Luchando contra la catástrofe: la nueva política del cambio climático

22/12/2010
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No soy ambientalista. Pero lo único en lo que pienso en estos días es en la crisis del clima.
 
Admito que he llegado tarde a la temática. Hace muy poco que me he empezado a dar cuenta de lo que otros han reconocido hace décadas: la crisis del clima no es, en su esencia, un problema ambiental. De hecho, no se trata de un “tema”, es una amenaza existencial para cada ser humano y cada comunidad del planeta. Amenaza cada empleo, cada economía del mundo. Amenaza la salud de nuestros hijos. Amenaza nuestro acceso a los alimentos y al agua. El cambio climático continuará alterando al mundo tal como lo ha conocido nuestra especie en los últimos tres mil de años.
 
Como cultivador de ostras y activista político desde hace mucho tiempo, los efectos del cambio climático sobre mi vida no me serán ajenos ni impersonales. El aumento de los gases de efecto invernadero y de las temperaturas del océano bien puede que me obliguen a abandonar mi granja de 60 acres en los próximos cuarenta años. Desde Francia al estado de Washington, los cultivadores de ostras ya hemos advertido la muerte masiva de larvas de ostras y el afinamiento de las conchas que la ciencia ha pronosticado hace tiempo. Puedo ver las nubes de tormenta que anuncian un futuro catastrófico.
 
Pero mi alter ego político es extrañamente menos pesimista. En vez de deprimirme, la crisis climática sorpresivamente me ha hecho sentir más esperanza que la que he sentido en los últimos veinte años como militante progresista. Después de décadas de reflujo del progresismo es un sentimiento extraño. Pero estoy hechizado por la sospecha de que la crisis que se avecina puede ser la primera oportunidad que hemos tenido en generaciones de modificar de manera radical el paisaje político y construir una sociedad más justa y sustentable.
 
EL PODER DE LA CATÁSTROFE
 
El movimiento progresista moderno en Estados Unidos, tradicionalmente ha fundamentado su organización en la política de la identidad y el altruismo. Se organiza a un grupo afectado –minorías, gays, personal de limpieza o mujeres—y luego se hace un llamado al público en general a apoyar su causa –reforma de las prisiones, matrimonio homosexual, derechos laborales o aborto—en base a una combinación de buena voluntad, culpabilidad liberal y persuasión moral. Esta estrategia ha sido efectiva en algunos momentos. Pero no hemos logrado aunar estos mini-movimientos en una fuerza que sea lo suficientemente poderosa como para llevar adelante una reforma social amplia. Se necesita mucha gente para cambiar la sociedad y nuestra estrategia actual nos ha llevado a ser pocos y con poco poder.
 
Los elementos más importantes de mi vida política –en contraposición al cultivo de ostras- han estado marcados por algunos triunfos en algunas batallas estrechas a menudo transitorias, pero en una permanente pérdida de la guerra más grande. Veo los resultados en cada dirección que miro: el crecimiento de la pobreza y el desempleo, dos guerras, el avance de la derecha, el declive de la sindicalización, el fracaso de la legislación sobre el clima en el Senado y de Copenhague, la dominación generalizada a manos de los intereses corporativos. La lista es interminable. Hemos perdido; es el momento de admitir que nuestra estrategia ha sido demasiado tibia y de tomar un nuevo rumbo.
 
Pero esta vez puede ser diferente. Lo que resulta tan prometedor de la crisis del clima es que debido a que no se trata de un “tema” experimentado por un fragmento desfavorecido de la población, abre la oportunidad para una nueva forma de organización del progresismo. Salvo por la aniquilación nuclear, la humanidad nunca antes enfrentó una amenaza tan universal, donde todos nuestros futuros están tan inextricablemente vinculados entre sí. Esta universalidad es la que ofrece la argamaza del interés común necesaria para construir un movimiento. Podríamos literalmente golpear en todas las puertas del planeta y hallar en cada una a alguien que, consciente de ello o no, tiene un interés vital en enfrentar a la crisis climática uniéndose a un movimiento por la sustentabilidad. Con toda la humanidad enfrentando este futuro aciago, finalmente podemos reunirnos bajo una bandera y contar nuestros futuros miembros no en miles, sino en millones, e incluso miles de millones.
 
