente con el surgimiento de nuevas potencias económicas, cuatro en particular: China, India, Rusia y Brasil. Es el grupo llamado BRIC.
 
Con la incorporación de las nuevas tecnologías la productividad aumentó enormemente, es decir que con el mismo trabajo humano la producción pasó a ser mucho mayor, creciendo mucho más rápidamente que la población.
 
Por ejemplo en Francia, según las estadísticas oficiales, la productividad total del trabajo en 2004 era 2,3 veces mayor que en 1975, mientras la población aumentó sólo un 25% y el salario real disminuyó en un 5,5 por ciento.
 
De modo que junto con el aumento de la productividad aumentó la explotación de los trabajadores y el incremento de los beneficios de la mayor productividad fue a parar integramente al capital. 
 
Se abrieron entonces dos posibilidades: o se incitaba el consumo de masas de los bienes tradicionales y de los nuevos bienes a escala planetaria con una política salarial expansiva, una política social al estilo del Estado de bienestar, se reducía la jornada de trabajo en función del aumento de la productividad para tender a una situación de pleno empleo y se reconocían precios internacionales equitativos a las materias primas y productos de los países pobres, o se tendía a mantener y a aumentar los márgenes de beneficio conservando bajos los salarios, el nivel de ocupación y los precios de los productos de los países del Tercer Mundo.
 
La primera opción hubiera sido factible en un sistema de economías nacionales, en las que la producción y el consumo se realiza fundamentalmente dentro del territorio y entonces es posible el pacto social de hecho entre los capitalistas y los asalariados en tanto consumidores. Pero en el nuevo sistema “mundializado” la producción se destina a un mercado mundial de "clientes solventes" y ya no interesa el poder adquisitivo de la población de bajos recursos del lugar de producción.
 
En las condiciones de la mundialización acelerada, los dueños del poder económico y político a escala mundial con su visión de "economía-mundo" y de "mercado global" apostaron a la segunda alternativa (bajos salarios, bajos niveles de ocupación, liquidación de la seguridad social, precios bajos para las materias primas, etc.) para elevar su tasa de beneficios.
 
Esta opción tuvo como consecuencia acentuar las desigualdades sociales en el interior de cada país y en el plano internacional, con lo que se creó una neta diferenciación en la oferta y la demanda de bienes y servicios. La producción y oferta de bienes se orientó no a la gente en general sino a los llamados “clientes solventes”. Fue así como la oferta de bienes de lujo aumentó enormemente y la oferta de nuevos productos como ordenadores y teléfonos portátiles encontró una gran masa de clientes en los países ricos y muchos clientes en la primera periferia no demasiado pobre. Entretanto, los bienes esenciales para la supervivencia (alimentos, servicios de salud, medicamentos, vivienda digna de ese nombre, etc) quedaron fuera del alcance de la gran mayoría del sector más pobre de la población mundial: los tres mil millones de seres humanos que viven con menos de 2,5 dólares por día.  
 
La idea de servicio público y de un derecho irrevocable a los bienes esenciales para vivir con un mínimo de dignidad, fue reemplazada por la afirmación de que todo debe estar sometido a las leyes del mercado[4].
 
Predominaron entonces tasas de crecimiento económico bajas, a causa de que un mercado relativamente estrecho imponía límites a la producción y surgió el fenómeno de las grandes masas de capitales ociosos (incluidos los petrodólares), puesto que no podían ser invertidos productivamente.
 
Pero para los dueños de dichos capitales (personas, bancos, instituciones financieras) no era concebible dejarlos arrinconados sin hacerlos fructificar.
 
Es así como el papel de las finanzas al servicio de la economía, interviniendo en el proceso de producción y de consumo (con créditos, préstamos, etc.) quedó relegado por el nuevo papel del capital financiero: producir beneficios sin participar en el proceso productivo.
 
Este último aspecto se concreta básicamente de dos maneras.
 
