Crisis de sobreproducción y crisis financiera (1 de 2)

14/11/2010
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Si algo positivo sale de esta crisis financiera global es el renacimiento del pensamiento crítico en materia de economía política, que en las últimas tres o cuatro décadas había sido enterrado vivo por el arrollador “pensamiento único” del neoliberalismo. Y este pensamiento crítico ofrece ahora un espacio de debate sobre la situación actual del sistema neoliberal, de un sistema capitalista al servicio de los rentistas que controlan el mundo financiero, y de una crisis de sobreproducción industrial, y las tentativas de corregir los problemas sistémicos. Y en cierta medida todo esto se refleja en las pugnas dentro del G-20.
 
Al resistir exitosamente a los cambios que se imponían en 2008 –como nacionalizar los bancos insolventes y hacer pagar la crisis a los accionistas y especuladores financieros-, particularmente en Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido, la oligarquía financiera ha transferido la crisis a los Estados por el endeudamiento destinado a salvar el sistema, agravando la recesión y el desempleo y conduciendo a que los Estados decidan utilizar la devaluación y el proteccionismo comercial para dar solución a estos problemas creados por la sobreproducción de tipo industrial. Nada de nuevo en este proceso muy bien definido en las críticas del laissez-faire –el liberalismo comercial y financiero- que provocó crisis financieras y de sobreproducción, estragos socioeconómicos y terribles guerras en la segunda mitad del siglo 19 y en las primeras décadas del siglo 20.
 
Las cataplasmas que Estados Unidos llevó a la reunión del G-20 en Seúl, Corea del Sur, como el autocontrol en materia de déficits y superávits comerciales como remedio a la sobreproducción industrial –una especie de “comercio administrado”-, no pueden ocultar que estamos en “el final de la globalización del libre comercio”, como escribe William Greider (The Nation, 11-04). Muchas naciones industriales y emergentes han comenzado a tomar medidas proteccionistas frente a la nueva etapa de esta crisis, demostrando que “el centro del sistema no resiste” y que se ha llegado a la etapa de “cada uno por sí mismo”. La lucha política entre Republicanos y Demócratas de Estados Unidos, escribe Greider, oscurece el hecho de que los problemas económicos son más grandes que los de cualquier nación en sí misma y que conciernen el sistema global de comercio en su totalidad: hay un vacío enorme de la demanda que lleva a una guerra comercial entre los más importantes productores que luchan por sobrevivir a una abrupta caída de compradores.
 
Este bajón de la demanda es producto del colapso financiero y la recesión, de la caída en los ingresos laborales, la morosidad en el pago de las deudas y el creciente desempleo, y por primera vez Estados Unidos no puede imponer sus soluciones políticas ni crear en su mercado la demanda de bienes para asegurar el sistema global de libre comercio. Goliat está gravemente debilitado, tanto en su poderío económico como en su autoridad política, agrega este analista.
 
Cambio de modo de producción
 
Para un elevado número de economistas y analistas económicos en Estados Unidos y Europa es evidente que cualquier arreglo consensuado entre los países del G-20 no cambiará la naturaleza del sistema neoliberal que tanto luchó Washington para imponer a escala global, y en particular en China. Un sistema que facilitó la implantación en los países emergentes de las transnacionales estadunidenses, japonesas y europeas para explotar la mano de obra barata y calificada, así como los subsidios fiscales del país anfitrión y la libertad de repatriar las ganancias de capital, todo esto –como bien dice Greider- acompañado de la protección militar y diplomática de que gozan esas transnacionales estadounidenses y el sistema financiero que las acompañan “cuando se meten en problemas”.
 
Este proceso de deslocalización, de mudanza de la producción y de los empleos industriales bien pagados, significó en Estados Unidos, Europa y Japón la eliminación de ramas y sectores de la manufactura y los servicios.
 
Como en las anteriores etapas de expansión capitalista las razones de las crisis financieras hay que buscarlas en los avances científicos y tecnológicos que aceleran el crecimiento y crean nuevas áreas y oportunidades para el desarrollo capitalista, y en el papel que en el contexto de la libertad de comercio y de movimiento de capitales los rentistas y especuladores del sector financiero asumen para explotar a fondo la coyuntura. Y un aspecto poco explorado de la actual crisis es que la expansión mundial de las transnacionales que comenzó en la era industrial –desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de los 70- se completó en la actual era pos-industrial, que más bien debería ser denominada como la era de la cibernética o la informática aplicada, que por los prodigiosos avances científicos y técnicos y el formidable desarrollo de las comunicaciones expandió la utilización de la informática para desarrollar sistemas y procesos automatizados para la producción de bienes de capital y de consumo. La creación de Internet y demás redes informáticas aceleró la transferencia de tecnologías en varios sectores y abrió la mudanza de empleos en el sector de servicios.
 
