El show mediático y los mineros

01/01/2010
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“Sin querer queriendo” (como diría el Chavo del Ocho) a la derecha cavernaria de Chile y a la derecha pelucona de todo el continente, les resultó excelente el “reality” show (el espectáculo de la realidad) de los 33 mineros enterrados en la mina San José de Copiappó (norte de Chile) y su rescate.
 
Durante dos meses y más hasta su dramatizado rescate (un día entero) las cadenas de televisión y radio del mundo entero no dejaron de “estar pendientes” de tan singular proceso, único en la historia reciente del drama minero que, a lo largo de siglos, se ha cobrado miles de vidas de seres humanos, sin que se le haya dedicado más que un discreto suelto de crónica en los medios impresos y, “si había buenas tomas”, un espacio de segundos en las redes televisivas.
 
¿Qué fue lo que determinó tamaño despliegue informativo, de recreación y de opinión? Dice Chomsky (un intelectual de izquierda norteamericano) que los medios del sistema buscan y anhelan precisamente “algo” que distraiga a los perceptores de sus diarias preocupaciones. Y este caso no podía ser ni más apropiado ni más oportuno, para un mundo sumido en mil y un problemas, cual más cual menos, más apabullante que otro.
 
Primero: que un grupo de mineros “no se haya muerto” tras el hundimiento de una galería de una mina que siempre operó en pésimas condiciones. Lo “normal” habría sido que estuvieran muertos cuando se les descubra (si es que se les descubría) ya que estuvieron 17 días sin que se sepa de ellos, enterrados a una profundidad de 700 metros bajo tierra. Pero, en este caso, los 33 mineros dieron señales de vida cuando llegó una sonda que, desde arriba, sus desesperados compañeros lograron que llegara a esas entrañas.
 
Ese papelito (que el Presidente Piñera lo exhibía con “sano orgullo chileno”) fue suficiente para que se despertara el morbo mundial: unos, alabando lo increíble (que tras 17 días todavía estén vivos los 3 mineros) otros, perurgiendo para que no se pierda más tiempo y se ensayen todas las formas posibles (incluidas las más caras y sofisticadas) de rescate de los enterrados; y un gobierno civil que había llegado por el voto popular pero que era el heredero directo del pinochetismo más cruel, que, durante 17 años, asoló sin compasión con todo lo que en Chile se parecía a progresismo, a izquierdismo. Pero, el nuevo gobierno estaba empeñado en mejorar su imagen, ante propios y extraños, y contaba para ello con un enfervorizado esquema mediático, que, desde el primer día del anuncio, advirtió que estaba frente a un hecho único, inédito, muy especial, que había que explotarlo, minuto a minuto, sin descanso y sin escatimar recursos mediáticos, especialmente a través de la televisión
 
De pronto, la humanidad entera se vio envuelta en tan singular suceso; y, al parecer, olvidó sus problemas cotidianos: la desocupación galopante, las remuneraciones cada vez más escasas, la migración masiva, el peligro de una guerra nuclear, que puede desatarse cualquier momento, en el Medio Oriente pero que “nos cubriría” a todos; la pobreza y la miseria, que azota a la humanidad, especialmente a nuestros países del tercero, cuarto y quinto mundos; la gran crisis mundial económica y política, que nos amenaza nuevamente con resultados peores a los que hemos visto, la criminalidad y la “globalización” del negocio del narcotráfico; y otros.
 
Al parecer, todo el mundo prefirió ver y oír y asistir, en vivo y en directo, si los expertos y rescatistas, lograban, primero llegar a tiempo, a rescatar a los mineros con vida; y luego, en el colmo del paroxismo mediático, cómo esa capsula milagrosa, durante cerca de 24 horas, descendía a 623 metros de profundidad y volvía a parir un rescatado, al que le esperaban, nada menos y nada más, que el Presidente de la República, su señora esposa (como no podía ser de otra manera) sus esposas y/o amantes, incluidos sus hijos (si eran pequeños, mejor) y cuáles eran sus primeras palabras, a quién abrazaban, antes de perderse en la solemnidades de un hospital de campaña, para que pudieran seguir aislados un par de días más, antes de volver a la normalidad.
 
Y la normalidad no volvería, por lo menos para algunos mineros, convertidos en personajes mundiales, sin que ellos lo hayan querido. Mientras, el Presidente Piñera aprovechó la coyuntura para darse un baño de popularidad en Europa. Algunos mineros estaban siendo tentados a que escriban sus memorias, a buen precio; otros, a realizar viajes de ensueño (previstos solo para pelucones) y no faltará algún minero que se lance posteriormente a la política doméstica, con un handicap sobre cualquier rival.
 
