Un señor muy sensible
17/11/2009
- Opinión
La recepcionista de mi pensión en Roma, donde estamos alojados muchos participantes en el Foro de los Pueblos por la Soberanía Alimentaria, me preguntó si podría atender a una señora africana que andaba un poco despistada. No hablo ni francés ni inglés, pero ella supo hacerse entender en "portuñol". Hortensia, que así se llama, quería saber cómo llegar al lugar donde se celebra este foro pensado por la sociedad civil para que sus pensamientos lleguen a la cumbre oficial de jefes de Estado sobre seguridad alimentaria que se celebra del 16 al 18 de noviembre. Así que caminamos juntos hacia el antiguo matadero de Roma, donde en cuatro grandes carpas blancas se reúnen 650 delegados y observadores: 350 mujeres y 300 hombres. Para Hortensia todo era un estreno: primera vez que voló en avión, primera vez que viajó fuera de Congo Brazzaville, y primera vez que tomaba el Metro. Poco más pudimos hablar en el trayecto. Una vez que llegamos había tanta gente, buenas amigas y amigos, que perdí de vista a Hortensia. Seguro que sabría desenvolverse, pensé.
Para la inauguración del foro se contó con la presencia del alcalde de Roma (que por su discurso debía pensar que estaba en campaña electoral) y el director general del principal organismo de Naciones Unidas encargado de dirigir las actividades internacionales de lucha contra el hambre, Jaques Diouf, que como es habitual en este senegalés con 16 años al frente de la FAO, trasladó al público un discurso emotivo. Un niño muere de hambre cada seis segundos, la cifra de hambrientos ya ha superado el millón de personas y los esfuerzos de ese organismo poco han contribuido en reducir estas cifras –reconoció– mientras que en menos de un año los gobiernos del mundo han socorrido con mucha eficacia a los pobres sistemas bancarios del planeta.
Comparto la impresión que de Diouf tiene Alberto Gómez, líder y representante de la UNORCA, de México, también en la sala. Diouf se muestra como un hombre sensible a los problemas del hambre, pero a la vez ciertamente superado o limitado. La FAO no puede intervenir en las políticas agrarias de los estados, no tiene instrumentos ni mandato para contrarrestar el daño de las grandes multinacionales y su presupuesto es muy escaso. Casi que es como una ONG, pero muy grandota, me decía Alberto.
Después de la intervención de Diouf se dio paso a otras intervenciones: un representante de los pescadores, uno de los indígenas y una representante, mujer, del campesinado. Y allí volví a ver a Hortensia.
Hortensia Kimkodila tomó la palabra en nombre de los productores del mundo, más de mil 500 millones de personas que producen 75 por ciento de la comida que alimenta al mundo. Pero a su vez los más afectados por la crisis alimentaria, que “aunque no ha remitido –explicó– ha quedado invisibilizada por la crisis financiera. Parece que se nos quisiera expulsar a todos y todas del campo para transformarnos en pobres, en más pobres”. Hortensia hacía referencia a la llegada de empresarios y gobernantes de otros países, juntos de la mano, para hacerse con tierras fértiles en países arruinados.
Al finalizar este primer acto, los guardias de seguridad se lanzaron sobre el alcalde y el director de la FAO, pero Alberto alcanzó al señor Diouf. Lo tomó de la mano y no lo soltó. Tenía que escucharlo. Lo saludó y le explicó cordialmente la preocupación de los campesinos mexicanos ante la aprobación del decreto que permite la experimentación en campo con maíz transgénico: más de 60 razas de maíz, más de 18 mil variedades de este grano… y muchos más campesinos y campesinas peligran con esta autorización. Al soltar la mano de Diouf, Alberto le colocó en ella un sobre con 10 mil firmas (representativas de las 100 mil ya recogidas en México) para que interceda, para que del lado del mundo campesino luche contra las nuevas formas de hambrear el mundo. Si se confirma en la cumbre oficial el nuevo modelo de gobernanza global, Diouf y la FAO podrán hacerlo. Deberán hacerlo.
Publicado en La Jornada de México, 17 de noviembre de 2009.
https://www.alainet.org/es/articulo/137768
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