“Estamos construyendo nuevos paradigmas para el mundo moderno, acerca de cómo la humanidad debe vivir de ahora en adelante”, manifestó Miguel Palacín Quispe, coordinador general de la CAOI (Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas), en su reciente visita a Colombia a comienzos de agosto.
Los pueblos indígenas tienen, según Palacín Quispe “una propuesta única para enfrentar la crisis civilizatoria de los últimos tiempos, cuya manifestación más grave es el cambio climático que amenaza arrasar con todas las formas de vida en el planeta, esa propuesta se llama Sumak Kawsay. Para compartir esta cosmovisión y avanzar en la afirmación de nuestro proyecto de la unidad de los pueblos para el buen vivir, la CAOI viene realizando foros en todos los países de América”. Estas acciones que desarrolla la CAOI son para Quispe fundamentales, pues “sabemos que en la mayoría de nuestros países, los gobiernos persisten en imponer y desarrollar modelos económicos de desarrollo capitalista neoliberal, con trato preferencial a la industria extractiva (minería, petróleo, forestal), tratados de libre comercio, leyes que favorecen el saqueo y la depredación de la madre tierra, la militarización y la criminalización del ejercicio de nuestros derechos”.
En Colombia, algunos dirigentes del movimiento indígena vienen poniendo, por encima de cualquier otra consideración ideológica o política, un acento especial, en la definición de la tierra como madre, como el origen de todo cuanto existe, como la única realidad verdadera a la cual se reduce el mundo. El invocar a la tierra como madre es muy común en las cosmovisiones amerindias y las de muchos otros pueblos indígenas del planeta que imponen un respeto sagrado por la naturaleza. No es pues algo nuevo. Tampoco excepcional. Lo que sí sorprende es que en Colombia, cuna de luchas indígenas y populares por la tierra, se busque instaurar en las organizaciones indígenas esta visión panteísta del mundo, para movilizar a los indígenas en la lucha por la ‘liberación de la madre tierra’, buscando conjurar la crisis del actual modelo de desarrollo económico, que no fue concebido teniendo en cuenta a los pueblos indígenas y negros.Se trataría entonces, de un nuevo paradigma para dotar las luchas indígenas con nuevos contenidos filosóficos.
Este arraigado pensamiento de los indígenas andinos del Perú, Bolivia y Ecuador, que parece haber calado bien en algunos de sus hermanos indígenas colombianos, es reforzado ahora con el concepto del sumaq kawsay o suma qamaña (‘buen vivir’ / ‘vivir bien’ en quechua y aymara), concepto que es presentado en sociedad como la alternativa de los pueblos indígenas frente a la crisis mundial ([1]). Este movimiento “madretierrista”([2]) (por llamarlo de alguna manera, sin asomo de ironía), robustecido con este nuevo concepto del buen vivir, es actualmente un fenómeno de moda en el mundo indígena ilustrado de América, que convoca también a muchos amigos y a universidades, centros de investigación y ONG en Colombia y en el exterior.
Encontramos debilidades y vacíos en los planteamientos de los madretierristas. De esto tratan estas notas. Como siempre, vale reiterarlo, nuestra intención con este tipo de ensayos opinantes, es introducir dudas sobre las ideas centrales que sostienen el fundamento filosófico de este para Colombia importante movimiento social. Los paradigmas que no se discuten anquilosan las organizaciones y estancan el desarrollo de las luchas. Ese es el recatado propósito de estas notas. Nada más.
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El pensamiento madretierrista se muestra atractivo por su aleccionador valor crítico, pues muestra de forma alegórica como el hombre viene destruyendo la naturaleza. Sin embargo llama la atención la superficialidad de sus proposiciones para superar sistemas sociales tan complejos como el capitalista y el real socialista, actualmente responsables del cambio climático, del desaforado consumo de los bienes que producen los ecosistemas, de la contaminación de suelos y aguas y de la pérdida de biodiversidad, que vienen destruyendo la tierra y poniendo en riesgo la existencia de todas las formas de vida en el planeta.Aunque en Colombia con las marchas indígenas se arreció el proceso de movilización por la defensa de los derechos indígenas, el de la tierra principalmente, no parece que se haya avanzado – ni las marchas han jugado un papel importante – en la construcción de formas de participación popular para la fundación de una nueva institucionalidad democrática pluriétnica y multicultural([3]) y en el desarrollo de un modelo de economía que responda a las necesidades de esa sociedad plural.
