Estereotipos y estereotipejos (I)

31/01/2011
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Estereotipos en el cine
 
Según el diccionario, “estereotipo” es una idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable. Nada en su definición hace pensar que un estereotipo sea algo cierto, únicamente algo inmutable, pero no cierto, y me atrevería a decir más, en absoluto cierto. Un estereotipo es, como mucho, la imagen más repetida o más transmitida, sobre algo o alguien, a un grupo o sociedad que le da (incomprensiblemente) el carácter de inmutable.
 
Durante décadas, esa herramienta de educación pasiva de masas conocida como cine, se ocupó de lanzar mensajes al gran público acerca de modas, estereotipos, gustos, tendencias y algo mucho más importante que todo eso, se ocupó de evangelizar a los espectadores con sus recatadas y maniqueas concepciones del bien y del mal. Comoquiera que ese cine provenía en una abrumadora mayoría de los Estados Unidos, la cultura que transmitían las producciones cinematográficas era la esencia misma de la forma de pensar, y del estilo de vida estadounidenses.
 
El más breve repaso mental a cuantas películas seamos capaces de recordar, nos dará una ligera idea de la interminable lista de estereotipos prefabricados a los que, según gustos e ideologías estadounidenses, debíamos, adorar, odiar, seguir o perseguir. Pero ese repaso también nos dejará ideas preconcebidas que, al encenderse las luces de la sala de cine, se quedan en eso, en ideas preconcebidas, esto es, no basadas en hechos o datos reales.
 
Así que, según la “cultura” transmitida por Estados Unidos a través de su cine, tenemos que:
 
—Todos los presidentes de gobierno estadounidenses son un compendio sobrehumano de cualidades y virtudes, físicas y metafísicas. Como si las elecciones presidenciales fueran una especie de concurso de Míster Universo, en el que el vencedor acaba haciendo públicos sus mejores deseos: “paz para todos y que se acabe el hambre en el mundo”. En realidad sería necesario reunir a no menos de 10 personas para sumar tal surtido de adornos, eso sin contar con que los presidentes estadounidenses de las películas carecen por completo de defectos.
 
—Por extensión, cualquier personaje de origen estadounidense destaca de largo por encima de quienes no “disfrutan” de tal pedigrí. Quienes hemos tenido la mala suerte de no nacer en los Estados Unidos, no somos tan cultos, tan sensibles, tan aseados, tan altruistas o tan atléticos como los naturales del imperio. Esta idea preconcebida que tienen de sí mismos los estadounidenses gracias a su cine, alimenta como pocas cosas esas expresiones del estilo “república bananera” para referirse a todo aquello que representa cualquier otro estilo de vida y, en última instancia, para referirse a todos aquellos países en los que gobierna alguien a quienes ellos no habrían votado nunca, entre otros motivos porque en un país como Estados Unidos solo se pueden presentar dos tipos de candidatos, los que prometen bajar los impuestos a los ricos y los que prometen no subírselos. Cualquier otro tipo de pretendiente del poder debe asumir que no caerá muy bien en círculos como la Asociación de Amigos del Rifle, con los riesgos que ello conlleva.
 
—El glorioso ejército estadounidense ha librado, está librando y librará por siempre jamás al mundo de todo tipo de cadenas, que no sean, claro está, las genuinas cadenas estadounidenses, y que han dividido al mundo en dos grandes grupos, los “aliados” y los “enemigos del mundo libre”. No en vano, es esa una de las expresiones más repetidas en la cinematografía estadounidense “el mundo libre”, asociado sin excepciones al mundo que ellos representan. Además, cabe mencionar que, aunque sea por necesidades del guión, siempre existe un personaje que representa exactamente lo contrario de lo bueno, al 100%. Este tipo de personajes no son más que un contenedor de todo lo considerado impuro desde el imperio estadounidense. Al personaje malvado en cuestión le cabe “querer acabar con el mundo libre”, de lo que al espectador le cabe colegir que quienes están o estén a su favor sufrirán como mínimo cadena perpetua. También le cabe al malvado “querer dominar el mundo”, algo que en la mente del espectador debe quedar en las antípodas de las verdaderas intenciones de los Estados Unidos para con el resto del mundo. Cualquier persona con dos dedos de frente se dará cuenta inmediatamente de la burda y cada vez más ridícula manipulación de esa realidad. Además, el malvado personaje es tildado en infinidad de ocasiones de “comunista”, quedando asociada de oficio tal ideología a los más perversos y condenables instintos humanos que, cuando se dan en un personaje estadounidense, se opta por tachar al personaje de “traidor amigo de los comunistas” o bien por recalificar dichos instintos que pasan a ser llamados, sin el más mínimo pudor, “patriotismo”.
 
