La yogurtera
22/02/2010
- Opinión
La recuerdo llegando del trabajo y poniéndose a arreglar las cosas de la casa. Con ropa de una habitación a otra, tendiendo, planchando y entrando y saliendo de la cocina, donde demostraba su sentido de la organización y del ahorro. Como con su yogurtera. No era eléctrica, simplemente un recipiente grande que podía taparse bien y donde cabían nueve vasitos alargados de plástico. Su pequeña fábrica de hacer yogures para la familia -que eso era la yogurtera- se puso en marcha comprando uno en el colmado de la esquina que mezcló con leche, rellenando a continuación los 9 vasitos. Una vez colocados dentro del recipiente rellenaba éste de agua caliente, lo tapaba y lo envolvía con trapos para mantener el calor. A la mañana siguiente ya teníamos los yogures cuajados. Mi madre reservaba uno de ellos y así podía continuar su producción infinita y (casi) autónoma de yogures. Otros días teníamos de postre algo muy exquisito; bueno, a mí me gustaban mucho. El pan atrasado que guardaba de días anteriores lo cortaba en finas rebanadas y las remojaba en leche, para freírlas en la sartén rebozadas en huevo. Las servía espolvoreadas con azúcar y canela. Y el postre tiene nombre de solera: torrijas de santa Teresa.
Seguro que en muchas casas se siguen haciendo postres como estos y otros parecidos, nacidos de antiguas sabidurías del reciclaje y la dedicación. Pero seguro también que la omnipresencia de los supermercados (distribuidores oficiales de las empresas de la transformación alimentaria como Danone, Panrico o Nestlé, con sus yogures, bollería o natillas) han desplazado estas recetas. Y después llega el olvido, y se nos olvidan -casi- para siempre.
¡Los mismos conocimientos que las mujeres del campo han acumulado y aplicado para la producción de alimentos! Como explica Vandana Shiva, «los huertos domésticos que las mujeres mantienen son, muchas veces, verdaderos laboratorios experimentales informales (…)», y pone el ejemplo de India, donde las mujeres utilizan 150 especies diferentes de plantas para la alimentación humana y animal y para el cuidado de la salud. Pero de la misma manera que con las prácticas culinarias, la globalización neoliberal llegó para uniformar y desplazar los conocimientos campesinos. La agricultura de la autonomía y la diversidad, la que camina en cooperación con la Naturaleza, la que es espacio colectivo y femenino, la que ha sabido alimentar al mundo durante milenios, está siendo sustituida por la agricultura de máquinas que explotan la Naturaleza, que quieren dominarla, y para ello la envenenan, maltratan y reducen a simples e inmensos monocultivos. Que, reflejados como en un espejo, se nos muestran en los mercados con una monótona y pobre oferta de verduras y otros alimentos. Una agricultura masculinizada para dominar a nuestra Madre.
El Correo. 21 de febrero de 2009
https://www.alainet.org/es/articulo/139590?language=es
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