Estamos pues frente a una transformación radical que no significa el “mejoramiento” del modo de producción industrial que marcó poco más del último siglo del capitalismo, sino una verdadera transformación del modo de producción, que altera las relaciones de producción y de cambio.
 
Este “modo de producción cibernético”, como un grupo de discusión lo definió en Buenos Aires a mediados de los 60 -en el cual participaban Oscar Abel González, Tomás Breglia y el autor de estas líneas (ver Hoy en la Cultura, Buenos Aires 1965, El Gallo Ilustrado de El Día, México,1968)- tiene como principal característica la disminución constante del aporte laboral humano en la producción y el reforzamiento de la tendencia bajista en la tasa de ganancia de las empresas, todo esto en el contexto de un aumento pronunciado de la producción de bienes materiales. Dicho en otros términos y de manera simplista, la parte de capital fijo –las inversiones en equipos, maquinaria e instalaciones- tiende a aumentar de manera constante mientras disminuye, relativamente a la producción, el aporte de capital variable, del trabajo asalariado, la fuente de la extracción de la plusvalía para el capitalista –en tanto que trabajo- y eslabón clave del ciclo de la demanda –en tanto que salario- de la siempre creciente producción en el sistema capitalista.
 
A bajas dosis hace crecer, a altas dosis mata
 
Ya en los 60 nos preguntábamos que sucedería con el desarrollo masivo de este modo de producción que elimina una parte sustancial de la fuerza laboral, reduciendo en consecuencia la producción de plusvalía y por lo tanto de salarios que están en la base del ciclo de comercialización capitalista, mientras aumenta la producción de bienes materiales. En efecto, los procesos automatizados producen muchísimo más que el sistema industrial tradicional que utiliza abundante mano de obra, pero los autómatas no reciben un salario y tampoco consumen. Y por esa razón adelantábamos que el desarrollo de este proceso llevaría a la sustitución de la plusvalía por la extracción de una “renta diferencial”, y a cambios en las relaciones de producción y de cambio que de generalizarse podían ser fatales para el sistema capitalista.
 
Por el enorme aporte científico, tecnológico y de capitales, el desarrollo de este modo de producción fue visto por algunos economistas en los años 70 y 80 como la posibilidad de conservar la parte más importante y rentable de la producción y el empleo en los países desarrollados (el diseño, la fabricación de la maquinaria automatizada y otras etapas claves del proceso), mientras se “maquilaba” los procesos que requerían mayor trabajo humano no calificado en países en desarrollo, como México, Corea del Sur y Taiwán (ver el análisis que sobre este proceso y las profundas transformaciones que exigió hizo Mariah Andrea Urturi, investigadora del Cedif-Ar, en Página/12 del 8-11-2010).
 
Y, por supuesto, los proponentes del liberalismo económico aducían que la manufactura industrial “era cosa del pasado” y que el porvenir estaba en el sector de servicios y los altos salarios que pagaría, dos errores de apreciación que se demostraron fatales.
 
Este esquema enmarcado “en un ámbito global institucionalmente homogéneo”, como escribe Urturi, fue la base de la expansión de la producción a precios más competitivos, lo cual junto a la expansión del “dinero plástico” –el crédito para el consumo- a comienzos de los años 80 facilitó la instauración de la “sociedad de consumo” en los países industriales y luego a escala global.
 
La liberalización comercial y la facilitación del movimiento de los capitales a partir de los años 80 entronizó al sector financiero y aceleró la rápida expansión de las transnacionales de Estados Unidos, Japón y Europa, que rápidamente exportaron hacia el Asia la maquila de componentes o el ensamblado de productos para aprovecharse de la mano de obra barata y poder así competir en términos cada vez más favorables en los mercados occidentales, en particular en Estados Unidos. Es conocida la historia de este proceso y de cómo las particularidades de algunos países asiáticos -donde los Estados nunca abandonaron el papel rector en materia de políticas industriales- se beneficiaron de la transferencia de producción en primer lugar y de tecnología en la segunda parte de este proceso que se completó a finales de los 90 con la inclusión de China en la Organización Mundial del Comercio y la masiva entrada de empresas occidentales a ese país, que disponía no solo de mano de obra barata y abundante, sino de vastos recursos humanos calificados y emprendedores en un contexto de políticas de planificación que favorecían la modernización de tipo industrial y pos-industrial.
 
- Alberto Rabilotta, Toulon, Francia.
https://www.alainet.org/es/articulo/145476
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