La acogida que tiene el movimiento “madretierrista” en Colombia obedece a la necesidad de reanimar con nuevos paradigmas conceptuales, los lemas de autonomía, territorio y cultura, que distinguieron las luchas indígenas en la Colombia de fines del siglo XX, pero que hoy se revelan endebles para enfrentar los nuevos poderes generadores de desigualdad, que tienen que ver con la transnacionalidad de las decisiones económicas que impone la globalización neoliberal (control de recursos que como el petróleo, gas, minas, agua, tierra y biodiversidad son fundamentales para la reproducción del capital) y con los intereses económicos ilegales, que se instauran en vastas regiones del país, usando métodos violentos.
No obstante impacienta la excentricidad de sus planteamientos, cuando se asume que las culturas indígenas son depositarias por naturaleza de un substrato inteligente y sagaz que se resiste a ser colonizado. Lo que es un fundamento del ayllu en la cosmovisión quechua, es transformado en la crítica central al capitalismo y a la civilización occidental. Esto, junto a la arrogancia en el manejo de sus verdades filosóficas, aleja a estos amigos de otros hermanos, también excluidos y por lo tanto interesados en la construcción de procesos democráticos incluyentes. Al no tener en cuenta que el conocimiento humano nunca es absoluto, pues está sujeto a los permanentes cambios de la ciencia y la sociedad, se terminan desdibujando y simplificando los procesos históricos. No asombra entonces que para aclarar algún hecho de la realidad, alguien se aventure a lanzar un juicio desatinado, sin sonrojarse. La “perla” más sobresaliente, la soltó el presidente boliviano Evo Morales que atribuyó la calvicie y la homosexualidad al consumo de pollos transgénicos, pero no se queda atrás la de Fernando Huanacuni, filósofo aymara, promotor del Vivir Bien, actualmente funcionario del gobierno de Evo, que con una imaginación que envidiaría García Márquez, afirmó que el terremoto en Haití había sido una señal del “ímpetu económico-global-cósmico-telúrico-educativo de la Pachamama”, un desliz sólo superado por la imaginación de Hugo Chávez, que refiriéndose al mismo hecho afirmó que "un reporte preparado por la Flota Rusa del Norte estaría indicando queel seísmo que ha devastado a Haití fue el claro resultado de una prueba de la Marina estadounidense por medio de una de sus armas de terremotos".
Pero también asombra la confusa sintaxis de algunos planteamientos de los madretierristas. A menudo un enunciado fatigoso, al ser ataviado con palabras en quechua, aymara, nasa u otra lengua amerindia, adquiere coherencia por la magia de los vocablos indígenas. Un fenómeno social así expuesto, no requiere más elucidación. Jaime Nuñez Huahuasoncco, hablando sobre la justicia indígena expresa por ejemplo que “el Sumaq Kawsay, debe ser parte del análisis de cómo en nuestra cultura andina-amazónica, se resolvió la búsqueda del equilibrio–justicia entre los hombres y cómo nuestros antepasados los Inkas, explicaban el milagro de la conciencia colectiva, como parte del tiempo y el espacio.Se suele decir que los quechuas marchamos “mirando” al pasado, pero eso es relativo, aquí se nos trata de poner una imagen espacial al tema temporal porque entendemos que todo pasado “se nos adelantó” y nunca sucede que el pasado “se nos atrasó”. Por eso, “Ñawi” en runa simi es los ojos con que miramos, pero cuando le damos la vuelta al “Ñawi”, por esa cualidad de la “metátesis” que tienen algunos términos mágicos del runa simi, tenemos el “Wiña-y” que significa “eterno”, “siempre”, “todo tiempo”, “tiempo ilimitado”, cuando lo usamos como adverbio temporal, pero cuando lo usamos como sustantivo o verbo neutro, significa: “crecimiento” o “acción de crecer” o “acto y efecto de desarrollar…” [4]
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En este 2010, año internacional de la diversidad biológica, sería una irresponsabilidad de los indígenas colombianos apañar acríticamente estas ideas y dejar en manos de los madretierristas la dirección filosófica de su movimiento y la forma de orientar en sus regiones la lucha por la defensa de sus territorios, la construcción de una audaz política ambiental, concertada con otros sectores campesinos y afrocolombianos, o, bueno, la construcción social de la paz con justicia y democracia, que es actualmente uno de los grandes retos que tenemos, pues sigue pendiente en la agenda de las luchas populares, la urgente tarea de conformar un movimiento social pluriétnico para afrontar la grave situación que vive Colombia, en el terreno de las injusticias sociales crecientes, la reparación a las víctimas de la violencia, la necesaria reforma agraria y la devolución de las tierras a cerca de cuatro millones de desplazados, pero también para contender la corrupción, ante todo las políticas públicas extractivistas (hoy otra vez en alza), para favorecer unas pocas compañías mineras que vienen destruyendo selvas y ríos, en detrimento del patrimonio de todos los colombianos y de los derechos colectivos de negros e indígenas. El madretierrismo, no dilucida, más allá de esquemas floridos, cuál sería el camino a emprender, para construir concertadamente con el resto de los ciudadanos, un modelo de desarrollo, donde la economía, el mercado y la ciencia, obedezcan a la visión, que el madretierrismo con justa razón defiende, de que los seres humanos hacemos parte (e interactuamos con el resto de seres vivos) de la naturaleza, y que el empobrecimiento de la biodiversidad es el comienzo de nuestra propia destrucción.
