Zarkozy vs. Francia
20/10/2010
- Opinión
“El político se interesa, no por todo el pueblo, sino por el sector a que él pertenece. Los demás son, a su juicio, extranjeros, enemigos, incluso piratas”: Thomas Macaulay (1800-1859).
El presidente francés, Nicolas Zarkozy le está jugando al “Rey Sol[ito]”, Luis XIV a quien se le atribuye la frase “El Estado soy yo” [que nunca dijo], creyendo que lo tiene todo bajo control. Pero en su expresión “moderna”, xenófoba, racial, conservadora y, mejor dicho, ultraderechista, pese a su catolicismo declarado. Se está mostrando de cuerpo entero. La cercanía con las políticas bushistas neoconservadoras [término suave que esconde al liberalismo político represor y antipopular] enemigas de la libertad, los derechos humanos y políticos latentes en el post 11/S de 2001, lo delataron.
Pero su estilo personal conservador de hacer política no es de ahora sino bastante resaltado en su biografía, como su militancia política. Sólo que al parecer Zarkozy olvida que no todos tienen amnesia histórica. Como lo dijo en septiembre de 2004, en un discurso como presidente recién electo de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), donde resaltó el “yo quiero” y el compromiso de “revivir los valores esenciales de respeto, trabajo y patria”. Dejando de lado que el “trabajo, familia, patria” no son los costes republicanos sino los “Libertad, Igualdad, Fraternidad” [o “Muerte”], que la Revolución francesa le entregó al mundo.
O en 2005, luego del referéndum de rechazo francés al Tratado de la Constitución Europea, y las protestas sociales de ese año que se produjeron en los suburbios de París y otras ciudades, donde Zarkozy mostró su estilo autoritario y acusó a los inmigrantes de “basura social” a quienes barrería “con mangueras de alta presión”. Siendo que él mismo tiene orígenes fuereños porque su padre era un húngaro aristócrata y su madre de extracción greco-judía. Aunque haya nacido en cuna de lujo o vivido en palacios desde su niñez.
Es el presidente francés a quien ahora se le cae el teatro racial antigitano —un artilugio distractor fallido contra el dilema interno, pero muy de su estilo— en su país y toda Europa, por sus medidas antipopulares contra la crisis. Es el presidente cuya popularidad va en picada y a quien le echan en cara el Holocausto y acusan de ser un “racista de Estado”. Sin embargo, el señor que quiere “devolverles a los franceses el orgullo de ser franceses” (sic). Un orgullo nacionalista en contra de los demás: como el orgullo de ser “arios” que pregonó como eslogan Adolfo Hitler a su legión de “camisas negras” y al pueblo en general en sus días mozos de florecimiento cruel.
Es el presidente que está detrás de las medidas de contención social. El Zarkozy que reprime, utilizando la fuerza pública, a los miles de manifestantes que se expresaron este martes 19 y están en contra de las medidas anticrisis, y le pega directamente a los trabajadores franceses. Huelga seguida por más de 3.5 millones de trabajadores y marchas multitudinarias.
Se trata, también vale decirlo, de la ola de reacciones desde el Estado, o los estados de la Unión Europea, emprendidas para controlar la debacle actual tratando de reducir déficits fiscales y deudas públicas. La paga quien se deja, porque no se controla a los rapaces especuladores del sector financiero —los auténticos provocadores o generadores del desastre económico y social en el mundo del capitalismo neoliberal y globalizador en esta última crisis— sino a quienes menos la deben: los trabajadores asalariados de todos los niveles.
En este caso, las reformas al sistema de pensiones, a la ampliación de edad para jubilación de los 60 a los 62 años. Dos años parecen poco comparados al sacrificio obligado a los trabajadores en otras latitudes. Piense, amigo lector, en lo que ocurre —y no de ahora— en los países pobres o “en vías de desarrollo”, en donde las condiciones salariales y prestaciones son mayormente castigadas en aras de cualquier pretexto, como la “estabilidad macroeconómica” que nunca rinde frutos para los trabajadores y las sociedades en general.
Pero como en todos los tiempos, la lucha social —que también es política— en Francia de ahora es ejemplar. Por eso allá se habla ya de un nuevo 68 francés, como aquel Mayo contra Carles de Gaulle. Y los más del millón de trabajadores que se manifestaron el martes en las calles de varias ciudades —para el gobierno la cifra es de un millón 100 mil, menor a la del 12 pasado de un millón 200 mil—, representan la mayor oposición a estas políticas no sólo contra Zarkozy sino contra el modelo capitalista depredador europeo.
De ese modo, indignados los marchistas franceses repudian las iniciativas de ley el gobierno. No les importa la “calificación AAA” de las corredurías de valores, como tampoco la presidencia del G-20 esperada para mediados del 2011 para Francia, como decían en las pancartas. Eso en nada les beneficia. En tanto algunos funcionarios sí hablan del riesgo de que las protestas se tornen violentas, como dijo el primer ministro, François Fillon. En tanto los sindicalistas piden calma.
Las reformas se discutirán en el Senado mañana viernes 22, y unos piensan que este asunto de las movilizaciones quedará en el olvido si son avaladas, en tanto los poderosos sindicatos franceses esperan vencer las reformas laborales “cueste lo que cueste”, como ganaron en las batallas en 1995 y luego el 2006, también contra este tipo de medidas propiciadas por el gobierno.
Mientras tanto, la protesta de trabajadores en huelga de las gasolineras, por ejemplo, y los bloqueos a los depósitos de combustible —aunado a la huelga en el transporte—, han sembrado caos y dejado sin combustible a unas 4 mil de las 12 mil 500 estaciones de servicio en el país. Acciones a las que los empresarios franceses están reaccionando y llamando a la prudencia, porque temen que se afecten sus negocios, especialmente las pequeñas empresas.
El presidente Zarkozy, entre tanto, ha dicho: “Llevaré a término la reforma de las pensiones porque mi deber como jefe de Estado es garantizar a los franceses que ellos y sus hijos podrán contar con una jubilación y que el nivel de las pensiones se mantendrá”. Reconoce, por otra parte, tratarse de “una reforma difícil”, y estar “atento a rodas las propuestas, principalmente de los agentes sociales”. Y remata: “Es normal que en una democracia cada uno pueda expresar su inquietud o su oposición”, pero “hay ciertos límites que no deben franquearse y mi deber es garantizar el respeto del orden republicano al servicio de los franceses”. El “orden” de “trabajo, patria, familia” de su cosecha. El doble lenguaje de un presidente: de a ultra, y la derecha.
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