Memoria de un poeta

25/12/2010
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La gentil petición de Dña. Marlene Mora explica mi intervención de esta noche, para presentar el libro Entre la prosa y el verso, compilación póstuma de la obra de Carlos Camacho Gómez (1941-2009).
 
Razones de la cabeza y el corazón determinaron que no dubitara en aceptar el honroso encargo. Entre las primeras, la esperanza de aportar con algún juicio pertinente a la evaluación de las tareas desplegadas por un colega en el trabajo de escribir, un trabajo que, conforme hace notar García Márquez, se torna más complejo mientras más se practica; entre las segundas, el deseo de difundir algunos de los motivos que sustentaron –y sustentan- mi admiración a un personaje que, retomando a Montaigne, podría decirse que cumplió a cabalidad su oficio de hombre.
 
Comenzaré mi intervención desde esta última perspectiva, es decir, con el relato de algunos episodios de mi relación con el autor de Entre la prosa y el verso, episodios que me permitieron percibir su inmensa calidad intelectual y humana.
 
Mi primer contacto con Carlos Camacho tuvo lugar por vía telefónica, hacia el año 1996, cuando, acogiendo una sugerencia de nuestro común amigo Domingo Paredes, me invitara a incorporarme al “grupo de Quito”, que a la sazón se conformaba para acompañar al Proyecto Educativo LIBÉRAME, mentalizado y dirigido por él y acogido por el diario EXPRESO.
 
Tal fue el punto de partida de una amistad personal e intelectual que, más allá de 3 ó 4 encuentros directos, se mantuvo fresca y cálida hasta su desaparición física. Y que, por cierto, se ha constituido en uno de los dones más preciados que me ha otorgado la vida.
 
Ni la corta existencia de LIBÉRAME, ni la geografía, ni los avatares dispersantes de nuestras cotidianidades impidieron que cultiváramos el sueño común de la humanización de la humanidad y participáramos en proyectos desmesurados, como la investigación colectiva sobre “El Pensamiento de América Latina del Siglo XX ante la Condición Humana”, a la cual aportó con un ensayo sobre José de la Cuadra.
 
Todavía rememoro con nostalgia nuestras extensas y recurrentes evaluaciones del atribulado acontecer político latinoamericano y nacional, sus precisas opiniones sobre los sucesos de distinto orden que acaecían en el país, sus perspicaces opiniones -a veces severas, aunque nunca subjetivas- sobre algunos de los protagonistas visibles de nuestro proceso colectivo.
 
Hombre de amplia cultura y equilibrio emocional, siempre juzgó a sus semejantes por sus acciones, nunca por la supuesta bondad o maldad de las ideologías declaradas, conforme también ha destacado Jorge Dávila Vásquez en su proteico prólogo de Entre la prosa y el verso.
 
Sus saberes sobre educación, arte y cultura fueron para mí motivo de delectación, no solamente por su enciclopedismo, sino también por la elegancia con que los trasmitía, en ejercicio de una dialéctica de sencillez/profundidad puesta a prueba en universidades y en otros centros educacionales de dentro y fuera del país, dialéctica, por lo demás, siempre matizada por un humor al mismo tiempo cáustico, fino y contagioso.
 
Con seguridad, muchos de los dilectos asistentes a esta cita podrán ampliar y ahondar en las cualidades y virtudes de Carlos Camacho.
 
A mi juicio, la inmensa –y silenciosa- obra intelectual de nuestro autor, a la cual luego me referiré lacónicamente, se explicaría esencialmente por la solidez de su formación académica, por el contenido humanista de la misma y por una verticalidad moral a toda prueba. Rasgos de su personalidad que conviene resaltar en una época donde la ciencia y la cultura se encuentran seriamente amenazadas por trasnochadas y ramplonas modernizaciones y por una escala invertida de valores.
 
La amplitud y espesor de sus aportes al magisterio, el increíble espectro de su producción literaria (novela, cuento, poesía, ensayo, periodismo de opinión) e incluso sus iniciativas empresariales casi siempre predestinadas al fracaso no podían ser obra de un pusilánime, sino de alguien que, incluso sorteando los peores infortunios que puede depararnos la vida, supo sumergirse en ella para hurgar en sus más nobles sentidos.
 
