Terremotos

25/01/2010
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El aún inconcluso proceso de modernización, esa suerte de largo preámbulo hacia una futura (y también aún inalcanzada) posible civilización, aceleró enormemente la magnitud de producción de conocimientos. De conocimiento en general y de la naturaleza en particular, a ritmos hasta hace muy poco impredecibles. No debería quedar opacada esta contribución de la revolución burguesa, por el brillo de las suscribibles críticas a sus ínfulas ideológicas positivistas, a sus confiadas ingenuidades encubridoras y a sus desgarradoras contradicciones.

Conocimiento relativo de la naturaleza que permite su control y manipulación creciente tanto como las potencialidades predictivas respecto a su despliegue y funcionamiento. Claro que nada ha quedado develado plenamente, pero la naturaleza va perdiendo algo de su opacidad con cada pequeño o gran ajuste de foco del lente científico en busca de nitidez. Cuánto queda aún por conocer es parte de lo que es necesario descubrir. Podemos afirmar con convicción que está entre el todo y la nada, en un indescifrable punto intermedio, como una zanahoria estimulante de curiosidad para todo sabio burro.

Aunque puede contraponerse que el motor del saber sea el nada honorable apetito del lucro y a pesar de que su socialización resulte aletargada por los secretos en sus diversas variantes (tanto militares como industriales que el egoísmo promueve) hasta que éstos son desbordados por la competencia. Aunque además se desarrolle en el capitalismo como apropiación privada depredatoria del medio natural con consecuencias cada vez más dramáticas y paradójicamente imprevisibles, contradiciendo la previsibilidad del saber en un contexto de anarquía competitiva, espiral decadente y descontrol (como lo revela, por caso, el reciente papelón de Copenhague). Transitamos una época que, enfatizando este sesgo tan telegráficamente expuesto hasta aquí, llamaré barbarie erudita. 

No soy experto en problemas ecológicos como para mensurar técnicamente el impacto de la dinámica industrial (no exclusivamente capitalista, como nos lo recuerda la experiencia stalinista) y el consumo en la producción de causas o en la amplificación de catástrofes naturales, aunque la relación de proporcionalidad sea ya inocultable y crecientemente difundida en medios masivos de comunicación. A los efectos de lo que me propongo discutir aquí, basta reconocer que éstas tienen lugar periódicamente en diversos lugares del planeta y que no sólo afectan de manera desigual en función de su posición geográfica, sino fundamentalmente, en función de la estructura social a la que directamente afecten. Las causas de las posteriores consecuencias trágicas de los cataclismos son económicas, sociológicas y políticas. Nunca, a esta altura del preámbulo civilizatorio aludido, naturales. Lamento el mecanicismo newtoniano de causa-efecto. Me encantaría poder formular un excursus dialéctico-hegeliano de mutua imbricación de factores y superaciones integradoras, pero la barbarie es (más o menos docta, según las épocas) tan simple como criminal, tan determinista como insensible a resguardos y sofisticaciones de la episteme.     

Con el desarrollo de la tercera revolución tecnológica, en el marco de la revolución industrial moderna, la de las tecnologías de la información y la comunicación, el avance en materia de predicción de alguna porción de los meteoros ha sido verdaderamente apabullante. Sin embargo no evitan muertes monstruosas, ni pestes ni aberraciones humanas porque sus causas no son las lluvias torrenciales ni los huracanes ni las sequías, por tomar sólo algunos ejemplos prácticos cotidianos, sino la desigualdad social, la ausencia de seguros, derechos, resguardos y políticas de solidaridad. Presumirá a esta altura correctamente el lector, que voy hacia Haití, no sin antes plantear un par de disyunciones.

1)      Hay fenómenos naturales catastróficos predecibles y otros inesperados.

2)      Dada la dispersión geográfica, se dan tanto en el mundo “desarrollado” como en el “mundo mundano”, para evitar un prefijo peyorativo.