Una consiste en que los inversores institucionales gestores de fondos de pensiones, las compañías de seguros, los organismos de inversión colectiva y los fondos de inversión compran acciones de sociedades industriales, comerciales y de servicios [5]. Esos grupos financieros pasan a intervenir asi en las decisiones de política de las empresas con el objeto de que su inversión produzca la alta renta esperada, imponiéndoles estrategias a corto plazo. Y la otra manera en que crece el papel del capital financiero especulativo es que los grupos financieros (fondos de inversión, etc.) invierten en la especulación (por ejemplo con los llamados productos financieros derivados) y lo mismo hacen las empresas industriales, comerciales y de servicios con parte de sus beneficios, en lugar de hacerlo en la inversión productiva.
 
Así se generalizó la práctica de obtener beneficios creando productos financieros o adquiriendo los ya existentes y haciendo con ellos operaciones especulativas.
 
Además de los productos financieros tradicionales (acciones y obligaciones) se han creado muchos otros. Entre ellos los   productos financieros derivados, que son papeles cuyo valor depende o "deriva" de un activo subyacente y que se colocan con fines especulativos en los mercados financieros. Los activos subyacentes pueden ser un bien (materias primas y alimentos: petróleo, cobre, maíz, soja, etc.), un activo financiero (una moneda) o incluso una canasta de activos financieros.
 
Así los precios de materias primas y de alimentos esenciales ya no dependen sólo de la oferta y la demanda sino de la cotización de esos papeles especulativos y de ese modo los alimentos pueden aumentar (y aumentan) de manera inconsiderada en perjuicio de la población y en beneficio de los especuladores.
 
Por ejemplo cuando se anuncia que se fabricarán biocarburantes los especuladores “anticipan” que el precio de los productos agrícolas (tradicionalmente destinados a la alimentación) aumentará y entonces el papel financiero (producto derivado) que los representa se cotiza más alto,   lo que repercute en el precio real que paga el consumidor por los alimentos.   Fue así que a mediados de 2008 aumentaron enormemente los precios de los alimentos básicos, lo que ha vuelto a producirse a partir de diciembre de 2010, dando lugar en algunas regiones a protestas populares masivas. La versión de que el aumento del precio de los alimentos se debe al aumento de la demanda y a la disminución de la oferta a causa de sequías, inundaciones e incendios hay que relativizarla.
 
En la antigüedad solían ser muy severos con quienes especulaban con los alimentos.
 
En el año 386 antes de Cristo, los comerciantes de trigo de Atenas que habían comprado a los importadores una cantidad superior a la autorizada, con el fin de acaparar granos, fueron sometidos a proceso. Lisias, alegando ante el tribunal, pidió para ellos la pena de muerte, diciendo: “¿Cuándo obtienen más beneficios? Cuando el anuncio de un desastre les permite vender caro... Ellos se apoderan del trigo en los momentos en que hace más falta y se niegan a venderlo a fin de que no discutamos el precio”...[6] .
 
II. Los mecanismos y agentes de formación y mantenimiento del consenso.
 
La estrategia del sistema capitalista consiste en preservar su dominación si es posible con el consenso de las clases oprimidas y explotadas. El consenso de los explotados (que Gramsci llamó fase hegemónica del capitalismo) facilita el aumento de la rentabilidad del capital y reduce los costos políticos de la opresión.
 
Pero las clases dominantes, que son muy previsoras, tienen preparado un vasto arsenal, que incluye lo jurídico (estado de sitio, leyes antiterroristas, incriminación de la protesta social, etc) hasta el recurso puro y simple a las fuerzas armadas y policiales, a grupos paramilitares y parapoliciales, a bandas armadas de desclasados, a espías y provocadores infiltrados en los movimientos sociales, etc., para los momentos en que el consenso de “los de abajo” se resquebraja, crecen las protestas y las luchas y el sistema no quiere o no puede seguir haciéndole concesiones reales o vendiéndole “espejitos de colores”.
 
