OMC y Seattle: 10 años después
30/11/2009
- Opinión
Hace 10 años, la ciudad estadounidense de Seattle fue sede de la Tercera Cumbre Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que se celebró del 30 de noviembre al 3 de diciembre. La reunión, como es sabido, resultó muy accidentada y fracasó básicamente por cuatro razones, a saber: por el activismo de las organizaciones no gubernamentales (ONGs); por la forma atropellada en que los guardianes del orden lidiaron con los activistas y los vándalos –sin distinción de unos y otros-; por la manera torpe en que pretendieron negociar los países industrializados con los más pobres la liberalización del comercio; y también por el ambiente político pre-electoral que se vivía en la Unión Americana.
La tensión que se mantenía a las afueras del Centro de Convenciones, sede del evento, se reproducía también en el interior de éste. La presencia del Presidente Clinton en la ciudad, y el rumor de que haría un pronunciamiento en torno al trabajo infantil y la vinculación entre derechos laborales y comercio, enfureció a más de uno de los delegados.
Pero quizá lo que más molestó a las representaciones de buena parte de los países en desarrollo, fueron las pláticas secretas entre Estados Unidos y la Unión Europea para resolver el diferendo agrícola, dado que la pretensión de que un arreglo Washington-Bruselas fuese legitimado por las naciones del mundo sin que éstas tuviesen voz ni voto era políticamente equivocada. Y es que en una reunión con granjeros locales, el Presidente estadounidense aprovechó la oportunidad para limar asperezas con la Europa comunitaria cuando manifestó: “Quiero decirle a los pueblos de Europa y de todo el mundo que nunca permitiría que una sola libra de algún producto estadounidense abandone éste país si existe evidencia de que es inseguro y nocivo para la salud, y ningún granjero de mi país lo aprobaría.” Clinton se refería a la virtual guerra comercial que existía en ese momento con Bruselas en torno a la carne estadounidense desarrollada con hormonas y que los europeos rechazaban.
Mientras tanto se confirmó que la Unión Europea aceptaba negociar con Estados Unidos sobre los productos transgénicos, aparentemente con la oposición de buena parte de los delegados europeos presentes en Seattle. Pascal Lamy, que en ese tiempo era el Comisionado de Comercio de la Unión Europea, fue quien dio su brazo a torcer, siendo recriminado por los delegados de Francia, Italia, Dinamarca, Bélgica y la Gran Bretaña.
Sin embargo, más allá de las rivalidades y desacuerdos entre los países participantes, la cumbre de Seattle se colapsó porque se contaminó con la agenda electoral estadounidense del 2000. Ello fue especialmente visible en el juego que el Presidente Clinton le dio a las organizaciones sindicales y ONGs abocadas a los asuntos laborales y del medio ambiente, mismas que se manifestaron a las afueras del Centro de Convenciones donde sesionaron los delegados gubernamentales. Dado que el Partido Demócrata tiene una importante base sindical, el Presidente estadounidense se vio obligado a hacer pronunciamientos decisivos a fin de asegurar el apoyo de los trabajadores para las elecciones del año 2000. Y en un estilo agresivo, Clinton se refirió a la producción de pelotas de fútbol en Pakistán, a la industria del calzado de Brasil y a la elaboración de fuegos artificiales en Guatemala como ejemplos de actividades que se realizan sin cuidar el bienestar de los trabajadores. Para ello, señaló, se crearía un grupo mixto de cooperación OMC/Organización Internacional del Trabajo. Esa fue la mecha que encendió a los países en desarrollo, que en adelante estarían cada vez más renuentes a negociar con Washington.
En una maniobra diseñada para ganarse a los países pobres y lograr un consenso mínimo que permitiera acordar una declaración conjunta a fin de echar a andar la Novena Ronda de Negociaciones Comerciales Multilaterales en el año 2000 en Ginebra, EEUU, Japón, la Unión Europea y Canadá trataron de gestionar una iniciativa conjunta para apoyar la competitividad de los 48 países más pobres del planeta. Sin embargo, no hubo acuerdo entre los poderosos, lo cual fue interpretado por los países en desarrollo como un gesto de mala voluntad y pésimo gusto, sobre todo considerando las consignas que manifestaban las personas que se encontraban protestando afuera del Centro de Convenciones. El pesimismo invadió a la delegación anfitriona al ser notificada de que prácticamente todas las negociaciones (la agrícola, la de ejecución de los acuerdos, la de acceso a los mercados, la de nuevos temas y la de cuestiones sistémicas) se encontraban paralizadas por las delegaciones desencantadas con la forma en que habían evolucionado las cosas en los últimos días.
Hacia el 3 de diciembre, el desgaste de los delegados era evidente. En muchas de las reuniones que sostuvieron las discusiones se tornaron bizantinas respecto a la función que debe cumplir el comercio, e inclusive, tratando de definir el significado de ciertos conceptos. Agobiados por el caos externo, muchos carecían del ánimo para seguir adelante. Y como las decisiones en la OMC deben tomarse por consenso, era natural que muchos se desentendieran. Las reuniones, programas para finalizar a las 6 de la tarde, se prolongaron hasta las 10 de la noche, momento en que la OMC y el gobierno anfitrión anunciaron a la opinión pública internacional el fracaso de las negociaciones y la imposibilidad de alcanzar un acuerdo para convocar a la llamada Ronda del Milenio del año 2000.