Es obvio que la combinatoria de estas dos variables produce cuatro resultados posibles, aún con esta ya simplificada esquematización. Prefiero entonces hacer un repaso de un reciente episodio en “el mejor de los mundos” de la alternativa anterior, antes de entrar en el infierno haitiano. Las 1.836 personas fallecidas a causa del huracán Katrina en los Estados Unidos hace apenas cuatro años eran pobres y mayoritariamente negras y murieron por serlo, no por imprevisibilidad científica, ni por azar, violencia natural o fatalidad. Son recordadas las imágenes televisivas con cuerpos hinchados flotando en las fétidas aguas de la inundación en Nueva Orleáns o el caos en los propios centros de refugiados, donde las autoridades habían dicho a las víctimas que fueran a ponerse a salvo. La lógica de la “previsibilidad científica” sirvió sólo para aplicar el “sálvese quien pueda” cuyo único mérito fue avisar. Quienes pudieron fueron los ricos. Inversamente, quienes murieron o sufrieron la precariedad del refugio, fueron negros, pobres y también algunos ancianos o enfermos desolados. Quienes tenían auto y pudieron conseguir combustible, ya que su precio se elevó exponencialmente aprovechando la demanda (business are business, no moral), se refugiaron en el norte y oeste. Los más pudientes volvieron a las zonas altas a hoteles 5 estrellas protegidos por agentes de policía armados, que los mantenían a salvo de los saqueos (cualquier semejanza con Haití no es casualidad), que también resguardaban a los empleados de los hoteles de lujo que acudían a farmacias de la vecindad a buscar agua, medicamentos y alimentos para sus huéspedes. Un oficial de policía explicaba que esto no eran saqueos, sino “incautación” de mercancías por la policía, que está autorizada para eso en caso de emergencia.

Es particularmente llamativa la distinción lingüística entre “saqueo” e “incautación” según la clase social beneficiaria. Algunos pobres sobrevivieron en el Superdome y en el Centro de convenciones sin ningún tipo de servicio, ni agua, ni alimentos, ni asistencia y algo de la distribución fue realizada de manera espontánea por los damnificados, ya que fueron pocos los militares enviados ante las inexcusables tareas humanitarias desarrolladas en Iraq.

Pero Haití representa la combinación inversa de las variables expuestas. Un seísmo es un cataclismo impredecible debido al choque de las placas tectónicas y a la liberación de energía en el curso de una reorganización brusca de materiales de la corteza terrestre, íntimamente asociados con la formación de fallas geológicas. La tragedia tomó por sorpresa al país más pobre del continente. Y su resultado, aunque suene monstruoso así formulado, no hizo sino anticipar y concentrar lo que habría de suceder en Haití por simple continuidad del statu quo, tal como acontece en los países más pobres del mundo.

Hoy la prensa comienza a instalar una legítima polémica respecto a los previsibles niños huérfanos en Haití, cuyo disparador fue el aparente secuestro de 15 de ellos de los hospitales de campaña a manos de traficantes dominicanos de adopciones ilegales. No hay que eludir la discusión siempre que se recuerde que antes del terremoto ya había la escalofriante cifra de 400.000 huérfanos producto de la bajísima expectativa de vida de las clases populares. Y también, que una masacre silenciosa como la de Haití se produce con los niños del mundo por causas simplemente evitables cada cuatro o cinco días.

Unicef celebra, y hace bien en hacerlo, que con el empleo de algunas de sus recomendaciones se ha logrado que los 12,5 millones de muertes infantiles de 1990 se hayan reducido a 8,8 en 2009, lo que representa ahora unas 24.000 muertes diarias (http://www.unicef.es/contenidos/997/index.htm). En menos de 5 días, mueren tantos niños en el mundo por causas evitables como todos los muertos de la tragedia de Haití hasta el momento.

Los dramas de las desigualdades sociales, con sus muertes evitables y padecimientos, pueden potenciarse y acelerarse con las hostilidades predecibles o impredecibles de la naturaleza. Los hasta el momento impredecibles terremotos son una amenaza más para las poblaciones instaladas en zonas cordilleranas o próximas a fallas geológicas, como pueden ser Chile o Haití. Pero su verdadera fuente traumática no son estas fallas sino las que prefiero designar como geopolíticas, nada geológicas ni naturales como por caso las fallas de Pinochet o Duvalier, verdaderas causas evitables de muertes, sufrimiento y terror, siempre amenazantes y redivivas como los peores terremotos.

- Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.

https://www.alainet.org/es/articulo/139025?language=en
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