Niñez y medios de comunicación
Cuando sea grande quiero estar informado
27/11/2009
- Opinión
Sin que estas reflexiones pretendan especialidad en cuestiones de niñez, sí se puede afirmar lo siguiente: la historia inmediatamente previa a los años que corren nos habla de familias, escuelas, médicos, e inclusive espacios públicos, como iglesias, calles y plazas, por ejemplo, como principales productores y reproductores de sentidos comunes de cara a pibes y pibas. Sin embargo, y por múltiples razones cuyo abordaje excedería las posibilidades de este artículo, ese escenario fue sustancialmente modificado.
Lo que desde principios de la pasada década del `60 se vislumbraba como posibilidad (y amenaza) cierta, cuando comenzó a popularizarse la TV, en la actualidad es un hecho incontrastable: niños, niñas y adolescentes aplican mucho más tiempo de ¿interactuación? con los contenidos de la tele, de Internet y de la telefonía celular que con los sujetos y protagonistas del proceso de formación de sentidos de la "antigüedad".
¿Ese hecho, es positivo o es negativo? Esta columna no tiene por objetivo ni por pertinencia responder a semejante pregunta, aunque sería oportuno destacar que no se trata de idealizar el pasado, de incurrir en una mirada bucólica de los tiempos que fueron, porque ni la familia, ni la escuela, ni mucho menos el hospital y las iglesias fueron ni son por sí mismas instituciones liberadoras del sujeto e integradoras sociales en términos democráticos.
Simplemente, estas líneas proponen tener en cuenta que, frente a cualquiera de las variantes de los denominados medios de comunicación social, los niños y las niñas (los adultos también, por supuesto) están sometidos a una poderosa acción manipuladora, debido a la notable asimetría que se registra entre la capacidad de influencia del aparato mediático y la de los y las receptoras, aislados y fragmentados como sujetos sociales.
Nótese que el proceso de concentración en la propiedad de los medios, y por consiguiente en el de producción de sentidos, es simultáneo, pertenece al mismo tiempo histórico en el cual nuestra sociedad se vio y en buena medida se ve sometida a la licuación de la educación pública y a la destrucción de ámbitos de pertenencia de clase o grupo, como lo son los sindicatos, entre otras instancias. No es casual que los protagonistas o actores alterativos centrales del orden neoliberal, los movimientos sociales, hayan sido y sean los más activos en la lucha por la democratización mediática.
Desde el modelo teórico y metodológico Intencionalidad Editorial, desarrollado por investigadores de las universidades nacionales de La Plata, Cuyo y Buenos Aires (ver "Nocturnidad y sigilo en las prácticas periodísticas hegemónicas…"; Víctor Ego Ducrot y otros autores; Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación; Buenos Aires; 2009), aquellas asimetrías entre emisores y receptores a la que se hizo referencia en párrafos anteriores se registra en los siguientes términos: los medios de comunicación social tienen un fin último que NO es informar, NI formar, NI entretener, sino convertir sentidos de clase en valores universales, de forma tal que la sociedad en su conjunto se organice y se discipline conforme al aparato ideológico de las clases dominantes. Ese maquinaria de producción y reproducción de sentidos es lo que le permite al modelo hegemónico seguir siendo hegemónico, tanto en términos económicos, como políticos y culturales.
Si aceptamos ese diagnóstico, si nos inscribimos en un proyecto alterativo de la actual hegemonía excluyente de los grandes contingentes sociales y si nos atenemos al título del presente artículo - Cuando sea grande quiero estar informado -, mejor nada mejor que comenzar de chicos, ¿no?
En ese sentido, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, recientemente sancionada por el Congreso Nacional y promulgada por el Poder Ejecutivo, puede y debe ser un instrumento indispensable para que los y las argentinas aún no adultos comiencen a ensayar, a entrenarse, en un nuevo tipo de democracia, porque esa norma jurídica promueve el efectivo cumplimiento del derechos de todos y todas a informar y a estar informados.
Ya en pleno siglo XXI, una democracia sin medios de comunicación desconcentrados y a disposición del conjunto de la sociedad es apenas una cáscara vacía; o, lo que es lo mismo, una vida sin calles ni plazas, una escuela sin maestros ni alumnos, un hospital convertido en playa de estacionamiento, una familia generadora de malestares en la cultura.