—El glorioso ejército estadounidense abrió todas y cada una de las puertas de todos y cada uno de los campos de concentración nazis al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Liberando a cientos de miles de judíos de las garras del fascismo (y de paso de las del comunismo, por supuesto). Ningún civil sufrió tanto o se murió más veces en dicha guerra, que el de religión judía. Por más que estos representaran más o menos el 10% del total de bajas, lo que deja aproximadamente unos 54 millones de víctimas católicas, ortodoxas, musulmanas, budistas, sintoístas y hasta ateas que, según el cine, nunca merecieron tanto honor, respeto o recuerdo. ¿Es que una víctima injusta es más honorable en función de las creencias de su verdugo?, ¿cómo de honorables son las actuales víctimas palestinas a manos del nada piadoso ejército israelí? Tampoco en cuestión de cifras los judíos sumaron el mayor subconjunto de víctimas de la Segunda Guerra Mundial, superados por los más de 10 millones de chinos y los más de 13 millones de rusos. Según la estructura mental de quienes promovían tal “cultura” cinematográfica, si el chino o el ruso muerto era comunista “merecido se lo tenía” y si no era comunista, simplemente se contaba como un inocente más que, en último término no era judío. Si la víctima rusa no era comunista, entonces era víctima del comunismo, aunque hubiera muerto a manos de un soldado alemán. Y en el caso de ser judío, era esta y no otra característica la que otorgaba a la víctima un lugar de honor en los libros oficiales de bajas.
 
—Los malvados personajes “enemigos del mundo libre”, los comunistas, son disléxicos, o pronuncian mal “nuestro idioma”, habría que ver, por ejemplo, el nivel de idioma ruso que tienen los estadounidenses. Los comunistas de película son torpes mentales que han sido engañados por su malvado líder, además son torpes físicamente. El rígido esquema de jerarquía les impide pensar por sí mismos, lo que según el cine, les llevaría con toda seguridad a no ejecutar determinadas órdenes de su perverso líder. ¿Quién no ha visto alguna vez una escena en la que la rígida cadena de mando del ejército estadounidense lleve a todos sus eslabones a contener su propio pensamiento, sacrificándolo a la voz del superior, y este a su vez a la del subsiguiente superior hasta acabar en el mismísimo y ultra-super-hiper cualificado y sensible presidente de los Estados Unidos de América? La única diferencia visible entre ambas cadenas es que esta última está formada por eslabones y la primera, la de los rusos de película por “eslavones”. Es decir, en ambos casos son integrantes de una cadena de mando militar, solo que la de los estadounidenses está en posesión de la verdad absoluta y la de los “malvados comunistas” solo persigue el mal, incluso para sus propios y seguidores.
 
—La tecnología no estadounidense es, como mínimo, poco fiable, propensa al fallo, además de antigua, austera y “demasiado” simple, y no resiste comparación alguna con la brillante tecnología estadounidense. Por solo mencionar un dato crudo para estos fabricantes de estereotipos, se puede decir que entre las 10 marcas más fiables de automóviles, es decir, las que menos visitan el taller, solo hay una estadounidense, Ford, y está en el puesto 10, por cierto, entre las 10 siguientes solo hay otra estadounidense. A otro nivel, hoy por hoy solo la tecnología rusa garantiza acarrear hasta las estaciones espaciales las grandes magnitudes en peso y volumen que su mantenimiento y suministro requieren.
 
—La culturilla del cine estadounidense también nos muestra el estereotipo de la ciudad estadounidense como objetivo preferido por meteoritos, terremotos y volcanes, nada que ver con lugares reales como Haití o Indonesia. En caso de amenaza natural, ésta siempre se da “contra” el estilo de vida “americano”, que pasa a convertirse automáticamente en el objetivo supremo a salvar. Aunque hay que reconocer que en las producciones más recientes, los desastres también alcanzan a lugares como París, Londres o Pekín, para dar una idea de la magnitud del desastre, pero desde donde esperan ansiosos órdenes estadounidenses para ser salvados y sin las cuáles pueden estar seguros de que no lo contarán.
 
En resumen, algunos de los estereotipos más importantes que se nos han repetido una y otra vez, son:
 
—Que todos los presidentes estadounidenses fueron, son y serán estereotípicamente sapientísimos y bondadosos, aunque todos hemos oído hablar de un tal George W. Bush.
 
—Que todos los estadounidenses son buenos y muy sabios, aunque eligieran por dos veces al tal George W. Bush
 
—Que todos los militares estadounidenses pueden pensar y decidir como entes individuales, y sin embargo deciden seguir la estricta cadena de mando que acaba en el homo sapientísimo presidente, aunque éste (o los intereses económicos a los que representa) les lleve a lugares como Afganistán o Irak donde se producen más bajas por suicidio que por acciones militares.
 
—Que ningún héroe ha nacido fuera de los Estados Unidos. Y quienes estamos en contra del dominio estadounidense somos terroristas.
 
—Que los Estados Unidos nunca han deseado colonizar, explotar y dominar el mundo.
 
—Que todos los nazis eran seres despreciables, aunque el gobierno estadounidense se las arreglara para que el peso de la justicia no cayera sobre más de 1.000 científicos que sirvieron a las órdenes de Hitler, y que fueron reclutados por los Estados Unidos para dar forma a sus programas espaciales y de cohetería. Entre ellos el famoso Wernher von Braun, padre del cohete nazi V2, integrante de las SS y responsable durante décadas de los más avanzados proyectos de cohetería de la NASA.
 
