Del fraccionamiento colonial a los procesos de integración
31/08/2009
- Opinión
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 448: Bicentenarios: historia compartida, tareas pendientes 06/02/2014 |
Mercado Común del Sur (MERCOSUR), Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), Comunidad Andina de Naciones (CAN) y otros son los sellos que circulan por el continente americano como intentos integradores. Algunos relativamente recientes como el ALBA o la UNASUR y otros con varias décadas como la CAN, heredera del Pacto Andino o la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), sucesora de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALAC).
Desde México en el norte hasta la Argentina en el sur en todo el ámbito de la América ibérica se ensalza la integración y se plantea la oportunidad del Bicentenario del proceso independentista para dar un salto cualitativo en la materia. Los foros internacionales sirven, en ese caso, para recopilar discursos enfáticos por los funcionarios de todo nivel que participan en ellos. Sin embargo las realidades están muy lejos de esas manifestaciones que, en muchos casos, no pasan de buenos propósitos, y en otros de gestos hipócritas alejados de sus verdaderos propósitos.
Antecedentes históricos
Ya que se trata de una conmemoración histórica conviene echar mano a algunos antecedentes del proceso colonizador desarrollado por un lado por España y por el otro por Portugal, inicialmente en el marco de un reparto conocido como Tratado de Tordesillas (Valladolid, España) entre los reyes Juan II de Portugal e Isabel I de Castilla, y de las cuatro bulas del papa aragonés Alejandro Borja (Alejandro VI). Un confuso acuerdo nunca cumplido que permitió al reino lusitano ir expandiendo sus dominios más allá de la estrategia original de Enrique “El Navegante”.
La corona portuguesa tuvo la sabiduría de no fraccionar la administración en el Brasil. Su territorio americano se fue expandiendo hasta casi el mismo Siglo XX cuando se apoderó de la mitad de la provincia argentina de Misiones mediante un laudo del presidente estadounidense Grover Cleveland. En su existencia sólo tuvo dos escisiones luego recuperadas: la de los quilombos negros que conformaron el estado de Palmares en Alagoas en el Siglo XVII y la República de Río Grande do Sul que motivó la Guerra de los Farrapos entre 1835 y 1845.
Las guerras napoleónicas que llevaron al rey Juan VI a refugiarse en Río de Janeiro cambiaron definitivamente la relación de poder. El reino pasó a llamarse de Portugal y Brasil y una década después ambos territorios se separaron. A poco andar, una princesa brasilera de sólo siete años, María de Gloria, fue impuesta por su padre, el emperador brasilero Pedro I como reina de Portugal. El hoy gigante americano fue, desde entonces, el verdadero eje del mundo luso hablante. El Tratado de Methuen de 1703 entre Inglaterra y Portugal ya lo había integrado al comercio mundial.
El caso español fue el del mal manejo producto de sus proyectos hegemónicos y su atrasada visión económica. Con el flamenco Carlos I, que heredó la corona en 1516, se desarrolló un ciclo donde se intentó globalizar el planeta según las ideas de su canciller, el piamontés Mercurino Arborio Gattinara. Pero además había que pagar las enormes deudas contraídas para adquirir la corona imperial de Alemania mediante una oferta superior a la de su adversario, el rey francés Francisco I. En tanto los señores de la Mesta (ganadería ovina) lo habían convencido de abandonar todo desarrollo industrial.
La alongada América española mereció un tratamiento en función de la recaudación inmediata y ello llevó a que sólo se atendieran las zonas proveedoras de metales preciosos, donde se crearon los virreinatos de México y el Perú. Recién ya avanzado el Siglo XVIII, con Carlos III la corona intentó un proceso centralizador, pero era tardío. No existía un interés común regional y sólo la figura real actuaba como tenue unificadora. Cada ciudad era un mundo en sí y así se fueron perfilando los caudillejos que conformaron los actuales países, en muchos casos de la mano de Inglaterra.
Inglaterra, precisamente, se llevaba el oro de Minas Gerais para financiar la Revolución Industrial acordando con un poder central. Fuera del Brasil estimuló los secesionismos y luego lo hicieron los Estados Unidos de América en la zona del Caribe, cuando no apropiándose de territorios. Así en el caso del virreinato del Río de la Plata surgieron Bolivia, Paraguay, parte de Chile, parte del Brasil, Argentina y el Uruguay. En este último caso, en verdadera contradicción con el proyecto integrador de José Gervasio de Artigas, quién, sin embargo, es presentado como héroe nacional.
A fines del Siglo XIX fueron los Estados Unidos los que quisieron integrar el continente desde Alaska al sur bajo normas económicas establecidas por ellos. La Conferencia Panamericana celebrada en Washington entre octubre de 1889 y abril de 1890 fue el primer intento de la, un siglo después, llamada Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Allí se intentó imponer a la región el dólar estadounidense como moneda única continental, establecer una unión aduanera y una justicia supranacional, entre otras cuestiones. La Argentina, acompañada por Chile, pateó el tablero.