Lo que desde principios de la pasada década del `60 se vislumbraba como posibilidad (y amenaza) cierta, cuando comenzó a popularizarse la TV, en la actualidad es un hecho incontrastable: niños, niñas y adolescentes aplican mucho más tiempo de ¿interactuación? con los contenidos de la tele, de Internet y de la telefonía celular que con los sujetos y protagonistas del proceso de formación de sentidos de la "antigüedad".
¿Ese hecho, es positivo o es negativo? Esta columna no tiene por objetivo ni por pertinencia responder a semejante pregunta, aunque sería oportuno destacar que no se trata de idealizar el pasado, de incurrir en una mirada bucólica de los tiempos que fueron, porque ni la familia, ni la escuela, ni mucho menos el hospital y las iglesias fueron ni son por sí mismas instituciones liberadoras del sujeto e integradoras sociales en términos democráticos.
Simplemente, estas líneas proponen tener en cuenta que, frente a cualquiera de las variantes de los denominados medios de comunicación social, los niños y las niñas (los adultos también, por supuesto) están sometidos a una poderosa acción manipuladora, debido a la notable asimetría que se registra entre la capacidad de influencia del aparato mediático y la de los y las receptoras, aislados y fragmentados como sujetos sociales.
Nótese que el proceso de concentración en la propiedad de los medios, y por consiguiente en el de producción de sentidos, es simultáneo, pertenece al mismo tiempo histórico en el cual nuestra sociedad se vio y en buena medida se ve sometida a la licuación de la educación pública y a la destrucción de ámbitos de pertenencia de clase o grupo, como lo son los sindicatos, entre otras instancias. No es casual que los protagonistas o actores alterativos centrales del orden neoliberal, los movimientos sociales, hayan sido y sean los más activos en la lucha por la democratización mediática.
Desde el modelo teórico y metodológico Intencionalidad Editorial, desarrollado por investigadores de las universidades nacionales de La Plata, Cuyo y Buenos Aires (ver "Nocturnidad y sigilo en las prácticas periodísticas hegemónicas…"; Víctor Ego Ducrot y otros autores; Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación; Buenos Aires; 2009), aquellas asimetrías entre emisores y receptores a la que se hizo referencia en párrafos anteriores se registra en los siguientes términos: los medios de comunicación social tienen un fin último que NO es informar, NI formar, NI entretener, sino convertir sentidos de clase en valores universales, de forma tal que la sociedad en su conjunto se organice y se discipline conforme al aparato ideológico de las clases dominantes. Ese maquinaria de producción y reproducción de sentidos es lo que le permite al modelo hegemónico seguir siendo hegemónico, tanto en términos económicos, como políticos y culturales.
Si aceptamos ese diagnóstico, si nos inscribimos en un proyecto alterativo de la actual hegemonía excluyente de los grandes contingentes sociales y si nos atenemos al título del presente artículo - Cuando sea grande quiero estar informado -, mejor nada mejor que comenzar de chicos, ¿no?
En ese sentido, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, recientemente sancionada por el Congreso Nacional y promulgada por el Poder Ejecutivo, puede y debe ser un instrumento indispensable para que los y las argentinas aún no adultos comiencen a ensayar, a entrenarse, en un nuevo tipo de democracia, porque esa norma jurídica promueve el efectivo cumplimiento del derechos de todos y todas a informar y a estar informados.
Ya en pleno siglo XXI, una democracia sin medios de comunicación desconcentrados y a disposición del conjunto de la sociedad es apenas una cáscara vacía; o, lo que es lo mismo, una vida sin calles ni plazas, una escuela sin maestros ni alumnos, un hospital convertido en playa de estacionamiento, una familia generadora de malestares en la cultura.
- Víctor Ego Ducrot | Desde la Redacción de APM
Publicado en el sitio electrónico “Aquí Estamos: prácticas, debates y reflexiones sobre políticas públicas en niñez y adolescencia”.
APM | Agencia Periodística del Mercosur | www.prensamercosur.com.ar
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
https://www.alainet.org/es/articulo/138039
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