Podemos identificar en Colombia dos posturas del madretierrismo. Una que partiendo de conceptos de izquierda, considera al capitalismo y al real-socialismo como sistemas diabólicos que son manejados por un puñado de parásitos maléficos, para beneficio propio, y no escatiman métodos violentos para mantenerse en el poder. Pero que se derrumban –al fin y al cabo "tigres de papel"– cuando aparece en escena un movimiento popular solido. Esta postura realza la fuerza de las comunidades indígenas para la resistencia y la lucha. Como ejemplo ponen a las ejecutorias del Movimiento Indígena Pachakuti (MIP), al levantamiento zapatista, a la rebelión aguaruna en Bagua y a las marchas indígenas del Cauca. No obstante, esta postura pasa por alto que estos sistemas sociales son redes complejas de relaciones económicas, sociales y políticas en las que todos estamos envueltos, aunque de forma diferente, ante todo desigual y contradictoria. De no ser así, no entenderíamos los 8 años de gobierno del presidente Álvaro Uribe, al cual no le hicieron mella las movilizaciones más destacadas de estos últimos años, como fueron las marchas indígenas. Esta postura encierra una paradoja: siendo la construcción del Estado socialista (donde desaparecería todo tipo de diferencias) el propósito central de toda organización de izquierda, las particularidades étnicas terminan siendo asuntos secundarios en las preocupaciones de obreros y campesinos. Se ensalzan los levantamientos de origen étnico, como manifestaciones de rebeldía de los pueblos, pero las etnias están condenadas a la inexorable disolución en una sociedad sin clases. Son importantes en su transitoriedad, como fuerzas que hacen parte del caudal revolucionario.
La otra postura es la que preconiza a la madre tierra como la fuente de toda sabiduría, a la cual sólo los pueblos amerindios tendrían acceso. Es una suerte de indianismo que exalta el identitarismo (en este caso una especie de etnocentrismo antirracista). Esta postura es propensa a manipular simbolismos culturales. Aunque en Colombia no ha hecho escuela este pensamiento, pues el pragmatismo de las comunidades en la lucha por la tierra no da mucho espacio para posturas un tanto esotéricas, sí prospera en universidades, donde se convoca a indígenas a dictar cátedra sobre sus cosmovisiones. Su filosofía no desarrolla un pensamiento social crítico, que es fundamental para la construcción de alternativas políticas. Por el contrario simplifica el pensamiento con un glosario de palabras, muchas de ellas de lenguas amerindias, que son “pronunciadas con tono enigmático”(
[5]). Esta simplificación genera en muchos de sus seguidores actitudes intransigentes, que bloquean la expresión de opiniones heterodoxas, necesarias en sociedades pluriculturales como las nuestras. Lo que más preocupa es que no aportan, parece que tampoco se encuentran dentro de sus objetivos, ideas –¡y si que las tienen los indígenas!
– para entender el despojo territorial, el narcotráfico, el conflicto armado interno, la apropiación violenta de los recursos ambientales, las contradicciones al interior de los sectores sociales excluidos. Pero tampoco para entender las relaciones dependientes de sus comunidades con los centros de poder económico.
Lo destacable que tiene el pensamiento madretierrista y el Sumaq Kawsay para ofrecer al movimiento social popular colombiano es de haber contribuido a difundir e internalizar en muchos de nosotros el respeto sagrado por la naturaleza y por todas las formas de vida. Es una crítica, que aún en sus poéticos desvaríos indigenistas, es al fin de cuentas crítica. Una crítica desde las entrañas de las comunidades indígenas a aquellos sistemas sociales que como el capitalismo y el real-socialismo, vienen causando daños irreversibles al planeta. Introducen pues en el pensamiento contemporáneo una ética ejemplar, al asociar la vida a la tierra. Y esta es, como lo comenta mi amigo Perico, una manera peculiar de estos pueblos de decirle a occidente y a sus sistemas depredadores de territorios y pueblos, que los dejen tranquilos, que quieren vivir en paz, que no los jodan más. No obstante esto contrasta con realidades que muestran que en Colombia (no sé si también en otros países) hay varias zonas indígenas, donde es manifiesto el mal uso de los suelos en ganadería, caña de azúcar, arroz, algodón y otros productos que no son estratégicos para la seguridad alimentaria, mientras muchas familias indígenas carecen de tierra y sufren temporalmente de ‘hambrunas’.