Pero como ex Zar de los Empleos Verdes de la Casa Blanca, Van Jones dijo al New Yorker en 2009: “El desafío es transformarlo en un movimiento de todos, de manera q ue si tus principales íconos son Juan el de los abdominales y Juan el plomero, que se transformen en Juan el de la energía solar, o el chico de la esquina se deshaga de su pistola y agarre una pistola de enmasillar”. La crisis del clima nos está llevando a aguas desconocidas y nuestra estrategia política debe dirigirse hacia la construcción de un movimiento climático que sea un movimiento de todos”.
 
Permítanme utilizar un ejemplo personal. Como cultivador de ostras de Long Island Sound, mi estilo de vida está amenazado por el aumento de los gases de efecto invernadero y de las temperaturas del océano. Si la crisis del clima no se detiene mis ostras morirán y mi granja se acabará.
 
Para salvar mi medio de sustento tengo que involucrarme políticamente en algún nivel. Normalmente, me reuniría con otros cultivadores de ostras para hacer lobby ante los funcionarios del gobierno estatal y federal y realizaría una o dos protestas. Puede ser que encontrara posibilidades de hacer algunas pocas alianzas. Pero seguiríamos siendo un grupo pequeño, con poco poder, y nuestras quejas sobre la pérdida de puestos de trabajo caerían en oídos básicamente poco sensibles, al haber tantos que sufren tanto y de tan diversas formas. ¿Y qué le pediríamos al gobierno que hiciera ante el problema? ¿La adquisición de la empresa o beneficios de desempleo? ¿Capacitación en otra área? De todas formas las ostras se morirán y perderemos la granjas.
 
Para salvar nuestras vidas y formas de sustento necesitamos llegar a la raíz del problema: detener las emisiones de gases de efecto invernadero. Y detener las emisiones nos exige unirnos en un movimiento con el poder necesario para desmantelar la economía de los combustibles fósiles y a la vez construir una economía verde.
 
Abordar una meta tan grande me exige apoyar cada esfuerzo, por más pequeño o remoto que sea, que apueste a detener los gases de efecto invernadero y a avanzar en la transición hacia una economía verde. Debo juntarme con mis colegas cultivadores de otras y unirme a los estudiantes que bloquean las nuevas plantas de generación eléctrica alimentadas con carbón, y al mismo tiempo luchar por una transición justa para los trabajadores del carbón; debo unir mis fuerzas a otros trabajadores ecológicos del mundo que exigen financiamiento público para la generación de empleos en el sector de las energías limpias, y oponerme al salvamento de bancos y corporaciones.
 
Debo apoyar las luchas del movimiento obrero en China y en el resto del mundo para dejar atrás la pobreza a través de una ruta “verde y no sucia”. Tengo un interés personal en estas batallas tan diversas, y no por altruismo político, sino porque mi propio sustento y comunidad dependen de que detengamos los gases de efecto invernadero y el cambio climático.
 
En otras palabras, el tesoro oculto en la crisis del clima es que necesito a los otros y que los otros me necesitan. Estamos unidos por la misma historia de crisis y lucha.
 
