Whisky free

13/12/2010
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Diariamente los medios van goteando novedades del desarrollo del affaire Wikileaks, al ritmo que la regulación del oligopolio pentamediático difusor le imprime, mientras se polarizan algunas interpretaciones de la naturaleza y alcance del conflicto y de las fuerzas en pugna. Este diario dio cuenta de algunas de ellas a lo largo de esta semana que culmina. Por un lado Heinz Dieterich sostuvo en el espacio editorial del martes, por ejemplo, que el episodio supone una gran victoria de “los servicios secretos de Israel y la CIA” que “consiguieron utilizar a Wikileaks y Julian Assange como vector (portador) de agresión cibernética a gran escala, contra sus enemigos”. El método es, para Dieterich, el usual de la guerra informática: “mezclar documentos verdaderos, pero triviales, con las falsificaciones que sirven como misiles teledirigidos contra los verdaderos blancos”. Inversamente, Juan Gelman enfatizó en la contratapa del lunes que, “si son inofensivos, habrá que lamentar los afanes que Hillary Clinton desplegó para atenuar su impacto entre sus colegas en la reunión cumbre de la Organización para la Seguridad y Colaboración en Europa (OSCE), que acaba de finalizar en Kazajstán” y culminó su contratapa afirmando que la canciller “se la pasó telefoneando a mandatarios de China, Alemania, Francia, Gran Bretaña y otros países para lamentar la filtración”. Sin embargo no se trata, como podría parecer por las citas escogidas para presentar la polarización, de una polémica secuencial en la que uno responde al otro. El primero tiene la gentileza de enviarme sus artículos antes de su publicación y me consta que fue escrito en la inmediatez de la difusión del escándalo.

Ambos con una clara posición antiimperialista se contraponen diametralmente, no obstante, tanto en el carácter y posible resultado del escándalo (que ninguno minimiza), cuanto en la trascendencia y magnitud de la sustancia de las revelaciones. Pero además de la perspectiva de cada uno de estos dos grandes intelectuales, es la naturaleza ineludiblemente especulativa por ausencia de la documentación (cuya sustancialidad está siendo objeto de discusión), un factor dispersivo indisimulable. Como sostuve en la contratapa del domingo pasado, no estamos accediendo a las fuentes primarias, sino a “filtraciones filtradas” por los 5 medios seleccionados para la difusión (que a su vez, inclusive, consultan con la embajada norteamericana y corrigen o recortan información), contradiciendo flagrantemente el espíritu y la filosofía de socialización y transparencia del movimiento hacker de la sociedad civil y de Wikileaks en particular.

El fundamento central de la tesis de Dieterich es su particular respuesta a la pregunta por los beneficiarios y las víctimas de la develación. Concluye que entre los primeros se encuentran “Israel, Washington y el imperialismo occidental en general, incluidos sus satélites mercantil-feudales árabes” y los segundos serán Irán, China, Brasil, Bolivia, Venezuela y Cuba. Le resulta además inverosímil que un simple soldado se haga de semejante tesoro escondido. Convendrá recordar aquí la “Carta robada”, el maravilloso cuento de Edgar Allan Poe. El argumento de Gelman se centra tanto en las excusas diplomáticas cuanto en la persecución a los responsables del affaire, que denotarían el daño o costo político para la continuidad de la estrategia imperial por la develación de sus propósitos y métodos. Al menos para esa estrategia en manos demócratas, ya que pondría en tensión extrema la pretendida transparencia y la honestidad que el Presidente Obama sostuvo procurar en su campaña electoral y sus intenciones de renovación de la política estadounidense, llevándolo a adoptar decisiones extremas que juzga improbables. “No aceptar la responsabilidad del contenido de los documentos lo obligaría a despedir y aun procesar a muchos funcionarios del Departamento de Estado que él mismo designó. La alternativa es de hierro y parece improbable que Obama proceda a tal limpieza para evitar las acusaciones de debilidad que sus competidores le enrostrarían”. Ya Guantánamo, agregamos, parecía anticipar sus dubitaciones y debilidades. Tal vez podrían bucearse convergencias en los fondos del pesimismo conclusivo de ambos que no necesariamente confrontarían posteriormente con la hipótesis que  formulé el domingo pasado respecto al conflicto entre el terrorismo imperial, sus métodos y secretos, por un lado, y la sociedad civil virtualmente organizada, por otro, ya que el resultado de esa disputa no está asegurado en ningún sentido ni la correlación de fuerzas es necesariamente desigual como para prever desenlaces ineluctables. Mientras para Dieterich expresaría el reforzamiento del eje Washington-Tel-Aviv (lo que haría imposible una victoria, aún parcial, de la sociedad civil frente al crimen) para Gelman implicaría la posible próxima desembocadura del ala más dura de la derecha republicana y el recrudecimiento de la agresión imperial. No es desacertado ni imprudente mantener un cierto pesimismo de la razón, al estilo gramsciano, aunque no comparta varios aspectos cardinales de las conclusiones y argumentos de Dieterich expuestos hasta aquí, ni tampoco los fundamentos de Gelman, aunque su corolario resulte formalmente posible. Ninguno de los dos síntomas exaltados por uno y otro permite capturar las contradicciones en juego ni la relación de fuerzas.