Los conceptos de los madretierristas son limitados. Tampoco ofrecen ideas lúcidas para realizar análisis más inteligentes de las formas como los pueblos subyugados pueden generar respuestas contra ese tipo de dominación y no basta con apelar cándidamente a la cultura y a la madre tierra para convocar a los subyugados a romper sus lazos de dominación, y tampoco irritarse por la parsimonia de los que no se sublevan o sacar aún a relucir, cosa que es un despropósito injurioso inaceptable, el término de “fascismo” de los de abajo, en una crítica a los Mamos (sacerdotes) de la Sierra Nevada de Santa Marta, por haber entregado un bastón de mando, en una ceremonia de posesión simbólica, a Juan Manuel Santos, el nuevo presidente de los colombianos(
[6]).
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En Colombia, a diferencia de Bolivia, Ecuador y Perú, no se ha dado últimamente un movimiento indianista para reivindicar la tierra. El último de su clase se dio con las luchas del legendario líder nasa, Manuel Quintín Lame en el Cauca y el Tolima, justas que impidieron la extinción de los resguardos indígenas en esas regiones. Las grandes conquistas indígenas en la lucha por la tierra, se iniciaron al lado del movimiento campesino, que en los años 70 levantó la consigna de “la tierra pa’l que la trabaja”, que el naciente movimiento indígena adecuó con las consignas de “recuperación de las tierras de resguardo” y de “abolición del terraje”, que se convertirían en los dos puntos centrales de la plataforma de lucha de los indígenas caucanos. Estas consignas campesinas e indígenas, estaban enfiladas a arrebatarles la tierra a los terratenientes y acabar con el latifundio ocioso y pernicioso, agrandado por la violencia de los años 50. De que esta movilización fue exitosa, lo muestran las cerca de 80.000 hectáreas de resguardos indígenas que fueron recuperadas en el Cauca, derrotando por demás a la oligarquía terrateniente y abriendo los primeros espacios para la modernización de ese departamento. Es por eso que extraña, que un movimiento de neta raigambre política pluriétnica, que movilizó exitosamente a miles de indígenas y campesinos mestizos en la lucha por sus derechos, y que no se arredró ante el poder autoritario de Uribe, descubra y recurra a ideas esotéricas indianistas, que pueden seducir estudiantes de las ciudades y atraer a turistas revolucionarios europeos, como lo señalaba el politólogo Marc Saint-Upery para el caso boliviano, pero poco aportan a la identificación de caminos para continuar las luchas por sus derechos, y en nada contribuye a realizar verdaderos cambios en la relación del hombre con la naturaleza, que sólo se logran con una modificación de las relaciones de producción capitalista.
Las luchas populares por la tierra están muy arraigadas en las comunidades indígenas de Colombia. No creo entonces que el movimiento indígena logre movilizar a sus bases por el “buen vivir/vivir bien”. Y si las comunidades se movilizan por la “liberación de la madre tierra”, lo hacen en el sentido de la lucha que iniciaron sus ancestros hace 40 años: la recuperación y ampliación de las tierras de los resguardos, tierras que todavía hacen falta para mejorar sus condiciones de vida y la eliminación de todas las formas de opresión basadas en la tenencia de la madre tierra.
Resguardo Jambaló, agosto de 2010
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Efraín Jaramillo Jaramillo
Colectivo de Trabajo Jenzera
([1]) Evo Morales explica lo que significa el Sumaq Kawsay: “Es Vivir Bien, es pensar no sólo en términos de ingreso per-cápita sino de identidad cultural, de comunidad, de armonía entre nosotros y con nuestra madre tierra”, propone por lo tanto que “construyamos una verdadera comunidad de naciones sudamericanas para vivir bien”.
([2]) Castellanización de lo que Pablo Stefanoni, llama ‘pachamamismo’ a la corriente indianista de los seguidores de la pachamama (madre tierra en quechua).
([3]) Esto es paradójico, por cuanto nuestro país posee, un registro amplio de experiencias (desde el levantamiento de los comuneros en la Colonia, hasta el movimiento campesino de la ANUC en los años 70 del siglo pasado) y conocimientos acumulados en torno a una construcción colectiva de la unidad popular.
[4]“Los Ronderos y la Justicia Comunitaria en la Nación Quechua”, diario Los Andes, Puno, Perú, agosto 8 de 2010.
([5]) Pablo Stefanoni en un excelente artículo: “¿Adónde nos lleva el Pachamamismo?”
[6] Manuel Rozental: “Fascismo de la otra Unidad Latinoamericana: Los de abajo y la Gran Alianza”. América Latina en Movimiento, ALAI, 08/13/2010.