La ansiada normalidad en la mina La Esperanza, tampoco llegó para los más de 300 mineros que, “para su mala suerte”, no estuvieron, el momento oportuno, en la mina que se vino abajo y no participaron sino como observadores del show. Los medios sipianos, desde luego, se olvidaron por completo de los rescatistas que bajaron a encapsular a los 33. Para colmo, ocurrió que los dueños de la peligrosa mina (que, en principio, acusaron al Departamento de Geología de Chile, de la tragedia) “se olvidaron” de pagarles sus escuálidas pero bien ganadas remuneraciones. Para peor; como la mina quedó en calidad de cerrada, y los empresarios pensaban siquiera en pagar un mínimo porcentaje de los 20 millones de dólares que costó el rescate, según cifras oficiales, pues “estaban pensando” en darse de quiebra. Desde luego, ni los 1.500 periodistas de más de quinientas empresas mediáticas (incluida la CNN en español, que fue la que “descubrió” que uno de los atrapados tenía mujer propia y amante) iban a ponerle atención al reclamo de esos mineros. El periodismo mediático no se ocupa de “tales minucias” sino solo de lo que puede causar sensación, interés, escándalo, morbo.
 
Todo periodista moderno, que se precie (y todo empresario mediático) debe soñar en que sucesos increíbles, como el de la mina San José de Copiappó, deberían repetirse con más frecuencia. Y uno de los marketineros de profesión, decía, pero fuera de registro, que “el caso” chileno habría sido más impactante si “dos o tres mineros” hubieran muerto y, por los menos, a unos 5 los sacaban heridos. Recordaba que, de la tragedia del avión que se estrelló con pasajeros uruguayos, en una cima de los andes chilenos, hasta se han hecho películas, ya que los sobrevivientes tuvieron que comerse las partes blandas de los muertos, para sobrevivir.
 
Todos pensamos que las y los ecuatorianos pudiéramos ser “bendecidos” con una réplica del caso chileno, ya que, pocos día después de que el “fervor mediático” dejó Chile, una de las viejas minas de Portovelo (el tradicional sector de la minería artesanal y empresarial del sur de Ecuador) se hundió y atrapó a cuatro mineros, que iban a sus trabajos en una profundidad de 150 metros bajo tierra (comenzando por esa dimensión, ya se daban diferencias “de profundidad” con lo ocurrido en Chile::700 mts.) Además, eran “solo cuatro” (frente a 33) y, según sus compañeros de trabajo, habían quedado atrapados en un lugar accesible a un rescate por medios manuales y artesanales.
 
No pasó ni un día, y ya fueron encontrados, pero muertos, dos de los cuatro mineros Y, cuando los “expertos” de siempre comenzaron a insinuar que el Presidente Correa debía estar presente en el rescate de los otros dos, a pesar de sus dolencias (está sujeto a un régimen de recuperación drástico y diario de su pierna recién operada) y decían que “era su deber” estar ahí, como lo había hecho el solícito Presidente Piñera y su señora esposa. Mas, tres días después, y a pesar de los esfuerzos que se hicieron, los rescatistas ecuatorianos solo pudieron hallar los cuerpos sin vida de los otros dos mineros atrapados.
 
Frente a “tamaña decepción” alguien aclaró con mucha “lógica”: un caso como el de los “33-m” solo puede ocurrir en Chile, en donde el piadoso Pinochet redujo drásticamente la población y obligó a entrar a este país en la senda de la “democracia y la libertad”. Y Piñera si tiene el derecho a reclamar la unión de todos los chilenos, inclusive de aquellos que no olvidan que en 17 años se dieron más de tres mil desaparecidos, miles de muertos y medio millón en el exilio. Eso es ser democrático y buena persona. En cambio, el Correa qué?: si solo bastó que se levante un regimiento de policías, reclamando sus “justos derechos”, para que pierda la calma y casi sume al país en una hecatombe.
 
Sin embargo, a nivel mundial, el suceso chileno y ecuatoriano sirvió por lo menos para que se recuerde que hay una legislación especial que pretende proteger a los trabajadores de alto riesgo y que muchos países del mundo (Chile a la cabeza) no observa tales mandamientos
 
 Quito, octubre 22/2010.
 
- Alberto Maldonado S. es Periodista – Ecuador
https://www.alainet.org/es/articulo/145030
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