Los agentes productores de consenso tienen a su disposición esa formidable “arma de distracción masiva” que son los medios masivos de comunicación, que vehiculizan como información, seudoanálisis, debates, entretenimientos, etc., las distintas variantes de la ideología de las clases dominantes. La propiedad de esos medios de comunicación está sometida desde hace tiempo a un proceso de concentración, que se ha acentuado en los últimos decenios, formado por grandes conglomerados transnacionales que se ocupan al mismo tiempo de las actividades más diversas, desde la fabricación de equipos electrónicos para uso militar hasta el tratamiento y distribución del agua potable y la recolección de residuos.
 
Por ejemplo General Electric, que entre otras cosas produce piezas para la industria bélica, es propietaria de la National Broadcasting Company y de otras emisoras de televisión.
 
Socpresse (Dassault) y Matra – Hachette (Lagardère), que controlan casi toda la prensa francesa, son al mismo tiempo los dos más grandes fabricantes de armas de Francia.
 
Es decir que de la comunidad de intereses existente entre los grandes medios de comunicación de masa y el gran capital a través del capital financiero y de los presupuestos publicitarios, se ha pasado a una comunidad concreta de intereses a través de la fusión de conglomerados industriales de diversa naturaleza que incluyen medios de comunicación de masas.
 
Los agentes productores del consenso
 
Las estrategias discursivas para hacer aceptar el sistema vigente por “los de abajo” no siempre funcionan con eficacia. Cuando la situación objetiva se hace insostenible para los “de abajo” y los “de arriba” no pueden o no quieren hacer concesiones (como es el caso actualmente), se producen las rebeliones o revueltas populares que se pueden transformar en revoluciones si “los de abajo” adquieren la conciencia de la necesidad de un cambio profundo en la sociedad y disponen de la organización necesaria para llevarlo a cabo.
 
Los encargados de que la gente siga pensando que el capitalismo forma parte del orden natural de las cosas, es decir los agentes productores del consenso, son el sistema educativo, las elites políticas y toda una serie de “especialistas” en toda clase de temas que gozan de una gran visibilidad mediática (economistas, juristas, académicos, “politólogos”, sociólogos, historiadores, filósofos, editorialistas, periodistas, etc.) quienes, aunque con discursos formalmente diferentes, tienen en común estar identificados ideológicamente con el sistema.
 
Su misión es hacer aceptar como inevitables, prácticamente como fenómenos de la naturaleza las catástrofes sociales inherentes al sistema capitalista y hacer creer que no hay alternativa viable a ese sistema.
 
Contribuyen de manera indirecta a esa producción de consenso hacia el sistema vigente (y a una más grande confusión ideológica en la izquierda) quienes se declaran solidarios con los regímenes llamados progresistas o revolucionarios, pasan por alto acríticamente sus extravíos, errores y abandonos, descubren las bondades de la economía de mercado y de la instauración de un “socialismo de mercado” (una verdadera contradicción en los términos), que conducen a conservar o a restablecer el sistema capitalista bajo un  velo retórico que incluye meter en la misma bolsa a Marx y a Adam Smith con la pretensión de inventar una nueva teoría de la economía política.
 
Se equivocan: para comprender cómo funciona el sistema capitalista hoy, hay que estudiar a Marx y aplicar su método. A Marx se lo ha dado muchas veces por muerto. Pero siempre ha vuelto. Y esta vez –como escribió alguien- volvió para quedarse.
 
El método discursivo de los agentes productores de consenso no es espontáneo o improvisado sino que emplea diversas estrategias, que tienen algo de arte, a veces con ingredientes más o menos científicos, relacionados con los de la publicidad comercial. El primer escalón de ese método discursivo es la mentira, ya sea por omisión, por deformación o falsificación de hechos reales o por simple invención de hechos inexistentes.
 
La eficacia de la mentira está en relación directa con la autoridad del autor de la misma, ya sea ésta intelectual (especialista real o presunto en el tema) o funcional (Presidente, ministro, líder de la oposición, etc.).
 
