Podrá Turquía ingresar a la Unión Europea?

21/07/2010
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Desde 1959, Turquía ha buscado su ingreso a la Unión Europea –e inclusive, antes de que ésta existiera, a las Comunidades Europeas- sin éxito. Bruselas esgrime diversos argumentos harto conocidos para justificar su negativa: temas como el genocidio de los armenios, la reforma de las fuerzas armadas, la democratización del país, el respeto de los derechos humanos, etcétera. Hay que reconocer que el gobierno de Turquía ha tratado de satisfacer cada una de estas demandas, si bien hay temas donde prevalece el estancamiento. Con todo, pareciera que una vez que determinadas exigencias son cubiertas por el gobierno de Ankara, la Europa comunitaria llega con un tema nuevo, lo cual resulta frustrante.

La importancia geopolítica de Turquía es innegable. Una revisión de las ampliaciones más recientes de la Unión Europea que incluyen a países como Bulgaria y Rumania, lleva a pensar que si fue posible la membresía para ellos, la de Turquía tendría que producirse con mayor celeridad. Turquía es un punto de equilibrio entre Europa y el Medio Oriente, y desarrolla tareas de contención frente a las ambiciones expansionistas de Rusia en Asia Central y el Cáucaso. Pese a ello, el proceso de adhesión turco ha sido y se mantiene tortuoso y desde 2004 enfrenta un nuevo desafío: el ingreso de Chipre, un país dividido, a la Europa comunitaria.

Como es sabido, cualquier país que desee incorporarse a la Unión Europea debe contar con el apoyo y la aprobación de todos los socios comunitarios. Al margen de que antes de la adhesión de Chipre, Grecia se perfilaba como el más renuente a aprobar la membresía turca, ahora también, en el grupo de los turcófobos hay que añadir a Chipre.

Como se recordará, a propósito de Chipre, el país es habitado por chipriotas de origen griego y turco y Grecia y Turquía se han disputado históricamente el control de la isla. En 1974, tras fuertes tensiones entre ambos grupos, los chipriotas nacionalistas griegos intentaron perpetrar un golpe de Estado para tomar el control del país, se entiende, con el apoyo de Grecia. Turquía, en consecuencia, invadió el norte de Chipre, lo que derivó en la expulsión de cientos de miles de chipriotas griegos y la proclamación de la República Turca del Norte de Chipre que sólo cuenta con el reconocimiento internacional de Ankara.

Desde entonces, la República de Chipre posee la soberanía de jure sobre la isla, con la excepción de las zonas en que se encuentran las bases militares de la Gran Bretaña. Sin embargo, la República de Chipre está dividida de facto en dos partes, con la porción que ocupa de manera efectiva la República de Chipre, correspondiente al 59 por ciento de la ínsula y la República Turca del Norte de Chipre que ocupa el 37 por ciento de la misma. Hay que recordar que para mitigar las tensiones imperantes en la ínsula, Naciones Unidas desplegó una fuerza de mantenimiento de la paz desde 1964.

El 24 de abril de 2004, a instancias del entonces Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, fue puesto a consideración de los chipriotas griegos y turcos un amplio plan de paz, también conocido como el Plan Annan, buscando una solución definitiva para este conflicto. El Plan Annan contaba con el respaldo de la comunidad internacional. Turquía, no del todo convencida de las bondades de esta propuesta, la respaldó de todos modos, pero a la hora de que se realizaron sendos referenda en cada una de las partes de la ínsula chipriota para decidir su aprobación, el proceso se estancó. Así, mientras que en la República Turca del Norte de Chipre el 67 por ciento de la población respaldó el Plan Annan, en el Chipre griego, el 76 por ciento de la población lo rechazó. Es evidente que el fracaso del Plan Annan resulta conveniente para Grecia y el Chipre griego, porque posibilita el mantenimiento del statu quo. Por otra parte, es perjudicial para Turquía, dado que la comunidad internacional reconoce la jurisdicción de jure del Chipre griego, lo que a su vez fortalece la situación de Grecia en la querella.