Pero debo señalar, en contrapartida, dos importantes aciertos. Por un lado la afirmación de Dieterich de que la respuesta imperialista pretende el control ideológico de internet y los sitios progresistas, mediante la producción de una “gleichschaltung hitleriana (uniformización mental)” donde “portales, como www.kaosenlared.net y www.aporrea.org, aparecerían pronto en el index librorum (lista negra) por apología de la violencia y antisemitismo”, al que deberíamos agregar muchos otros que, a diferencia de los citados, no suelen reproducir necesariamente estas contratapas. Por otro, las previsiones de Gelman de contraofensiva republicana con consecuencias sobre las libertades civiles y los derechos, aún al interior de los Estados Unidos y fundamentalmente fronteras afuera, apelando para ello a cualquier procedimiento ya sea legal o criminal. Ambos caracterizan muy bien la intencionalidad pero los rumbos no traen consigo garantías de victoria. Mi divergencia con el último reposa además en el diferente nivel de configuración contradictoria de las fuerzas sociales que expresan los síntomas señalados. El ataque a Wikileaks y la resistencia de la sociedad civil exhibe las fuerzas centrales en este conflicto, a diferencia de las escaramuzas diplomáticas.

La ofensiva contra Wikileaks reproduce en un nivel superior y más cruento el ejercicio de terrorismo ideológico y jurídico con el que siempre los guardianes del copyright, las patentes y los derechos de lucro en general han ejercido contra algún ciudadano solidario puntual, sobre todo desde el desarrollo y masificación de las redes par a par (o P2P). Cada tanto detienen a algún usuario, lo acusan de piratería como si fuera un delincuente y montan una operación mediática con el fin de aterrorizar a todo el resto y a la sociedad ya que jurídicamente no sólo no está cometiendo ningún delito ni lucrando con su actividad sino, contrariamente, socializando riqueza sin por ello privársela a nadie. La ofensiva que está padeciendo Wikileaks y su director seguramente es más amplia e intensa que estas aludidas porque no está en juego sólo la socialización de riqueza cultural sino potenciales pruebas de crímenes aberrantes, como de hecho sucedió con las denuncias previas a este affaire que incriminaron a fuerzas de ocupación en Iraq y Afganistán. Hoy hay cinco escenarios de ofensiva, tres a Wikileaks como institución y uno personal a Assange. Primero, a nivel de hosting se le fue denegando el alojamiento de la página de proveedor en proveedor y de país en país. Luego, a nivel económico, le desconectaron PayPal por violación de contrato, siguiendo Mastercard y luego Visa a fin de asfixiar económicamente al proyecto. En tercer lugar, mediante la censura en las redes sociales que permitían difundir las relocalizaciones. Twitter fue ocultando la palabra “Wikileaks” entre los temas más mencionados del día. El cuarto, ya a nivel personal, es la detención de Assange por supuesta rotura de un preservativo en un caso y la omisión de su uso en el otro, en relaciones sexuales consentidas con dos mujeres. Se le aplicó la figura jurídica existente exclusivamente en Suecia llamada “sex by surprise”, que habitualmente es excarcelable con una multa de 715 dólares. Estas acusaciones tuvieron varias idas y vueltas. En agosto se cursó una orden de detención cuando el propio Assange aún estaba en Suecia, donde la policía lo podría haber detenido, pero la orden de arresto se retiró en menos de 24 horas porque la fiscal que llevaba el caso consideró que las acusaciones eran insostenibles. La causa fue reabierta ya conocidas las nuevas filtraciones. La quinta y última es la pretensión de juzgar y condenar a Assange por espionaje en los Estados Unidos, sin descartar la voluntad de ejecutarlo de algún republicano exaltado. Pero no creo que sea por quebrar el oligopolio del espionaje reservado a unos pocos profesionales, que si descubren crímenes no es para aportar las pruebas a la justicia sino para chantajear y continuar operando en las sombras.

La reacción de la sociedad civil refuerza la idea de esta confrontación entre el encubrimiento y la impunidad de la violencia imperial y la lucha incipiente por cierta transparencia que permiten las nuevas tecnologías y que están logrando cierto empoderamiento y desafío al statu quo vigente. Durante varias horas se logró bloquear el sitio de Mastercard y durante un tiempo menor el de Visa, y hay hoy más de mil espejos de Wikileaks alojados en varios países del mundo, además de la lucha contrahegemónica que viene permitiendo, una de cuyas manifestaciones es esta misma nota. El valor de Wikileaks consiste en reafirmar que la lucha contra la impunidad es posible y que el sujeto privilegiado es la sociedad civil munida de instrumentos y conocimientos informáticos y voluntad política.

Poco importan los chismes que la ebriedad del whisky libre en las embajadas contribuyan a producir sino las fuentes primarias de la ignominia, que Wikileaks aún nos adeuda.

- Emilio Cafassi, es profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.

https://www.alainet.org/es/articulo/146212
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