Hay mentiras oficiales que han servido para desatar guerras, como la supuesta posesión por Irak de armas de destrucción masiva y otras con resultados menos cruentos pero utilizadas regularmente, como la falsificación y/o manipulación de estadísticas.
 
Otras estrategias más sofisticadas que la simple mentira utilizan los avances recientes de la publicidad comercial, que aplica los estudios de las neurociencias acerca del papel de los sentimientos y las emociones en la toma de decisiones del consumidor (por qué una persona compra un producto y no otro). En 2002 el Premio Nóbel de economía fue otorgado por el Banco de Suecia al psicólogo Daniel Kahneman por sus estudios en esa materia.
 
Aplicando esta metodología a los temas políticos, los agentes productores de consenso se empeñan en que su mensaje apunte a los sentimientos y emociones de los destinatarios del mismo, por ejemplo el temor, la inseguridad, la ira, la angustia o el placer.
 
La memoria histórica es un elemento importante en la formación de la conciencia colectiva autónoma, crítica y autocrítica, que puede ser un antídoto eficaz contra la hegemonía cultural e ideológica de las clases dominantes. Ese proceso de formación de la conciencia colectiva puede ser desviado por la falsificación, la tergiversación o la interpretación caprichosa de los hechos históricos, tarea en la que se especializan algunos intelectuales al servicio del sistema. Pero como casi siempre esos especialistas tienen una vocación pluridisciplinaria (se creen autorizados a opinar sobre todo) también se ocupan de tergiversar la actualidad.
 
El lenguaje, como vector de ideologías,  ocupa también un lugar esencial para lograr el consenso y es por eso que las elites dominantes han perfeccionado el arte de la manipulación del mismo.
 
El oxímoron, es decir las frases que contienen dos términos o ideas antagónicos como si fueran coherentes, que se emplea en literatura (obscura claridad, silencio ensordecedor) es de uso común sobre todo en los mensajes populistas, de derecha como de izquierda. Quizás en ese sentido el más característico y de siniestra memoria es el nombre del partido hitlerista: nacional-socialista. Ya citamos como ejemplo de contradicción en los términos u oxímoron la expresión  “socialismo de mercado” y podemos agregar la  palabra “flexiseguridad” que se refiere a los contratos de trabajo flexibles que son todo, menos seguros.
 
Los graves daños sociales causados por las políticas ultraliberales, acentuaron el malestar de las clases populares. A fin de tratar de evitar una profunda crisis de consenso y que los conflictos se agravaran, se comenzó a hablar del “posliberalismo” o “posneoliberalismo” intentando disociar la noción de capitalismo de la de “neoliberalismo”.
 
La permeabilidad ideológica de la gran mayoría de la izquierda la llevó a adoptar ese discurso “antineoliberal” de la derecha, al parecer olvidando que el objetivo de la izquierda debe ser acabar con la explotación del hombre por el hombre, inherente al sistema capitalista en todas sus variantes. 
 
En las prácticas del “marketing” comercial se ha ido evolucionando de la promoción de un producto a la de una marca (logo) y actualmente se está en la etapa de la promoción de una historia (“storytelling”, que podría traducirse como comunicación narrativa). Es decir no se vende solo un objeto o un servicio apoyado en la notoriedad de la marca sino una historia que envuelve a la mercadería. Por ejemplo el teléfono móbil de última generación que nos transportará a un mundo féerico donde caerán los muros de nuestra soledad. O el automóvil que nos permitirá recorrer paisajes increíbles sólos o acompañados por una familia que –dentro del automóvil ideal- respira felicidad.
 