Algunos integrantes del movimiento por la sustentabilidad han aprovechado el poder de este presagio de un futuro aciago para tejer juntos nuevas historias y nuevas alianzas en torno al cambio climático. Hay grupos en Kentucky que están complementando sus esfuerzos para evitar la destrucción de las cimas de las montañas por parte de la minería del carbón, organizando a los miembros de las cooperativas eléctricas rurales en las campañas por la “Nueva Energía” para obligar a una transición de los combustibles fósiles a energías renovables –y crear empleos en el proceso. Los sindicatos policiales en Canadá, reconociendo que sus integrantes serán los primeros en tener que responder cuando haya un desastre climático, se han contactado con los sindicatos de Nueva Orleans para garantizar que no se repitan las tragedias que sucedieron al Katrina. Artistas, chefs, agricultores, mecánicos de bicicletas, diseñadores y otros se alían en un gran “movimiento verde de artesanos”, cuyo objetivo central es la construcción de comunidades sustentables y vibrantes. Los organizadores de los movimientos de inmigrantes, preocupados por la posibilidad real de que las tensiones raciales aumenten a raíz de la llegada masiva de millones de refugiados ambientales provenientes de países vecinos, están educando a sus integrantes sobre las razones por las cuales la crisis climática es tan importante.
 
Mi esperanza es que en el correr de los próximos años podamos reunir a un número creciente de estas luchas tributarias de la crisis del clima. Nuestro poder no surgirá de una larga lista de preocupaciones temáticas o de los auspiciantes de los eventos –lo intentamos en la reciente marcha del 2 de octubre en Washington DC: “Una nación que trabaja junta” con poco impacto. Con el ascenso de la auto-organización, nuestro poder tampoco surgirá de los partidos políticos organizados jerárquicamente, típicos de las pasadas décadas, ni de organizaciones del tipo hágalo usted mismo. Lo que pasará es que cultivadores de ostras, al igual que yo, movidos por la necesidad de salvar nuestras vidas y nuestras formas de sustento, saltaremos a las barricadas con otros para enfrentar los efectos de la crisis del clima. Uniremos nuestros mini-movimientos bajo la bandera de la crisis común, la visión común y la lucha común. Estaremos luchando juntos y emergeremos como una fuerza con la que no se podrá jugar.
 
ESTA VEZ TENEMOS UNA ALTERNATIVA
 
Soy también cautamente optimista porque esta vez hay una alternativa. Mi generación llegó a la mayoría de edad después de la caída del comunismo, y como resultado nos criamos escuchando sólo una versión de la historia. Reconocemos que el neoliberalismo ha devastado la sociedad, pero aparte de las nostálgicas apuestas al socialismo ¿cuál ha sido la alternativa? Cuando la globalización se tragó el planeta, exigimos salarios dignos y mejor vivienda para los más pobres en nuestras comunidades; luchamos contra las condiciones de trabajo infames en China; hicimos lobby por nuevas leyes sobre la financiación de las campañas y la gobernanza corporativa. Pero se trata apenas de parches que sumados no logran mostrar una alternativa real al sistema actual de libre mercado y anti-estado. El no haber podido imaginarme nunca como sería una alternativa progresista implicó que nunca pudiera estar plenamente confiado en que las respuestas progresistas constituían soluciones viables.
 
Pero cuando escucho las soluciones que se proponen para la crisis del clima, mi mente se aclara. Puedo trazar la lógica y avizorar la maquinaria de nuestra alternativa. Y sorprendentemente me suena a una respuesta de sentido común ante la continua agresión del libre mercado que vivimos: Enfrentamos una emergencia mundial de proporciones catastróficas. El fundamentalismo de mercado empeorará las cosas en vez de resolver la crisis. Necesitamos, por el contrario, reorientar nuestras instituciones y nuestros recursos económicos en pos de resolver la crisis, reemplazando la actual economía basada en el carbono por otra economía verde sustentable. Y por definición, para que una economía sea sustentable debe intentar resolver una amplia gama de problemas que desde hace mucho sufre la gente común en su vida cotidiana y que van del desempleo y la pobreza, a la falta de acceso al cuidado de la salud o a la vivienda.
 
Durante años he ido a los saltos de campaña en campaña, pero el marco de esta nueva respuesta progresista a la crisis del cambio climático representa hoy una hoja de ruta para mi estrategia política. Me ayuda a identificar a mis oponentes –las compañías de carbón, y sus acólitos políticos, por ejemplo –al igual que a una variedad muy diversas de aliados. Fija mi agenda política, que va desde la creación de millones de nuevos empleos verdes a la construcción de viviendas ecológicas accesibles a las comunidades de bajos ingresos. Finalmente siento la suficiente confianza en mis coordenadas para hacerme a la mar.
 