—Que no existían más campos de concentración que los nazis. Aunque una perla del propio cine, que pasó sin pena ni gloria por la taquilla, y que llevaba por título “Mientras nieva sobre los cedros” nos recordara que durante la Segunda Guerra Mundial existieron, en suelo estadounidense, campos de concentración para 120.000 individuos de etnia japonesa, la mitad de ellos ciudadanos estadounidenses. Y sin ir tan lejos en el tiempo, la misma existencia de lugares como Abu Ghraib y Guantánamo puede dar una idea aproximada de la manipulación del concepto “campo de concentración” que el cine ha intentado inculcarnos.
 
—Que en los campos de concentración nazis solo se recluía y asesinaba a judíos, y a valerosos soldados "aliados" que luchaban por su libertad mientras se preguntaban por qué luchaban los presos rusos que querían volver a su país, si en su país había socialismo.
 
—Que los soviéticos solo eran capaces de desear el mal ajeno, arrasar aldeas y violar mujeres.
 
—Que los ciudadanos estadounidenses de origen latino o afroamericano solo están un escalón por encima de la infame categoría de “extranjeros” en la que engloban a los nacidos fuera de las fronteras del imperio.
 
—Que los hispanos, todos los hispanos sin excepción, somos de o vivimos en alguna pequeña provincia de México o Argentina, y que todos podemos viajar a Estados Unidos en tren, incluidos los españoles.
 
—Que tener todo el dinero del mundo no te hace mala persona si posees el antídoto anti-todo de la nacionalidad estadounidense, mientras cabe sospechar qué cosas malas harás con el dinero si no has tenido la suerte de nacer estadounidense. O lo que es lo mismo, “viva la propiedad privada” si hablamos de la estadounidense, ya que tú, extranjero, lo más seguro es que no sepas muy bien qué hacer con ella y, por lo tanto, no la merezcas tanto como.
 
—Que gritar “soy ciudadano estadounidense” es un conjuro que protege al protagonista de todo tipo de males e injusticias que los demás personajes quieren cometer contra él, seguramente por la envidia que todos debemos sentir hacia los ciudadanos estadounidenses.
 
—Que gritar “yo pago mis impuestos” le confiere al protagonista un halo de bondad que dispersa los fantasmas de cualquier otro tipo de delito que pueda haber cometido. Tal vez si Lee Harvey Oswald hubiera visto más cine y hubiera estado más atento, habría gritado en su defensa "soy ciudadano estadounidense y pago mis impuestos". Tal vez eso hubiera hecho que las autoridades volcaran sus esfuerzos en buscar a los verdaderos asesinos de Kennedy.
 
—Que los personajes con nacionalidad estadounidense vomitan y sufren convulsiones cuando presencian la ejecución de otro personaje… de su misma nacionalidad. Nótese que esta reacción difícilmente tiene lugar si el personaje ejecutado no es estadounidense, o si quien lleva a cabo la ejecución es estadounidense, en cuyo caso se le otorga a tal ejecución la calidad de “ajusticiamiento”, algo que, al parecer, solo pueden impartir los ciudadanos estadounidenses. Por tanto, la idea de “injusticia” es estrictamente unidireccional en el sentido “extranjero-estadounidense”, calificándose de “justicia” cuando se da en el sentido opuesto de “estadounidense-extranjero”.
 
—Que salvo el todopoderoso presidente de los Estados Unidos (y eventualmente el primer ministro de Gran Bretaña), el resto de gobernantes del mundo son perfectamente corruptibles. No digamos pues el grado de corrupción que pueden alcanzar, pongamos por ejemplo, los funcionarios de aduanas retratados en las películas, cuyos sentimientos solo florecen al calor de los billetes verdes ofrecidos por los protagonistas. Obsérvese que lo que se intenta resaltar es la debilidad moral de quien acepta el soborno pero nunca la de quien lo ofrece. Justo al contrario ocurre cuando quien intenta el soborno no es estadounidense y su objetivo sí lo es, aquí se resalta la fortaleza moral del ciudadano estadounidense que no acepta el soborno, así como la bajeza moral de quien lo ofrece.
 
—No quiero acabar sin destacar la bondad demostrada por los estadounidenses acogiendo en reservas a los verdaderos nativos del norte de América, salvando así a los pocos individuos que quedan de aquellas culturas milenarias que fueron arrasadas durante la cimentación del imperio, en aras de una vida mejor, aunque no para ellos.
 
Estoy seguro de que muchos otros estereotipejos llaman a las puertas de la memoria de los lectores, les invito pues a que los revivan y los ubiquen en el lugar que se merecen, polo negativo de toda realidad constatable.
 
Puede que solo sean impresiones mías, pero creo que un poco de sensatez nos permitirá darnos cuenta de que toda esta sarta de ideas preconcebidas, artificiales e interesadas, solo puede provenir de lo más profundo y arcaico de las mentes cuyas cuentas bancarias financian cada proyecto, lo que es suficiente para entender su alta nocividad.
 
https://www.alainet.org/es/articulo/147186?language=es
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