Este método de marketing ha sido adoptado por la política para manipular las mentes. Por ejemplo Estados Unidos, que es, como se sabe,   el paladín de la libertad y la democracia en el mundo, invadió Irak para neutralizar las armas nucleares y restablecer la democracia, ocupa Afganistán para ayudar a construir un Estado libre y democrático, etc.etc. Esa es la “storytelling” o comunicación narrativa sobre Estados Unidos. Pero la realidad es que cuando así conviene a sus intereses y a su geopolítica, Estados Unidos promueve y sostiene dictaduras sanguinarias o regímenes que, sin ser formalmente dictaduras, violan sistemáticamente los derechos humanos. Los ejemplos que pueden darse, históricos y actuales, son numerosos y abarcan todos los continentes.
 
El Gobierno argentino, que se autodefine como nacional y popular, cumplió, según él,   un acto de independencia y patriotismo pagando al capital financiero internacional parte de una deuda externa espúrea e ilegítima. Y aprobó una ley de medios contando el cuento (storytelling) de que su objetivo era democratizar los medios de comunicación y ponerlos al alcance de las organizaciones sociales, con lo que logró el apoyo de todos los sectores “progresistas”. En la práctica esa ley ha servido para abrir de par en par las puertas del país a las grandes transnacionales de los medios masivos de comunicación [7].
 
Cuando un hecho manifiestamente negativo es inocultable, para calmar a la opinión pública se anuncian medidas para contrarrestarlo, las que en general nunca se ponen en ejecución. La crisis económico-financiera actual y las “medidas” anunciadas por las grandes potencias, por ejemplo en los shows mediáticos del G 20, es un ejemplo típico de ello.
 
Cuando deben aplicarse, sin posibilidad de ocultarlas, medidas antipopulares se emplea, como escribe Chomsky, la estrategia de la gradualidadpara hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos y la  estrategia de diferir, que es otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato [8]. 
 
Esta metodología tiene desde hace algunos años jerarquía de teoría político-económica. En 1996 el Centro de desarrollo económico de la OCDE publicó su Cuaderno de política económica nº 13 con un trabajo titulado La faisabilité politique de l’ajustement (La factibilidad política del ajuste) donde el autor se refería a los riesgos políticos del ajuste y a cómo evitarlos y escribía: los riesgos políticos de la estabilización dependen de las medidas que se tomen. Un buen calendario de su puesta en práctica, una constitución adaptada y un debilitamiento de los corporatismos (léase sindicatos) reducen los riesgos.
 
La última conquista del sistema en la materia de preservar el consenso anestesiando las mentes del ciudadano común son los videojuegos y los teléfonos móbiles multiuso. Además de constituir un negocio que proporciona ganancias exorbitantes (la gente renueva sin cesar los juegos y los aparatos para tener siempre el último modelo) es actualmente, después de la televisión,   el instrumento paralizante del pensamiento autónomo (cuando no la causa de neurosis agudas) de los seres humanos más utilizado en el mundo.
 
Decenas de millones de personas en el mundo emplean la mayor parte de su a veces escaso tiempo libre para dedicarlo al uso de esos aparatos, “chateando” o entrando con los videojuegos en un mundo virtual del que muchas veces les cuesta salir. También puede suceder que transporten a la realidad ese mundo virtual y salgan a matar gente como acaban de ver en un videojuego.
 
Sin embargo, la telefonía y las redes electrónicas pueden convertirse en un arma de doble filo a medida que la cantidad de usuarios aumenta, pues puede ser un formidable medio de comunicación horizontal que, aunque en detrimento del insubstituible diálogo entre interlocutores físicamente presentes, logra sortear la comunicación vertical y unidireccional de los medios masivos de comunicación. Ha hecho la demostración de su utilidad en las revueltas populares en distintos países.
 
Las redes electrónicas tienen un inmenso potencial de acceso a la información de las fuentes más variadas y a las opiniones más diversas. Es mucho más provechoso emplear el tiempo disponible en la utilización de esa diversidad de fuentes para instruirse y formarse una opinión propia que descerebrarse con los videojuegos.
 
Fuerza es constatar que las crisis (ésta y todas la anteriores) son inherentes al sistema capitalista.
 
Hay quienes piensan que esta es la “crisis final” del sistema.
 