Su novela A pesar de Dios, ahora reeditada en Entre la prosa y el verso, cuya presentación, desde un prisma filosófico, tuve la satisfacción de realizarla, allá por 1997 ó 1998, en la matriz de la Casa Cultura Ecuatoriana, constituiría una de las múltiples pruebas de lo aseverado.
 
En la oportunidad, leí el siguiente texto, que lo he recuperado para esta noche del baúl de mis más caros recuerdos.
 
EL ANTIFUNDAMENTALISMO EN LA NOVELA A PESAR DE DIOS
 
En uno de sus alucinantes ensayos, Ernesto Sábato llega a decir que “una de las misiones de la gran literatura es despertar al hombre que es conducido hacia el patíbulo”.
 
Algo de esto logra Carlos Camacho con su novela provocadoramente titulada A pesar deDios, en la cual –aparte de sus formas innovadoras de escritura- nos lleva a reflexionar sobre cuestiones cardinales de la existencia de los seres humanos.
 
Incitado por una tragedia personal –la muerte en un accidente aviatorio de su esposa Cumandá y su hija Pochita- nos conduce, utilizando la técnica del flashback, a gratas escenas familiares ulteriormente rotas por el aludido suceso.
 
Luego de ese preludio ambiental, nos describe una aventura a la par única y universal: un recorrido por las profundidades de la condición humana. Aventura siempre desgarradora a la cual, en los tiempos modernos, nos han convocado figuras iniciáticas -“santos demonios”- como Dostoievski, Hesse, Kierkegard, Camus, Sartre.
 
Discurriendo desde la verdad de su herida abierta, más también en su calidad de acucioso observador de las pequeñas y grandes miserias que nos rodean, Carlos avanza literariamente a la búsqueda de las causas últimas del dolor humano. Nada casual que en esa búsqueda encuentre la ocasión para una recusatoria contra el Dios terrible de una de las vertientes del cristianismo. Deidad absolutista aclimatada a sangre y fuego por el poder eclesial y las ansias crematísticas en estas tierras meridionales desde hace más de medio milenio.
 
Esta audacia literaria no lo lleva –no es su propósito- a una novela histórico-religiosa o a una nueva muestra de la llamada “novela social” (denominación bajo la cual con frecuencia se esconde la mala literatura). No. Su intención es más penetrante. Como buen zorro de las ideas y las palabras apunta a ilustrarnos sobre los callejones sin salida a que nos puede empujar el fundamentalismo religioso.
 
¿A qué aludo? Entiendo por fundamentalismo a una posición (en este caso) religiosa que infiere lecciones de una lectura literal de ciertos textos previamente codificados como sagrados e inamovibles.
 
Desechando tal postura, el racionalista Carlos Camacho eleva sus sentidas anti-oraciones.
 
Escuchémosle aunque sea fragmentariamente:
 
por qué te ensañas contra mí talvez me castigas por no recordar a tiempo tu alabanza o por no haberte reverenciado es ese mi delito concuerdo pero por qué a ella tu venganza es tan grande y horrorosa ah es divina.
 
Y en otro pasaje:
 
El ser humano padece cuando una persona amada muere. ¿Quién no ha soportado tal dolor? Entonces todos los seres humanos sufrimos. Este es un mundo triste. Y como dios nos ofreció la felicidad: ha fracasado.
 
En algún pasaje de su novela, el testigo de cargo Carlos Camacho llega a equiparar a ese dios implacable como a un capitalista obsesivo.
 
Novela diáfana, amarga y humanista, está predestinada a instalar al lector en uno de los diagramas más crudos y enigmáticos que se pueda imaginar.
 
Si el racionalista Carlos Camacho descalifica con sobradas y humanas razones –valga la redundancia- a los dioses fundamentalistas y a otras falsas verdades de la decadente Modernidad, el poeta Carlos Camacho –en el recuerdo de la fiesta rosada de Pochita, por ejemplo- desde su cristalino humanismo nos pone en brazos de bellas deidades del corazón humano: el amor, la abnegación, la ternura, la música, el vino…
 
Confieso que, particularmente, me identifico con ese racionalismo crítico y humanista y con la búsqueda de un mundo sin lágrimas e intensamente poblado de pochitas en flor.
 
- René Báez es Miembro del Centro de Pensamiento Alternativo de la Universidad Central del Ecuador y de la International Writers Association (IWA). Este discurso fue leído en el Auditorio de la Universidad de Guayaquil, el día 17 de diciembre del 2010.
https://www.alainet.org/es/articulo/146474
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