El saldo es de sobra conocido: muchos resultaron golpeados, y no sólo quienes protestaron en las calles de la ciudad-puerto. El daño para la administración Clinton y para el Vicepresidente Albert Gore fue irreparable, así como para gobiernos subsecuentes, incluyendo el de George W. Bush y el de Barack Obama, dado que la agenda a favor del libre comercio no ha podido cumplirse. La OMC mantiene la crisis que la aquejaba desde hace 10 años, no sólo por los desacuerdos entre Estados Unidos y la Unión Europea, sino también porque violentó el diálogo Norte-Sur al pretender Washington y Bruselas que los países pobres acataran acuerdos de cuya negociación fueron marginados. Asimismo, la imagen de las ONGs resultó ampliamente deteriorada. En ello mucho tuvo que ver la identificación que los medios de comunicación y algunos delegados (incluyendo voceros de la OMC misma) hicieron de los manifestantes como sinónimo de vándalos y anarquistas. Ciertamente numerosas ONGs marcharon en paz y no se involucraron ni en disturbios ni en daños a la propiedad. Pero distinguir a éste grupo, de quienes sí actuaron de mala fe, se tornó difícil.
Hay un aspecto que merece un análisis cuidadoso. Es lugar común decir que lo visto en Seattle en términos de protestas, evidencia los estragos de la globalización sobre las sociedades. Que los activistas que hicieron acto de presencia en la ciudad estadunidense, son el testimonio fehaciente del conflicto Norte-Sur, puesto que representan a los marginados, a los “have-nots” del capitalismo salvaje.
Empero, habría que reconsiderar la gestión de las ONGs. Si se analiza con detenimiento el listado de organizaciones no gubernamentales registradas oficialmente ante la OMC para participar en Seattle, se observará que la gran mayoría proceden justamente de los países industrializados, especialmente de Estados Unidos y Canadá, y en menor medida de Francia y Alemania. Sin negar que algunas de estas ONGs tienen experiencia lidiando con los problemas del desarrollo de los países pobres, sería exagerado pretender que dichas organizaciones operen efectivamente como voceras de las naciones en desarrollo. Y es que lamentablemente, las ONGs del Norte suelen aplicar un cierto paternalismo hacia las ONGs del Sur, como si en los países pobres fuera siempre necesario que los ricos y poderosos señalen el camino a seguir. Tan sólo por la composición mostrada por las ONGs acreditadas en Seattle, sería difícil aceptar que su interés era repudiar al capitalismo rampante que tanto daño hace a las naciones pobres. Ciertamente en países como los industrializados, las ONGs gozan de recursos y capacidad de despliegue que les permiten hacerse visibles en eventos como la cumbre de la OMC citada. Pero de ahí a que se asuma que por el simple hecho de ser ONGs portan la representación de los pobres y desvalidos, hay una gran distancia que no debe ser pasada por alto.
Dos años después de Seattle, los miembros de la OMC, asilados en un país autoritario al que difícilmente pudieron arribar unas cuantas ONGs (Qatar), decidieron lanzar una nueva ronda de negociaciones comerciales multilaterales, fuertemente influida, hay que decirlo, por los ataques terroristas que unas cuantas semanas antes había vivido Estados Unidos. Desde la óptica de Washington, si la ronda no se iniciaba, entonces los “terroristas habrían ganado” (???!!!). Han pasado nueve años desde esa consigna, y ni los terroristas han ganado, como tampoco se ha llegado a consensos para llevar a feliz término la Ronda de Doha.
Hoy se inicia la Séptima Conferencia Ministerial de la OMC en Ginebra, con la idea de destrabar algo que realmente está muy atorado. Y para que no se rompa con la costumbre, diversas ONGs se manifestaron el pasado 28 de noviembre, en la ciudad suiza, causando destrozos y haciendo desmanes que el ahora Director General de la OMC, Pascal Lamy, deplora.
A 10 años de distancia, es posible afirmar que Seattle estableció un estándar: protestar contra lo que se percibe como una especie de oligarquía internacional, cuyas decisiones tienen impactos sobre la vida de millones de personas, a las que casi nunca consultan. Después de Seattle es común que cada cumbre, trátese del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Grupo de los Ocho (G8), y el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), por citar sólo algunos casos, esté acompañada de protestas de ONGs. Algunas lo hacen por simple protagonismo. Otras ni siquiera conocen con claridad las agendas que impugnan. Las menos, tienen una agenda alternativa. Así es la globalización, donde no sólo los Estados pueden ser protagonistas.
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María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
etcétera, 30 de noviembre, 2009
https://www.alainet.org/es/articulo/138106?language=es
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