Las mayorías están haciendo la experiencia dolorosa de los estragos de la crisis actual y comienzan a rebelarse.
 
Las revueltas populares en Túnez y en Egipto sobre fondo de opresión, hambre y desocupación, que los medios conservadores y alguna gente de izquierda han calificado de “revolución” (distorsionando así la idea de revolución  mediante la manipulación del lenguaje) se mueven dentro de  marcos muy estrechos, porque a pesar de su masividad, el poder de decisión lo siguen teniendo las elites dominantes con el respaldo de las fuerzas armadas y con el apoyo explícito de las grandes potencias encabezadas por Estados Unidos, que se han pronunciado por una “transición ordenada” (cambiar algo para que todo siga igual). 
 
Mubarak ha anunciado que se queda para dirigir la “transición” y el Ejército (financiado y abastecido por Estados Unidos a un costo de mil millones de dólares anuales) informa al pueblo que sus reivindicaciones han sido satisfechas y lo “invita” a retirarse de las calles.
 
En un comunicado del 2 de febrero, la Confederación Sindical Internacional denuncia la escalada de violencia que llevan a cabo contramanifestantes -dice el comunicado- fomentada por las autoridades. La CSI condena también la instrucción dada por las autoridades a los empleados de los servicios públicos y de empresas del Estado de colaborar con los contramanifestantes y denuncia los despidos de que son víctimas los empleados que participaron en las manifestaciones antigubernamentales.
 
Esta es la “transición ordenada” dirigida por Mubarak.
 
Los límites de estas revueltas populares se pueden explicar por el hecho de que el consenso de los oprimidos y explotados se mantiene en lo esencial, es decir que siguen considerando que el sistema capitalista y la economía de mercado está en la naturaleza de las cosas, que se puede mejorar pero no se puede cambiar.
 
Ello es así porque no han llegado a desentrañar la esencia de todos los mecanismos económicos, políticos, ideológicos y culturales de dominación y explotación y no han realizado que el capitalismo es un sistema social, como todos los sistemas sociales que lo precedieron, históricamente limitado y destinado por lo tanto a desaparecer.
 
Alcanzar esa etapa superior de la conciencia, que permitiría pasar de las rebeliones para echar a un gobierno dictatorial u oponerse a políticas marcadamente antisociales, a las revoluciones para cambiar el sistema, es por ahora muy difícil, a causa de los extravíos   ideológicos y políticos de la gran mayoría de los partidos y movimientos llamados de izquierda.
 
Esto  se podrá superar cuando los ciudadanos comunes se esfuercen, en base a sus experiencias cotidianas y a través de la reflexión crítica,   por desterrar de sus mentes los totems y tabús ideológicos del sistema dominante y comprendan que no deben creer en promesas ni confiar en líderes providenciales y se dispongan a recuperar, en el marco de una sociedad democrática y participativa, el poder de decisión sobre sus propios destinos. 
 