Un hecho que no debe pasar inadvertido es que la Unión Europea se presenta ante el mundo como promotora de la integración, la cooperación y el respeto de los derechos humanos. Por lo tanto sorprende que haya recibido en su seno a partir del 1º de mayo de 2004, a un país dividido y hasta cierto punto, desintegrado, como Chipre. Según las autoridades turcas, esto se explica por las enormes presiones de Atenas sobre Bruselas durante el proceso de ampliación que culminó en 2004, dado que, junto con Chipre, estaban por ingresar nueve países más a la Europa comunitaria. Así, Grecia amenazó con vetar la admisión de los otros nueve países si la Unión Europea no incluía a Chipre y, como era de esperar, Bruselas dio su brazo a torcer.

Curiosamente, en el mismo año en que Chipre ingresó a la Unión Europea, Bruselas anunció el inicio de negociaciones formales con Turquía para lograr su admisión como miembro pleno. Parece que ambos hechos no son una simple coincidencia. A final de cuentas, la admisión de Chipre parecería como el pretexto ideal para retrasar lo más posible el ingreso turco a la Europa comunitaria.

Y a propósito, ¿cómo van las negociaciones entre Ankara y Bruselas? A partir del 1º de enero de 1996 entró en vigor la unión aduanera entre ambos. Tres años más tarde, en la cumbre de Helsinki, la Unión Europea ratificó el estatus de “candidato a miembro” de Turquía. Claro que las negociaciones no procedieron de inmediato, dado que la Europa comunitaria hizo saber a Ankara que primeramente debía mejorar en el terreno de los derechos humanos. Así, no sería sino hasta el 3 de octubre de 2005 que comenzarían las negociaciones formales. En teoría, Turquía podría adherirse a la Unión Europea en 2013, fecha en que entrarían en vigor las nuevas disposiciones financieras de la Europa comunitaria. Sin embargo, Bruselas no ha ratificado esta posibilidad y por lo tanto, la Comisión Europea señaló en 2006, que Turquía no podría ingresar sino hasta el 2021. No se descarta que, a medida que esa fecha se aproxime, surja algún nuevo requerimiento de la Unión Europea, para postergar la membresía turca una vez más.

Hay que decir que Turquía mantiene como máxima prioridad las negociaciones con la Unión Europea a la que confía adherirse tarde o temprano. Las negociaciones se mantienen, aunque, además de los problemas emanados de la membresía chipriota hay que agregar las numerosas objeciones particulares que mantiene el gobierno de Nicholas Sarkozy contra Turquía. Aun cuando estos obstáculos podrían superarse una vez que Sarkozy deje la presidencia francesa, cabe preguntar cuánto tiempo más puede Bruselas darse el lujo de regatearle la membresía a Turquía, sin que ello derive, eventualmente, en un deterioro de las relaciones bilaterales. Después de todo, Turquía ha hecho buena parte de las cosas que la Europa comunitaria le ha pedido. Además, muchos de los que son miembros actuales de la Unión Europea nunca debieron cubrir tantos requisitos como los que se le exigen hoy a Ankara. Es evidente que con los problemas energéticos que padece la Unión Europea, Turquía es un socio estratégico con quien hay que tener la fiesta en paz. Asimismo, considerando sucesos tan dramáticos como la crisis de Georgia del año pasado; el programa nuclear iraní; y las convulsiones que viven Irak y Siria, todos ellos vecinos de Turquía, este país secular, cobra una mayor importancia para garantizar la seguridad europea.

Sin embargo, parece que Turquía no tiene un plan B, porque inclusive creó un ministerio dedicado exclusivamente a la negociación de su acceso a la Unión Europea. Por supuesto que ser miembro pleno de la Europa comunitaria es un privilegio al que sólo unos cuantos países más, en los Balcanes e Islandia, pueden aspirar. Turquía lo tiene muy claro y de ahí que oriente sus prioridades en esa dirección. Sin embargo no hay que olvidar que el colapso soviético abrió innumerables oportunidades de influencia para Turquía en el Cáucaso y Asia Central, y que si en el horizonte no hay para Ankara una luz al final del túnel, quizá entonces las autoridades turcas podrían orientar sus esfuerzos a otros proyectos de los que la Unión Europea ya no sería partícipe. Por lo tanto, la Unión Europea está en la posibilidad de seguir estirando el hilo, pero también debe entender que éste se puede romper por lo más delgado.

-  María Cristina Rosas esProfesora e investigadora en laFacultad de Ciencias Políticas y Sociales de laUniversidad Nacional Autónoma de México
https://www.alainet.org/es/articulo/142945?language=en
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