Ni los medios ni los fines

22/07/2010
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Mientras llegaba el tercer preso de Guantánamo a España por “razones humanitarias”, delegados de más de sesenta países y el presidente afgano, Hamid Karzai, se reunían en Kabul para decidir sobre el futuro de Afganistán. El Gobierno afgano asumirá la responsabilidad de la seguridad en 2014. Pero el Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, matizó que la retirada total se daría de forma gradual y que obedecería a ciertas condiciones, no a calendarios fijos. Dejaba así una puerta abierta para mantener tropas ante un posible recrudecimiento de la violencia entre las tropas internacionales y los talibanes, que el año pasado se cobró más vidas de civiles afganos y de tropas extranjeras que los años anteriores.
 
A pesar de la oposición internacional, el presidente Karzai pretende integrar en la sociedad a los talibanes “menos radicalizados”. La secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, asegura que no habrá pacto con los talibanes a costa de los derechos de las mujeres.
 
Con este tipo de declaraciones buenistas, Estados Unidos se desprende de su responsabilidad por el florecimiento extremista en Afganistán y en Oriente Medio. La CIA y el Departamento de Estado armaron y entrenaron a los talibanes para sembrar el caos y expulsar a los soviéticos a finales de los años ’80. Este hecho pudo resultar determinante en el desmoronamiento de la URSS por la desmoralización de las tropas y por el gasto militar excesivo que dejó al Estado soviético en la ruina. Los talibanes habrían ayudado a forjar el supuesto fin de la historia y el mundo unipolar que Estados Unidos creyó encabezar durante los años de la era Bush.
 
Aún se utiliza la palabra “insurgente” para hablar de los talibanes. Si estuvieran levantados o sublevados, sería contra unos ejércitos ocupantes y contra un gobierno títere y corrupto que no reconocen como legítimo. La ideología extremista de los talibanes no surgió de repente tras la expulsión de los soviéticos. Tras una larga guerra contra la URSS que dejó caos y destrucción, Estados Unidos se retiró sin comprometer un dólar más para la reconstrucción. Basada en hechos reales y con Tom Hanks como protagonista, La guerra de Charlie Wilson señala esa falta de compromiso como la semilla del odio talibán contra el “Satanás” norteamericano.
 
Otras quejas de los delegados internacionales en Kabul se han centrado en la corrupción de las altas esferas del gobierno afgano, como si Hamid Karzai y su gobierno hubieran sido aclamados por el pueblo afgano desde el principio por sus principios éticos y no impuesto como cabeza de un gobierno títere. Esta actitud explica que, hasta ahora, el gobierno sólo gestionara el 20% de los 30.000 millones de dólares enviados a Afganistán como ayuda internacional desde la invasión el 2001.
 
El gobierno gestionará ahora el 50%, pero Estados Unidos “exige” que se invierta en proyectos de desarrollo. Las fuerzas ocupantes le exigen a un gobierno títere y poco representativo lo que ellas no han sido capaces de hacer. Millones de afganos siguen en la pobreza, con un 72% de analfabetismo, crecientes problemas de adicción al opio y 35% de desempleo, a pesar de las tasas de crecimiento económico del 10% anual en los últimos años.
 
La mayor parte de dinero se ha destinado a la construcción de carreteras y de infraestructuras sin que se hubieran garantizado primero derechos fundamentales del pueblo afgano: educación, alimentación adecuada y servicios públicos. También se ha destinado a incrementar la seguridad, como si ésta se pudiera imponer con incrementos en los contingentes militares y la contratación de empresas militares privadas. Una auténtica seguridad sólo puede resultar de un estado general de bienestar de una población que ve reconocidos derechos que le corresponden.
 
No sólo las “ayudas humanitarias” han creado dependencia. La violencia que talibanes y fuerzas ocupantes desencadenan han creado una situación de dependencia que beneficia a empresas militares privadas y de construcción. Un alto porcentaje del pueblo afgano rechaza su presencia, pero una retirada abrupta podría dejar al país en una situación de violencia recrudecida por una guerra civil. Queda una sensación de oportunidad perdida después de ocho años de invasión, justificados con la excusa de una democracia inexistente y de una fracasada lucha contra el terrorismo extremista.
 
- Carlos Miguélez Monroy es Periodista y Coordinador del CCS
https://www.alainet.org/es/articulo/142970?language=en
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