Lyon, 2 de febrero de 2011
Fuente: Argenpress - http://www.argenpress.info


[1] El Capital, Libro primero, Sección primera, Capitulo I, La mercancía, 1. Los dos factores de la mercancía: valor de uso y valor (sustancia del valor, magnitud del valor).
[2] Obras de Aristóteles. Versión castellana de Patricio de Azcárate. Madrid 1873.
[3] En el sistema capitalista el mismo trabajo humano está sometido a las leyes del mercado (la oferta y la demanda) pese a que en el Tratado de Versalles de 1919, las potencias signatarias, empujadas por el temor a que cundiera el ejemplo de la Revolución bolchevique de 1917, introdujeron en el mismo una declaración afirmando que El trabajo humano no es una mercancía ni puede ser objeto de actos de comercio.
[4] En el informe de la entonces Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (documento E/CN.4/Sub.2/2002/9 de 25 de junio de 2002) se dice, con referencia al comercio de servicios que una inversión privada extranjera puede producir como resultado el suministro de servicios de dos niveles, uno para sanos y ricos y otro para pobres y enfermos, la pérdida de personal especializado en los servicios públicos, una excesiva insistencia en los objetivos comerciales a expensas de los objetivos sociales y un sector privado cada vez más amplio y poderoso que puede amenazar la función del gobierno como principal responsable de los derechos humanos (pàgina 3 de la versión en español).
[5] Los fondos de inversión colectan fondos provenientes de los fondos de pensiones, de empresas, compañías de seguros, particulares, etc, y los emplean en la compra de empresas industriales, comerciales o de servicios, que conservan si son muy rentables o por razones estratégicas o si son deficitarias o poco rentables, las “sanean” despidiendo personal y luego las venden con un margen de ganancia considerable. Las compras las realizan utilizando el llamado Leverage Buy-out (LBO) que podría traducirse como “operaciones con efecto de palanca”, que consiste en financiar la compra con una parte de capital propio (generalmente el 30%) y otra parte (el 70% restante) con préstamos bancarios, garantizados con el patrimonio de la empresa adquirida. Se estima que los fondos de inversión disponen en el mundo de unos 350 mil millones de dólares para invertir y que sólo en Europa recogieron en 2005 setentidós mil millones de dólares de fondos de pensiones y de grandes fortunas.
[6] Lisia, Orazioni, Frammenti, XXII (Contro i mercanti di grano), Biblioteca Universale Rizzoli; Bergamo, Italia, 1995, pág. 225.
[7] Juan Carlos Cena ecribe en Argenpress del 25/01/2011:...Sigamos con las ofertas nacionales populares. De tal manera, con la compra de siete canales de cable, el grupo estadounidense Turner se expande en la Argentina. Adquirió el paquete de Claxson que incluye I-Sat, Space, Much Music, Retro, Fashion TV, HTV e Infinit, por 234 millones de dólares. Con esta operación, el conglomerado de la compañía asciende a 13 señales en el país.
Estas señales se unen a las que la compañía posee en la región: CNN International, TNT, Cartoon Network, Boomerang, CNN en Español y TCM Classic Hollywood, con lo cual el conglomerado abarca ahora 13 canales. El cártel de las comunicaciones se apodera de la red comunicacional de la Argentina. Pregunto, y ¿la soberanía nacional? Es que en las factorías no existen esas categorías, existen colonizados y cipayos.
Hace algo más de un año el autor de esta nota escribía (El control oligopólico de la información y los entretenimientos, Argenpress, A.T., 30 de setiembre de 2009):... Pero el artículo clave (de la ley de medios) que deja abierta de par en par las puertas de los medios de comunicación a los oligopolios nacionales y transnacionales es el 25. En dicho artículo, luego de establecer en los incisos b) y c) limitaciones a la participación del capital extranjero, en la segunda parte del inciso c) se dice:“Las condiciones establecidas en los incisos b) y c) no serán aplicables cuando según tratados internacionales en los que la Nación sea parte se establezca la reciprocidad efectiva en la actividad de servicios de comunicación audiovisual”.Los “tratados internacionales en los que la Nación sea parte” no son otros que los de Promoción y Protección de las Inversiones Extranjeras, 54 actualmente en vigor, celebrados en el decenio del 90 por el peronismo en su versión menenista, ninguno denunciado, pese a que puede hacerlo, por el peronismo versión kichnerista. 
[8]Noam ChomskyLas 10 Estrategias de Manipulación . 1. La estrategia de la distracción El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. ...2. Crear problemas y después ofrecer soluciones. Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. ...3. La estrategia de la gradualidad. Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. ..4. La estrategia de diferir. Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. ...5. Dirigirse al público como criaturas de poca edad. La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad...6. Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión. Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional...7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad. Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. “...8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad. Promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto…9. Reforzar la autoculpabilidad. Hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos.... 10. Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen. En el transcurso de los últimos 50 años, los avances acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídas y utilizados por las elites dominantes.... 
https://www.alainet.org/es/articulo/147317

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