LA ERA DE LA POLÍTICA DE CRISIS
 
Si bien la creación de una nueva economía verde tiene sentido en teoría, es difícil de imaginar a nuestro afianzado sistema político aceptando siquiera una modesta reforma, qué decir una total transformación de la economía de carbono. Pero sospecho que esto cambiará en los próximos años, frente un futuro en el que reinará una cascada de crisis políticas más que un equilibrio político.
 
Es probable que estemos entrando en una era de políticas de crisis en la que cada desastre ambiental creciente –desde la escasez de agua a huracanes, o de incendios a brotes de enfermedades- pondrá al descubierto la impotencia de las instituciones políticas existentes y del actual sistema económico. En los próximos 40 años solamente, los científicos pronostican que habrá un estado permanente de sequía en todo el suroeste de Estados Unidos y que las muertes a raíz de enfermedades relacionadas con el clima se duplicarán. Como expresara Danny Thompson, el secretario y tesorero de AFL-CIO Nevada en Las Vegas Review Journal, esta crisis hídrica cada vez más grave podría ser “el fin del mundo” que podría “ponernos patas para arriba, y no sé cómo nos recuperaríamos de eso”.
 
Como si eso no fuera suficiente, estas crisis se producirán en un contexto de una economía mundial que ha entrado en una espiral descontrolada. Cada huracán, sequía o recesión hará que las encuestas de opinión y los políticos se mezan de derecha a izquierda y viceversa. Pensemos lo rápido que cambió el debate, aunque sólo transitoriamente, como resultado del Katrina, el desastre de BP y la crisis financiera.
 
Como dice la frase famosa del jefe de personal de la Casa Blanca Rahm Emmanuel: “Nunca deje que una crisis seria pase sin aprovecharla... Es una oportunidad de hacer las cosas que no pudo hacer antes”. Si bien enfrentar al cambio climático requiere soluciones radicales que no pueden plantearse en el clima político actual, cada desastre abre una nueva oportunidad para el avance de las agendas alternativas- tanto para la izquierda como para la derecha. Mientras los políticos debaten modestas soluciones técnicas, la gente común que sufre la desesperación que le producen las inundaciones, los incendios, las sequías y otros desastres, demandará crecientemente –y con mayor enojo- nuevas reformas fundamentales. Mientras nuestras opciones políticas en la actualidad parecen estar limitadas por las elecciones y los resultados electorales, en una era política de la crisis lo que parece poco realista y radical antes de una tormenta puede parecer una reforma de sentido común cuando se la siente aproximarse.
 
Mi generación fue educada en la política del eterno crepúsculo. Salvo por un rayo de esperanza durante la campaña de Obama, nuestros años estuvieron marcados por el fracaso de todas las fuerzas políticas en la sociedad –ya sea de las elites políticas o líderes de los movimientos sociales- en dar solución a los problemas que enfrentamos como nación y como planeta. Nos han dejado girando como trompos hacia el desastre.
 
Podemos forjar un futuro mejor. Los desastres generados por el cambio climático nos obligarán a prestar atención a ese futuro aciago. El fracaso de las elites políticas en estar a la altura de estas crisis en cascada transformará nuestro paisaje político y sembrará el campo para que crezcan los movimientos sociales. Y si nos preparamos para el caos y la larga batalla que tenemos por delante, nuestra visión alternativa se transformará en necesidad y no en imposibilidad.
 
Al decir de un amigo mío recientemente “Dios nos ayude, espero que tengas razón”.
 
- Brendan Smith es cultivador de ostras y cofundador de la Red de Trabajadores por la Sustentabildad (Labor Network for Sustainability). Para contactarlo: www.bsmith.org
 
 
Fuente: Enfoque sobre Comercio No. 154, noviembre 2010
https://www.alainet.org/es/articulo/146383?language=en
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