Supremacía brasileña
La carencia de políticas de Estado duraderas, con excepción del Brasil, hizo que las estrategias de los países de Hispanoamérica cambiasen según los mandatarios de turno. Hoy Brasil con el metalúrgico Luiz Inácio Lula Da Silva mantiene sus criterios de supremacía regional, con gestos más amables, que durante sus gobiernos autoritarios de décadas pasadas. Itamaraty, su cancillería, marca los lineamientos y ellos se basan en la defensa de los intereses de su burguesía, en otra época nacional, hoy fuertemente transnacionalizada. No es la política de Charles de Gaulle y Konrad Adenauer, devenida en la actual Unión Europea (UE).
Lula acaba de hacer concesiones al Paraguay sobre la represa de Itaipú. No era lo que deseaban buena parte de su gobierno y sectores de interés de su país. Forma, seguramente, parte de un intento por calmar la resistencia que se ha ido creando alrededor del Brasil en la región. La actuación de su canciller Celso Amorim en la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC) irritó a varios gobiernos, comenzando por el de la Argentina. La reciente Cumbre del MERCOSUR en Asunción mostró varias rispideces no menores luego tapadas por la coyuntura.
La cancillería paraguaya había dejado en claro que no puede haber MERCOSUR con un Brasil jugando con las grandes potencias en la Ronda de Doha. A Uruguay le preocupa menos eso que ciertas políticas económicas argentinas y es el que más hace problemas en el marco regional ya que en el fondo no renunció a un Tratado de Libre Comercio (TLC) con los EUA. En la UNASUR el gobierno ecuatoriano no olvida que Amorim levantó al representante del Brasil en Quito cuando la administración de Rafael Correa se negó a pagar una obra mal hecha a una transnacional brasileña.
Los avatares de la integración
Todo indica que la CAN ha perdido razón de ser. Del Pacto Andino ya no están Chile, que salió con la dictadura pinochetista, ni Venezuela, que se retiró con Hugo Chávez. El Perú de Alan García y la Colombia de Alvaro Uribe juegan a los TLC, aunque en el segundo caso con problemas formales. Formalidades que se contradicen con los nuevos acuerdos militares.
Ambos, Colombia y Perú, están enfrentados con sus socios Bolivia y Ecuador y hasta los dejaron fuera en las negociaciones con la UE. En tanto la ALBA, con más acuerdos ideológicos, ya ha sufrido su primer embate con el golpe en Honduras, punto donde no todos juegan igual: Argentina duro, Brasil no tanto, verbaliza su oposición en los foros pero su realidad es muy contemplativa.
El caso hondureño ha dejado muy en claro las cosas. Salvo el gobierno plutocrático de Panamá la repulsa regional ha sido plena a la hora de los discursos, pero también es evidente que hay en la región una clara predisposición a aceptar que desde los Estados Unidos de América se sigan impulsando los recambios de los gobiernos no sometidos como los de Chávez, Correa y Evo Morales, además de lo ya sucedido con el de Manuel Zelaya. La canciller Hillary Rodham Clinton ha sido clara en la materia. No importa que se ganen las elecciones, la democracia tiene que ver con un tipo de modelo socioeconómico y político. De hecho, el mismo que motivó las dictaduras terroristas de décadas atrás.
En estos días se reúnen en el centro turístico invernal argentino de San Carlos de Bariloche los presidentes de la UNASUR para tratar el caso de las bases militares que EUA instalará en Colombia. Es el resultado de una propuesta de Cristina Fernández cuando Lula salió a atemperar la dureza del discurso de Chávez. Pero el otro resultado es que nada cambiará, como lo dejó en claro Alvaro Uribe. Las bases forman parte de una decisión ya adoptada por su gobierno y no habrá marcha atrás. Máxime cuando se acepta que los militares estadounidenses participarán en acciones directas contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
En tanto se avecinan elecciones en varios países de la región. Y los pronósticos no son de los más optimistas. A Evo Morales hace un par de semanas se le escapó algo que luego lo obligó a pedir disculpas a los actuales presidentes involucrados. En Chile la perspectiva de una victoria del empresario Sebastián Piñera está planteada por todas las encuestas. Si bien no parece representar un cambio sobre lo hecho por la Concertación en casi dos décadas en materia de políticas económicas, si surge cuando la gestión de Michelle Bachelet intenta a los tropezones dejar atrás el molde heredado del pinochetismo. Cuando si bien mantiene el eje en los TLC da pasos integradores, cuando jugó fuerte ante el intento golpista en Bolivia, cuando empezó a revisar la política previsional recuperando un rol para el Estado, cuando con la misma Bolivia abrió el camino para la salida al mar del país altiplánico, y aunque haya temas pendientes como una más firme sanción para los violadores de los derechos humanos y hasta la tolerancia a la persecución a los pueblos originarios.
