La población mundial: rumbo a 7 mil millones

22/12/2010
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En el transcurso de 2011, el mundo contará con siete mil millones de habitantes. Ante esto, a muchos les preocupa que se cumplan los pronósticos de Malthus, esto es, que el planeta sea incapaz de contar con los alimentos suficientes para alimentar a tantas personas. La ironía, sin embargo, es que el mundo puede producir alimentos suficientes para todos: el problema es su distribución y apropiación.
 
En la edición de enero de 2011 de National Geographic, la demografía global es el tema central de la revista, donde también se explica que a lo largo del año que está por comenzar, se analizarán las consecuencias de este incremento en diversos ámbitos de la vida de las sociedades. Mientras tanto, hay una serie de datos a considerar en la materia.
En primer lugar, la distribución demográfica en el mundo es altamente desigual, siendo Asia donde se concentra la cuarta parte de la población del planeta. Ahora bien, en el hipotético caso de que se buscara reunir a todos los habitantes del globo terráqueo en un mismo lugar para tomarles una fotografía –todos de pie-, se requeriría un espacio con las dimensiones de la ciudad de Los Ángeles. Asimismo, si se quisiera reunir a los siete mil millones de personas para una gran fiesta, National Geographic refiere que cabrían perfectamente y con suficiente espacio para bailar en un lugar como el emirato de Dubai, o el estado de Rhode Island. Esto revela que en el mundo hay suficiente lugar para todos, aunque, claro, no todas las regiones son habitables.
 
¿De qué manera ha aumentado la población en el mundo? En el año 1800 se estima que el planeta llegó a tener sus primeros mil millones de seres humanos pero trascurrieron 130 años antes de que esa cifra se pudiera duplicar. Y a partir de entonces, el crecimiento demográfico ha sido exponencial, en parte por los avances científicos que permiten reducir la mortalidad. Así, en 1960 el mundo tenía tres mil millones de habitantes y en 1974 (14 años más tarde) la cifra ya era de cuatro mil millones. Un millón más se adicionó a la lista 13 años después (1987) y los seis mil millones de habitantes de los que tanto se ha hablado se concretaron en 1999. Así, como se sugería en el inicio del presente análisis, en 2011 el mundo tendrá siete mil millones, en tanto en 2024 se espera que alcance los ocho mil millones, y que en 2045 haya nueve mil millones.
 
Dicho en otras palabras: la población mundial pasó de 1 a 2 mil millones de personas en 130 años. Y desde entonces, la duplicación se ha reducido en tiempos: de 2 a 4 mil millones en 44 años, de 3 a 6 mil millones en 39 años, y de 4 a 8 mil millones (según el pronóstico del 2024), en 50 años. Según esto, la población del planeta tenderá a crecer más lentamente, pero no cesará en su incremento.
 
La pregunta que suele hacerse ante este panorama es: ¿puede el mundo albergar a cada vez más personas y lograr que éstas tengan una vida digna? Ya se explicó que en materia alimentaria, por ejemplo, con todo y el aumento en sus precios y también ante la tendencia a utilizar granos básicos como biocombustibles, se cuenta con suficientes raciones para todos, aunque la distribución, el acaparamiento y la apropiación de las mismas son graves problemas aún no resueltos, por lo que todavía en pleno siglo XXI hay personas que mueren de hambre. Y en materia ambiental, más habitantes significan mayor demanda de servicios –agua, electricidad, empleos, tratamiento de residuos y basura, etcétera- que plantean más presiones sobre el entorno natural.
 
Empero, lo más importante es poner la problemática demográfica en el contexto de la pobreza. Esto es porque la pobreza tiene numerosas secuelas que afectan directamente al incremento demográfico. Tómese por caso, la alta mortalidad infantil que impera en diversas regiones del mundo, todas en países en desarrollo. Los demógrafos refieren que cuando la mortalidad infantil es alta, las parejas tienden a tener más hijos. Y lo contrario también es cierto. Se observa que cuando la mortalidad infantil disminuye, las familias cuentan con menos hijos: se trata casi de una transición automática, aunque, para concretarse, requiere que las condiciones sanitarias, alimenticias y educativas de un país/región mejoren sustancialmente. Para nadie es un secreto que, cuando los niveles de escolaridad aumentan, mejora considerablemente la educación sexual de las personas, lo que, entre otras cosas, disminuye el número de embarazos no deseados. Asimismo, la educación provee mejores oportunidades profesionales para hombres y mujeres, lo que repercute en la edad en que las mujeres deciden embarazarse y por supuesto, en el número de hijos. En Estados Unidos, más y más mujeres están optando por tener a su primer hijo después de los 35 años de edad y, en general, no están casadas, pero claro, muchas de ellas cuentan con estudios de educación superior, con expectativas laborales y salariales adecuadas y, además, tienen a su disposición diversos tratamientos en materia de fertilidad, lo que, en su conjunto, las provee de mayor independencia para decidir en torno al cómo y el cuándo de la maternidad.
 
Nada de lo expuesto pretende sugerir que el incremento demográfico en el mundo no es un problema real. Sin embargo, es mucho más complejo de lo que parece. En los países desarrollados, es un desafío ante el declive y envejecimiento de sus habitantes. En naciones como Rusia, es un reto lograr que las tasas de defunciones se reduzcan, que aumente la esperanza de vida y que se generen nuevos nacimientos para evitar la debacle demográfica que amenaza con reducir drásticamente su población. En numerosos países en desarrollo se conjugan las altas tasas de nacimientos, la baja esperanza de vida y un sistema económico-social muy deficiente. Por lo anterior, no se sabe si el individuo número siete mil millones nacerá en un país rico o pobre, o si tendrá una larga vida o una muerte prematura, como tampoco si pertenecerá a una familia tradicional –i. e. papá, mamá y hermanos. Lo que sí se sabe es que vendrá a un mundo muy agobiado por distintos tipos de crisis –ambiental, energética, económica, sanitaria, etcétera- y que no faltará quien quiera atribuirle la causa fundamental de todos estos males al recién llegado.
 
María Cristina Rosas es Profesora e investigadora en laFacultad de Ciencias Políticas y Sociales de laUniversidad Nacional Autónoma de México
 
https://www.alainet.org/es/articulo/146405?language=en
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