Cooperación o turismo solidario
16/09/2010
- Opinión
Muchos nos preguntamos si es de recibo que el Estado tenga que asumir el rescate de personas que se ponen en grandes peligros, que acometen empresas deportivas de máximo riesgo o que se aventuran en expediciones de ayuda a los “pobres” del Tercer Mundo sin la debida preparación profesional, sin conocer la realidad social y cultural de esas comunidades para actuar con un amateurismo peligroso.
Ponen en peligro las relaciones entre los Estados, dificultan la acción ejemplar de verdaderas organizaciones de cooperación internacional, contrastadas por su eficacia y buen hacer.
Después de que Bernard Kouchner lanzara el concepto del “derecho de ingerencia humanitaria” muchas personas se han lanzado a montar caravanas para llevar alimentos, ropa, medicamentos, material escolar, sin respetar las cautelas y recomendaciones de organismos solventes. Muchas veces sin ponerse en contacto con nuestras Embajadas, hasta que ocurre un accidente.
Sin preguntarse por qué padecen hambre, enfermedades controlables, analfabetismo, contaminación, marginación de la mujer, explotación de sus riquezas naturales y de su mano de obra. La compasión es un primer movimiento, el compromiso social es lo que caracteriza a la acción solidaria.
Se trata de combatir las injusticias sociales y de contribuir al crecimiento y autonomía de los pueblos empobrecidos por nuestra codicia. De no imponer monocultivos, no obstaculizar su comercio a nuestros países, ni subvencionar nuestra propia agricultura.
Sin olvidar la humillación que puede suponer para los países receptores de esos alimentos y bienes que hubieran podido adquirirse allí sin distorsionar su mercado.
La generosidad, más que en dar, consiste en compartir, y en hacer juntos parte del camino. Es saberse responsable del mundo. Algunos de estos voluntariosos actúan sin valorar la sinergia. Corren peligro de no respetar las creencias, formas de vida, culturas, sentido del tiempo y del espacio, tradiciones y valores muy valiosos de los que tendríamos que aprender.
Tratan a las poblaciones de esos países empobrecidos como “subdesarrollados” o en “vías de desarrollo”. Como si el subdesarrollo fuera un estadio en el camino hacia el desarrollo y no un subproducto del mismo.
Los pobres no pueden ser objeto de nuestros cuidados, de nuestra generosidad y hasta de nuestro heroísmo. Porque los pobres, excluidos, les damnés de la tèrre, nunca podrán ser objeto para alcanzar fin alguno, ya que siempre son sujetos que nos interpelan.
Esa es la voz que debemos prestarles, después de haberles escuchado con toda atención y descalzos.
Me contaba Mayor Zaragoza que una mujer le preguntó, en Ghana:
“¿Por qué cuando los blancos vienen a hablarnos siempre nos dicen lo que tenemos que hacer y nunca nos preguntan lo que pensamos?”. El Director General de la UNESCO jamás lo olvidó.
Necesitamos muchas más asociaciones humanitarias: en los barrios, en las comunidades, en las universidades, en el campo y en la ciudad, en el norte y en el sur.
El tejido social precisa nuevos aportes imaginativos y audaces. Estoy convencido de que el boom de las ONG presenta una cierta fatiga en relación al impulso de su primer fervor y tienen que dar paso a organismos que puedan prestar ayuda eficaz. Los voluntarios seguiremos militando en la lucha por la justicia y por los derechos sociales para todos, comenzando por los de las personas más próximas.
No se puede ir a hacer allá lo que no se hace aquí. Algunos pretenden hacer voluntariado de verano en África, Asia o América. Les preguntamos por el voluntariado social que realizan durante todo el año, unas dos horas a la semana y con la debida formación pues de lo contrario tiene más de aventura y de diletantismo que de auténtico servicio a las personas y comunidades que lo necesitan. Muchos responden que durante el curso estudian o trabajan. Cuando les sugieres servicios de ayuda a inmigrantes en España, que se pueden realizar durante todo el año, tuercen el gesto.
No hay que confundir los deseos con la realidad. El voluntariado social sabe asumir sus límites. En la organización del trabajo voluntario y de cooperación, hay que diseñar programas realistas, factibles y con continuidad. De otra forma se fomentan la desilusión y la desesperanza, cuando no la pérdida de la confianza en las capacidades de desarrollo humano, económico y social de las personas.
El voluntariado siempre será necesario porque aporta un plus de humanidad. Nos movemos acuciados por la pasión por la justicia y, en nuestra tarea aportamos la delicadeza en el modo y la firmeza en los fines.
José Carlos García Fajardo es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS
https://www.alainet.org/es/articulo/144206
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