La situación uruguaya también es problemática para la integración. Tanto dentro del gobierno como en la oposición la integración está muy cuestionada. Tabaré Vázquez perdió la pulseada para dejar como heredero a su ex ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori, expresión de la derecha del oficialista Frente Amplio. Astori fue claramente derrotado en las internas partidarias por el ex guerrillero tupamaro José “Pepe” Mujica, pero éste dio la sorpresa de anunciar que el área económica, en caso de ganar, quedará bajo la supervisión del vicepresidente, es decir, de Astori. Y todos saben que éste intentó firmar un TLC con los EUA violentando todos los acuerdos del MERCOSUR. Mujica dice que sí al tratado regional pero pone reparos no menores y, en términos similares, se expresa el candidato opositor con más chances, el ex presidente Luis Lacalle, del derechista Partido Nacional.
Pero el mayúsculo problema se plantea en el Brasil de cara a las elecciones del año venidero. Las encuestas tampoco le dan demasiado bien al oficialismo. Una cosa es la gran popularidad personal de Lula y otra muy diferente la perspectiva de imponer a su candidata, la ex guerrillera y hoy jefa de la Casa Civil (primera ministra), la economista Dilma Vana Rousseff. A las perspectivas que favorecen aparentemente al gobernador paulista José Serra según los sondeos de opinión, se suma una tortuosa campaña en contra de Dilma a la que algunos medios descalifican a partir de un presunto cáncer que le resta aptitudes para una eventual presidencia. La experiencia del gobierno derechista de Fernando Henrique Cardoso, impulsor ahora de Serra, muestra que el proceso integrador no contará con el sostén de un Partido Social Demócrata Brasilero (PSDB) en el gobierno. La experiencia de Cardoso en el Brasil y de Carlos Saúl Menem en la Argentina, cuando fueron presidentes en paralelo, ya demostró que si bien siguieron con la formalidad del MERCOSUR dejaron que el tratado regional hibernara.
De hecho ya el PSDB y sus socios han trabado el ingreso de Venezuela como miembro pleno del MERCOSUR al no permitir la aprobación de lo firmado por Lula. Éste ahora se muestra más optimista y dice que el Senado brasileño ratificará el acuerdo en breve. Aún en ese caso algo se va a seguir interponiendo y es el congreso paraguayo. Un parlamento en el que el presidente Fernando Armindo Lugo carece del menor respaldo ya que sólo un pequeño grupito constituye la propia tropa. Sus socios del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) juegan al próximo recambio presidencial cuando concluya esta etapa y, si fuera posible, aún antes. Además la poderosa Asociación Nacional Republicana (Partido Colorado) tampoco juega a la integración a pesar de que el ingreso de Venezuela al MERCOSUR fue firmado por el ex presidente Nicanor Duarte Frutos, todavía una de las cabezas del coloradismo.
La situación argentina es menos lineal. Tanto el gobierno de la presidenta Cristina como la emergente oposición de izquierda liderada por el cineasta Fernando “Pino” Solanas, con sus diferencias, apuestan a la integración regional. En la oposición de derecha hay posturas diversas. La mayor enemiga de la integración es la decadente diputada Elisa Carrió, justificadora de la agresión colombiana contra Ecuador y negadora de las violaciones a los derechos humanos en el Paraguay en tiempos de la dictadura de Alfredo Stroessner. En la propia derecha peronista la postura del ex presidente Eduardo Alberto Duhalde, con las diferencias del caso, es pro integradora. El intento argentino de liderar la UNASUR fue trabado por la oposición del gobierno uruguayo de Tabaré Vázquez que privilegió una disputa lugareña en el Río de la Plata por sobre un proceso regional del que descree, más allá de que enarbole como su gran patriota a un Artigas que desde el sur del subcontinente, peleó por la integración como Simón Bolívar lo hiciese desde el norte y Francisco Morazán en América Central.
Frente a todo ello un párrafo final para un proceso diferente, el de los movimientos sociales que mayoritariamente apuestan a la integración más allá de las siglas en que se inscriben sus gobiernos. Los sectores sindicales, el campesinado pobre, el extraordinario auge de las luchas de los pueblos originarios, la revalorización de los afrodescendientes que hoy son la primera minoría en el Brasil habiendo superado a los europeos descendientes, los derechos humanos, la protección del medio ambiente y hasta los esfuerzos comunes contra pandemias como el sida. Todo en un mundo en el que la crisis mundial provocada por el híper consumismo y la especulación financiera señalan que la panacea en nuestra periferia ya no es la emigración a los países capitalistas desarrollados donde los inmigrantes resultan cada vez más maltratados y reducidos a formas de vida degradantes.
- Fernando Del Corro es periodista e historiador, asesor de la Comisión Bicameral del Congreso Nacional para la Conmemoración del Bicentenario 1810-2010.De la redacción de MERCOSUR Noticias. www.mercosurnoticias.com
https://www.alainet.org/es/articulo/141447
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