África nuestra, de siempre

17/06/2010
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“En todas las cosas, naturales y humanas, el origen es lo más excelso”:
Platón (427 aC-347 aC).
 
El Mundial de Fútbol 2010 que se realiza en Sudáfrica, ofrece una oportunidad única para pensar no sólo en Sudáfrica sino en el Continente negro. En sus problemas y en sus oportunidades.
 
Desde la sede del Mundial, en la obra de hombres como el luchador, exconvicto y expresidente, Nelson Mandela —el Gandhi de su país—, a quien no sólo se debe conseguir el aval de la FIFA para el presente Mundial (ahí sí el deporte como pretexto para la unidad nacional), sino también su lucha contra el Apartheid segregacionista, la erradicación de la violencia, la miseria de su pueblo, la inseguridad de ciudades como la propia Johannesburgo, el hambre y el impacto de enfermedades como el sida, entre otras.
 
No obstante, escribir sobre África plantea varios retos. Primero, porque son pocas las noticias que recibimos desde aquél viejo continente. Segundo, porque entre lo poco que tenemos resaltan siempre los añejos problemas raciales continentales, la violencia interétnica, las enfermedades, la hambruna que impacta sobre todo a la infancia, los asaltos piratas a los barcos, el atraso por el bajo crecimiento de sus economías. Pese a sus enormes recursos naturales y la falta de inversiones que alienten a sus países para salir del atraso estructural.
 
Es más la puesta en escena, por parte de los medios de comunicación occidentales, europeos y de Estados Unidos —que corre como repetición para el consumo interno en la mayoría de los países Latinoamericanos— de los lacerantes problemas, puestos de frente como un espejo para decir que no estamos tan mal ante otros países como los africanos que la pasan peor, que por la prioridad de informar sobre los acontecimientos.
 
Como siempre, prevalece la difusión de un mundo cuya visión eurocentrista y occidental es la dominante, porque desdeña la situación de otras partes del mundo, a fin de generar vacíos informativos y evitar así la solidaridad entre los pueblos más allá del intercambio capital o de negocios. Lo que no ha impedido que países solidarios como Cuba, cuyo gobierno ha prestado apoyo a muchas poblaciones africanas con problemas, sobre todo en materia de salud. Porque las jornadas médicas no tienen parangón, desde ningún país desarrollado, en la ayuda para África.
 
No de ahora, sino desde los tiempos de la conquista europea al territorio africano, los problemas se complicaron para los nativos. Porque África tiene una historia llena de tropelías europeas y occidentales. El continente negro ha padecido siempre las secuelas de la expansión occidental. La colonización primero, la descolonización después. Así, tras el abuso de, por ejemplo, la trata de personas desde los tiempos de la esclavitud, se esconde el progreso de las granjas del Sur agrícola de los Estados Unidos.
 
Millones de hombres en calidad de esclavos fueron extraídos de sus tierras nativas para ser transportados y sumidos en la explotación más infrahumana en todo tipo de servicios de los “negros” para satisfacción de los “blancos”. Millones más fueron transportados a los plantíos agrícolas como la cosecha de caña de azúcar en islas del Caribe como Haití y la propia Cuba (por eso también la cercanía y la solidaridad con los pueblos de África, porque las raíces también los unen).
 
La deuda que tiene la civilización occidental con los países de África no ha sido reconocida nunca. Y ese es un pendiente no sólo de los países conquistadores de aquellas tierras (agrestes en algún sentido), sino también de los desarrollados que de una u otra manera se han beneficiado con los recursos naturales y minerales africanos. Bueno, ni siquiera ha existido un Papa de la política, algún presidente de un país occidental que haya ofrecido “disculpas” por temas tan lastimosos como la trata de esclavos, o la muerte de civiles a manos de ejércitos invasores o de dictadores títeres de países extranjeros. Mucho menos la condonación de la deuda a los países más pobres del continente, por parte de los organismos financieros internacionales.
 
Cierto que cada país tiene sus problemas propios, pero vale tanto el pasado como el presente. Y el pasado está lleno de usos y abusos contra la población africana. Todavía prevalece la imposición de gobiernos títeres en regímenes autoritarios que generaron división y elevados índices de violencia, más que el derecho del libre ejercicio a la autodeterminación. La explotación de los recursos más que la ayuda para incentivar las inversiones e incorporarse al dinamismo mundial de la producción de capitales, por lo menos. Al contrario, la implantación de gobierno tan corruptos como serviciales al poder extranjero.
 
Así, como se ha dicho, pese al potencial en recursos naturales, bien subexplotados o en manos de concesionarios extranjeros: tierras fértiles, praderas para ganadería, bosques, bancos de pesca; yacimientos de minerales preciosos, diamantes, metales; el petróleo y el gas natural, los recursos hidráulicos, aparte de todo lo que resulta exótico para la explotación turística. En buena situación están países como la propia Sudáfrica, Marruecos, Kenia, Egipto, etcétera.
 
Es claro que desde los tiempos de la colonización —lo que se conoce como la primera etapa de la globalización como fenómeno histórico— África representó un papel importante como abastecedor de materias primas. Y lo sigue teniendo ahora, no obstante la inestabilidad política continua, que se ha visto trastocada por la agudización de los problemas locales —muchos derivados de la propia miseria—, pero representa oportunidades para el intercambio comercial con zonas como Latinoamérica y Asia. Y ha tomado relevancia en los últimos años, pese a la globalización neoliberal.
 
Así pues, África es no sólo la “cuna de la Humanidad” (que ni por eso se le da su lugar) y la Sudáfrica moderna en gran parte del esfuerzo de un hombre como Mandela, es también fruto del camino trazado por hombres como Sobukwe y Lumumba en el Congo, Keniatta en Kenia, Julius Nyerere en Tanzania, Touré en Guinea, Sédar Senghor en Senagal, Cabral en Bissau y Cabo Verde. Es además, el esfuerzo de muchos hombres que aspiran a lograr metas vía la solidaridad con organismos creados por ellos mismos como la Organización para la Unidad Africana, creada en 1963, en plena guerra fría.
 
Vista así, África es mucho más que un esclavo negro con taparrabo. Como México es más que un “indio” con sombrero a la sombra de un nopal. Nuestra África de ayer, de siempre.
 
https://www.alainet.org/es/articulo/142224?language=es
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