El bueno, el malo y los “ingenuos”
09/09/2010
- Opinión
Las negociaciones de paz directas entre israelíes y palestinos, iniciadas en Washington la pasada semana, recuerdan curiosamente otros intentos fallidos de solucionar el inagotable conflicto palestino-israelí, de llevar un rayo de esperanza a los pobladores de la desafortunada Tierra Santa.
Pero, ¿en qué dista la iniciativa de Barack Obama del sinfín de proyectos ideados por sus antecesores? En realidad, reconozcámoslo: nos hallamos ante los mismos gestos, las mismas frases, la misma mímica, las mismas reticencias. Los políticos hebreos se han vuelto a repartir los papeles. Mientras el laborista Ehud Barak, titular de Defensa cuidadosamente disfrazado de “paloma” parece dispuesto a ceder a los palestinos algunos barrios de Jerusalén, así como la “soberanía” sobre los Santos Lugares del Islam, el Primer Ministro Benjamín Netanyahu retoma el estribillo de la derecha más conservadora: “Jerusalén, capital eterna de Israel, es una e indivisible”.
¡Menuda escenificación; menudo reparto! Barak, el bueno, el “pacificador”, aceleró al máximo, durante su mandato de Primer Ministro, la colonización de los territorios palestinos. También acuñó el término “sacrificios dolorosos”, empleado ad nauseam por la clase política de Tel Aviv. Pero su mayor proeza consistió en ofrecer a los palestinos en las consultas de Taba un arreglo más que generoso. Con la única salvedad de haber formulado las propuestas después de la dimisión de su Gabinete, es decir, cuando los ofrecimientos de Tel Aviv ya no eran vinculantes. La maquinaria de propaganda se encargó de convertir el estratagema del general en una de las “iniciativas más generosas de Israel”.
Benjamín Netanyahu, el malo, puede enorgullecerse de haber vaciado de contenido, durante la negociación de Hebrón y de Wye Plantation (1997 – 1998) los acuerdos de Oslo. Antes de asumir el cargo de Jefe de Gobierno, el político conservador trató de persuadir al Presidente Clinton de que el Likud jamás atentará contra el espíritu ni la letra de la Declaración de Principios firmada en septiembre de 1993 en los jardines de la Casa Blanca. Pero el malo no defraudó a sus electores. Al igual que tampoco trata de engañarlos ahora, tras haberse comprometido a negociar, durante doce meses, con los representantes palestinos.
Esas consultas, que empezaron con gestos copiados de otras “citas históricas” – Hillary Clinton trató de emular a su marido al “arrancar” un poco deseado apretón de mano entre Natanyahu y Mahmúd Abbas – tienen que desembocar en la solución de los “flecos” que quedaron pendientes al finalizar las negociaciones de Oslo: la congelación de los asentamientos judíos en Cisjordania, el derecho de retorno de los refugiados palestinos, la (doble) capitalidad de Jerusalén, el reconocimiento de Israel como “Estado judío” y las garantías de seguridad exigidas por los políticos de Tel Aviv. Unas garantías que, dicho sea de paso, contemplan la creación de un Estado palestino totalmente desmilitarizado; de un territorio con poca identidad propia, sometido al control aéreo, marítimo y terrestre de las tropas hebreas.
En principio, nada nuevo bajo el sol, puesto que las exigencias de Tel Aviv no han variado desde la firma de los Acuerdos de Oslo. La única novedad consiste en insistir sobre la carácter judío de Israel. Aparentemente, ello implica el rechazo de una posible, pero ¡ay! cuán hipotética llegada de una oleada de refugiados palestinos a la franja costera. Pero hay más: en algún momento, el nuevo concepto podría convertirse en un arma de doble filo en mano de quienes abogan en pro de la expulsión de los ciudadanos árabes de Israel hacia los países vecinos. ¿Puro maquiavelismo? Quién sabe…
Mahmud Abbas, a quien le toca desempeñar el papel de “ingenuo” de esa tragicomedia de mal gusto, tiene que hacer frente a la oposición del movimiento islámico Hamás, enemigo jurado del diálogo con Israel, y sus propias bases, cansadas del movimiento continuo del “sainete” ideado por los políticos hebreos.
Se suman al grupo de “ingenuos” – voluntarios o no - el Presidente egipcio, Hosni Mubarak, cansado de emplear la táctica del palo (con los palestinos) y la zanahoria (con los israelíes), y el rey Abdalá de Jordania, al igual que su padre, se juega nada menos que la estabilidad de la Corona.
Los miembros del “cuarteto” – Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas – parecen dispuestos a avalar el sinuoso proceso. Eso sí, con evasivas y ambigüedades. ¿Más “ingenuos”? El porvenir nos lo dirá.
- Adrián Mac Liman es Analista político internacional
https://www.alainet.org/es/articulo/144031
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